Como autor del “Diccionario Daimieleño-Español” he
recuperado numerosas palabras típicas de Daimiel, algunas de ellas relacionadas
con el mundo del deporte. Recuperando, así, el espíritu olímpico, vamos a
practicar ahora un poco de “Deporte daimieleño”:
Para empezar vamos a pegar un “espolillo”. ¿Qué es eso?
Pues hacer un sprint, hacer una carrera rápida. Ahora bien, esa carrera puede
ser de muchas modalidades según el tipo de terreno por el que se vaya
corriendo; así unos hablan de ir a “tronchacarrizo”, otros a “cruzosurco”,
otros a “tronchalomos” y otros a “tronchamatas”, con lo cual se expresa perfectamente
la clase de terreno que estemos atravesando. Eso sí, no hay que confundir estos
términos con el de “tronchamozas”, que eso es algo muy diferente y se refiere a
aquellos mozos que se llevan a la era a toa la que pillan.
En las olimpiadas podemos ver una gran agilidad de
atletas y cómo estos hacen “voltijetas”, es decir, volteretas, y dan numerosos
“blincos”, o sea, brincos. No podemos olvidarnos tampoco de disciplinas
artísticas como el ciclismo, ya que la “becicleta” siempre ha sido un medio de transporte
ampliamente utilizado por los daimieleños.
Hay sin embargo otros deportes que, aunque no sean
olímpicos, han dado fama internacional a una determinada región. Así, por
ejemplo, las carreras de caballos trotones de Menorca son mundialmente famosas,
y es una pena que habiendo existido en Daimiel tantos carruajes típicos
(tílburis, carros, galeras, tartanas...) no nos hayamos decantado por hacer
deporte con ellos.
No obstante, si hablamos de deporte nacional en Daimiel,
no nos referiremos al “fúrgol” sino a otro realmente autóctono, la “Tángana”,
que requiere fuerza y habilidad, aunque aún no haya calado entre los jóvenes.
Ya hemos mencionado los diversos nombres que ha recibido a lo largo de la
historia y cómo ha sido adoptado y adaptado por diversas regiones, de ahí que
muchos consideren la “Tángana” de Daimiel como su deporte autóctono.
Pero hay otros deportes practicados por la juventud,
tales como la “pídola”, juego que consiste en saltar por encima de otro niño
que se ha agachado, poniendo las manos en su espalda para tomar impulso; o el
“guá”, mediante el cual hay que introducir una canica en un hoyo –llamado
“perrondilla”- practicado en el suelo, y cuando se consigue se canta con
satisfacción “he hecho guá” que sería tanto como decir “he acertado” ó “acabo
de anotar tanto”. Y cuando un jugador tiene una canica favorita porque le da
buena suerte o gana con ella, la llama “chilín”.
En fin, mejor será dedicarse a estas actividades
deportivas antes que enzarzarse en peleas con las que solo se conseguirá traer
las rodillas “sollejás” (es decir, desolladas) o alguna “escalabraura” en la
cabeza y luego por mucho que intentes “tusarte” el pelo (es decir, peinarte y
colocarte bien el pelo) se te va a notar la “macoca” (zona sin pelo en la
cabeza como consecuencia de una herida anterior). Ojalá no tengamos que oír
nunca el ninonino, o sea, la sirena de la ambulancia.
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Al haberme criado en un lugar de La Mancha, de cuyo
nombre sí me acuerdo –Daimiel- me pide el corazón incluir en este libro una
referencia a un deporte que, aunque no lo he practicado nunca, es el deporte
rey en Daimiel: la Tángana.
Según parece, este deporte, para el que se requiere
“mucha destreza y fuerza física” según el organizador de algunos de los
campeonatos, Emiliano González, consiste en derribar un objetivo en forma de
palo o “seto” con la “tángana”, un disco de hierro de unos diez centímetros de
diámetro que se lanza para conseguir el objetivo situado a una distancia de 25
metros. El que más “setos” derribe, gana.
Buscando en las fuentes de la sabiduría, es decir, en el
Oráculo de Internet, o sea, Wikipedia, este juego (yo prefiero llamarlo deporte
ya que, por ejemplo, requiere más esfuerzo físico que el ajedrez al que sí
llaman deporte) presenta numerosas variantes de unas zonas a otras: “al ser un
juego popular y no reglado más que por la tradición, se practica de forma peculiar
en cada comarca, pudiendo encontrarse diferencias incluso entre localidades
vecinas. También los Reglamentos que se han confeccionado para su práctica en
competiciones oficiales pueden variar de unas provincias a otras”.
Se indica también que este deporte era popular en tiempos
de Fernando III el Santo, rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252) y
ha recibido diversos nombres a lo largo de la historia y de la geografía, tales
como “chito”, “tángana”, “tanga”, “tuta”, etc., si bien, como hemos dicho
antes, cada región lo ha adaptado a su idiosincrasia y de ahí que algunos
consideren la “Tángana” de Daimiel como su deporte autóctono.
