Un día cualquiera, cuando trabajaba en el laboratorio
farmacéutico en donde ocupábamos un edificio completo del complejo empresarial
Parque Norte, en Madrid, realizamos un simulacro de incendio. Ya nos habían
avisado previamente, así que cuando sonó la alarma nadie se “alarmó” y todos
nos levantamos y fuimos caminando sin sobresaltos hacia las escaleras para
desalojar el edificio. Lo mismo se hizo en los edificios vecinos y todos los
trabajadores nos congregamos en la plaza central.
Pero he aquí que un famoso personaje de la industria
farmacéutica, Pedro Haro, apareció por allí. Era una persona ya muy mayor, que
llevaba toda su vida como editor ofreciendo a los laboratorios sus servicios
para la edición de libros, folletos y cuanto se terciara; pero era de la vieja
escuela. Para Pedro Haro eso de presentar una oferta a concursos para llevarse
el trabajo no iba con él. Con tantos años de experiencia, su palabra y la
confianza que inspiraba debían ser suficientes; él daría siempre un precio muy
ajustado y un trabajo bien hecho y entregado en la fecha prevista. De su larga
trayectoria en este negocio daba buena fe el hecho de que trataba siempre de tú
a todos los directivos, ya fuesen presidentes o simples empleados; él era una persona
cercana, sencilla, de confianza, vamos, de toda la vida.
En fin, volvamos a aquél día en el que, curiosamente, Pedro
Haro andaba cojo por un pequeño percance que había padecido unos días antes, y
se dirigía a mi laboratorio para ofrecer una vez más sus servicios. Cuando
llegó debió extrañarle el ver tanta gente arremolinada en la plaza central y
quizás aquél desconcierto le hizo pasar desapercibido ante los controles de
seguridad que siempre controlan todas las visitas que acceden al recinto. Pues
ni controles de seguridad, ni muchedumbre, ni nada; pasito a pasito, con su
cojera, atravesó todo el espacio hasta llegar a nuestro edificio en el que ni
siquiera quedaban ya las recepcionistas. Como él se consideraba “de la casa”
entró sin más, subió a una de las plantas y al no ver a nadie fue a otra, y a
otra... en realidad no sé qué recorrido hizo por aquellas dependencias
abandonadas, el caso es que a los cinco o diez minutos, cuando volvimos a
nuestros puestos de trabajo, fue él quien nos recibió y nosotros los extrañados
de verle allí dentro en donde no tendría que haber quedado nadie. En aquél
incendio ficticio, él fue el único superviviente.
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