jueves, 31 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (60)

 Capítulo 57.- La carroza del Orgullo Travelo 

A Violeta la habían ingresado de urgencias de las gordas. La guardia civil Manuela la había llevado “cagando leches”, como no podía esperarse menos de la mujer de Enrique, alias Cagaman.

Al hacer la inscripción salió en recepción el Ente.

El Ente (E) es esa enfermera-oficinista de recepción de hospital, que empieza a hacer preguntas, con un tono que hace casi imposible su comprensión al acompañante (A), mucho menos cuando la presencia en ese lugar tiene un motivo problemático. 

Esta conversación ha sido traducida gracias al descubrimiento reciente de “La piedra rosa-mosqueta” que ha facilitado la comprensión (aproximada) de este colectivo al resto de los seres humanos y humanas. 

(E) ¿Ñome?

(A) Perdón…

(E) ¡Ñome! y pellidos.

(A) ¡Ah! Jacinto Monteperales

(E) ¿Essa ñora se llaba Jacinto? ¿E un traveti?

(A) No perdone, Jacinto soy yo

(E) ¿Quin la preguntao su nome?

(A) Usted, perdóneme.

(E) Nitos, le pregutao po el de la pasiante.

(A) Bueno. Para usted la perra gorda.

(E) ¿Acaso me ta ute llamando golda y perra? Vi a tener que llama a Seguridá.

(A) No, no, excúseme, era una manera de hablar. Por favor. Perdone.

(E) ¿Ñome?

(A) Violeta López de la Manteca.

(E) ¿Uted se llam Vioteta? ¿E un traveti?

Y así estuvieron durante una hora. Al final también tuvieron que ingresar a Jacinto preso de un ataque de ansiedad que requirió la colocación de una camisa de fuerza por parte de los amables chicos de Psiquiatría. Otra vez se juntaban Toribio, Violeta y Jacinto en el mismo espacio. El destino es como los melones, que de tanto apretar la gente en el Ahorramás los bordes, para ver si está maduro, al final te lo llevas creyendo que está bueno y te acabas comiendo un pepino.


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (60)

 Capítulo 56.- La vida es como una caja de melones... 

"La vida es como una caja de melones... nunca sabes lo que vas a encontrar dentro", decía con frecuencia la Fermi. Y así se sucedía una sorpresa tras otra a lo largo de su vida. “Como puedes ver, David –dijo Fermi- Andrea no es tu padre, pero se siente en deuda conmigo y por eso, lo menos que puede hacer es tratarte bien y mantenerte en ese trabajo, que aunque no sea mucho, mejor es eso que nada, tal como está el país”. David se quedó más tranquilo al haber resuelto esa duda.

En esto sonó el teléfono: era el señor Monteperales, el padre del señorito Jacinto. ¿Qué querría?

- Hola, Fermi ¿qué tal estás? -dijo Don Jacinto, quien fue directamente al grano- Verás Fermi... de los melonares que eran de tu abuelo y ahora son tuyos, uno en Valdepeñas y otro en Tomelloso, me gustaría comprarte el de Tomelloso porque está lindando con una de mis fincas que quiero reformar y me vendría muy bien. Por supuesto te lo voy a pagar muy bien, por un 10% más de su valor.

- ¿Y eso cuánto es?

- El  doble  de  lo  que pagaron por la viña de Paco –todo Tomelloso había quedado revolucionado con lo que le pagaron al tal Paco por su finca y, concretamente la Fermi, nunca había visto de cerca una cantidad tan alta de dinero, y aunque eso no la sacase de pobre sí que le iba dar mucha tranquilidad para el futuro y para el futuro de su hijo.

- Uy, señor, es mucho dinero, aunque también... -comenzó a balbucear.

- No tienes que contestar ahora, puedes tomarte todo el tiempo que quieras para pensarlo, así que si te parece, mañana te llamo y hablamos de esto.

La Fermi y David se quedaron soñando que se bañaban en billetes como el tío Gilito.


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martes, 29 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (59)

 Capítulo 55.- Don de lenguas 

Mientras tanto, Toribio se recuperaba de su post operatorio. Miró a toda la gente que tenía alrededor de su cama. No conocía a ninguno. Entonces habló:

- Cati...

- ¿Que ha dicho? -dijo Peláez aguzando el oído.

- Llamará a la enfermera -apuntó Miñambres.

- Cati... Catilina magno vir erat, sine re familiare, sine fide, sine spe.

- ¡Arrea! -gritó Miñambres- ¡Ha cantao! Ha dicho una cosa que no se entiende pero que debe ser una declaración. ¡Tu -dijo al cabo primero que estaba fuera ligando con las enfermeras de guardia-, veste a la comisaría y trai al expertu en lenguas raras, o antiguas o lo que sea!

- What a curious! -dijo Wilson comprobando que las constantes vitales eran correctas.

Peláez explicó a los allí reunidos que en Quantico, Virginia, se había dado un caso similar en los años 70, después de una operación parecida. Se trataba de un virus de quirófano conocido como "latinus tremens" y se caracterizaba porque el paciente se comunicaba en latín y, posteriormente, adquiría costumbres muy romanas, como vestir con toga u organizar orgías y bacanales nocturnas. No se sabía muy bien cómo cursaba pero todos los síntomas apuntaban a eso.

- ¿Quousque tandem Miñambres,  abutere  patientia nostra?

Miñambres escuchaba estupefacto.

- ¿Me ha mentao ese desgraciau? ¡Y a ver que ha dichu! Para mí que se está cachondeando de nosotrus.

