sábado, 11 de mayo de 2024

Pesca (1)

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que “Pesca” es la acción y efecto de pescar, pero el verbo “pescar” tiene muchas acepciones, desde las que no vienen al caso (“pescar un resfriado”, “pescar en río revuelto”, etc.) hasta otras que sí explican correctamente a lo que nos referimos en este capítulo: “sacar y tratar de sacar del agua peces y otros animales útiles al hombre” o bien “coger, agarrar o tomar cualquier cosa”. Vayamos pues a la historia de mi vida como aficionado a la Pesca e inefable pescador.
 
Curiosamente mi primer intento de pesca, cuando apenas tenía 10 o 12 años, fue el más fructífero de todos. Habíamos ido de excursión a los Ojos del Guadiana y allí, en aquellas aguas, descubrí mi vocación por este deporte, pero... claro, era la primera vez y no tenía ningún apero de Pesca... aunque sí mucha imaginación.
 
Busqué entre la maleza un buen palo que fuese largo y flexible, después busqué un sedal y como lógicamente no lo hallaba, cogí lo que más se le parecía: una cuerda o soga, bastante basta por cierto ya que tenía más de medio centímetro de grosor. Até la cuerda al extremo del palo y... aún me faltaba algo: el anzuelo. ¿Y qué podría encontrar allí, en aquél grupo familiar de excursionistas, que me sirviese como anzuelo? Lo que más se le parecía era: un alfiler, sí un alfiler de esos de costura. Lo doblé para darle forma de anzuelo, lo até al extremo de la cuerda. Ya tenía... no, aún faltaba otra cosa: el cebo. ¿Y qué iba a poner de cebo? ¿Un trozo de tortilla de patatas? No se me ocurrió otra cosa (en realidad es que no había otra cosa) que coger una miga de pan e insertarla en el alfiler doblado. ¡Ahora sí que tenía una caña de pescar!
 
Me aparté un poco del grupo buscando la tranquilidad y unas aguas profundas en donde pudiera encontrar peces. Lancé la cuerda con el anzuelo y cebo al agua, y allí esperé sentado, paciente y alegre, sintiéndome como un gran explorador dispuesto a ganarse el sustento con sus dotes y pericia de pescador. Y ahora viene la parte final y la más increíble de todas, pero os garantizo que es verdad. Al cabo de no mucho tiempo picó un pez del tamaño de una sardina grande que, según me dijeron, era una tenca, un pez teleósteo de agua dulce, de cuerpo fusiforme, verdoso por encima y blanquecino por debajo, que habita en charcas y aguas cenagosas poco profundas, y... ¡comestible! Aquella noche tuve una de las mejores cenas que he disfrutado a lo largo de mi vida y no os podéis imaginar la cara de satisfacción que se me puso cuando vi aparecer sobre mi plato, debidamente cocinado, el pez que había pescado.
 

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