Los Juegos Olímpicos de Invierno son un acontecimiento
multitudinario en el que se celebran competiciones de deportes relacionados con
la nieve y el hielo. El primero de estos acontecimientos tuvo lugar en Chamonix
(Francia) en 1924 aunque los llamados Juegos Nórdicos, cuya primera edición
data de 1901, pueden considerarse un antecedente válido de los mismos. Los
Juegos Olímpicos de verano y de invierno se vienen celebrando desde hace
décadas cada cuatro años, si bien de forma alterna; por consiguiente cada dos
años hay unas Olimpiadas, ya sean de verano o de invierno. Pero a veces hay
excepciones, como la que aquí vamos a comentar, y se celebran adicionalmente
unas Olimpiadas (en este caso de Invierno) un tanto atípicas, en las que tuve
el honor de participar y salir laureado.
Apenas había comenzado el año 2000 (estábamos a mitad de
enero) cuando el laboratorio en que trabajaba, AstraZéneca, organizó una
Convención para lanzar un nuevo antihipertensivo, Atacand (candesartán).
Siempre se elegían lugares atractivos desde el punto de vista turístico, en
donde se combinaban las sesiones de trabajo con la diversión, pero en esta
ocasión se llevaron la palma. El lugar elegido fue, nada más y nada menos, que
Rovaniemi (Finlandia) en pleno invierno, aunque por esos días la luz del día
duraba cuatro horas. Las sesiones de trabajo se celebraron en el Ayuntamiento
de la ciudad, construido por el famoso arquitecto finlandés Alvar Aalto, y las
múltiples sesiones de diversión nos llevaron a visitar el pueblo de Papá Noel,
a desplazarnos a la ciudad costera de Kemi para navegar en el rompehielos
“Sampo” abriendo caminos en la helada superficie del mar Báltico para luego
bañarnos (con traje de neopreno) en sus gélidas y tenebrosas aguas, a recorrer
en Motonieve los parajes nevados, a disfrutar de la comida finlandesa en los
mejores restaurantes, y... a participar en unas Olimpiadas de Invierno.
Como éramos algo más de 100 personas las desplazadas
hasta allí, y todos participábamos (hasta el propio presidente de la compañía
se apuntó como un compañero más), se hicieron varios equipos, en donde se
integraban los Visitadores Médicos agrupados por provincias o regiones. A los
de Central nos fueron repartiendo para completar equipos y a mí me correspondió
el equipo de los vascos, así que habiendo entre nosotros varios de Bilbao es
fácil suponer que íbamos “sobraos”.
Aquella mañana nos dimos cita a las puertas del hotel,
provistos de nuestro mono térmico, botas, guantes, casco, etc. poco antes de que
amaneciese. Repartieron los dorsales de los equipos, a los que se habían
adjudicado nombres de animales, en nuestro caso éramos el equipo “Urogallo” con
11 integrantes, diez vascos y yo. Cogimos las Motonieves y fuimos siguiendo al
guía, atravesando bosques de abetos completamente nevados, con un sol
incipiente que no se atrevió a separarse de la línea del horizonte, hasta
llegar a un campamento de tiendas samis (a los lapones les gusta que les llamen
“samis”) donde nos dieron la bienvenida y el presidente procedió a la solemne
ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos acercando una antorcha al
pebetero. Acto seguido nos dieron a todos un reconfortante café y un energético
aperitivo. La temperatura era de –18ºC pero el cielo estaba despejado y no
soplaba el viento, así que había suficiente luz y, gracias a nuestros monos
térmicos, no notábamos el frío... y menos que lo notaríamos a continuación.
Pero lo primero era la ceremonia de bautizo por haber
llegado a tierras samis y por haber sobrepasado el círculo polar ártico (era el
13 de enero de 2001 como lo atestigua el certificado que después nos dieron por
haber rebasado esa latitud). Pasamos al interior de las tiendas y allí un sami,
ataviado con sus típicas ropas, dijo no sé cuántas cosas en su idioma, nos dio
a beber leche caliente de reno (bueno, supongo que sería de “rena”), con un
carbón apagado nos hizo unos signos en la frente y después puso un enorme
cuchillo en nuestro cogote. Mientras seguía diciendo cosas en su idioma hizo
ademán de cortarnos el cuello y nosotros sentimos esa sensación fría y cortante
en nuestro cuello, pero no era nuestra sangre lo que resbalaba, ni nos había
hecho ningún corte; todo había sido simulado y, simplemente, para darle más
realismo, había pasado –sin que nosotros lo advirtiésemos- un delgado trozo de
hielo por nuestro cuello como si hubiese sido el filo de aquél cuchillo.
Terminada la ceremonia, llegó el momento de competir en
las diversas pruebas. Los encargados de la agencia que organizaron el viaje nos
iban dando las instrucciones antes de comenzar cada prueba, unos samis hacían
de jueces, y después los primeros iban anotando en un cuaderno las puntuaciones
de cada equipo.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”:
“El dulce gorjeo del buitre en celo”:
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