Mientras Toribio comenzaba a recitar los primeros pasajes de las Catilinarias, Wilson, tras cruzar unas palabras con Peláez, que era con el único que se entendía, dejó claras las instrucciones: nada de genéricos porque son más baratos y sólo curan un rato, y cada 6 horas, administrarle un antiácido y un bocata de mortadela, a poder ser siciliana. Iba a terminar la segunda Catilinaria cuando llegó el filólogo en lenguas muertas del cuerpo de la Guardia Civil.


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lunes, 28 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (58)

 Capítulo 54.- La noche loca 

Pedro quedó con Jaime a la salida del metro. Cuando se vieron se fundieron en un abrazo y le dijo Jaime:

- ¿Estás dispuesto a romper la noche como cuando éramos jóvenes y sin compromiso?

- ¡Vamos a por ellas! –respondió Pedro.

Entraron en el club y enseguida notó ese olor familiar que le traía recuerdos de noches locas de juventud, aunque ahora ya no olía a tabaco. Avanzó unos pasos por el suelo de madera y su vista se posó en ellas. Allí estaban. Eran preciosas. Pedro se acercó a la primera y posó su mano sobre ella para sentir ese contacto que tantas emociones traía a su memoria. La acarició y a continuación, ya dispuesto, la tomó entre sus manos y la lanzó con decisión.

- ¡Vaya, para ser mi primer lanzamiento después de tantos años sin jugar a los bolos no está nada mal! -gritó Pedro entusiasmado al ver como habían caído ocho bolos.

Y así pasaron la noche, Pedro y Jaime, jugando partida tras partida en aquella bolera del Club recreativo del centro comercial, hasta que tuvieron que marcharse porque ya era la hora del cierre. Se despidieron con una renovada sonrisa. Mañana habría que volver a trabajar y ya le diría él unas cuantas cosas a Violeta en cuando la viese.


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domingo, 27 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (57)

 Capítulo 53.- Donde cabe uno, caben dos 

En el cuartelillo de Collado Mediano, también se estaba haciendo tarde. Ya había entrado la noche hacía unas cuantas horas. Violeta y Jacinto dormían apoyados el uno en el otro, espalda con espalda, en el incómodo banco de la sala de espera. Una de esas ocasiones en la que uno no sabe cómo ponerse, ahora con este lado del culo, ahora del otro, ahora estiro las piernas, qué pinchazo en los riñones, ahora se me ha dormido este pie, esto no hay dios que lo aguante, yo me quiero ir a mi casa… mi cama… teléeeefono.

Fue la guardia Manuela la que, a eso de las cuatro, se les acercó sigilosamente para decirles que se podrían ir a casa, hasta esperar el resultado de la operación a tripa o muerte de Toribio y con un tono marcial les gritó: “¡Se me sienten bien, coño!”. Del susto, Jacinto se escurrió del apoyo que tenía en la espalda de Violeta,  cayéndose de bruces contra el  suelo.  De la misma maniobra, Violeta se deslizó para atrás pegándose un buen golpe con el brazo del banco en toda la nuca, quedándose inconsciente, del tipo ese que se te cae la babita por la comisura. Jacinto se incorporó rápidamente al ver, según iba cayendo al suelo, el semejante hostión que se había metido su amante… e intentando despertarla dijo:

- ¿Tita… Tita… estás bien?... Tita… Tita… Pero ¿cómo se le ocurre mi guardia pegar semejante voz? Mire lo que ha conseguido… animal de bellotas.

- A mí no me llame animal de bellotas que le arreo con el envés un guarrazo que le pongo mirando a Cuenca -le respondió Manuela con un tono más bien chulesco.

- Pero si es que no se despierta… Tita… Tita...

Tita estaba out. Total.

- Pero… llamen a una ambulancia… ya mismo… -suplicaba Jacinto.

- Enrique, Quiqueeee, avisa al Hospital Central. Que le llevamos otra sujeta para allá. No esperamos a la ambulancia. Ya la acerco yo. A lío del montepío. ¡Que guerra nos están dando!



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sábado, 26 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (56)

 Capítulo 52.- Una manchega en tierra napolitana 

- Mamá, tenemos que hablar -dijo David cuando llegó a su casa.

La Fermi dejó el pisto que estaba preparando y se secó las manos en el mandil. Vio a su hijo con la cara pálida y los ojos desencajados.

- ¿Qué te pasa, hermoso?- preguntó asustada

- Mamá- dijo David sin andarse por las ramas- ¿El Sr. Canoli es mi padre?

La Fermi se quedó de piedra. ¿Cómo había llegado su hijo a esta conclusión tan absurda? ¿Qué sabía el chico sobre el tema? ¿Por qué salía ahora esta pregunta después de tantos años?

- Ya te dije hace tiempo que tu papá falleció, David -comenzó la Fermi conciliadora.

- Mamá, ¡quiero la verdad! ¡Aquí hay cosas que no cuadran y tú me las tienes que explicar! ¿Por qué tiene Canoli una foto tuya en la cartera? ¿Por qué me trata con esa familiaridad y no me despide aunque soy el peor de todos los repartidores?

La Fermi callaba. Había jurado llevarse su secreto a la tumba, sin embargo había llegado la hora de contarle la verdad sobre Canoli.

            - Mira hijo, las cosas son más simples de lo que parecen -explicó-. ¿Recuerdas cuando me fui a Nápoles a intentar mejorar nuestra vida? ¿Cuando te quedaste en el colegio de Ciudad Real?

- Ajá -dijo el chico en tono seco.

- Andrea Canoli y yo tuvimos una relación que pudo ser muy bonita, pero que acabó mal. Andrea te ha contratado porque me lo debe, porque no hace nada de más haciéndome este favor y porque aunque te montara una pizzería a tu nombre, seguiría estando en deuda conmigo.

