martes, 31 de enero de 2017

¿A que no sabes qué es un edredón?

Te apuesto lo que quieras a que no sabes qué es un “edredón”. Sin duda responderás que es “una pieza de tela acolchada rellena de plumas de ave, fibra sintética u otro material, que se utiliza para estar calentitos cuando nos acostamos”. Pues sí, eso es un edredón, y posiblemente sepas que los que más abrigan no son los de fibras sintéticas ni los de plumas de aves, sino los de plumón. Y... ¿son iguales todos los plumones? La respuesta es: No. Así que aquí viene la historia que desconocías.

La palabra “edredón” deriva de “eider down”. Si sabes inglés, traducirás “down” como “bajo”, “abajo”, o incluso como “deprimido” o como “derribar”. Pero también tiene otra acepción: “plumón”. ¿Y cuál es la traducción de “eider”? Pues ninguna, porque “eider” es el nombre de un género de aves de la familia de las anátidas. Bueno, ya vamos por buen camino: edredón proviene del plumón de los eider.

Pero ahora viene lo más interesante. Los eider hacen sus nidos en zonas del norte de Europa donde no suelen tener muchos enemigos, por lo que no buscan acantilados ni zonas inaccesibles, sino terrenos llanos al alcance de cualquiera, y esos “cualquiera” son los “cazadores” o más bien deberíamos llamarlos “recolectores” de eider. ¿Qué hacen estos?

Cuando la hembra de eider prepara su nido para poner los huevos y sacar adelante su prole, se arranca con el pico el plumón que tiene debajo de sus plumas, y ese plumón es de una calidad calorífica excepcional. Pero por allí andan los “recolectores” de eider, que localizan los nidos y se llevan el plumón. La hembra contrariada, vuelve a quitarse más plumón para recomponer el nido. Y poco después, el recolector pasa de nuevo por el nido y se lleva el plumón. ¡Pobre hembra! ¡Ya no le queda más plumón! Busca y busca con su pico y ya no le queda plumón. ¿Cómo abrigará a sus hijos? Entonces llega el macho al rescate y se ofrece generosamente para rellenar el nido con su plumón. Al igual que hizo antes la hembra, también el macho se arranca con cuidado el plumón que tiene debajo de las plumas y lo va colocando en el nido. ¡Por fin está otra vez el nido relleno de plumón! Pero ¿vendrá otra vez el recolector? Pues sí, seguramente pasará por ahí, y se dará cuenta que ese plumón no es de hembra sino de macho y que su calidad es inferior, así que lo dejará tal cual, sin tocarlo. La hembra pondrá sus huevos a los que dará calor el plumón del macho, mientras que el plumón de la hembra transmitirá su confortable calor a los humanos que se hayan comprado un auténtico edredón, un edredón relleno de “eider down”, es decir, de plumón de hembra de eider.

lunes, 30 de enero de 2017

¿Sabías que en Mercurio hay hielo?

A pesar de lo cerca que está del Sol y de su elevada temperatura, el grado de inclinación de su eje (prácticamente 0º) hace que el fondo de muchos cráteres en sus polos no vea nunca la luz del Sol y en algunos de ellos hay grandes cantidades de hielo de cometas que en su día se estrellaron allí. 
Si a pleno sol hay en Mercurio 427º C, en la sombra permanente de esos cráteres hay –173º C. Suficiente para conservar bien el hielo sin necesidad de frigorífico.

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domingo, 29 de enero de 2017

El atraco perfecto

¿Alguna vez habéis planeado un atraco? No me refiero a robar algo, sino a desarrollar un detallado plan antes de efectuar el robo. Y... ¿lo habéis llevado a cabo con éxito? Pues yo sí, y además a la corta edad de 14 años. Así sucedieron los hechos...

Estaba estudiando en el colegio de las Escuelas Pías de San Fernando, en la calle Donoso Cortés, de Madrid. La disciplina era estricta y aquél año los curas habían ideado un sistema de motivación para los alumnos: los vales quita castigos. Teniendo en cuenta que cada dos por tres te caía algún castigo, no estaba de más conseguir esos mágicos vales que además resultaban muy atractivos visualmente. Los había de diversos colores, según fuese el motivo por el cual te hacías merecedor de ellos. Rojos por cada sobresaliente, morados por cada notable, y verdes por buena conducta. Pues sí, todo aquello estaba muy bien, pero conseguirlos era muy difícil; bastante tenía yo con aprobar como para encima esperar sacar un notable o sobresaliente... así que mi única esperanza eran los vales verdes de buena conducta. (Buena conducta, por ejemplo, era ir el domingo a misa al colegio, o llegar los primeros a la fila para formar antes de entrar a clase, o tener el pupitre limpio y ordenado, etc.)

Como solía portarme bien, alguno de estos vales me caía, y no sabéis qué satisfacción cuando algún cura o profesor te castigaba y entonces tú sacabas el vale, se lo dabas, y te marchabas. Pero el balance gastos (castigos) / ingresos (vales) estaba desproporcionado y ganaban con claridad los primeros. Como un par de amigos estaba en la misma situación, empezamos a cavilar y pensamos que la solución era un atraco: había que robar vales. Nuestro objetivo, por supuesto, era robar vales verdes, de buena conducta, porque los vales de sobresalientes y aprobados no se los iba a creer nadie.

Y comenzó la preparación. Durante varios días hicimos un seguimiento discreto para ver dónde se guardaban los vales y a qué horas no había nadie en aquél despacho para poder coger unos cuantos. Estaba claro que se guardaban en el primer cajón de la mesa del prefecto y que a las seis y veinte de la tarde no había nadie allí durante diez minutos. Nos repartimos las responsabilidades, a un amigo le tocó hacer guardia y el otro amigo y yo nos colamos, durante esa estrecha ventana temporal, en el despacho. El corazón nos latía que parecía iba a salirse del pecho, y más aún cuando abrimos el cajón y vimos que efectivamente allí había un buen montón de vales verdes. Con cuidado de no desordenar nada, cogimos unos cuantos –pero no todos, para que no se notase- y cuando ya nos íbamos a marchar reparamos en algo: ¡ojo, falta el sello! Efectivamente, esos vales para tener validez debían llevar un sello. Más complicaciones, hubo que buscar (sin cambiar nada de sitio) entre los distintos sellos de caucho que había por la mesa, tratando de averiguar cuál sería el que teníamos que estampar. Por fin lo localizamos y comenzamos a sellar todos nuestros vales mientras el amigo que vigilaba fuera empezaba a impacientarse. ¡El tiempo se acababa! Chorreando sudor, terminamos por fin nuestra tarea y salimos sigilosos del despacho. Hay que reconocer que aquél fue un atraco perfecto y lo puedo contar ahora porque el delito ya ha prescrito.

Nos hicimos con un buen puñado de vales verdes que los fuimos canjeando, sin abusar, por castigos durante una larga temporada... y nunca nadie echó en falta esos vales ni se extrañó de que los tres amigos fuésemos tan buenos, que siempre teníamos dispuesto en el bolsillo un vale verde para expiar nuestras culpas. 

sábado, 28 de enero de 2017

¿Cuántos satélites tiene la Tierra?

Uno. La Luna. ¿Uno? ¿Sólo uno? ¿Seguro? Bueno, si nos atenemos a las clasificaciones oficiales de la Unión Astrofísica Internacional, esa respuesta es correcta; sin embargo si consideramos lo que es un satélite (cuerpo que orbita alrededor de un planeta) la Tierra tiene dos: La Luna y otro mucho más pequeño al que de momento le llaman 2016 HO3.