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Digo yo que si existe para la Pesca un término que se
llama “Pesca de altura” y otro que se llama “Pesca de bajura”, yo podría
aplicarlo a esto y decir que he practicado “Submarinismo de bajura” es decir,
un Submarinismo próximo a la orilla. Pero cuando me disponía a practicar este deporte, me lo tomaba muy en
serio. Me ponía gafas de bucear, a veces también utilizaba el snorkel, me ponía
aletas en los pies... y comenzaba a dar saltitos de rana hasta llegar a la
orilla. Después me lanzaba suavemente al mar y metía la cabeza para contemplar
absorto el fondo marino. Destacaba la belleza de las algas, de algunos
pececillos que pasaban asustados junto a mí, de las pequeñas conchas marinas
semienterradas en el fondo... y de vez en cuando me asustaba al ver unos
ojos... de gallo (de los pies de una señora gorda que se estaba bañando a mi
lado).
Cuando llevaba snorkel me mantenía a flote, con la cabeza
ligeramente hundida, para no tragar agua como antes he comentado. Sin embargo,
cuando no lo utilizaba me podía mover más libremente y nadar mucho más abajo,
hasta metro y medio o incluso dos metros de profundidad como alguna vez llegué
a alcanzar (siempre me han atraído las profundidades abisales). Mi capacidad
pulmonar (puedo estar un minuto sin respirar) era suficiente para ese tipo de
inmersiones, y a veces me apartaba tanto de la costa que tenía que dar cuatro o
cinco brazadas antes de tocar el fondo con los pies y volver andando a la
orilla.
Tengo una foto, vestido de auténtico hombre rana haciendo
la rana, junto a un cartel que dice “Peligro, aguas profundas”, tomada en... el
Mar Menor. Pero también he hecho Submarinismo en otros mares como el Mediterráneo
(en muchas playas) e incluso alguna vez en el Atlántico (en playas de
Andalucía).
Ahora ya no lo practico porque me operaron de los oídos y
no debo sumergirme en las profundidades abisales, pero que conste que durante
muchos años la práctica del Submarinismo de bajura constituyó uno de mis
deportes favoritos durante las vacaciones.
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Cuando visité Helsinki (Finlandia) durante unas
vacaciones, hice un día una excursión a la isla de Suomenlinna, en donde tenían
anclado y a disposición de los turistas un submarino. Efectivamente realicé
aquella visita y me introduje en el submarino, sorprendiéndome con lo
claustrofóbico que debe ser pasar día y días navegando bajo el mar sin salir de
allí. Creí que con aquella visita ya podía decir que había practicado el
Submarinismo, pero resulta que el citado término no se refiere a eso, sino al
deporte de nadar bajo la superficie del mar.
Bueno, pues si yo he nadado bajo el mar, puedo decir en
honor a la verdad, que he practicado Submarinismo. No obstante tendré que
aclarar que ha sido un poco chapucero. No he utilizado nunca bombonas de
oxígeno sino tan solo mi capacidad pulmonar y a veces ese aparatito llamado snorkel
(que en español significa “tubo respirador” pero seguimos utilizando la palabra
inglesa), que consiste en un tubo con aberturas a cada extremo, una se pone en
la boca y la otra se deja fuera del agua para que puedas mantener la cabeza
debajo del agua y respirar al mismo tiempo... aunque nadie se libra de meter
alguna vez la cabeza más de la cuenta y comenzar a tragar agua, o bien que
venga una ola un poco más alta de lo normal, tape el agujero que estaba fuera,
y te las haga pasar canutas.
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Lo narrado en el post anterior podría considerarse dentro
de la categoría de Senderismo de segunda división, pero yo he practicado
también Senderismo de primera. Noruega y Suiza son dos países que destacan por
su impresionante Naturaleza y que yo he visitado en muchas ocasiones, pero
mientras en Noruega hay “Naturaleza salvaje” en Suiza hay lo que yo he definido
como “Naturaleza domesticada”. En ambos casos hay infinita variedad de paisajes
naturales, pero mientras en Noruega la Naturaleza es libre (cada uno puede ir
por donde quiera) y apenas hay caminos marcados, en Suiza la naturaleza, por
muy impresionante y abrupta que sea (y lo es) está señalizada. Dispones de
infinidad de trenes y teleféricos para llegar a las cumbres y desde allí miles de
senderos perfectamente señalizados. Allí sí que no puedes perderte, porque todo
está señalizado.
De todos los sitios de Suiza que he visitado, mis lugares
preferidos han sido, en primer lugar, la zona de Interlaken, desde donde he
disfrutado de las más bellas jornadas de Senderismo que uno pueda imaginarse.
Paseos por cañones, valles, montañas, glaciares... campos enteros en flor
(siempre he ido en verano), nieve en las cumbres y verdor en los valles... En
fin, una gozada hacer Senderismo –tanto en Noruega como en Suiza- aunque a
nivel de anécdotas no haya mucho más que contar.
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Después de haber hablado de otros deportes de Montaña o
Alpinismo, tales como la Escalada y el Excursionismo o Trekking, le toca el
turno a hora al Senderismo o Hiking. Está considerado como una actividad deportiva
aunque no sean muchas las competiciones que se organizan al respecto sino que
lo más frecuente es que se practique por puro placer. Su característica
principal es que se realiza sobre caminos señalizados, utilizando
preferentemente el sistema tradicional de vías de comunicación: cañadas reales,
caminos vecinales y senderos, aparte de los propios y minúsculos senderos que
los propios montañeros van abriendo con su paso por el campo o la montaña. Se
dice que el Senderismo es una simbiosis entre deporte, cultura y medio
ambiente. Y este deporte también lo he practicado y lo sigo practicando.
La sierra de Madrid ofrece grandes posibilidades, siendo
algunas de las que más he visitado el valle de la Barranca (en las afueras del
pueblo de Navacerrada) o, sin ir más lejos, los alrededores de Tres Cantos.