David miró a su madre, que pocas veces se alteraba, y observó cómo se le llenaban de lágrimas los ojos. Esta le contó las promesas de Canoli cuando partieron para Italia, cómo al principio todo eran zalamerías y cariños y luego indiferencia y olvido. Le contó cómo tuvo que conocer a toda una familia de primos, primas, hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas, vecinos y vecinas y adaptarse a su modo de vida. Cómo había aprendido a preparar la pasta "al dente", cómo a Canoli le gustaba e incluso se había atrevido con la Tarantella. Todo iba muy bien hasta que un día, así sin más, se enroló en el Sanghaitum y se marchó.

- ¿Cómo que te vas? -dijo Mina, osea, Fermina, que ya había italianizado su nombre para adaptarse a su nueva vida- ¿Y que pasa conmigo? -inquirió atónita.

- Cara, tu estarás aquí con la familia, no va a faltarte nada. Yo te voy a escribir y antes de que lo pienses, estaré de vuelta.

- Eso no es lo que hablamos Andrea -replicó muy seria- yo he dejado mi pueblo, mi hijo y mi melonar para venir contigo. ¡No puedes hacerme esto!

- Ninguna mujer le da órdenes a Andrea Canoli -dijo levantándose de golpe y saliendo de la habitación para no volver. 

Aquella noche, la Fermi lo decidió. Llevaba cerca de dos años en Nápoles y, aparte de estar agobiada con tanta familia, tanto vecino, tanta comida y tanta fiesta, su vida no había ido a mejor. De hecho, este acontecimiento había sido la gota que colmó el vaso. Seguía trabajando tanto o más que antes, no había podido ir a visitar a su hijo porque nunca ahorraban  lo   suficiente   para  hacer  ese  viaje  y,  sobre  todo, Andrea, cada vez estaba más distante y frío. Se rumoreaba que andaba con unas y otras, pero ella no quería creerlo.

Él partió, y ella, como no tenía una lira, se tuvo que poner a trabajar. Primero en el campo, lo que sabía hacer, y después de verdulera en el mercado local. Las cartas que había prometido nunca llegaron. O no le escribió o se perdieron por el camino. A estas alturas, poco le importaba. Le llevó casi tres meses conseguir dinero para el pasaje pero una semana antes que Canoli regresara, ella partió de Nápoles con dirección a Valencia. Cuando él llegó a su casa, curtido por el aire de mar y con un tatuaje nuevo, se encontró una carta encima del aparador, breve y concisa: “Andrea, te dejo. Te has portado como un guarro conmigo. No me busques, no me escribas ni intentes saber nada de mi. Fermina Ruiz-Valdepeñas". Canoli no se lo esperaba. Cayó derrumbado y abatido, lamentándose ahora por algo que ya no tenía remedio.


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viernes, 25 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (55)

 Capítulo 51.- El genitivo sajón. Tu amante bandido 

El guardia primero Peláez, se acercó al Dr. Wilson para que le explicase en cuanto tiempo estaría Toribio lúcido para contestar unas cuantas preguntas.

- How many times, darling?

- My taylor is rich, my mother is in the kitchen –contestó Wilson, a quien le gustaba poner su inglés a la altura de sus contertulios.

- Yesterday, all my troubles seemed so far away -respondió Peláez, mirándole muy fijamente a los ojos.

El doctor Wilson, realmente emocionado solo pudo decirle:

- Yes, we can. I’m lovin’it.

Peláez con los ojos húmedos por la emoción, balbuceó:

- Aserejé ja de je, de jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui an de güididípi.

Y se unieron en un fraternal abrazo, cachete con cachete, pechito con pechito. Después de todo, había sido una gran noche. Todos se fueron a la cama, que hay que descansar, para que mañana, podamos madrugar. 

Pero diez horas antes, Pedro Bareta estaba lanzado a conocer el otro lado de la vida. El divertido.

- Jaime, Jaimito cabroncete, por donde estás. Seguro que estás emborrachando a alguna guiri en la plaza Mayor. Si es que Turismo de Madrid te debería dar una subvención, por mantener arriba el pabellón de latin’s lover de los españoles. Y con ese nombre… a las gabachas las tienes enamoradas. Te falta un acento, pero te sobra vicio.

- Pedrito Bareta, qué honor que me llames… que siempre  tengo  que  estar  llamándote  para  ver si nos tomamos una copa… y siempre estás ocupado… que tío más aburrido eres… cómo has cambiado Pedrito…

- Jaime… quiero que seas el primero en saberlo… voy a cambiar, total… y empiezo ahora mismo. ¿Dónde estás? Voy payá.


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jueves, 24 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (54)

 Capítulo 50.- Un Toribio para Wilson, uno 

(Transcripción de la retransmisión en directo de la intervención quirúrgica realizada a Toribio, según se conserva en los archivos videográficos del Hospital Central, la cual fue retransmitida en directo a numerosos centros sanitarios y facultades de Medicina del país). 

El quirófano es una fiesta y se palpa la gran expectación: 50 estudiantes de Medicina, varios pacientes en pijama y zapatillas y un vendedor de bocadillos, observan tras los cristales. En el quirófano, dos camilleros entran rodando a toda velocidad la cama de Toribio que es recibido con una gran exclamación de “¡Oooohhhh!”. Luce pijama verde manzana y gorrito a juego, con goteros astifinos en ambos brazos. Tres doctores, cuatro residentes de último curso de Medicina, tres enfermeras y una anestesista hacen el pasillo de honor al Dr. Wilson quien entra parsimoniosamente colocándose los guantes. Viste de oro y luces (en la frente para que le alumbre bien la zona quirúrgica) y gorro de fantasía con dibujos de Bugs Bunny. El anestesista comprueba que la perfusión de propofol (ahora hay que usar propofol genérico porque el auténtico, el Diprivan, tuvieron que dejarlo de fabricar ante la contundente bajada de precios de los genéricos). Aunque el propofol genérico no tiene el punto chic que tenía el Diprivan, surte efecto y el paciente ya está listo para que comience la faena.