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viernes, 27 de enero de 2017

Las carencias de ir sobrado

Durante los años de mi trayectoria profesional en la Organización Médica Colegial (OMC) coseché grandes logros... y también algún sonoro fracaso. De estos últimos, el que más me dolió fue no haber sido capaz de cambiar la actitud del cuadro directivo a la hora de enfrentarse a los periodistas en una Rueda de Prensa. Comencé a ver cómo llegaban a la misma sin haberse preparado nada, iban de sobrados, dispuestos a contar lo que ellos querían pero sin haberse puesto de acuerdo siquiera en el papel que debía jugar cada uno de los portavoces. Les insistí en numerosas ocasiones que era necesario reunirse previamente para definir bien los mensajes que deseaban transmitir, acordar quién contestaría a posibles preguntas comprometidas y qué salida se daría a las mismas. Fue imposible; nunca conseguí que se reuniesen antes para organizarse un poco, preparar y reforzar los mensajes.

También les insistí en la necesidad de recibir algún curso de formación de portavoces. Todos tenemos determinados tics y defectos a la hora de hablar en público (y más aún si hay cámaras de televisión por delante) y eso exige una preparación previa para que se nos vea con soltura y capacidad de convicción ante la audiencia. Lo intenté varias veces, les presenté presupuestos y diversas alternativas... pero nada, ellos no creían que les hiciese falta nada de eso, iban de sobrados.

Y los hechos demostraron que ese “ir de sobrados” pasa factura y se cometen numerosos errores que los periodistas utilizan para “hacer sangre” (ya se sabe que cualquier metedura de pata en una Rueda de Prensa saldrá al día siguiente como titular destacado), y así fue no una, sino muchas veces.


Por el contrario, cuando estaba trabajando en la industria farmacéutica organicé cursos de formación para portavoces tanto internos (cargos directivos de la empresa) como externos (médicos líderes de opinión) y tanto unos como otros agradecieron siempre esos cursos y los utilizaron con provecho.

jueves, 26 de enero de 2017

¿Sabías que en nuestro sistema solar hay 178 satélites?

Júpiter es el planeta con mayor número de satélites conocidos, concretamente 67. Por el contrario Mercurio y Venus no tienen ninguno. De todas formas, como se descuide Júpiter le alcanzará Saturno, que tiene –de momento- 62 satélites.

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miércoles, 25 de enero de 2017

¿Te ha gustado el pollo?

Cuando la central de Zéneca, primero, y de AstraZéneca, después, celebraba sus ruedas de prensa para presentar los resultados económicos, se servía a continuación una comida tipo buffet. Para facilitar que pudiésemos comer estando de pie, cada plato llevaba adosada una pieza en donde se encajaba la copa de agua o vino, de tal forma que el plato y la copa podían sujetarse con una sola mano, dejando la otra mano libre para el tenedor. Después, cada uno iba cogiendo de las bandejas aquellos alimentos que más le gustasen, y mientras nos movíamos por allí con nuestro plato con copa, al tiempo que masticábamos, aún teníamos tiempo de conversar unos con otros, y los miembros del comité de dirección hacían lo mismo que todos los demás.

En una de estas idas y venidas para rellenar el plato, en el que me había servido unos trozos de carne a la plancha, se me acercó el director ejecutivo, Tom McKillop y, señalando a la carne que estaba degustando, me preguntó: “¿Te gusta el pollo?”. Respondí que si, y era verdad, porque esos trozos de pollo a la plancha tenían muy buen sabor y textura agradable. Entonces él, sonriendo, me dijo: “Pues no es pollo, es Quorn”. Luego supe que le había dicho lo mismo a los otros periodistas españoles, los cuales habían quedado igualmente sorprendidos y eso me dio pie a explicares lo que era el Quorn. Se trataba de un alimento de origen vegetal (su materia prima son unos hongos) al que se le puede dar la textura y el sabor de lo que se quiera, y de hecho había Quorn de pollo, hamburguesas y salchichas de Quorn, estofado de Quorn, etc. Era la alternativa proteínica ideal para todos los vegetarianos y el producto estrella de Marlow Foods, un compañía de alimentación que pertenecía al grupo Zéneca. Sus alimentos nunca llegaron a comercializarse en España, así que sólo quienes tuvimos la oportunidad de acudir a esas ruedas de prensa hemos tenido la oportunidad de dar fe que aquello parecía y sabía exactamente igual que el pollo, aunque fuese en realidad un producto de origen vegetal. 

martes, 24 de enero de 2017

¿En dónde son los días más cortos? ¿Y más largos?

Si vivieses en Júpiter (es un decir) no te daría tiempo a hacer muchas cosas en el día, porque sólo dura 10 horas; en cambio si vivieses en Venus (es un decir) te ibas a aburrir un rato: el día allí dura 2.802 horas... ¡el equivalente a 116 días!

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lunes, 23 de enero de 2017

El candidato al Opus que salió rana

El Opus Dei atacaba sin misericordia a mi familia tratando de ganar adeptos. Como veían que yo era un buen chico (tenía entonces 12 años) convencieron a mis padres para que me llevaran un día a la semana a una residencia en donde reunían a los chicos para formarles en la moral cristiana. Para vendérmelo a mi, me dijeron que allí me divertiría mucho, ya que me iban a dar clases de pintura, o de música, o de escritura, o yo que sé de cuántas cosas más, todas ellas moderadamente apetecibles. Y debían ser apetecibles porque les iba a dedicar la única tarde de la semana que no tenía colegio (los jueves por la tarde). Hago un inciso para aclarar a los jóvenes que lean esto que en la prehistoria, cuando yo era joven, tenía colegio seis días a la semana (de lunes a sábado) librando sólo los jueves por la tarde, y que el horario era de nueve de la mañana a ocho de la tarde, siendo las dos últimas horas de “estudio”, esto es, metidos en una clase para hacer allí los deberes del día, cosa que no era suficiente en muchas ocasiones y aún quedaban deberes pendientes para terminar en casa. ¡Ah! por cierto, los domingos también había que ir al colegio por la mañana para asistir allí a la misa. O sea... una esclavitud total, vamos, igualito que ahora.

Volviendo a la historia, convencidos mis padres de la utilidad de asistir a esa residencia –que dicho sea de paso les costaba un pastón, aunque nunca llegué a saber cuánto porque yo no me fijaba entonces en esas cosas- empecé a frecuentarla. Era un amplio y precioso chalet en una de las zonas más lujosas de la ciudad. Lo que me habían vendido no parecía andar muy desencaminado: allí tenía a mi disposición, todo el material de pintura que quisiese para expresar mi arte. También me apunté a otra actividad, no recuerdo cuál. Pero sí recuerdo que de libertad, nada; allí todo era dirigido. Entre clase y clase, nos daban charlas sobre lo humano y lo divino... bueno, más bien sobre lo divino. Y como la cosa no iba mal, en principio, hasta se lo conté a un amigo y también se apuntó. Aquello ya me gustaba más, porque éramos dos amigos los que compartíamos esos ratos y prestábamos más atención a nuestra complicidad que a las directrices que nos marcaban.