También aquí realicé alguna sesión de Senderismo acompañado de mi perro, ese
pequeño Westin que parece más de juguete que perro de campo; entre otras cosas
porque tiene las patitas muy cortas y se le van pegando todos los cardos. En
una de estas salidas, y en un momento de descuido, vio una enorme caca de vaca
y no se le ocurrió otra cosa que rebozarse en ella. Cuando me di cuenta ya era
tarde, así que le até la correa y me lo llevé hacia un río que se divisaba allí
cerca. Le quité la correa para poder bañarlo y... por un momento dudé si lo que
tenía era un Westin o un galgo, porque nunca le vi correr tanto y tan deprisa.
Menos mal que a pesar de los años mantengo una forma física aceptable y pude
alcanzarlo a varios cientos de metros del río. Lo enganché de nuevo y ya no lo
solté hasta que estuvo limpio y reluciente.
En otra ocasión, la sesión de Senderismo se vio alterada
por la presencia de un rebaño de ovejas que divisé a lo lejos y que custodiaban
dos perrazos. Cuando estos se dieron cuenta de la presencia de mi perrito
faldero, vinieron corriendo hacia nosotros. Yo no sabía cuáles podían ser sus
intenciones, si solo querían olerle el culo o si por el contrario pretendían
atacarlo. Ante la duda, y ante nada (es decir, sin ningún árbol o sitio donde
subirnos o refugiarnos) no tuve más remedio que cogerlo en brazos y seguir mi
camino como si tal cosa (cuando se te acerca un perro rabioso –lo sé por
experiencia- lo mejor es no mostrar miedo, sino superioridad sobre él y seguir
como si nada). Al llegar los dos perrazos a mi vera, miraron intrigados la
escena: un señor que llevaba en brazos una oveja blanca muy rara que olía a
perro. Pero gracias a Dios sólo era curiosidad lo que sentían. Pero por
desgracia era mucha curiosidad la que sentían. Total que no se apartaron de mí
y se olvidaron por completo del rebaño de ovejas que debían custodiar. Yo seguí
caminando y solo fue al cabo de 15 o 20 minutos (que se me hicieron
interminables) que decidieron volver a sus ocupaciones y nos dejaron en paz. En
paz no, porque antes éramos dos (mi perro y yo) y a partir de ese momento
fuimos tres (mi perro, yo y mis agujetas).
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Uno de los deportes de agua más espectaculares es el de
los Saltos ornamentales, que pueden hacerse desde un trampolín o desde una
plataforma mucho más elevada. Esta disciplina deportiva se puede ejercitar
tanto de forma individual como en pareja (sincronizada), y requiere una
tremenda agilidad, elasticidad, coordinación, equilibrio, fortaleza, etc.,
existiendo numerosas competiciones a todos los niveles.
En mi caso, como en el de la mayoría de las personas,
esos Saltos ornamentales no se han hecho desde mucha altura, sino sólo desde el
borde de la piscina o desde un trampolín que no solía estar demasiado alto.
Alguna vez he hecho eso que se llama un “Clavado” lanzándome de cabeza lo más
perpendicular posible al agua, pero no me ha gustado llevar la nariz sin poder
tapármela con la mano o con unas gafas de bucear. Porque intentarlo sí que lo
he intentado (eso de tirarme de cabeza con gafas de bucear puestas) pero el
resultado, como podéis imaginar, ha sido desastroso: gafas fuera y agua
entrándome por todas partes. Por el contrario, mi especialidad, en la que más
he brillado, ha sido en tirarme de pie, tapándome la nariz con una mano.
Puede pensarse en un primer momento que eso es muy soso y
que tiene poco mérito; pero estamos hablando de una disciplina deportiva llamada
Saltos ornamentales, y la ornamentación significa adorno... y eso es lo que he
hecho: adornarlo de mil y una maneras imaginables. Unas veces en plan bomba
(con las piernas entrelazadas), otras veces en plan “sentadilla”, otras veces
completamente de pie, otras veces tomando mucha carrerilla para llegar lo más
lejos posible, otras veces completamente pegado al borde, otras veces haciendo
monadas con brazos y piernas, otras veces fingiendo que pierdo el equilibrio o
que quiero volar como un pájaro... como se ve, cada vez que saltaba ofrecía a
los espectadores un nuevo y sorprendente “ornamento” que hacía las delicias de
los espectadores... siempre que no estuvieran muy cerca, ya que ese tipo de
saltos salpica bastante y eso no suele gustar a los que se dedican a tomar el
sol todo el tiempo (digo yo que por qué no se van más lejos a tomar el sol).
Como muestra de la agilidad que tenía al realizar estos
saltos, baste decir que a veces movía en el aire los dos brazos, pero eso sí,
antes sumergirme en el agua ya me había tapado la nariz con una mano (eso se
llama buenos reflejos). En cuanto a la altura de los trampolines creo que en
alguna ocasión llegué a saltar de uno que estaba a dos metros de altura,
concretamente en Alhama de Aragón (Zaragoza) en un lago de aguas termales en
donde al caer sentías una sensación de confort muy agradable ya que la
temperatura del agua rondaba los 30ºC.
Yo simplemente diría a todos aquellos que quieren
disfrutar haciendo Saltos ornamentales, que utilicen su imaginación y ofrezcan
a los espectadores –como hacía yo- un variado repertorio de saltos, que no sea
siempre eso tan monótono y repetitivo de saltar a lo bomba una y otra vez.