El Dr. Wilson realiza una incisión a la primera con el bisturí eléctrico que apenas deja caer unas gotas de sangre inmediatamente coaguladas. El graderío prorrumpe en aplausos. Los ayudantes abren bien la zona operatoria y el maestro les da una clase magistral: el esófago está dilatado y contiene jugos gástricos a nivel del esófago medio. El estómago contiene aproximadamente de 50 a 60 cc de un material similar a la masa de las pizzas.  El duodeno  está dilatado  y  lleno  de un material semilíquido amarillo verdoso, sin embargo los receptores estomacales se hallan taponados por una sustancia que extrae hábilmente y sin necesidad de analizarla, la mira y exclama: “esto es mortadela”.

Se escuchan nuevos aplausos en el graderío al que se ha ido incorporando más gente hasta alcanzar un lleno total. Junto al vendedor de bocadillos hay otro que grita “¡patatas fritas, caramelos, chicle americanoooo!”. La enfermera Fernández (que ya ha hecho ojitos con el Dr. Wilson) le seca el sudor y se guarda el pañuelo en la entrepierna.

Wilson prosigue la faena, exponiendo a los presentes que el colon (“Cristóbal” para los amigos) también se halla distendido, con un brazo señalando a la zona sigmoide terminal como indicando “la culpa es de esa”. A pesar de la ausencia de cálculos biliares, Wilson calcula por sí mismo que hay unos 10 cc de bilis marrón amarillenta y muestra al graderío los nódulos linfáticos porta hepáticos de Toribio.

Ante la expectación general realiza varios cortes y confecciona con hilo y aguja un cosido primoroso en las zonas que va reparando. Los doctores que le acompañan siguen su ejemplo sacando del bolsillo sus bobinas de hilo y aguja para imitar los movimientos artísticos de Wilson. La enfermera Fernández tiene doloridos los codos de tanto clavárselos en el estómago a todos los que osan acercarse al maestro ya que ella quiere mantener su posición en primera fila.

Finalmente, y tras más de dos horas de intervención, con varios bises, el Dr. Wilson se sacude las manos y dice “That’s all folks” que quiere decir: “la intervención ha sido un éxito y es posible que el paciente se salve, aunque de momento está en coma inducido. Gracias a todos y hasta luego Lucas”.

Todos se quedan mirando unos a otros tratando de averiguar quién es Lucas, porque no han comprendido el sentido del humor de Wilson; no obstante, cuando este se retira, todo el graderío se pone en pie, se escuchan olés y vítores y hasta alguna lágrima emocionada resbala por los lagrimales que la enfermera Fernández, instintivamente, se enjuga con el pañuelo del sudor de Wilson que se había  guardado  de  recuerdo.



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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (53)

 Capítulo 49.- Escatológicamente hablando 

Pedro se estaba aguantando las ganas. Respirando profundamente.

- Vale, Tati… tú como siempre… tan aguda –“por no decir hijaputa”, pensó- ¿Tú por un casual no sabrás dónde están mis hijos?

- Pues claro que lo sé, bobo. Están aquí con su tita Tati. ¿Dónde van a estar mejor? Contigo desde luego que no, que para una vez que te los deja encargados Tita… la que has podido liar. Lelo.

- Bueno, no se que te habrá contado mi mujercita ni donde se habrá metido, pero ahora voy para tu casa,  te los recojo, me los llevó a Madrid, te agradezco el favor y hasta luego cocodrilo -dijo Pedro intentando no poner retintín en la voz para no encabronar a Tati, pero fue imposible.

- Vas de cráneo, monín -contestó Tati con un tono de voz tipo Carmen de Mairena-. Tita me ha dicho que me los quede. Que cuando resuelva lo del cuartelillo, que va a ser en nada, viene y se queda a dormir aquí, que…

- ¿Cuartelillo? -la cortó Pedro- ¿Que mi mujer está sola en el cuartelillo y no me ha dicho nada? Pero… pero…

- Sola no está, Pedrito. Está con Jacinto. Supongo que prefirió llamar a Jacinto. Más hombre. De largo…-dijo ella, hurgando en la herida...

- ¿Pero por qué esta allí? ¿Y con Jacinto? –“¿Será por lo del incendio?”, pensó automáticamente Pedro. Pero de repente le salió una vena, igualita a la que se le estaba hinchando en el cuello y que estaba al borde de estallar- Pues sabes que te digo, bollera de mierda: que os den a todos. Me las piro. Y si mis hijos quieren saber de mí, ya saben mi número de móvil. Bien que lo utilizan cuando quieren… especialmente para pedir dinero. Hala, a mamarla a Parla.

Y colgó. Y respiró. Y se tiró un impresionante cuesco que era como si de repente se hubieran abierto las puertas de Jericó; las de su libertad. Salió del coche, porque el ambiente se había vuelto irrespirable (literalmente), y decidió llamar a su único amigo de verdad, Jaime. Sería el primero en saber que su vida iba a cambiar. Desde ya. ¡Que cojones! ¡A la mierda! Como decía Fernán Gómez. Sí …¡a la mierda! porque gracias a la mierda vivían todos ellos como príncipes… y así se lo pagaban. “Guia. La J. Jacinto. Te vas a enterar, tonto de los huevos. Jacobo. Jacqueline (mi secre, tiene un polvo), Jairo, Javier, Jazmín (la canguro, dos polvos), Jaime. Ea. Llamar”.

 

Piticlín, piticlín, piticlín, piticlín...



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martes, 22 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (52)

 Capítulo 48.- Dr. Wilson, Dr. Wilson… 

La investigación que se estaba llevando a cabo en el cuartel de la Guardia Civil había llegado a un punto muerto, justo cuando se supo que el muerto no era tal, sino que aún vivía, aunque estaba en estado crítico y no podía hablar.