Un par de meses después, organizaron una fiesta a la que invitaron a los padres. Hubo una exposición de pintura con todas las obras de arte y también se mostró a los padres las manualidades que habían hecho otros. Diversos grupos de niños hicieron algún tipo de representación, y el ambiente era tan entrañable y relajado, que no sé si por equivocación de uno de los monitores o porque salió espontáneamente de mi amigo y de mi (él sabía tocar la guitarra) nos animamos a salir al improvidazo escenario... a cantar.

Hasta ahí todo normal, más o menos, pero lo que no olvidaré fue la cara de estupor de los asistentes cuando la canción elegida para interpretar por alguien tan poco dotado para el canto como yo, y por mi amigo (que sí tocaba la guitarra, pero que cada cual iba a su ritmo) fue “Retien la nuit” de Johnny Halliday, aunque más bien quisimos hacer una versión a lo Miguel Ríos, cantándola (o mejor dicho, asesinándola) en español y acompañándola de los movimientos que cualquier cantante de rock hace en los escenarios. Aparte de lo desastroso de la actuación, lo que quedó claro fue comprobar que no encajaba allí ese par de mocosos cantando una canción de amor... de amor terrenal, quiero decir.

Efectivamente, entre que la residencia le costaba mucho dinero a mis padres y a mí me gustaba ir a mi bola, sin nadie que me dirigiera la vida, dejé de ir y recuperé de nuevo ese tesoro tan preciado que era la tarde de los jueves libre para jugar con quien yo quisiera y a lo que yo quisiera.

domingo, 22 de enero de 2017

¿Cuál es el planeta más rápido?

¿Sabías que Mercurio es el planeta que recorre su órbita a mayor velocidad y que Neptuno es el más lento? 
Mercurio viaja a 47,4 Km./s y Neptuno a 5,4 Km./s. 
En comparación, la Tierra lleva una velocidad más prudente: 29,8 Km./s. 
¿Será por temor a las multas de tráfico?

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sábado, 21 de enero de 2017

El día que mi secretaria me dio un puñetazo

¿Alguna vez vuestra secretaria os ha dado un puñetazo tan fuerte que habéis visto las estrellas? Espero que no, que no os hayáis hecho merecedores de eso. Pues en mi caso sí. Una vez mi secretaria me dio un puñetazo tan fuerte que me hizo ver las estrellas. ¿Queréis saber cómo sucedió?

Bueno, en realidad no era mi secretaria sino una redactora de mi departamento de Comunicación. Se había dado la circunstancia que ella me comentó que durante una temporada había ido al gimnasio y se había entrenado con guantes de boxeo, y para colmo yo acababa de ver la película “Million dollar baby” y estaba tan interesado en el boxeo que hasta me había comprado la novela en que se inspiró esa película. Así que un día le pedí que me pegara un puñetazo con todas sus fuerzas (en la palma de la mano, claro). Al principio ella dudó, pero como yo era un inconsciente le dije que no fuera gallina, que me arrease con todas sus fuerzas. Entonces ella me dio un puñetazo tal que, aunque impactó en efecto con la palma de mi mano, puedo dar fe que aquello no se parecía en nada a cuanto hubiese experimentado antes. Eso que se dice de “ver las estrellas” cuando te dan un puñetazo, se hizo realidad (¡y eso que había sido en la palma de la mano!). Mi cuerpo entero quedó sacudido como por una descarga de adrenalina y me quedé tan atónito que no acertaba a pronunciar palabra. “¿Te ha dolido?”, preguntó ella. Y yo “mmmm”, es que no era eso, era una sensación como si un tren me hubiera pasado por encima. “¿Quieres que de te otro?”, preguntó ella. Y aquí, ya acerté a contestar: “No, no, con este me vale, ya veo que era verdad eso que decías de que te habías dedicado al boxeo”.

Por eso, si alguna vez os topáis con alguien –sea chico o chica- que se haya dedicado al boxeo, no le pidáis que os de un puñetazo (ni siquiera en la palma de la mano) porque estamos hablando de otra dimensión que para el resto de los mortales resulta desconocida y, en mi caso al menos, resultaba desconocida hasta aquél día.

viernes, 20 de enero de 2017

Tenemos cinco enanos

Con los constantes cambios de criterio de la Unión Astronómica Internacional, es muy difícil saber cuántos planetas hay en nuestro sistema solar: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno; ocho en total. Pero ¿y Plutón? Pues a Plutón lo consideran en otra categoría que se han inventado: Planetas enanos. Y no es el único enano del grupo; también están ahí Ceres, Haumea, Makemake y Eris. Es decir, nuestro sistema solar tiene 8 planetas y 5 planetas enanos.

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jueves, 19 de enero de 2017

Taconazo de soberbia

Al que fuera presidente de la Organización Médica Colegial (OMC) tengo mucho que agradecerle, ya que me dio la oportunidad de trabajar en esa organización durante los últimos años de mi etapa profesional; por ello lo que voy a contar no es ningún secreto sino algo que él refería con frecuencia a quienes compartían unos minutos de charla después de cualquier acto oficial.

Contaba que en una ocasión le propusieron estar en la presidencia de un acto, algo que él aceptó pero, llegado el momento, comprobó con desagrado que el lugar principal de la mesa no era para él sino que lo ubicaban en un extremo. Entonces él muy digno se dio media vuelta, pegó un taconazo estilo militar, y se marchó decidido y con la cabeza erguida tal como hace el cantante Raphael en sus conciertos.

Yo mismo pude comprobar cómo cada vez que le proponían estar en una mesa presidencial, lo primero que hacía era preguntar quiénes iban a estar en esa mesa y qué lugar ocuparía él. Si el lugar que le adjudicaban no era el principal, simplemente no aceptaba.

Y aún hay más. La revista Redacción Médica, del gripo editorial Sanitaria 2000 organiza cada verano una cena de verano, a la que acude todo el mundo sanitario. Allí hay unas mesas donde se sienta la ministra de sanidad, los consejeros, los presidentes de los laboratorios que pagan esa cena multitudinaria, y algunos altos cargos del mundo sanitario profesional. Un año, estaba sentado en una de esas mesas principales cuando llegaron los organizadores y con gran apuro le dijeron que la ministra de sanidad, a pesar de que había excusado su asistencia, al final había llegado y tenían que sentarla en esa mesa y por consiguiente a él desplazarlo a otra. Aquello le sentó tan mal que al año siguiente, cuando se celebró la siguiente cena del verano, nos pidió a los miembros de la OMC que habitualmente asistíamos a esa cena, que no fuésemos en señal de protesta por tal menosprecio. Doy fe que yo, como buen chico, acepté y excusé mi presencia aunque me hubiera gustado asistir.

miércoles, 18 de enero de 2017

Unidad Astronómica: ejemplo de egocentrismo

¿Sabes qué es una Unidad Astronómica? Pues es un claro ejemplo de egocentrismo: tomarnos a nosotros mismos como centro del universo y como modelo único. Por eso la UA es una medida inventada por la Unión Astrofísica Internacional y que consiste en medir el universo en base a la distancia que separa la Tierra del Sol. Una UA mide 149 millones de kilómetros, o más exactamente 149.597.870.000 metros.

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martes, 17 de enero de 2017

Más periodistas que público

Rara era la semana que no organizaba alguna rueda de prensa, bien fuera en Madrid o en cualquier otra ciudad, y siempre con bastante éxito, entendido este como un nutrido grupo de periodistas que acudían a la convocatoria y después publicaban noticias positivas sobre aquél encuentro.