¡Imaginación al poder!
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Dentro de las pruebas de Atletismo nos encontramos con la
categoría de Saltos, que pueden ser con pértiga, de longitud, triple salto y de
altura. Con excepción del salto con pértiga, las otras modalidades las he
practicado en los tiempos de niño cuando iba al colegio. La que peor se me daba
era el salto de altura y en los otros dos tipos de salto (longitud y triple)
era uno más del montón. En realidad los mejores saltos que he dado han sido
para salvar algunos charcos, o para saltar algún pequeño desnivel u obstáculo
del terreno, o incluso para cruzar algún río en donde llegaba a hacer en
ocasiones una especie de triple salto buscando como punto de apoyo intermedio
alguna piedra que sobresaliese en medio del mismo. Como se ve, no he podido
aportar nada a estas modalidades deportivas, pero es que tampoco ellas me han
aportada nada a mí; por lo tanto estamos en paz.
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Al Rugby (que ahora resulta que se le puede llamar
“Rugbi” aunque yo me resisto a hacerlo y le seguiré llamando “Rugby”), se le
considera un deporte de equipo y de contacto, que se juega con un balón en
forma de melón, en un campo que puede ser de tierra o de hierba, pero que
siempre acaba siendo de barro, y en donde los jugadores se quieren muchísimo,
porque siempre se están abrazando. Hace poco vi un partido de Rugby en el campo
central de Tres Cantos, con un césped inmaculado... al comienzo del partido;
porque al final no quedaba ni rastro del césped, todo era un amasijo de barro.
Si no hubiese sido por las retransmisiones televisivas
del famoso Torneo Cinco Naciones, donde se daban cita las mejores selecciones
de Europa, y en las cuales nos iban explicando sus reglas y su jerga técnica
(“melé” que significa: mogollón de tíos todos apelotonados; “hooker” que es el
encargado de sacar el balón de esos líos dándole con el talón; “ensayo” que
supone el premio a una jugada y permite tirar para colar el melón entre los
palos superiores de la “H” -que así es la forma de la portería- y te hace ganar
muchos puntos; etc.).
Teniendo en cuenta pues estos detalles, no es de extrañar
que durante la juventud, en la pandilla de amigos, donde todos nos queríamos
mucho, jugásemos alguna vez a este deporte, aunque no siempre teníamos a
nuestra disposición un balón de Rugby sino que utilizábamos uno de fútbol.
Tampoco teníamos porterías de Rugby... quiero decir que tampoco teníamos
porterías, porque jugábamos en un descampado de la Casa de Campo. Lo que sí
hacíamos era correr, pasarnos el balón unos a otros, lanzarnos en plancha y
abrazar al que llevaba el balón, e intentar, cuando tenías la posesión del
balón, llegar hasta la línea de fondo (marcada con un palo sobre la tierra) y
colocarlo sobre el suelo, lo cual valía varios puntos (de contabilización, no
de sutura). Porque como éramos amigos, no llegábamos a la sutura, todo se quedaba
en raspones, magulladuras o pequeñas heridas propias de las lindezas del
terreno de juego.
Pero como ya digo, también en una ocasión jugamos con
balón oficial de Rugby y pudimos comprobar cómo pegar una patada al mismo es lo
más impredecible que puedas imaginar; nunca aciertas hacia dónde saldrá
disparado el balón. De lo que me quedé con las ganas fue de jugar con un melón
de verdad para después, al finalizar, comerlo entre todos.
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El Remo es un conjunto de disciplinas deportivas que consisten
en la propulsión de una embarcación en el agua mediante unos remos. Las
categorías se dividen según sea el tipo de embarcación, el número de remeros,
que tengan o no timonel, etc. Tantas variedades hay que, por ejemplo en el remo
olímpico se distinguen hasta 14 categorías diferentes. Pero para no liar la
cosa, simplifiquemos y digamos que el Remo se practica con una barca y unos
remos.
Habiendo vivido en Madrid desde los 9 años de edad, no
podía ser de otra manera que no hubiese practicado este deporte, ya que tenemos
a nuestra disposición dos emplazamientos idóneos: el estanque del parque del
Retiro, en el centro de la ciudad, y el lago de la Casa de Campo, en las
afueras. En ambos casos tenemos a nuestra disposición barcas de alquiler para
practicar este deporte y así lo he hecho en varias ocasiones a lo largo de mi
vida, aunque por lo general de forma algo más frecuente durante la juventud.
Se puede pensar que eso no es deporte sino pasear
tranquilamente en barca. A quien diga eso, me gustaría enseñarle las ampollas
en las manos después de una sesión de remo, así que de pasatiempo, nada;
deporte y duro, además. Unas veces con amigos, otras con la familia, practicar
el Remo es un deporte refrescante (literalmente: porque nadie se libra de ser
salpicado alguna vez) y esforzado. Si vas con amigos, porque cada vez que uno
coge los remos quiere demostrar que rema mejor y más deprisa que el otro; si
vas con la familia, porque los demás se escaquean y es a ti a quien le toca
remar por todos.
