sábado, 31 de octubre de 2020

Es con chicas con quien sueño

Paloma, la secretaria de dirección, llamó a la puerta y entró en la clase de historia que estaba dando Mercedes, en el último curso de enseñanza básica en un colegio que –en régimen de internado- había en mitad del campo a media hora de Alicante, una ciudad de poco más de 300.000 habitantes en la costa del Mediterráneo, en España. Todos los alumnos, miraron intrigados cómo Paloma susurraba algo al oído de Mercedes y por la expresión de ambas no parecía ser nada bueno, puesto que las dos estaban muy serias.

Mercedes se dirigió a sus alumnas y llamó a Alma. “¿Puedes acompañar un momento a Paloma?”. Todos se miraron intrigados mientras Alma salía de la clase. “¿Qué es lo que habré hecho esta vez?”, pensó. Pero no recordaba tener ningún asunto pendiente. Paloma, por otra parte, no le decía nada, sino que la acompañaba con semblante serio por el pasillo hasta el despacho del director.

Cuando abrieron la puerta su sorpresa fue mayúscula al ver allí a Miguel, su tío, junto al director, ambos también con semblante serio. Al verla, Miguel se acercó hacia ella y la abrazó. “Lo siento, pequeña, tu madre ha muerto”, apenas acertó a susurrar. Alma no supo en aquél instante cómo reaccionar. No por esperado –la enfermedad de su madre se había prolongado más de tres años- resultaba ahora fácil de soportar. Pero ella en aquél instante no sentía nada, sólo desconcierto.
- Ve a recoger tus cosas para que tu tío te lleve a casa, y no te preocupes, ya recuperaremos cuando vuelvas. Tómate el tiempo que necesites – le dijo el director.

Alma fue a su dormitorio y metió cuatro cosas en la bolsa de deporte. Tantos años de internado, en dormitorios compartidos, sin un hogar ni una familia, la habían acostumbrado a vivir al día, sin más equipaje que sí misma. No necesitaba prácticamente nada, así que en cuestión de minutos cerró la bolsa y volvió al despacho en donde aguardaba su tío.

Muchas veces pensaba que su tío Miguel era más cercano a ella que su propio padre. Desde luego había convivido con él más que con su padre. Primero, por su trabajo como director regional de una empresa de equipamientos quirúrgicos para hospitales. Tenía a su cargo todo el territorio nacional y esto le obligaba a viajar constantemente y a pasar cuatro o cinco noches a la semana fuera de su casa.

La salud de su madre y los continuos viajes de su padre fueron las razones que le dieron cuando apenas tenía diez años, para enviarla interna a un colegio. Su madre había padecido de todo –al menos que ella recordase- desde problemas del hígado, hasta problemas respiratorios, para acabar finalmente con un cáncer de mama al que no consiguió vencer.

Las pocas veces que estaba en su casa, se sentía como una extraña. Era una casa vacía, vacía de personas, vacía de afecto, vacía de recuerdos... Incluso las vacaciones de verano las solía pasar con su tío Miguel, hermano de su madre, y con su abuela Manuela –la madre de su madre- en el chalet que tenían en las afueras de Altea.

Su tío Miguel era soltero y vivía en ese chalet con su madre desde que ella tenía uso de razón. Trabajaba como profesor en la escuela del pueblo y nunca había sentido deseos de progresar ni de casarse ni de ir a otra ciudad. Su vida era la rutina, el pequeño microcosmos de ese pequeño pueblo. Sin embargo era una persona afable, con la que se podía hablar de cualquier tema... o casi. Porque cuando ella le preguntaba cosas de su padre, que por qué viajaba tanto, que por qué no pasaba más tiempo en casa, Miguel miraba hacia otro lado y cambiaba de conversación.