- No la poemos acusar dasesinato, poque entavia no laspichao -se oía decir al sargento chusquero Bermúdez.

- Pus podemus matarlu y asuntu arreglau -replicaba el cabo primero pelota, Garrunchi.

- No seáis brutos –les interrumpió el sargento Miñambres- algo se le habrá ocurridu a Peláez.

La máxima lumbrera policial, el guardia primera José Peláez, alias el Tarta (porque era tartamudo), tenía, efectivamente, una sugerencia: traer al Dr. Robert Wilson (Estados Unidos), máxima autoridad en cirugía gastrointestinal, para que intentase salvar la vida de Toribio y que este pudiese hablar. Así lo hicieron y, aprovechando que Wilson estaba en Madrid para asistir a un congreso, fueron a buscarlo de inmediato el sargento Miñambres, el guardia primero José Peláez y un chófer.

- Pa pa, pa pa... -comenzó a decir Peláez.

- ¡Qué yo no soy su padre, Peláez! -gritó Miñambres.

- Di digo que me me deje ha hablar con él pa pa para explicarle todo.

- Pues no sé cómo le va a entender si tartamudea tantu -aseveró Miñambres.

Sin embargo, misterios de la vida, Peláez no tartamudeaba cuando hablaba en inglés, y además era él único que sabía inglés en todo  el  cuartel.  Los  demás,  lo  único  que sabían era rascarse las ingles.

 

Una vez interceptaron al Dr. Wilson en el hotel donde se hospedaba y, tras un rápido saludo, lo introdujeron directamente en el coche policial, y por el camino le fueron explicando las cosas, Peláez en inglés y Miñambres utilizando el diccionario internacional de manos y brazos (auténtico diccionario multilingüe de los españoles). Según iban camino del hospital, Peláez le explicó la situación y nada más llegar, el equipo médico habitual le había montado una reunión (incluidos diversos canapés de tortilla de patatas, choricitos, aceitunas, etc. junto a unas copitas de vino de Rioja) para analizar la maltrecha situación del esófago y estómago de Toribio. Wilson les preguntó por el análisis toxicológico y volviéndose al auditorio, dijo en tono solemne: “It’s time to work” (que significa algo así como “la tortilla y el tintorro están muy buenos, tanto como la enfermera Fernández, pero es hora de que empecemos a trabajar y cuanto antes mejor”, lo que demuestra que la medicina norteamericana no tiene tanta riqueza de vocabulario como la española, que cuando besa es que besa de verdad).



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lunes, 21 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (51)

 Capítulo 47.- Por 50 pesetas... nombres que empiezan por... 

Jacinto también era el protagonista de los pensamientos de Pedro Bareta. Era su íntimo enemigo. Una mosca cojonera en su mente. Y eso que Pedro no sabía que se la estaba pegando con su mujer, que si no, se iba a montar una buena. Claro que para buena monta la que él hacía con Tita cuando eran novios. “¡Ay, qué tiempos!” suspiraba para sus adentros Pedro, arrancando su monovolumen en dirección a… a… “¿A dónde voy? ¿Dónde estarán los niños? Tita no me coge el teléfono; pasa de mí totalmente. ¿Sabrá lo del incendio del chalet? Buena se va a poner. Porque mira que le gusta este sitio. Claro, tiene cerca a su amiguita Tati, a sus compinches del coro rociero, que estoy seguro que lo de los ensayos son una tapadera para irse al bingo “La Bola Loca” de Cercedilla y ponerse bien de Marie Brizard. Además a ella le cae bien Jacinto. No lo comprendo. De hecho fue ella la que me contó que había justo un chalet en venta al lado del que tenía mi jefe, que eso me iba a beneficiar en mi trabajo. “Tener como amigo a tu jefe solo puede reportarte beneficios. Anda tonto, hazme caso. Vamos a verlo. Verás cómo te gusta el sitio. En la Urbanización El Chaparral. El descanso de los triunfadores. Con vistas a la Cruz de los Caídos. Una inversión de futuro. Ya verás”, le repetía machaconamente. “¡Ja! Pero ¿dónde estarán los niños? Tati… Tati lo tiene que saber. ¿Donde está el puto móvil? Tan pequeño… tan pequeño… coño que se pierde… ahhh aquí esta. Guía. La T. Tadeo, Tancredo, Tarsicio, Tata, Tate, Tati. Aquí está. Llamar”.

Piticlín, piticlín, piticlín, piticlín...

- Diga... contestó Tati con esa voz que parecía Luis Aragonés.

- Hola Tati, soy Pedro, el marido de Violeta.

- Hombre, pocopito, ya era hora de que dieras señales de vida. ¿Qué, has estado  poniendo  un  enema a domicilio? Como es tu negocio...

Pedro pensó: “Pero que mal follá está esta mujer”, aunque se aguantó las ganas de decírselo.



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domingo, 20 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (50)

 Capítulo 46.- Sin escapatoria 

Pero cuál no sería su sorpresa cuando -estando ya en plena travesía con el Vesubio- comprobó que ese barco también se dirigía a Shangai y llevaba más melones procedentes de la extraña plantación de Tomelloso, del terrateniente D. Jacinto Monteperales y su hijo Jacinto Monteperales Jr. Estaba condenado a trabajar siempre para los mismos amos y a estos, mientras él ayudase en las transacciones y en entretener a los chinos y a los aduaneros de los diferentes países para que no fisgasen demasiado, era suficiente. En su mente estaba conseguir una buena cantidad de dinero que le permitiera montar su propio negocio, una pizzería, y para ello necesitaba hacer méritos ante sus jefes. 

