Capítulo 44.- Don Peridone no perdona
David
no volvió a ver a Andrea hasta muchos años más tarde cuando entró a trabajar en
la pizzería y nunca tuvo muy claro qué tipo de relación hubo con su madre, si
es que existió alguna relación.
Andrea
y la Fermi viajaron hasta Nápoles y allí se alojaron en una casa cerca del
puerto. Ella se quedaba al cargo de la pequeña casa y él se iba a trabajar al
puerto, así durante mucho tiempo sin nada digno de reseñar. Aunque se lo había
explicado, la Fermi aún no entendía en que consistía el trabajo de Andrea. Un día le sorprendió que llegase a casa con
un melón... de madera. “¡Qué regalo tan bonito, se parece a los melones de mi
melonar!” pensó la Fermi, quien lo cogió con esmero y lo colocó encima de la
tele sobre un pañito de encaje de bolillos de Almagro.
Cuando
llegó esa noche Andrea empezó a rebuscar. La Fermi le preguntó que qué buscaba
y él dijo que un melón de madera que había llevado a mediodía. La Fermi, toda
orgullosa le señaló la televisión. Andrea quedó horrorizado y fue corriendo a
por él, sin tener ninguna consideración ni por el pañito ni por el esmero con
que lo había colocado la Fermi, quien lo había frotado todo bien con lejía y
después le había dado una capa de cera Alex para que quedara más reluciente.
Por culpa de la precipitación y la capa de cera que le había dado, se cayó el
melón al suelo y... se cató, o sea, que se partió y salieron de su interior
unos polvos blancos. “¡Mierda! ¡Se ha roto y todo el etirimol está por el
suelo!” gritó Andrea.
Se hizo
un silencio y
una sombra se
proyectó por la puerta. Andrea miró y quedó petrificado. Era Don
Peridone, el máximo capo de aquella zona napolitana. Todos quedaron en silencio
y con voz muy suave, Don Peridone susurró: “Andrea, ya veo cómo cuidas nuestro
material. Te vas a pasar una larga temporada en el carguero Shanghaitum que
parte esta noche”.
Andrea
ni siquiera recogió sus cosas. Simplemente, cabizbajo, caminó como un espectro
y su sombra, cual espectro, le siguió. Allí acabó la aventura napolitana de la
Fermi que tuvo que volver en el primer barco mercante que salía hacia Valencia
y de allí a Ciudad Real a recoger a su hijo. Después, con el dinero extra que
seguía produciendo su melonar gracias a unas cosechas que no cataba nadie, se
instalaría en Madrid con su hijo.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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