Alma acababa de cumplir los 17 años y toda su vida se le antojaba carente de afecto, de familia. Las únicas alegrías las tenía con sus amigas, muchas de ellas con problemas y situaciones similares. Esto las acercaba más y las hacía sentirse como una piña, apoyándose siempre unas a otras. Alma siempre fue un poco líder, quizás por su carácter rebelde, extrovertido y alegre. Siempre estaba planeando algo fuera de lo común –y prohibido, por lo general- y además nunca tenía reparo en decir cara a cara lo que pensaba. Eso, precisamente, le había acarreado un largo historial de castigos. Su curriculum escolar ofrecía un balance simplemente aceptable en lo referente a estudios, con aprobados, algún notable y algún suspenso que recuperaba luego en septiembre y que le obligaba a seguir estudiando también durante el verano. Pero todo eso se empañaba con la hoja interminable de sanciones por su indisciplina constante y el mal ejemplo que –a juicio de los profesores- suponía para las otras alumnas.

Cuando había una fiesta Alma era “el alma de la fiesta”, como solía reconocer riendo. Y desde siempre había sentido una especial predilección por el deporte, de tal forma que fue de las primeras en apuntarse al equipo de fútbol femenino con el que recorría cada fin de semana diversos lugares como participante en la liga provincial.

Esa era toda su vida. La cárcel permanente de un internado. Las lejanas noticias de unos que decían ser sus padres. Los veranos estudiando en casa de su tío y de su abuela. Y el mundo de amistad con sus amigas y su equipo de fútbol. Entre aquél mundo y este último, Alma se quedaba con su mundo: Sus amigas y su fútbol.

Sin embargo, a pesar de su dureza y falta de sensibilidad aparente, Alma era sensible, pero había tenido que ponerse una coraza para poder sobrevivir. En su fuero interno ella se sentía diferente y sabía que aquello no podía confiarlo a nadie más. Y de vez en cuando escribía poesías que nadie, absolutamente nadie, había llegado a leer jamás.

Miguel condujo en silencio los casi cuarenta kilómetros que separaban su internado de la casa de sus padres en Alicante. Cuando llegaron, notó que más coches de lo habitual habían aparcado junto a la puerta. Subieron y al entrar en aquella casa, que nunca sintió como suya, un frío glacial se metió en su corazón mientras veía las caras tristes de sus familiares. Su padre, aquél extraño, se acercó a saludarla y la abrazó. Ella simplemente consintió.
- ¿Quieres verla? – le preguntó.
Alma asintió levemente y la condujeron al dormitorio en donde el cadáver de su madre había sido arreglado con esmero. Tenía una expresión de paz y un blanco intenso, aterrador. Y entre los rígidos dedos, un rosario.

Al cabo de unos instantes, salió y se encerró en la habitación que alguna vez ocupó en esa casa, en la que debería haber sido “su” habitación, en “su” casa, con “su” familia. Pero nunca hubo nada de eso porque sentía que le habían estafado, le habían robado su infancia arrojándola lejos como algo molesto que se aparca y olvida a propósito en cualquier sitio.

Se tumbó en la cama y cerró lo ojos. La oscuridad le borró el tiempo. Sintió que aquello no era nada, que nada cambiaría y su vida seguiría igual. Y así lo pudo comprobar durante los días siguientes. Su padre dijo que se iba a ocupar más de ella, pero lo único que hizo al cabo de unos días fue llevarla al dentista y pagar la costosa ortodoncia para corregir sus dientes.

Al principio se sintió molesta e irritada, pero luego pensó que la única que se iba a beneficiar de todo aquello era ella, cuando pudiese más adelante lucir una preciosa sonrisa. No tardó mucho tiempo en acostumbrarse y –a diferencia de otras chicas a las que esos hierros en su boca la hubieran podido acomplejar- en el caso de Alma se transformó en un valor añadido, en algo que ella enseñaba con orgullo como muestra de su fiereza y su enfrentamiento permanente con el mundo. No le importaba reír y enseñar sus dientes sujetos por los hierros, y era consciente además de su belleza, de lo atractivo de sus carnosos labios, y del freno que esa ortodoncia iba a suponer a esa panda de chicos imbéciles que nunca le habían interesado lo más mínimo.