La Fermi, mientras tanto, vivía en Madrid de las rentas de sus melonares y de su trabajo como sirvienta. Con el padre de su hijo, Jacinto Monteperales o Jacintillo (era casi de la misma edad) ya había desaparecido aquella complicidad de años atrás cuando se veían en el pueblo y él jugaba  a deshacerle los lazos de su vestido, entonces ella le perseguía y al final acaban abrazados... hasta que un día ese abrazó fue un poco más lejos. Pero Jacintillo no quería saber nada de compromisos y mucho menos con clases bajas, y además era muy voluble y tan pronto hubo catado el melón pensó que era tiempo de cambiar de menú.


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sábado, 19 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (49)

 Capítulo 45.- Ron, ron, la botella de ron 

La primera travesía que Andrea hizo en el carguero Shanghaitum fue una pesadilla. Él amaba el mar, pero para verlo no para ir dando botes dentro del O.F.N.I (Objeto Flotante No Identificado) que era ese barco. Además, le fueron encargadas las tareas más ingratas: dar de comer a los rottweiler del capitán que, del encabronamiento que tenían de estar siempre encerrados, solo pensaban en cómo zampárselo; ponerse en plena marejada en la proa con los brazos abiertos a hacer lo que después haría Di Caprio en "Titanic", porque al contramaestre le ponía tierno; engrasar las válvulas del motor cantando a lo Sara Montiel en "Los últimos de Filipinas", porque al jefe de máquinas, que era de Campos de Montiel le ponía "burro"; pelar en la cocina todas las patatas con la forma de la Catedral de Milán, porque el jefe de cocina estaba pensando atizarle con ella a algún primer ministro en el futuro... En definitiva, un auténtico rosario de excentricidades de las que sólo pudo librarse al simular que había cogido la sarna durante una parada en  Orán  (Argelia),  con  lo que consiguió que le dejasen abandonado a su suerte en Alejandría, donde hizo amistad con un tratante de alfombras persas al que le robó un mono tití en venganza por no pagarle la comisión en la venta de unos pastilleros que logró colocarles a unos turistas alemanes. Después pudo enrolarse en el barco de mercancías "Vesubio", donde eran todos más normales. Sólo tenían que, cuando los marineros bebían más ron de la cuenta, les daba por recitar a Dante de atrás para adelante.


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

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viernes, 18 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (48)

 Capítulo 44.- Don Peridone no perdona 

David no volvió a ver a Andrea hasta muchos años más tarde cuando entró a trabajar en la pizzería y nunca tuvo muy claro qué tipo de relación hubo con su madre, si es que existió alguna relación.

Andrea y la Fermi viajaron hasta Nápoles y allí se alojaron en una casa cerca del puerto. Ella se quedaba al cargo de la pequeña casa y él se iba a trabajar al puerto, así durante mucho tiempo sin nada digno de reseñar. Aunque se lo había explicado, la Fermi aún no entendía en que consistía el trabajo de Andrea.  Un día le sorprendió que llegase a casa con un melón... de madera. “¡Qué regalo tan bonito, se parece a los melones de mi melonar!” pensó la Fermi, quien lo cogió con esmero y lo colocó encima de la tele sobre un pañito de encaje de bolillos de Almagro.

Cuando llegó esa noche Andrea empezó a rebuscar. La Fermi le preguntó que qué buscaba y él dijo que un melón de madera que había llevado a mediodía. La Fermi, toda orgullosa le señaló la televisión. Andrea quedó horrorizado y fue corriendo a por él, sin tener ninguna consideración ni por el pañito ni por el esmero con que lo había colocado la Fermi, quien lo había frotado todo bien con lejía y después le había dado una capa de cera Alex para que quedara más reluciente. Por culpa de la precipitación y la capa de cera que le había dado, se cayó el melón al suelo y... se cató, o sea, que se partió y salieron de su interior unos polvos blancos. “¡Mierda! ¡Se ha roto y todo el etirimol está por el suelo!” gritó Andrea.

Se  hizo  un  silencio  y  una  sombra  se  proyectó por la puerta. Andrea miró y quedó petrificado. Era Don Peridone, el máximo capo de aquella zona napolitana. Todos quedaron en silencio y con voz muy suave, Don Peridone susurró: “Andrea, ya veo cómo cuidas nuestro material. Te vas a pasar una larga temporada en el carguero Shanghaitum que parte esta noche”.

Andrea ni siquiera recogió sus cosas. Simplemente, cabizbajo, caminó como un espectro y su sombra, cual espectro, le siguió. Allí acabó la aventura napolitana de la Fermi que tuvo que volver en el primer barco mercante que salía hacia Valencia y de allí a Ciudad Real a recoger a su hijo. Después, con el dinero extra que seguía produciendo su melonar gracias a unas cosechas que no cataba nadie, se instalaría en Madrid con su hijo.


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jueves, 17 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (47)

 Capítulo 43.- Patadón 2 – Tiqui taca 1 

El  terreno  de  juego  estaba  mejor  que  nunca,  habían pasado el rastrillo y rellenado los hoyos con arenilla. En las cuatro esquinas del campo habían brotado unos cardos borriqueros que se clavaban en las pantorrillas de los intrépidos lanzadores de corner. Las líneas del campo las habían repasado –como un partido de esta categoría exigía- con tiza aprovechada tras machacar todos los trocitos pequeños de las que ya quedaban inservibles para seguir escribiendo en la pizarra. El graderío, un banco de piedra (“poyo” lo llaman en La Mancha) estaba repleto; se calcula que habría en él más de cinco personas. El árbitro era un cura con sotana que con aire marcial tocó el pito (el silbato, quiero decir) y comenzó el partido.