Pero en una ocasión pensé que sería bueno cambiar el sistema y organizar una reunión con médicos a la que taambién invitaría, por supuesto, a los periodistas. La reunión tendría lugar en el Colegio de Médicos de Pontevedra, el invitado sería el investigador catalán Jaume Marrugat, y el motivo no podía ser más atrayente: conocer las últimas investigaciones estadísticas sobre el infarto de miocardio que reflejaban dónde se daban más estos episodios (en qué Comunidades Autónomas), en qué tipo de pacientes (sexo, edad, etc), en qué condiciones (estado de salud previo, tiempo que tardaban en ser atendidos, etc.), y con qué resultados (porcentajes de defunciones y de vidas salvadas). E incluso preparé todo para las ocho de la tarde, que era una hora buena para que acudieran los médicos (ya que a esa hora han acabado sus consultas) aunque fuese una hora nefasta para los periodistas (a esa hora ya están cerradas todas las redacciones; de hecho todas las convocatorias de prensa se realizan por las mañanas y sólo los políticos o cuando sucede un desastre o accidente grave, se convoca a cualquier otra hora).

Con todo esto preparé invitaciones que envié por correo a los médicos de Pontevedra y ciudades cercanas. Envié, igualmente, invitaciones a los Visitadores Médicos de aquella zona para que las entregasen a sus médicos. Otro tanto hice con el Colegio de Médicos de Pontevedra para que las distribuyesen a sus colegiados. Y ya como era habitual en mi relación diaria con los medios de comunicación, realicé la correspondiente convocatoria de prensa.

Cuando llegó el momento de la verdad, un escalofrío me sacudió. Allí no llegaba ningún médico... aunque sí llegaban periodistas. Al empezar su exposición el investigador, también se sorprendió al contemplar el insólito escenario: Las dos primeras filas repletas de periodistas, no sólo de prensa sino también de radio y televisión, que llenaron todo con sus trípodes, micrófonos, focos, etc. El resto del amplio auditorio con... ocho médicos (eso fue lo que pude contar).

Aquella experiencia me recordó el viejo refrán que dice “zapatero, a tus zapatos”, porque efectivamente aquello fue un desastre como convocatoria de médicos, pero fue un éxito arrollador como convocatoria de prensa (a pesar, incluso, de la hora tan nefasta elegida). Tan exitosa resultó aquella convocatoria que al día siguiente todos los medios de comunicación de Galicia le dedicaban amplios espacios: todos los informativos de radio y televisión hablaban de ello y todos los periódicos habían levantado posiblemente otras noticias para dejar espacio (y además destacado) a esta noticia que, por otra parte, el Dr. Jaume Marrugat expuso con notable poder de comunicación y atrayente interés.

Fijaos –y esto no le he confesado antes- cómo saldrían de contentos todos los periodistas, que los de prensa publicaron en sus periódicos varias fotos, entre ellas alguna del público asistente. ¿Público asistente? ¿Pero no había dicho que sólo acudieron ocho médicos? Tan bien se portaron esos periodistas que las “fotos de público” sólo mostraban cuatro personas que se habían sentado juntas, lo que daba la sensación de un auditorio abarrotado cuando la realidad ya os he dicho cuál fue.

También aprendí que cuando le das a los periodistas material informativo de excelente calidad, los periodistas saben mostrarse agradecidos; como así sucedió en este caso que fue un fracaso estrepitoso de público pero un éxito apabullante de interés informativo.

lunes, 16 de enero de 2017

Planetas y satélites

Hoy traigo a estas páginas la reseña de mi último libro, “Planetas y satélites”. ¿Sabías que nuestro sistema solar tiene 8 planetas, 5 planetas enanos y 178 satélites? Pues de todos ellos, de los 35 asteroides más importantes, del cinturón de asteroides, del cinturón de Kuiper y lo que hay más allá de Plutón... de todo eso se habla en este libro, pero de forma clara, sencilla y ordenada, en función de la distancia que cada planeta guarda en relación al Sol y cada satélite guarda en relación a su planeta. Y junto a ello numerosas tablas con los datos más significativos. Un libro para conocer mejor nuestro lugar en el universo.

NOTA IMPORTANTE.- Este libro se publicó inicialmente en la Editorial Bubok, pero ahora está disponible en Amazon bajo el título "Curiosidades del Sistema Solar": https://amzn.to/3eK2PTP


domingo, 15 de enero de 2017

El bolso más pesado del mundo

Cuando trabajaba en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia me junté con mi compañero Javier Cebrián que tenía tanta imaginación y buen humor como yo. Esa imaginación y buen humor la padeció en más de una ocasión nuestra secretaria Aurora. Una de las bromas típicas que le gastábamos era la de llenarle el bolso de todo lo que tuviéramos a mano sin que ella se diera cuenta... hasta que iba a cogerlo y entonces descubría que aquello pesaba una enormidad. Entonces lo abría y empezaba a sacar una grapadora, un libro, un pisapapeles, una taladradora, un bloc de notas, un portalápices... y mientras ella ponía cara de cabreo nosotros nos partíamos de risa. Esta broma la repetimos muchas veces, tantas que cada vez que iba a coger su bolso lo abría antes para comprobar qué le habíamos metido.

En otra ocasión, la broma fue más sofisticada. Se había comprado un coche de color blanco y, sin que se diera cuenta, salimos y se lo tuneamos como si fuera un taxi. En la parte del techo le pusimos un envase de yogur pintado de verde como si fuese la luz de “libre” de los taxis, y en el lateral opuesto al del conductor (para que no lo viese al entrar al coche) le pegamos una franja roja en diagonal como la que llevan los taxis en Madrid. Nos partíamos de risa pensando en la cara de sorpresa que pondría cuando la gente por la calle levantase la mano a su paso para pararla como si fuera un taxi. Por fortuna para ella, se dio cuenta antes de entrar en el coche... pero lo que nos reímos con los preparativos no nos lo quita nadie.

sábado, 14 de enero de 2017

Abandonada en el incendio

Otro caso relacionado con los incendios lo dio Mercedes Gutiérrez, jefa de investigación de mercados en la empresa de agroquímicos ICI-Zeltia. Ella debía ser la única que no se había enterado que aquél día tendría lugar un simulacro de incendios y justo un minuto antes de sonar el timbre que avisaría de tal emergencia ella sintió la imperiosa llamada del váter. No sabemos si estaba estreñida o simplemente se lo tomó con calma, el caso es que cuando salió ya habíamos desalojado todos las oficinas.

Le extrañó no ver nadie en los despachos y comenzó a recorrer todo el pasillo mientras aumentaba su desasosiego al no encontrar un alma viviente. Su corazón se aceleró y más aún cuando subió una planta y tampoco allí encontró a nadie. Debieron ser unos minutos interminables hasta que al fin nos vio aparecer a todos en bloque y con ojos de sorpresa y de alivio nos preguntó qué había pasado. De haber sido un incendio real ella hubiera muerto sentada en el trono.

viernes, 13 de enero de 2017

El superviviente del “incendio”

Un día cualquiera, cuando trabajaba en el laboratorio farmacéutico en donde ocupábamos un edificio completo del complejo empresarial Parque Norte, en Madrid, realizamos un simulacro de incendio. Ya nos habían avisado previamente, así que cuando sonó la alarma nadie se “alarmó” y todos nos levantamos y fuimos caminando sin sobresaltos hacia las escaleras para desalojar el edificio. Lo mismo se hizo en los edificios vecinos y todos los trabajadores nos congregamos en la plaza central.