Hace tiempo que ya no practico este deporte, aunque
recuerdo la última vez que, curiosamente, no tuvo lugar en Madrid, sino en el
lago termal de Alhama de Aragón (Zaragoza). Se trata de un gran lago de aguas
termales que surgen de la tierra a más de 30ºC y en donde uno puede bañarse o
practicar el Remo. Ambas actividades entrañan cierto peligro. Si te bañas (y
eres un hombre, lo que significa que tienes pelos en las piernas) porque en ese
mismo lago hay miles de peces, los cuales cuando ven los pelillos de tus piernas
cimbrearse movidos por el agua, se creen que son gusanitos e intentan
comérselos, dándote un repelús un tanto desagradable. Si practicas el Remo,
porque puede suceder que te acusen de intento de asesinato, como me sucedió a mí
hace unos años.
Nos habíamos subido a la barca mi mujer, mi suegra y yo.
Lógicamente me tocó a mí remar por todos. Y al final, cuando nos íbamos a
bajar, mi suegra se levantó, desniveló la barca y se tambaleó, yo intenté
enderezarla (alguien pudo pensar que quería golpearla en la cabeza con el remo
para acabar con ella) y entre unos y otros, acabó cayendo al agua. Por lo que
no pudo protestar, sin embargo, fue por la impresión de caerse al agua porque,
a 30ºC de temperatura, era como meterse en la bañera de su casa.
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Las Raquetas de nieve, esa especie de plantillas
agujereadas y de grandes dimensiones sobre las que se ata la bota para caminar
sin hundirse por la nieve, no son sólo un “utensilio” sino también una
actividad deportiva y, encima, tienen el honor de ser la más antigua o casi, ya
que está documentado que dichas raquetas ya existían 4000 años antes de Cristo.
De su consideración como deporte cabe añadir que cada año se celebran
competiciones e incluso en nuestro continente se celebra la Copa de Europa de
Raquetas de nieve, aparte claro está de los correspondientes campeonatos
nacionales, provinciales, etc.
Caminar por la nieve es una experiencia muy agradable,
pero también muy trabajosa. Si la nieve está blanda (nieve en polvo, que se
llama) porque te hundes a cada paso y cuesta mucho trabajo avanzar. Si la nieve
está dura e incluso convertida en hielo, porque te puedes resbalar y sufrir un
serio accidente. Por eso las Raquetas de nieve facilitan sobremanera esa tarea
de caminar sobre tan variable superficie y los hay que compiten en carreras de
velocidad con estos artilugios en los pies.
Sea en plan competición o de simple disfrute de la
naturaleza, las Raquetas de nieve son un deporte, un sano ejercicio para el
cuerpo y un infinito relax para la mente. A pesar de ello, y de todo lo que me
gusta la nieve, sólo he realizado marcha con Raquetas de nieve una vez en mi
vida y fue, precisamente, hace poco más de una década.
En el laboratorio AstraZéneca, dentro de lo que era la
edad de oro de la industria farmacéutica, hacíamos cada año una “Reunión de
Departamento”, en la cual nos íbamos todos los miembros de cada departamento a
un lugar con atractivo turístico durante tres o cuatro días. Allí celebrábamos
sesiones de trabajo para diseñar planes futuros y compartir con los demás lo
que hacía cada uno, y también había suficiente tiempo libre para el turismo, la
gastronomía y el ocio.
En la ocasión a que me voy a referir ahora, el lugar
escogido fue Granada y como allí cerca teníamos Sierra Nevada, que además
estaba nevada, para allá que nos fuimos una de aquellas mañanas con la
intención de practicar (por primera vez para todos nosotros) el deporte de las
Raquetas de nieve. Como principiantes que éramos, disponíamos de un guía que
nos dio las instrucciones pertinentes, y acto seguido comenzamos nuestro
recorrido subiendo y bajando lomas nevadas, disfrutando del paisaje, haciendo
equipo, y atacándonos de vez en cuando con bolas de nieve. El día era soleado y
la nieve abundante, la caminata larga y cansada, pero la felicidad de practicar
aquél deporte se ganó para siempre nuestros corazones.
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Para hablar de mi experiencia en este deporte he
preferido nombrarlo por su acepción inglesa “Quad” ya que las acepciones
españoles me parecen horribles: cuatrimoto, cuadriciclo o cuatriciclo. A cual
más fea ¿verdad? Por eso hablaremos del deporte del Quad, que es una especie de
moto con cuatro ruedas, adaptada para recorrer todo tipo de caminos por muy
accidentados que sean. Por cierto ¿sabías por qué se inventaron este tipo de
vehículos? Pues según cuentan, los fabricantes de motos y motocicletas estaban
cansados de ver cómo sus ventas caían en picado al llegar el mal tiempo, ya que
circular con una moto por campos y caminos embarrados no resulta muy agradable
que digamos, así que se les ocurrió (allá por los años 70) diseñar unas motos
con tres ruedas –primero- y con cuatro ruedas –después- para que también en
invierno y en campos embarrados, la gente se animase a comprar esos vehículos y
salir al campo a disfrutar con ellos.
Mi experiencia con el Quad fue realmente esporádica y
anecdótica, pero no por ello menos sorprendente, viviendo una de las más
asombrosas y envidiables experiencias. La compañía para la que trabajaba,
AstraZéneca, organizaba siempre unas magníficas Convenciones para dar el
pistoletazo de salida a los nuevos productos y elegía para ello lugares
atractivos a los que acudíamos todos encantados porque sabíamos que allí se
combinada perfectamente el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio. Esta, a la
que me refiero ahora, fue para el lanzamiento de Symbicort (budesónida +
formoterol), un medicamento para controlar el asma. El lugar elegido fue Dakar,
en Senegal, sí Dakar, el famoso lugar donde finalizaba antes la famosa carrera
París-Dakar. Y entre las múltiples visitas turísticas y momentos de diversión
que vivimos, tuvo lugar una carrera de Quads por el desierto, justo en los
alrededores del famoso Lago Rosa en donde finalizaba siempre la carrera
París-Dakar.
