sábado, 26 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (56)

 Capítulo 52.- Una manchega en tierra napolitana 

- Mamá, tenemos que hablar -dijo David cuando llegó a su casa.

La Fermi dejó el pisto que estaba preparando y se secó las manos en el mandil. Vio a su hijo con la cara pálida y los ojos desencajados.

- ¿Qué te pasa, hermoso?- preguntó asustada

- Mamá- dijo David sin andarse por las ramas- ¿El Sr. Canoli es mi padre?

La Fermi se quedó de piedra. ¿Cómo había llegado su hijo a esta conclusión tan absurda? ¿Qué sabía el chico sobre el tema? ¿Por qué salía ahora esta pregunta después de tantos años?

- Ya te dije hace tiempo que tu papá falleció, David -comenzó la Fermi conciliadora.

- Mamá, ¡quiero la verdad! ¡Aquí hay cosas que no cuadran y tú me las tienes que explicar! ¿Por qué tiene Canoli una foto tuya en la cartera? ¿Por qué me trata con esa familiaridad y no me despide aunque soy el peor de todos los repartidores?

La Fermi callaba. Había jurado llevarse su secreto a la tumba, sin embargo había llegado la hora de contarle la verdad sobre Canoli.

            - Mira hijo, las cosas son más simples de lo que parecen -explicó-. ¿Recuerdas cuando me fui a Nápoles a intentar mejorar nuestra vida? ¿Cuando te quedaste en el colegio de Ciudad Real?

- Ajá -dijo el chico en tono seco.

- Andrea Canoli y yo tuvimos una relación que pudo ser muy bonita, pero que acabó mal. Andrea te ha contratado porque me lo debe, porque no hace nada de más haciéndome este favor y porque aunque te montara una pizzería a tu nombre, seguiría estando en deuda conmigo.

David miró a su madre, que pocas veces se alteraba, y observó cómo se le llenaban de lágrimas los ojos. Esta le contó las promesas de Canoli cuando partieron para Italia, cómo al principio todo eran zalamerías y cariños y luego indiferencia y olvido. Le contó cómo tuvo que conocer a toda una familia de primos, primas, hermanos, hermanas, sobrinos y sobrinas, vecinos y vecinas y adaptarse a su modo de vida. Cómo había aprendido a preparar la pasta "al dente", cómo a Canoli le gustaba e incluso se había atrevido con la Tarantella. Todo iba muy bien hasta que un día, así sin más, se enroló en el Sanghaitum y se marchó.

- ¿Cómo que te vas? -dijo Mina, osea, Fermina, que ya había italianizado su nombre para adaptarse a su nueva vida- ¿Y que pasa conmigo? -inquirió atónita.

- Cara, tu estarás aquí con la familia, no va a faltarte nada. Yo te voy a escribir y antes de que lo pienses, estaré de vuelta.

- Eso no es lo que hablamos Andrea -replicó muy seria- yo he dejado mi pueblo, mi hijo y mi melonar para venir contigo. ¡No puedes hacerme esto!

- Ninguna mujer le da órdenes a Andrea Canoli -dijo levantándose de golpe y saliendo de la habitación para no volver. 

Aquella noche, la Fermi lo decidió. Llevaba cerca de dos años en Nápoles y, aparte de estar agobiada con tanta familia, tanto vecino, tanta comida y tanta fiesta, su vida no había ido a mejor. De hecho, este acontecimiento había sido la gota que colmó el vaso. Seguía trabajando tanto o más que antes, no había podido ir a visitar a su hijo porque nunca ahorraban  lo   suficiente   para  hacer  ese  viaje  y,  sobre  todo, Andrea, cada vez estaba más distante y frío. Se rumoreaba que andaba con unas y otras, pero ella no quería creerlo.

Él partió, y ella, como no tenía una lira, se tuvo que poner a trabajar. Primero en el campo, lo que sabía hacer, y después de verdulera en el mercado local. Las cartas que había prometido nunca llegaron. O no le escribió o se perdieron por el camino. A estas alturas, poco le importaba. Le llevó casi tres meses conseguir dinero para el pasaje pero una semana antes que Canoli regresara, ella partió de Nápoles con dirección a Valencia. Cuando él llegó a su casa, curtido por el aire de mar y con un tatuaje nuevo, se encontró una carta encima del aparador, breve y concisa: “Andrea, te dejo. Te has portado como un guarro conmigo. No me busques, no me escribas ni intentes saber nada de mi. Fermina Ruiz-Valdepeñas". Canoli no se lo esperaba. Cayó derrumbado y abatido, lamentándose ahora por algo que ya no tenía remedio.


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo


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