Los chicos de La Salle dominaban el juego realizando todo tipo de florituras que sólo terminaban cuando un empujón, zancadilla o patadón contrario se empotraba contra ellos. Sin embargo, los pijos de La Salle estaban más pendientes de que no se ensuciase de polvo su uniforme que de otra cosa, tanto es así que en un despeje del central del Caridad, desde el centro del campo, el balón llegó hasta la portería contraria en una vaselina perfecta logrando así el primer gol, ante la sorpresa del arquero de La Salle que, en aquél momento se estaba peinando.

El árbitro los miró como diciendo “venga, que hay que estar más atentos” y se arremangó la saya, dándoles la pista para que La Salle también se arremangase y metiese en faena. Fueron así poniendo cerco a los de Caridad que se defendían como gato panza arriba y si no les metieron un gol fue precisamente porque los de La Salle eran incapaces de hacer nada sin recrearse en lo que hacían y así siempre daban tiempo a que abortasen el remate final. Sin embargo, Enrique Javier Francisco, su medio volante ofensivo, hizo una rabona y tras dos bicicletas y un sombrero, antes de dejar caer el balón realizó una chilena que –aunque no impactó de lleno en el balón fue lo suficiente para que el balón se dirigiese llorando hasta la línea de gol y finalmente ¡tui! ¡tui! besó la malla.

El segundo tiempo fue más de lo mismo y ya estaban pensando en la prórroga cuando David aprovechó que un defensa contrario estaba llorando porque se había desollao una rodilla  y  sin  pensárselo  dos  veces  pegó  un  trallazo  que  sin contemplaciones se estrelló en el larguero traspasando a continuación la línea de gol y dando la victoria y la gloria final al Atlético Caridad. El patadón y tentetieso habían derrotado al tiqui taca.


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miércoles, 16 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (46)

 Capítulo 42.- Insomnio de gloria 

David salió adelante. Podría haber sido un chico conflictivo. Tendría excusa. Pero no. Nunca fue un buen estudiante, pero jugando al fútbol era el chico más popular del internado. Todavía se recuerda en toda Ciudad Real la final del Torneo de Juveniles de Nuestra Señora del Prado en el año 2001, durante las fiestas de la patrona del mismo nombre. Atlético Caridad contra el Real La Salle. Un duelo a cara de perro. Rivales desde siempre. Colegio de monjas pobres contra colegio de curas rico.

A priori la balanza estaba decantada para el lado de La Salle: entrenador de postín, instalaciones de lujo, botas con todos sus tacos, uniformes de marca.

El Atlético Caridad tenía como entrenadora a Sor Patrocinio, sorda casi total, que pegaba unas voces incomprensibles por nadie que no fuera un indio tabajara, poblado donde estuvo de misionera durante más de 20 años. Las botas que llevaban eran unas zapatillas marca "La Tórtola" de partidas defectuosas que les enviaba el fabricante de las mismas, antiguo alumno. Los uniformes los había confeccionado Sor Primorosa, que con más amor que conocimiento, los hizo con los restos del antiguo telón del salón de actos y producían al roce unas ronchas que daban miedo. Pero las ganas de sobarle el morro a los señoritos del "La Salle" eran tales que la noche anterior al partido nadie pegó ojo en el internado.


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martes, 15 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (45)

Capítulo 41.- Nápoli, la terra promessa 

Poco a poco la Fermi y Andrea fueron intimando, primero poco, luego más. A Andrea le gustaban sus melones -los de comer y los otros- y su campechanería. Le recordaba a las mozas de su tierra, Nápoles, hermosas, ordinarias y laboriosas. A la Melones no le volvía loca el Italiano -como le llamaban en el pueblo, a él y a otros cinco que habían llegado a trabajar- pero tenía su punto exótico y sobre todo, estaba dispuesta a olvidar a toda costa a Jacinto.

Desde aquella tarde en la era y su posterior partida a USA, Jacinto no había vuelto a mirarla. Estaba claro que no le interesaba lo más mínimo. Una vez regresó de Estados Unidos, solía acudir al pueblo en ocasiones, acompañado de señoritas de caros bolsos y caros zapatos que venían a pasar fines de semana al pueblo, cama y desayuno incluidos. Sus constantes faltas de atención y desprecio se le clavaban a la Fermi en el corazón, pero callaba y aguantaba. Había sido una estúpida pensando que aquel ”señorito” se podía enamorar de una chica como ella.

Por eso, cuando Andrea comenzó a invitarla a salir, se resistió al principio, pero luego se dejó querer. La única vez que Jacintillo  le  dirigió la palabra  fue en una feria del pueblo de al lado para decirle con voz borracha. "Fermi, ¿que tal está tu muchacho? Mira que quedarte preñada mujer... ¡Con la de inventos que hay ahora!". Ella notó como la rabia se le acumulaba de golpe y se le ponía colorada hasta la raíz del pelo. Pero se mordió la lengua hasta hacerse sangre y lo único que logró balbucir fue algo así como "si dos no quieren uno no puede"... Y se alejó antes de echarse a llorar.

Andrea la trataba como una dama. Ella sabía que no lo era, pero le daba igual. Él le propuso matrimonio a los pocos meses de salir juntos, pero ella estaba reticente. No se decidía. "Vente conmigo a Nápoli", le dijo una tarde. Ella no supo qué decir... Andrea estaba hartándose de ese calor tan seco, del vino de Valdepeñas -un matarratas, solía decir- y de comidas como el pisto, el asadillo o el tumbalobos. Echaba de menos la pasta y la brisa del mar. Echaba de menos el lambrusco y las fiestas en el pueblo que terminaban con una Tarantella.

- ¿Y el niño? –preguntó ella.

- David puede quedar interno en un colegio de monjas muy bueno que hay en Ciudad Real, lo vendrías a ver en Navidad y en verano. Podría pasar las vacaciones con nosotros.