Pero he aquí que un famoso personaje de la industria farmacéutica, Pedro Haro, apareció por allí. Era una persona ya muy mayor, que llevaba toda su vida como editor ofreciendo a los laboratorios sus servicios para la edición de libros, folletos y cuanto se terciara; pero era de la vieja escuela. Para Pedro Haro eso de presentar una oferta a concursos para llevarse el trabajo no iba con él. Con tantos años de experiencia, su palabra y la confianza que inspiraba debían ser suficientes; él daría siempre un precio muy ajustado y un trabajo bien hecho y entregado en la fecha prevista. De su larga trayectoria en este negocio daba buena fe el hecho de que trataba siempre de tú a todos los directivos, ya fuesen presidentes o simples empleados; él era una persona cercana, sencilla, de confianza, vamos, de toda la vida.

En fin, volvamos a aquél día en el que, curiosamente, Pedro Haro andaba cojo por un pequeño percance que había padecido unos días antes, y se dirigía a mi laboratorio para ofrecer una vez más sus servicios. Cuando llegó debió extrañarle el ver tanta gente arremolinada en la plaza central y quizás aquél desconcierto le hizo pasar desapercibido ante los controles de seguridad que siempre controlan todas las visitas que acceden al recinto. Pues ni controles de seguridad, ni muchedumbre, ni nada; pasito a pasito, con su cojera, atravesó todo el espacio hasta llegar a nuestro edificio en el que ni siquiera quedaban ya las recepcionistas. Como él se consideraba “de la casa” entró sin más, subió a una de las plantas y al no ver a nadie fue a otra, y a otra... en realidad no sé qué recorrido hizo por aquellas dependencias abandonadas, el caso es que a los cinco o diez minutos, cuando volvimos a nuestros puestos de trabajo, fue él quien nos recibió y nosotros los extrañados de verle allí dentro en donde no tendría que haber quedado nadie. En aquél incendio ficticio, él fue el único superviviente.

jueves, 12 de enero de 2017

¿Mesa para uno?

Cuando trabajaba en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (ahora Syngenta) era mucho más joven... y más delgado. Mi compañero en el departamento de Publicidad era Javier Cebrián, que era más alto que yo pero también  muy delgado. Hacíamos muchos viajes juntos y en uno de aquellos fuimos a comer a un restaurante. Al llegar a la puerta, que era de esas de cristal automáticas, que se abren al llegar, vimos que no se abría. Tuvimos que movernos de un lado a otro e incluso dar algún salto, hasta que su sensor detectó que había alguien allí y por fin se abrió para dejarnos pasar. Una vez dentro nos atendió el maitre:
-         Buenos días, queremos una mesa para comer –le dijimos.
-         ¿Para uno? –nos contestó el maitre.

Javier y yo nos miramos sorprendidos el uno al otro, contamos mentalmente y sumamos que él y yo éramos dos personas, no una por muy delgados que estuviéramos, así que no nos quedó más remedio que sacar al maitre de su error y decirle que lo que tenía delante de sus ojos eran dos personas, no una.

miércoles, 11 de enero de 2017

Fotografiando animales salvajes

Hoy traigo un relato de caza fotográfica muy atípico, tanto que podrás comprender el por qué este blog se llamó “Palabras inefables”, es decir, palabras que no se pueden explicar con palabras. Un auténtico contrasentido, como la vida misma, pero la vida, para hacerla más llevadera, hay que aderezarla con humor. Aquí va, sin más dilación, esta verídica historia:

El toro con tetas
 
Siempre me he sentido como un gran explorador; a ello contribuyeron sin duda todas las películas de aventuras que vi desde mi niñez. Por esto no es de extrañar que me haya gustado la naturaleza y me haya aficionado a la caza fotográfica. Sin embargo mi última aventura en este sentido resultó un tanto insólita.
 
Había ido al puerto de Canencia. Aparqué el coche en las explanadas que habían habilitado para ello. Junto a los coches se agolpaban decenas de familias, todas ellas cargadas de niños, de mesas, de sillas, de neveras portátiles, de transistores, de pelotas. El hacinamiento y el griterío resultaban ensordecedores, pero allí estaban todos, dispuestos a pasar un día de campo... rodeados de una muchedumbre y pegados a su coche y a todos los demás coches que había en el aparcamiento.
 
Afortunadamente yo no soy así, y tan pronto aparqué el coche me alejé lo más rápido que pude. Me adentré en el bosque y, sorprendentemente, a los cinco minutos de caminata por un sendero de tierra que discurría por el bosque, dejó de oírse la algarabía infernal del aparcamiento. Ya estaba, pues, en plena naturaleza, dispuesto a disfrutar de un día de campo y a practicar la caza fotográfica. Ya solo me cruzaba de tarde en tarde con alguna otra persona de esas que de verdad aman la naturaleza, no como tantas otras que van al campo para estar... en el aparcamiento.
 
Media hora después alcancé una gran pradera bellamente salpicada de rocas con las más variadas formas y tamaños. También había algunos árboles y diversas agrupaciones de arbustos, así como un pequeño riachuelo que serpenteaba y brillaba bajo el sol. Pero yo había ido a cazar y allí a lo lejos se divisaban mis presas: una enorme manada de toros bravos.
 
La prudencia me aconsejaba elegir algún ejemplar que se encontrase un poco apartado del resto y que estuviese distraído con otras cosas, no fuera que le diera por embestirme. Tras una inspección visual de la manada, encontré un magnífico ejemplar de toro bravo, negro zaino y de poderosa cornamenta, el cual estaba bastante apartado del resto junto a un pequeño ternero. Además, por aquella zona había algunos arbustos que me podían servir para acercarme sin llamar mucho su atención.
 
Así lo hice y cual indio sioux acercándose a los bisontes, o cual avezado cazador de safaris en África, fui saltando sigilosamente de matojo en matojo, conteniendo la respiración. Pero eso sí, que conste que como buen profesional siempre avanzaba en contra del viento, no a favor, para que mi presencia no alertara a las fieras. Y por fin llegué hasta su altura. Ya sólo me separaban unos pocos metros. El enorme toro no se había dado cuenta o si lo había hecho no le había dado importancia a mi presencia. El caso es que allí lo tenía, dispuesto a ser el blanco perfecto para una inmortal fotografía.
 
Preparé la cámara y disparé varias fotos. El toro aparecía tranquilo junto al ternero y yo había conseguido mi preciado tesoro fotográfico. Deshice, pues, el camino andado (casi diría mejor el camino gateado) y me puse a salvo de tan temible fiera. Me senté en unas rocas, lejos ya de la manada, y me dispuse con satisfacción a ver con detalle, en el visor de mi cámara, las fotografías que había tomado. Eran perfectas. El toro se veía con claridad, su majestuosa presencia, su brillante pelo negro, sus enormes cuernos, sus... pero ¿qué era eso? Toqué los dispositivos de la cámara para ampliar un detalle que llamaba poderosamente mi atención y cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que en la parte baja de aquél imponente toro asomaban... unas ubres. ¡No era un toro, sino una vaca! Pero os juro que daba el pego; yo al menos, nunca había visto una vaca negra y con tan enormes cuernos. Por si no me creéis, aquí os dejo una de aquellas fotos.
 