Aquél viaje tuvo lugar en verano y el calor en pleno
desierto superaba los 40ªC, pero aquello no fue obstáculo ni impedimento alguno
para que, montado en un Quad, recorriese las dunas y llanuras de aquél
desierto. Cada Quad llevaba dos ocupantes, los cuales nos íbamos turnando al
volante ya que la dureza de aquella prueba así lo requería, y cabe decir,
finalmente, en cuando a vencedores y vencidos, que en aquella carrera no hubo
ningún vencido, todos fuimos vencedores al haber tenido el privilegio de
conducir un Quad en tan fantástico y emblemático paraje.
Y del Quad a 40ºC de temperatura en el desierto de Dakar,
pasé poco tiempo después al Quad sobre nieve a –18ºC un mes de enero en
Finlandia, lugar done acudimos más de 100 participantes de una Convención. Se
organizaron allí unas Olimpiadas de Invierno (tal como relato en el capítulo
“Olimpiadas de invierno”) una de cuyas pruebas en las que competí fue la de
carrera contrarreloj de Quad sobre nieve. Puedo concluir, pues, que mi
experiencia con el Quad ha sido totalmente extrema, de +40ºC en el desierto a
–18ºC en el círculo polar ártico ¡Casi 60 grados de diferencia!
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Casi todo el mundo se cree que el Póker (que también se
puede decir en español “Póquer”) es un juego de cartas; sin embargo el 29 de
abril de 2010 el Póker fue reconocido como “Deporte mental” y admitido en la
Asociación Internacional de Deportes Mentales (International Mind Sports
Association). Sus razones no les faltan, ya que se requiere ejercitar el
cerebro, desarrollar la intuición, tomar riesgos, controlar las emociones... y
controlar los músculos de la cara (y de eso sé mucho como explicaré más adelante).
Lo que no me cuadra es que se considere “Deporte” (que
todos lo relacionamos con algo que requiere ejercicio físico y es sano y
saludable) al Póker, teniendo en cuenta que se juega sentado, pero a diferencia
del Ajedrez (donde los contrincantes están absortos y metidos de lleno en la
partida sin más distracciones exteriores), aquí no puede faltar un whisky en la
mano, los chistes y comentarios más variopintos, y –hasta hace bien poco- el
humo constante de los cigarrillos.
Por mi experiencia como jugador de Póker puedo decir que
las partidas que jugaba con mis amigos solían ser nocturnas (algunas veces
acabábamos pasada la una de la madrugada), todos fumábamos y manteníamos el
ambiente de la habitación completamente irrespirable, todos bebíamos alcohol
durante la partida (whisky, cuba libre, gin tonic, etc.), y todos nos pasábamos
la misma hablando, contando chistes, etc. Como podéis apreciar nada que tenga
que ver con la vida sana que se asocia a la práctica de cualquier otro deporte.
Una de las actitudes más habituales del Póker es “ir de
farol”, esto es, tener muy malas cartas pero hacer creer a los demás que son
buenas, que les vas a ganar, y lograr así que estos se retiren y te den la mano
por ganada; o al contrario, tener muy buenas cartas pero hacerles creer que
solo son regulares y que estos podrán ganarte, incitándoles a que apuesten más
para luego desplumarlos. Por eso decía antes que hay que ejercitar mucho los
músculos de la cara y esto sólo se me daba bien a medias. Me explico. Si conseguía
buenas cartas, una buena jugada con la que podía ganar a los demás, entonces
sabía fingir muy bien, hacerles creer que llevaba malas cartas para que
apostasen más y así llevarme una mejor tajada. Pero por el contrario, si tenía
malas cartas, se me notaba tanto en la cara, era tan incapaz de fingir, que
resultaba inútil ir de farol porque se darían cuenta y ganarían la partida, así
que yo optaba por la rendición preventiva, esto es, el abandono.
No he sido buen jugador de Póker, lo reconozco, aunque sí
divertido porque, cuando llevaba buenas cartas y quería hacer creer que las
llevaba malas, me ponía a llorar desconsolada y exageradamente o hacía ademán
de querer suicidarme. En cambio, cuando llevaba malas cartas y pretendía fingir
que eran buenas para que abandonasen, mis intentos diciendo “¡vaya jugada que
he ligado!” o incluso los saltos de alegría, se notaba que eran fingidos. Ya
digo que si llevaba buenas cartas les podía hacer creer eso o lo contrario,
pero como llevase malas cartas... no había nada que hacer, no sabía fingir.
En general los juegos de cartas me han gustado mucho y he
sido experto en algunos de ellos como, por ejemplo, la Canasta. También me he
defendido bien en la Pocha, y me he divertido con el Cinquillo, la Burra, etc.
Pero lo curioso es que nunca he jugado ni he sabido jugar a dos de los juegos
de cartas más populares que existen en España: el Mus y el Tute. Para mí esos
dos siempre han sido y siguen siendo unos auténticos desconocidos.