Andrea le había hablado mucho de Nápoles, de sus gentes, de su comida, de sus fiestas... A la Fermi le sonaba a tierra prometida. De repente lo vio claro. Ese hombre le estaba ofreciendo una oportunidad para cambiar su vida. Atrás quedarían los Monteperales, el melonar y su pasado.... David iba a cumplir ocho años, ya iba siendo mayor y seguro que lo entendería... A fin de cuentas iba a buscar un futuro mejor para los dos, se decía. Lo del internado sería algo temporal. Vendría a por él muy pronto, no quería que se separaran por mucho tiempo.

En un par se semanas, la pareja partió desde Valencia rumbo a Nápoles y un niño de ocho años se quedó desolado en el colegio de las Hermanas de la Caridad, agarrado a los barrotes de la verja toda la tarde, esperando que en cualquier momento regresaran a por él... Pero nadie volvió, y David se quedó dormido de tanto llorar. Cuando la Hermana Irene vino a

recogerle, David se le agarró al cuello llorando de nuevo... hasta que le convencieron de que al día siguiente su madre le llamaría. Solo así consiguieron acostarle.



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lunes, 14 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (44)

Capítulo 40.- Ese acento italiano
 
La Fermi llevaba ya muchos años trabajando como interna en casa de aquella familia de conocidos de conocidos de otros conocidos... con lo cual nadie se conocía. Los “señores” habían sido muy generosos con ella aceptando su embarazo de madre soltera y dejándole que cuidara al pequeño en su cuarto, el peor de la casa, aunque para ella era casi como un palacio. Pero criar un hijo cuesta mucho dinero...
Sin embargo, hace ya muchos años, Jacinto Monteperales –que la encontró un buen día cuando ambos coincidieron en el pueblo- le había hecho una propuesta a la que no se pudo negar:
- Déjame tus melones -le dijo, refiriéndose al melonar que el Chepa, el abuelo de la Fermi le había dejado en herencia a esta.
- Pero es que yo no quiero venderlo, porque lo tengo arrendado y me da un dinero que me vendrá muy bien para criar a mi hijo -respondió ella.
- No, Fermi –replicó él- yo no quiero tu melonar por más que esté incrustado en una esquina de mis tierras (las que había heredado de su tío el Arrugao)- yo lo que quiero son tus melones.
- Pero señorito, cómo dice esas cosas -dijo ella casi ruborizándose.
- Ejem –carraspeó Jacinto- lo que yo quiero es que me dejes probar un nuevo fungicida en tus melones. Lógicamente yo me quedaré con toda la cosecha y te la pagaré cuatro veces su valor.
- ¿Tanto? -exclamó la Fermi.
- Sí, por supuesto, pero eso sí, te recomiendo que no comas ni uno solo de esos melones.
Y así fue como la Fermi consiguió todos los años un dinero extra para criar y mantener a su hijo y así fue como poco después conoció a Andrea Canoli.
Primero llegaron unos empleados con monos naranja y unas letras escritas en chino aunque debajo podía leerse “Control de plagas”. Luego ella firmó algo que decía que iban a quitar el "odio" a los melones (en realidad se referían al "oidio", pero la Fermi no era muy ducha en estas cuestiones). Y después empezaron a llegar unos camiones cerrados herméticamente en los que guardaban la cosecha unos trabajadores uniformados también de color naranja, con mascarillas y guantes. Junto a ellos estaba un joven apuesto, Andrea Canoli, que comenzó a hablarle con acento italiano y eso era mucho más de lo que una moza manchega de buen ver podía soportar.


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domingo, 13 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (43)

Capítulo 39.- Más se perdió en Cuba
 
Mientras sucedía esta alocada sucesión de acontecimientos, Pía y Edu, los vástagos de Pedro y Violeta, habían  sido  recogidos en el cuartelillo por Tati, la mejor amiga de Violeta, que la llamó para pedirle el favor de acogerlos mientras se aclaraba la situación. Tati era la única persona que estaba al tanto de las "guarreridas españolas" que hacía Tita con Jacinto.
 
El verdadero nombre de Tati era Aniceta, como se llamaban todas los/las primogénitos/as del apellido Tirabeque en honor a Aniceto Tirabeque, el cabo del esquilmado ejército español en La Habana (Cuba) que hundió, sin querer, el acorazado de Estados Unidos “Maine”, en los conflictos que se produjeron en 1898. Por este motivo o excusa, los USA y España entraron en guerra directa por primera y única vez. Nos fue mal. Quedamos subcampeones.
Realmente lo que ocurrió es que, por esa manía que tenía de llevar el puro encendido mientras lo hacía todo, se le cayó una ceniza en ascua sobre el dedo gordo del pie derecho, soltando la mina flotante que llevaba para el polvorín en el espigón del puerto. Tuvo suerte y la marea la llevó a la bocana del puerto donde impactó aleatoriamente con el acorazado yanqui.
En un primer momento fue directo a las mazmorras de la guarnición, pero cuando el azar hizo su trabajo con el “Maine”, fue liberado y homenajeado como un héroe. Este suceso no llegó nunca a conocerse públicamente y permanece en el "silencio de la historia oficial". De hecho usted, lector/a, jamás deberá contarlo. Nadie le creerá. No me extraña.
 
Volviendo a Tati, como el diminutivo natural de Aniceta era Teta, ya desde pequeña optó por Tati. Pobre de aquél que se le ocurriese bromear con la primera alternativa. Conocía a Tita desde que estudiaron juntas 10 años en el internado del Colegio de las Hermanas Irlandesas de la Misericordia, en Sigüenza (Guadalajara). Tati era lesbiana, lo sabía desde que tenía uso de razón. Las monjas también lo sabían y no fueron misericordes con ella. Tati y Tita. Tita y Tati. Tanto monta monta tanto. ¡Vaya dos patas para un banco!


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