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martes, 10 de enero de 2017

La trampa perfecta

Mi compañero Javier Cebrián y yo realizábamos muchos viajes juntos cuando trabajábamos en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (hoy día se llama Syngenta). En uno de aquellos viajes nos acompañó nuestro Técnico de Medios, Carmen Iglesias. Ya en el hotel y en uno de nuestros momentos de descanso decidimos distraernos jugando a las cartas en uno de los salones que, además, teníamos entero a nuestra disposición.

No recuerdo qué juego de cartas era el que ocupaba nuestro tiempo, pero sí la partida estaba igualada y en un momento dado, Carmen se levantó para ir a hacer pis. Entonces Javier y yo nos miramos y sin necesidad de hablar nos transmitimos una malvada idea: aprovechar su ausencia para hacerle trampas. Y fue así como le preparamos la trampa perfecta.

Recogimos las cartas desperdigadas por la mesa que había de la mano anterior y, sabiendo en qué orden habría que comenzar a repartir la vez siguiente, fuimos colocando las cartas en un montón en el orden que a nosotros nos interesaba: a ella le irían tocando todo cartas malas y a nosotros dos cartas buenísimas. Para que no se notase que habíamos hecho trampa, colocamos ese montón de cartas preparadas debajo del montón de cartas sobrantes, pero dejando una pequeña marca para que nosotros supiésemos por dónde había que cortar, dando así la sensación de total limpieza.

Cuando ella regresó del servicio, la recibimos con naturalidad. Yo le dije a Javier: “te toca cortar”. Y él cortó por el sitio que habíamos dejado preparado. Entonces yo empecé a repartir las cartas, que iban correspondiendo a cada uno según lo habíamos dejado preparado. Comenzó, pues el juego. La cara de Carmen mostraba desconcierto por lo malísimas que eran las cartas que le habían tocado. Nosotros manteníamos el tipo poniendo cara de póquer. Hicimos las apuestas correspondientes (sólo nos jugábamos el pasarlo bien, no dinero) y ella, descorazonada puso sus cartas de fracaso total sobre la mesa. Entonces Javier y yo mostramos las nuestras, con las jugadas más altas de aquél juego y ella abrió los ojos tipo dibujo animado japonés, no dando crédito a lo que veía. Pero aquello fue demasiado para nosotros, no pudimos aguantar más y estallamos en carcajadas, retorciéndonos de risa, mientras ellas –con su buen humor habitual- nos llamaba tramposos y de todo. Aquello fue tan apoteósico que las risas duraron más que la partida.

lunes, 9 de enero de 2017

El invitado desagradecido

Lo de este prestigioso farmacólogo, Joan Ramón Laporte, debería ser estudiado por los expertos en misterios y fenómenos paranormales. Se trata de algo que he comprobado no solo en la carne de mi propio laboratorio sino que también lo he visto padecer a otros laboratorios.

Como es un farmacólogo famoso y encima habla bien en público, los laboratorios se gastan el dinero en editar sus libros y le pagan los honorarios correspondientes para que de charlas, conferencias, presentaciones, intervenciones en los más diversos actos y reuniones, etc. ¿Y qué hace él? Pus aprovecha aquellos foros públicos (sus audiencias son siempre de médicos y, con frecuencia, de algunos periodistas) para cargar contra la industria farmacéutica, acusarla de todo tipo de males, llamarles peseteros, inventores d enfermedades, y todo lo malo que se te pueda imaginar.

Lo verdaderamente sorprendente y paranormal es que esto lo hace una y otra vez, y los laboratorios farmacéuticos le siguen invitando y pagando una y otra vez. ¿Están locos los laboratorios? ¿Es que no hay más farmacólogos en España? ¿Es que son masoquistas los laboratorios? Seguro que tú no volverías a invitar a una persona que te hubiese hecho esto una sola vez, y mucho menos si comprobases que lo hacía contigo y con todas constantemente. En fin, misterios que tiene la vida...

domingo, 8 de enero de 2017

El invitado agradecido

Algunos médicos, como el cardiólogo Juan Ramón González Juanatey tienen el suficiente prestigio y personalidad, como para saber mostrarse agradecidos cuando la ocasión lo requiere. Concretamente con este doctor fui testigo presencial de varios de estos hechos. Cuando se le invitaba para dar una conferencia a otros colegas (en una reunión organizada y pagada por mi laboratorio) él no tenía inconveniente en dar las gracias públicamente al laboratorio que había hecho posible este encuentro. E incluso, si la ocasión lo requería, citaba las bondades de alguno de nuestros antihipertensivos (¿por qué no iba a citarlas si efectivamente eran de los mejores?).

Pues esto que parece normal, no lo es tanto. Hay muchos médicos que, aun recibiendo dinero del laboratorio por dar una conferencia, aun sabiendo que esa reunión en la cual él va a engordar su ego ante los colegas, está pagada por el laboratorio, no da las gracias ni cita al laboratorio; es más, se cree que el laboratorio tiene la obligación de encumbrarle a cambio de nada. Y por supuesto, no cita ninguno de los productos del laboratorio.

sábado, 7 de enero de 2017

El pueblo que tenía tres aeropuertos

¿Conocéis algún pueblo pequeño (pongamos que de unos 18.000 habitantes) que tenga tres aeropuertos? Pues esta es la historia de cómo descubrí que un pequeño pueblo de 18.000 habitantes, situado en el interior de la provincia de Pontevedra, tenía tres aeropuertos, además de un gran puerto marítimo, una estación de tren y magníficas comunicaciones por carretera que lo convertían en el centro neurálgico de toda Europa.

Cuando en el año 1998 se anunció la fusión entre los laboratorios farmacéuticos Astra y Zéneca, era evidente que la nueva compañía debería desprenderse de aquellas instalaciones que estuviesen repetidas. Así sucedió, por ejemplo, en el caso de España: Zéneca tenía una fábrica en Porriño, un pequeño pueblo de la provincia de Pontevedra situado a 20 kilómetros de Vigo, y Astra tenía una fábrica en Hospitalet, muy próxima a Barcelona. La central pidió a los responsables de cada fábrica que hiciesen un documento explicando por qué su fábrica debía ser la elegida para seguir funcionando además de ser capaz de fabricar lo de las dos.

La fábrica de Astra era moderna, disponía de terrenos suficientes para ser ampliada, estaba muy cerca del aeropuerto de Barcelona (ciudad que además tiene un magnífico puerto marítimo) y perfectamente comunicada tanto con cualquier lugar de España (avión, tren y carretera) como de Europa.

La fábrica de Zéneca estaba en el pueblo de Porriño en donde hacía una parada el tren que llegaba de Madrid, tenía buenas comunicaciones por carretera y suficiente espacio adyacente para hacer ampliación de sus instalaciones. Pero como aquello era poco, decidieron adornarlo un poco. De esta forma dijeron que: estaban perfectamente comunicadas con toda Europa gracias al ferrocarril (evidentemente gracias al tren que la unía con Madrid le permitía hacer luego cualquier trasbordo para llegar a cualquier otro lugar); tenían uno de los puertos marítimos más importantes de España (se referían al de Vigo que sólo estaba a 20 kilómetros de distancia); tenían buenas carreteras que la unían con toda España e incluso con Portugal (recalcando que Portugal estaba a muy pocos kilómetros de distancia); y que tenían ¡tres aeropuertos! Sí, has oído bien, ni uno, ni dos, sino tres aeropuertos (daban como propios el aeropuerto de Vigo que era el más cercano, pero también daban como propio el aeropuerto de Santiago de Compostela (total ¿qué son 60 kilómetros de nada) e incluso daban como propio el aeropuerto de Oporto, en Portugal, ya que según sus cálculos estaba bastante cerca.

