Cuando trabajaba en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia
me junté con mi compañero Javier Cebrián que tenía tanta imaginación y buen
humor como yo. Esa imaginación y buen humor la padeció en más de una ocasión
nuestra secretaria Aurora. Una de las bromas típicas que le gastábamos era la
de llenarle el bolso de todo lo que tuviéramos a mano sin que ella se diera
cuenta... hasta que iba a cogerlo y entonces descubría que aquello pesaba una
enormidad. Entonces lo abría y empezaba a sacar una grapadora, un libro, un
pisapapeles, una taladradora, un bloc de notas, un portalápices... y mientras
ella ponía cara de cabreo nosotros nos partíamos de risa. Esta broma la
repetimos muchas veces, tantas que cada vez que iba a coger su bolso lo abría
antes para comprobar qué le habíamos metido.
En otra ocasión, la broma fue más sofisticada. Se había
comprado un coche de color blanco y, sin que se diera cuenta, salimos y se lo
tuneamos como si fuera un taxi. En la parte del techo le pusimos un envase de
yogur pintado de verde como si fuese la luz de “libre” de los taxis, y en el
lateral opuesto al del conductor (para que no lo viese al entrar al coche) le
pegamos una franja roja en diagonal como la que llevan los taxis en Madrid. Nos
partíamos de risa pensando en la cara de sorpresa que pondría cuando la gente
por la calle levantase la mano a su paso para pararla como si fuera un taxi.
Por fortuna para ella, se dio cuenta antes de entrar en el coche... pero lo que
nos reímos con los preparativos no nos lo quita nadie.
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