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A diferencia de otros deportes, de mi afición al
Piragüismo poco hay que contar. Recordemos que el Piragüismo es un deporte
acuático que se practica sobre una embarcación de forma alargada y muy ligera
(normalmente de plástico o fibra de vidrio), en la que van sentado uno o varios
piragüistas, los cuales la hacen avanzar remando con unas palas que pueden
tener una o dos hojas. Pero si consultas cualquier documento explicativo sobre
este deporte encontrarás cómo se dice que “las competiciones se hacen normalmente
en los meses de verano”. Así que, sin necesidad incluso de haber leído esa
frase, yo sentí que mi afición por el Piragüismo despertaba cada año al llegar
las vacaciones y visitar un lugar en la playa.
Hoy día, en casi todas las playas bien acondicionadas
para el turismo, existen puestos de alquiler de todo tipo de vehículos para el
disfrute (patinetes, canoas, tablas de wind surfing, etc.) pero hace unas
cuantas décadas esto no era así. Por lo tanto mis primeros pinitos en el noble
deporte del Piragüismo los hice en las colchonetas hinchables que compraba para
disfrutar con mis hijos pequeños en la playa. Pude comprender así que el
Piragüismo no es tan fácil como parece, que dirigir una embarcación hacia donde
deseas es tarea harto difícil, máxime si el mar está movido. Aun así nada ni
nadie me quitó la diversión de hacer ese falso Piragüismo en las playas de
Gandía, Denia, Calpe, etc.
Pero sólo por esas experiencias no habría hecho
referencia en este libo al Piragüismo. Hubo una vez, eso sí, en que alquilé una
canoa de verdad y estuve remando en ella en las cálidas y tranquilas aguas de
una pequeña bahía en la isla de Menorca.
Sólo fue una vez en mi vida (como en algunos otros
deportes por mí practicados, tal como relato en este libro) pero fue suficiente
para demostrarme a mí mismo y a todo el mundo que una vez hice Piragüismo y que
de haberme dedicado a este deporte... no hubiera llegado muy lejos.
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Como contribución a este deporte citaré que he inventado
un golpe de saque al que he bautizado como “saque de arrastre”. Consiste en
rozar la pelota contra la raqueta, para que la misma se encuentre en rotación
cuando, a continuación, la golpeo con la raqueta. También está la técnica del
“cacareo” para distraer al contrario. Consiste en dar unos golpecitos con la
pelota a la raqueta (como cuando se va a partir un huevo) para desconcertar al
contrario y sorprenderle luego con un saque rápido. También para distraer al
contrario está la técnica de “mirar al tendido” como hacen algunos toreros.
Consiste en mirar hacia otro lado y ponerse a hablar con el contrario, el cual
dirige también la mirada hacia el lado al que miro, momento que aprovecho para
girarme y sacar de golpe sin que le dé tiempo a reaccionar. Finalmente, y
entrando en lo que son las técnicas de movimiento corporal, destacaría la
“técnica del balanceo” inventada por mí. Consiste en mover el cuerpo hacia
delante y hacia atrás conforme se van dando golpes a la pelota, haciendo cada
movimiento más rápido y en consecuencia que la pelota vaya ganando velocidad
hasta que al rival ya le resulta imposible devolverla.
Aun cuando ahora estoy entrado en la senectud o
senescencia, puedo decir con toda la confianza del mundo, que reto a cualquiera
a una partida de Tenis de Mesa. En este deporte la veteranía sí que es un
grado.
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De aquellas veladas recuerdo una anécdota especialmente
divertida que transcribiré tal cual la escribí hace unos años: “Estábamos en un
descanso de nuestras sesiones vespertinas de Ping Pong en mi casa. Para
relajarnos, entre partida y partida, comenzamos mi rival (y amigo) y yo a
tirarnos uno a otro la pelota de Ping Pong desde un extremo de la
habitación a otro, cogiéndola con la
mano y devolviéndosela a continuación. Así, al cabo de un rato, y sin que mi
rival (y amigo) se diese cuenta, sustituí la pelota por un huevo (que en
aquella época eran blancos y no oscuros como ahora) y este –cuando quiso
reaccionar- ya era demasiado tarde, lo había espachurrado con la mano. Yo me
reí mucho y mi rival, a pesar de aquello, siguió siendo mi amigo”.
Conforme fuimos creciendo en edad y en experiencia en
este deporte, fuimos abandonando las “mesillas” para practicar en mesas
reglamentarias. Todo lo aprendido resultó muy útil. Destacaba, por ejemplo, mi
habilidad para colocar la pelota justo en el vértice del campo contrario, con
lo que salía despedida en la más insospechada dirección haciendo imposible su
devolución. También alternaba golpes fuertes con dejadas, golpes repetidos a un
mismo lado del campo para de súbito cambiar al otro o a la inversa, golpes
alternos a cada lado para de repente repetir al mismo lado. La energía que
desprendía la práctica de este deporte era tanta que a los pocos minutos ya
estábamos sudando como pollos.
Pasados los años de juventud, seguí practicando este
deporte de forma ya más esporádica y –a diferencia de otros deportes- lo
aprendido no llegó a olvidarse del todo. Como colofón a este capítulo, citaré
algunas de mis aportaciones más importantes a este deporte en donde he sido un
jugador notable, toda vez que era de los mejores de la pandilla y ganaba muchos
de aquellos campeonatos, e incluso cuando luego competí frente a desconocidos
que encontraba en los billares o en un hotel, solía ganarles de igual forma.