¿Sabéis cuál fue la decisión final que tomó la  central? Pues eligió como fábrica para España la de Porriño. Sin embargo, creo que más que todos los argumentos que el director de la fábrica gallega esgrimió lo que de verdad inclinó la balanza a su favor fue un hecho eminentemente práctico: vender la fábrica de Galicia iba a ser mucho más difícil que vender la fábrica de Hospitalet, no sólo por sus características y ubicación sino porque la de Porriño compartía terrenos con una fábrica de agroquímicos de la misma compañía y además se tenía constancia que un informe medioambiental sería desfavorable a la hora de encontrar compradores ya que aquellos terrenos contenían residuos tóxicos de los agroquímicos que a lo largo de la historia se habían ido fabricando allí y que, si bien ahora se habían extremado al máximo las medidas de seguridad medioambiental, esto no fue siempre así y saldrían a la luz los residuos tóxicos de lindano, DDT, etc.

viernes, 6 de enero de 2017

El saludo de un conocido

Yo no fui consciente hasta después, de la novatada que me gastaron al poco de incorporarme a la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (ahora Syngenta). Hicimos un viaje de trabajo a Galicia y, ya después de la reunión, teníamos que ir a visitar unos ensayos agrícolas. Para ello debíamos repartirnos en varios coches y uno de mis compañeros veteranos me dijo: “tú vete con Alonso”. En aquél momento no me di cuneta de las risas de todos los demás, y con mi total inocencia me subí al coche con él sin percatarme que –curiosamente- nadie más subía a ese coche que aún tenía los asientos de atrás libres.

Fue durante el viaje cuando empecé a comprender que había sido objeto de una novatada: ¡nadie quería subir al coche con él! Pocas veces he visto a alguien más peligroso al volante, pero no porque fuese deprisa, sino porque iba... a otras cosas. Tan pronto aceleraba como frenaba, sin motivo aparente que lo justificara. De pronto giraba la cabeza y dejaba de mirar hacia delante, o circulaba pisando la raya central o la del arcén, o se pegaba mucho al coche de delante o dejaba una exagerada distancia.

Aunque en aquél trayecto no lo viví, luego me contaron dos anécdotas muy ilustrativas. Una vez cometió una imprudencia gravísima, invadiendo el carril contrario y esquivando en última instancia al camión que llegaba de frente, el cual le pegó un enorme bocinazo mientras agitaba los brazos indignado. La reacción de Alonso fue decirle con toda tranquilidad y parsimonia a su pálido copiloto: “¿Lo conoces? Como veo que te ha saludado...”. También me contaron que en otra ocasión lo paró la Guardia civil y le puso una multa... ¡por ir despacio! Resultó que iba circulando tan exageradamente despacio que suponía un auténtico riesgo para todos los conductores y había formado una cola inmensa detrás de él ya que la  carretera tenía muchas curvas y era difícil adelantar.

Afortunadamente, si ahora escribo esto, es que salí vivo de aquél viaje, pero puedo asegurar que para el regreso ya me las ingenié para volver en otro coche.

jueves, 5 de enero de 2017

Reyes Magos, un regalo envenenado

En España mandaba la tradición de los Reyes Magos y todos los niños esperábamos con ilusión la llegada de los mismos y los muchos regalos que nos traerían ya que siempre éramos niños buenos. Pero esos regalos de Reyes eran un regalo envenenado, sí, envenenado, una auténtica putada para los niños, un recochineo total.

Resulta que nos pasábamos todas las vacaciones esperando los regalos y cuando por fin llegaban sólo teníamos un día para disfrutarlos porque el 7 de enero había que volver al colegio. ¿No es eso una maldad absoluta? ¿No es eso una crueldad terrible? Recuerdo la ilusión de abrir los paquetes y descubrir los regalos... y recuerdo igualmente la angustia de pensar que al día siguiente tendría que volver al colegio.

En otras partes del mundo donde era papá Noel quien traía los regalos no había ese problema. A los pocos días de empezar las vacaciones llegaban esos regalos y quedaban muchos días de vacaciones para disfrutar jugando.

Cuando me hice mayor me prometí que cuando tuviese hijos no los sometería a esa tortura, aunque por otra parte me gustaba la ilusión de esa tradición de los Reyes Magos, más que la extranjera del papá Noel. Pero afortunadamente di con la solución perfecta y así lo hice: le expliqué a mis hijos que los Reyes Magos traían los regalos la noche del 5 de enero, pero que eso les daba mucho trabajo y acababan exhaustos los pobres, así que ellos agradecían que muchos les escribiesen la carta nada más empezar las vacaciones escolares para que así ellos pudieran hacer una entrega express (en la noche del 24 de diciembre) a esos niños madrugadores.

De esta forma (para alegría de mis hijos, para tranquilidad de mi conciencia y para respeto a las tradiciones) escribíamos la carta a los Reyes Magos a mediados de diciembre y eran ellos, los Reyes Magos, quienes nos traían los regalos el 24 de diciembre. Era un win to win, ellos no se veían tan agobiados por tener que hacer todo el trabajo en una sola noche, y mis hijos tenían muchos días de vacaciones para jugar, que es lo que deben hacer los niños.

miércoles, 4 de enero de 2017

El día que aprendí chino

En realidad no puedo decir que sepa chino ni que nunca lo haya aprendido, pero sí que en una ocasión tuve que trabajar en este idioma. Sucedió cuando era Jefe de Publicidad en ICI-Zeltia (ahora Syngenta), una compañía de agroquímicos que mantenía muchas y buenas relaciones comerciales con empresas similares de China y Japón, las cuales le licenciaban productos para que los comercializásemos en España.
Acababa de realizar un audiovisual (a base de diapositivas –que era lo más moderno en aquella época- con muchos efectos especiales tales como fundidos, barridos, parpadeos, mosaicos, etc.) que serviría como carta de presentación de la empresa ante clientes, proveedores... y otras empresas con quienes se desease tener buenas relaciones comerciales. Aquello obligaba a hacer un doblaje del mismo al inglés, pero teniendo en cuenta que una buena parte de las relaciones comerciales se mantenían con empresas orientales, se pensó en hacer también otro doblaje... al chino.

El primer reto era buscar un locutor chino, tarea realmente difícil porque no bastaba con que fuese y hablase chino, sino que tuviese dotes de locutor. Sin embargo dio la casualidad que el director general de la compañía (que en aquella época era Alfredo Rubín) estaba aprendiendo ese idioma y su profesor era un cura español que había pasado muchos años en china, hablaba el idioma perfectamente y tenía buena voz y dicción. El texto en español se dio a traducir a través de la embajada y al cura locutor se le ofreció una remuneración económica que él destinó a los fines humanitarios.

Por fin llegó el día de la grabación. El cura ya estaba en la cabina de locución. Yo estaba con el técnico de sonido al otro lado, y frente a mí tenía varias hojas llenas de signos incomprensibles. No podía saber lo que el locutor estaba diciendo, ni siquiera si la entonación que le daba era la correcta, porque no tenía n idea de por qué parte de la locución iba. Aquello era sencillamente caótico.