Cuando su tío la llevó de regreso hasta el internado ella suspiró de alivio. Se juntó de nuevo con sus amigas y le enseñó los dientes, rieron y se conjuraron para ganar la Liga de fútbol de la que aún faltaban tres partidos. Su vuelta a los entrenamientos fue una alegría para todas. Cualquier otra chica con su capacidad goleadora habría conservado un detallado historial de su trayectoria como deportista, sin embargo Alma se había acostumbrado a vivir al día y ni siquiera sabía cuántos goles había marcado en su vida, aunque debían haber sido muchos toda vez que cada año se situaba como la máxima goleadora de su equipo con más de 20 tantos.

En el siguiente partido, por la falta de entrenamiento, el entrenador decidió dejarla fuera y apenas si pudo participar quince minutos al final. Sin embargo se ganó el partido sin problemas y el verdadero reto se vería una semana más tarde cuando se enfrentasen al San Juan. Una derrota les pondría las cosas difíciles, el empate añadiría emoción al final de la liga, pero una victoria les aseguraría el campeonato.

Durante toda la semana los entrenamientos se intensificaron y por las noches le costaba conciliar el sueño. Por eso hablaba y hablaba con Sonia, su compañera de habitación, y eso la reconfortaba. Aunque Alma se llevaba bien con casi todas las chicas, con Sonia siempre había algo especial y no sabía por qué. Les gustaba jugar y reír, soñar con escapar y ser libres y volar. Algún día vivirían por su cuenta y podrían hacer lo que se les antojase sin tener que estar sometidas al dominio de quienes ahora dirigían y controlaban sus vidas.

Sonia era rubia, con una larga melena que se recogía en una coleta para jugar al fútbol y siempre estaba de buen humor, aunque como Alma pensaba, no tenía ningún motivo para ello: Sus padres divorciados y con un odio creciente entre ellos, el cual se lo trasladaban a ella cada vez que les visitaba. También Sonia prefería estar en el internado a estar en cualquiera de aquellas dos casas en las que había dos seres que se odiaban.

La indisciplina también era una constante en su carácter y los responsables del internado siempre dudaban entre mantenerlas juntas (“las manzanas podridas mejor que estén en el mismo cesto” se decían) o separarlas a ver si mejoraban su comportamiento. Sin embargo, eran más propensos a pensar que hacerles compartir habitación con otras compañeras sólo llevaría a tener “cuatro manzanas podridas en vez de dos”.

Con más rapidez de la que se imaginaban llegó el gran día. Jugaban como locales y el ambiente en el internado era algo especial, con la presencia de numerosos padres y familiares. Ninguno de Sonia o Alma, por supuesto. Pero ellas dos se tenían a sí mismas y eso les bastaba, y su entusiasmo sabían transmitírselo a todas las demás.

Cuando el entrenador del equipo vio el estado del terreno de juego, completamente embarrado tras la fuerte lluvia caída por la noche, no pudo menos que fruncir el ceño. Sus chicas eran virtuosas del balón, verdaderas artistas, pero en un campo así no iban a poder demostrar su superioridad. En una situación así habría que recurrir a la épica y así se lo hizo notar en los prolegómenos del encuentro. En el vestuario reinaba una tensión especial pero también una confianza ciega en el triunfo, no obstante, en un campo así, cualquier resbalón, cualquier lance fortuito del partido podía dar al traste con todas sus esperanzas.

Cuando saltaron al terreno de juego pudieron comprobar que aquél era un día especial, público y aplausos, algo casi inaudito a lo largo de toda la competición en que sólo 10 o 20 personas –básicamente familiares y amigos de las jugadoras- presenciaban los partidos. El balón se puso en juego y pronto se pudo ver lo difícil que iba a ser dominarlo; cada dos por tres se quedaba parado en mitad del barro y se creaban situaciones de peligro en lances que en otras circunstancias no habrían tenido la menor trascendencia. El equipo de Alma se manejaba bien y recurría a los pases largos para mover el balón (escapando así del barro) y desarrollar su característico juego por las bandas. Las rivales del San Juan se empleaban a fondo y el choque estaba muy igualado y deslucido, sin casi ocasiones de gol en ninguna de las dos porterías.