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El Tenis de mesa, más popularmente conocido como Ping
Pong es el deporte que cuenta con mayor número de deportistas practicándolo en
todo el mundo, más incluso que el Fútbol, concretamente más de 40 millones de
personas son asiduos practicantes de Ping Pong (supongo que la gran afición que
hay en China por este deporte –y los chinos son muchos millones- es la que le
hace superar al fútbol). Nació en 1870 en Inglaterra como una derivación del
Tenis y en el año 1988 (olimpiadas de Seúl) pasó a considerarse deporte
olímpico. Como curiosidad respecto a su nombre, decir que no se llama “Pin Pon”
sino “Ping Pong”; que la denominación más académica hoy en día es la de “Tenis
de mesa” (así están catalogadas las diferentes Federaciones; y que el amigo de
la gallina Caponata, Don Pimpón, curiosamente se llamaba igual que este deporte
ya que, aunque parezca mentira, no es correcto decir “Pin pon” pero sí se puede
decir “Pimpón”.
Practicar el Tenis de mesa está al alcance de cualquiera
ya que las raquetas y pelotas necesarias son muy baratas, y el terreno de juego
es... una mesa. Claro que posiblemente yo haya inventado una nueva variante de
este deporte: el “Tenis de mesilla”. Al practicarlo con asiduidad desde mi más
temprana juventud, organizando múltiples e interminables campeonatos con mis
amigos, no disponíamos de tanto dinero como para estar todo el día en los
billares pagando el alquiler de las mesas reglamentarias de Ping Pong, así que
teníamos que recurrir a las mesas de comedor de cualquiera de nuestras casas.
Disponíamos así de diferentes campos para practicar este deporte: la casa de
Eduardo y Rafael Alcántara, la casa de Paco Sanz Cabrera, mi propia casa... y
en cada una de ellas la mesa del comedor tenía diferentes dimensiones, como
diferente era el escaso espacio libre que teníamos para movernos alrededor
durante la partida. Ninguna de estas mesas llegaba, ni por asomo, a las medidas
reglamentarias, de ahí lo de “Tenis de mesilla”, pero esto, lejos de ser un
inconveniente, exigía mucha más pericia de nosotros. Con menos espacio para
movernos y mucho menos espacio a donde enviar la pelota, la dificultad era
extrema y la velocidad del juego se hacía más alta: a menor recorrido mayor
velocidad. La potencia podía ser interesante, pero mucho más lo era la
habilidad y, como pude comprobar más tarde, las habilidades adquiridas durante
la práctica del Tenis de mesilla resultaron muy válidas para la posterior
práctica del auténtico Tenis de mesa.
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No sé si vale la pena explicar en qué consiste el deporte
de la Petanca, porque creo que todos lo hemos practicado alguna vez y, desde
luego, lo hemos visto jugar a los viejos en el parque. Pero conste que la
Petanca no es un juego (aunque la gente “juegue” a la Petanca) sino que está
considerado como deporte y su origen es centenario, ya que se remonta al año
1907 en el sur de Francia. Por eso, cuando cualquiera de nosotros diga alguna
vez “voy a jugar a la Petanca” debe rectificar inmediatamente y decir acto
seguido: “¡Uy, perdón, quise decir ‘voy a practicar el noble deporte de la
Petanca’!”.
Pero me temo que mi práctica de este deporte no ha sido
muy rigurosa. Empecé a practicarlo cuando mis hijos eran pequeños y nos
distraíamos con la Petanca en la playa, para lo cual había comprado un juego
muy rudimentario que tenía las bolas de plástico. Pero después de aquello,
también lo he practicado, ya con bolas metálicas reglamentarias, en algún
ambiente familiar, generalmente en la playa y siempre acabaron las partidas...
por puro aburrimiento. También alguna vez lo he practicado en descampados, ya
que según se explica en este deporte “se puede practicar en todo tipo de
terrenos, aunque normalmente se hace en zonas llanas, de gravilla o arenosas”.
Debo reconocer que de todos los deportes que he
practicado este ha sido quizás el que me ha parecido más aburrido, aunque no sé
si esto es así porque es aburrido de verdad (que yo creo que sí) o sólo es una
apreciación mía al considerarlo un deporte de viejos, y yo soy un adolescente
inmaduro aunque haya traspasado la edad de jubilación.
Esto es cierto, porque mirando otros deportes, ves gente
joven, atlética... y aquí sólo ves boinas. Y para colmo los viejos son tan
cabezotas que hasta he contemplado el siguiente e insólito espectáculo: un
campo para jugar a la Petanca (quiero decir para practicar el noble deporte de
la Petanca) de dimensiones reglamentarias (15 x 4 metros para competiciones
nacionales o internacionales o como mínimo de 12 x 3 metros), con el suelo de
arena o gravilla perfectamente plano, delimitado por listones de madera para
que las bolas no salgan del citado campo, con bancos alrededor para que se
sienten los espectadores, y... vacío. ¿Y dónde estaban los viejos que
practicaban este deporte? Pues, a pesar de tener esta maravilla de terreno de
juego a su disposición, jugaban en el descampado de al lado, con árboles por
medio, baches del terreno, piedras, matojos, hierbajos, y hasta alguna caca de
perro.
Ya lo sabéis, la triste y dura realidad es que la Petanca
es un deporte de viejos, así que podéis tener la seguridad que no me veréis
nunca más practicando este deporte, el último sin duda entre mis preferencias.
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