Decidimos hacer una pausa y le pedimos al cura locutor que nos marcase en nuestra copia de texto en chino las palabras clave que daban paso a cada secuencia, para así saber por dónde iba y tener al menos una vaga idea de si él estaba dando la entonación adecuada a cada párrafo. Tuve que aprenderme, pues, el sonido que corresponde a algunos de aquellos dibujos que para los chinos son palabras. Sólo así pude, después, tener una idea de por qué parte del texto iba el locutor.

Nunca olvidaré el día de su estreno, cuando una delegación comercial china llegó a nuestras oficinas y se les dijo que, como presentación de nuestra compañía, les íbamos a proyectar un audiovisual. Mostraron su complacencia pero pensando que –tal como les habría sucedido en otras ocasiones- dicho audiovisual estaría en inglés, idioma con el que todos los europeos se entendían con ellos. ¡Cuál no sería su sorpresa y sus caras de asombro, cuando comenzaron a ver el audiovisual y, sobre todo, a oír aquella locución en su idioma natal! No os podéis hacer idea de la cantidad de reverencias, agradecimiento y elogios que hicieron por haber tenido aquél detalle de exquisita cortesía. La reunión fue un éxito y pude saber –por lo que ellos dijeron- que el cura locutor había hecho un buen trabajo. Por mi parte, recuerdo aquella insólita experiencia como uno de los retos más difíciles de mi carrera, y es que todo aquello... ¡me sonaba a chino!

martes, 3 de enero de 2017

¡Adiós, señor Yakamoto!

Bueno, el nombre del tal señor Yakamoto es inventando (porque no me acuerdo de su nombre real) pero esta anécdota sí que es real. Todo sucedió cuando un empresario japonés visitó nuestra compañía (ICI-Zeltia, hoy Syngenta) y mantuvo una reunión con varios de nuestros directivos y jefes. Uno de los que allí estaban era el jefe de registro Juan González Diaque, un gaditano con mucha gracia (no podía ser de otra manera) y muy pocos conocimientos de inglés. Pero, a pesar de sus escasos conocimientos de inglés, le pidieron que estuviese presente en dicha reunión. Y la reunión se alargó y alargó... y todo en inglés... y él sin enterarse de nada. Al cabo de unas interminables horas, por fin el señor Yakamoto se levantó de su asiento y fue una gran sensación de alivio la que nuestro amigo Juan sintió en aquél momento. NI corto ni perezoso, él también se levantó y le tendió la mano mientras le decía con gran alegría “Goodbye, mister Yakamoto”. Pero resultó que nadie más se había levantado, que todos permanecían sentados en sus respectivos sitios, mirándole a él con cara de asombro como el propio señor Yakamoto que no entendía nada de lo que estaba pasando.

¿Qué había sucedido? Ni más ni menos que, tras varias horas de reunión en inglés en aquella pequeña sala, el señor Yakamoto había dicho que tenía calor y se levantó para ir a abrir la ventana, signo que el pobre Juan entendió que significaba el fin de la reunión y el final, por fin, de aquella tortura, y por eso se levantó presuroso para despedir al ilustre invitado.

lunes, 2 de enero de 2017

El presidente que se levantó de la mesa

La primera vez que acudí a una rueda de prensa internacional, acompañando a varios periodistas españoles, me llevé (nos llevamos todos) una gran sorpresa. Desde nuestra llegada todo había sido profesionalidad y atenciones. Nos atendieron amablemente a la llegada, nos acomodaron en un excelente hotel, nos facilitaron un completísimo material de prensa, se pusieron a disposición de entrevistas personales y, finalmente, nos invitaron a una cena de gala.

Como éramos unos 60 invitados (periodistas de los principales países europeos) habían dispuesto la sala con mesas de ocho. Buscamos en el panel que había a la entrada cuál era nuestra mesa y vimos que los cinco periodistas españoles coincidíamos en la mesa con los dos periodistas portugueses y con el director ejecutivo (CEO) de la compañía, Tom McKillop.

Después de la copa de bienvenida nos sentamos y allí acudió también el CEO de la compañía. Rápidamente se puso a conversar con tos nosotros, interesándose por nuestros respectivos trabajos y respondió sin trabas y con buen humor a todas las preguntas que le íbamos formulando. Sirvieron el primer plato y todo siguió igual de cordial... hasta que terminamos de comer el primer el plato. En ese momento, McKillop se levantó, cogió su copa y su servilleta y nos dijo que tenía que marcharse. ¿Qué era aquello? ¿Alguien había dicho algo inconveniente y se sentía a disgusto con nuestra compañía?

Pronto salimos del error. Aquél mismo gesto lo repitieron todos los demás directores, cada uno de los cuales había estado sentado en una mesa diferente para que en todas las meses hubiese siempre alguien del comité de dirección. Entonces, cada directivo, con su copa y servilleta se dirigió a otra mesa, intercambiando sus puestos. Llegó entonces a nuestra mesa el director financiero y ocupó el puesto de McKillop que, a su vez, había ocupado el puesto de otro de los directores y así sucesivamente. Durante el segundo plato, el director financiero departió amigablemente con todos nosotros y cuando llegó al final, antes de que sirvieran el postre, volvió a repetirse la misma escena. Cada director cogió su copa y servilleta e intercambió el puesto con otro de sus colegas.

De esta original forma, por cada mesa pasaron tres miembros del comité de dirección, permitiendo a los periodistas invitados tener cerca y hacer cuantas preguntas quisiesen a tres de ellos. Es posible que esta fórmula se haya hecho en otras compañías y situaciones, pero no he conocido ninguna. Y puedo dar fe que todos los periodistas, a los que año tras año acompañé a este tipo de eventos, quedaron gratamente sorprendidos y agradecidos por este sencillo gesto. Porque lo normal es que los grandes directivos se rodeen de sus similares y si acaso de quienes les hacen la pelota habitualmente, no dignando mezclarse con otras personas que no sean de “su nivel”. Por el contrario el espíritu que Tom McKillop infundió a AstraZéneca fue justamente el contrario, el de un igual que se acerca a los demás y disfruta de su compañía.

domingo, 1 de enero de 2017

Belgas por los suelos

Periódicamente celebrábamos en Barcelona unos simposios internacionales de medicina, correspondientes a los que se llamaba European Institute of Healthcare, promovidos por la central europea de AstraZéneca.

Una de las escenas más curiosas que presencié en uno de aquellos simposios fue al llegar la hora del descanso a media mañana. En dicho descanso, los asistentes al simposio salían al amplísimo hall en donde se les ofrecía un café con bollería y aperitivos, pero en aquella ocasión fueron muchos los médicos (especialmente toda la delegación belga) los que pasaron olímpicamente del desayuno y salieron al exterior para sentarse en las escaleras que daban acceso al edificio. ¿Era una manifestación? ¿Se trataba de algún tipo de protesta? Nada de eso; simple y llanamente era la necesidad imperiosa que tenía de recibir sobre su piel los rayos del sol. Según nos explicaron llevaban tres semanas seguidas de lluvia en Bélgica y ahora, al ver en Barcelona aquél sol radiante no podían desaprovechar ni un minuto para disfrutarlo. Por eso muchos médicos europeos, pero sobre todo los belgas, se quedaron todo el rato de descansando sentados en las escaleras tomando el sol como si fuesen simples lagartos.