Tras el descanso salieron decididas a resolver el encuentro, pero el panorama seguía siendo el mismo, patadones, resbalones, choques y melees en el barro. A veces más parecía rugby que fútbol. Y mientras tanto, los minutos seguían pasando y el cero a cero se mantenía en el marcador; un resultado que dejaba las espadas al aire para la siguiente jornada en que habría de decidirse todo.

A base de insistir en el juego por las bandas, y en uno de esos centros prodigiosos que Sonia solía realizar, el balón fue despejado a corner con apuros por una defensora del San Juan. Se apretujaron todas frente al área pequeña y mientras Sonia caracoleaba entre la defensa captando su atención, Alma se retiró unos metros hacia atrás, hacia el segundo palo que había quedado libre. Hasta allí precisamente llegó el balón lanzado desde el corner y cuando Alma lo vio se preparó y, sin dejarlo caer, empalmó un trallazo que –a pesar de no estar muy colocado- se coló en la portería rival con una potencia tal que no le dio tiempo a reaccionar a la guardameta.

El grito de “goool” resonó en todo el campo de fútbol y todas corrieron a abrazar a Alma. Saltaron unas sobre otras, con la alegría, el barro y el esfuerzo marcado en sus rostros. Y entonces algo pasó. Para Alma fue igual que si se hubiese detenido el tiempo. Las vio a todas inmóviles, suspendidas en el aire, como una fotografía congelada, donde el tiempo se había parado para todas menos para ella y... para Sonia. En esa fracción de segundo, fue consciente del beso que Sonia le había dado en los labios, del estallido de algo extraño que explosionaba en su interior, de mirarla a los ojos y responder con un nuevo y fugaz beso en los labios. Sólo fue una fracción de segundo, pero ella fue consciente de todo aquello, tras lo cual se reanudó el tiempo, con el ensordecedor estallido de los gritos de euforia. Nadie se dio cuenta de lo que pasó en aquél instante perdido en medio de la algarabía; nadie excepto ellas dos.

Tras la insistencia del árbitro porque el juego se reanudara, se fueron levantando todas para recobrar sus posiciones y disputar los diez minutos que aún quedaban. Alma estaba como un zombie, sin acertar aún a comprender qué era lo que estaba sintiendo. A partir de aquél momento pareció disputar el encuentro como ausente, pero la contienda ya se había sentenciado y su equipo se alzó con la victoria y con el campeonato provincial.

Todas se felicitaron y el vestuario fue una completa algarabía. Después en el colegio hubo una fiesta y la díscola Alma recibió las felicitaciones de todo el profesorado, al igual que el resto de componentes del equipo. Por la noche, cuando estuvieron de nueva juntas las dos en su habitación, se miraron y se dieron cuenta de que aquello era lo que durante tanto tiempo las había hecho sentirse diferentes. Ahora comprendían por qué preferían la compañía de chicas a la de chicos, a los que siempre trataban de rehuir. Las dos se sinceraron y descubrieron que un sentimiento nuevo y desconcertante les había explotado en su interior.

Después cerraron los ojos y durmieron, rendidas por el cansancio y la tensión de aquél día tan intenso. La oscuridad se hizo de nuevo y Alma se sintió liberada, liviana, flotando en el espacio que la absorbía. Alma volvía a ser un ente psíquico, no físico, y se mantuvo en ese trance durante mucho tiempo; en realidad allí no existía el tiempo por lo que no podríamos decir cuánto duró aquello... simplemente, hubo un momento en que sintió el deseo de escribir, pero no tenía cuerpo... y vio allí abajo a un poeta que se enfrentaba con el lápiz titubeante frente a una hoja en blanco. Entonces Alma bajó y se metió dentro de aquél brazo, colocó su corazón en el mismo lugar que ocupaba el corazón de aquél poeta, y exhaló su aliento fundiéndolo con el de aquél extraño al que había poseído. La mano del poeta ya no le pertenecía, ahora era de Alma, y ella la fue moviendo para escribir los más bellos poemas.

Ya han pasado unos años desde que estos hechos tuvieron lugar, pero todo lo acontecido ha quedado reflejado en un libro, “Yo soy Alma & Algo así", del autor Vicente Fisac, del que puede adquirirse tanto una edición digital como una edición impresa a través de Amazon (www.amazon.es).
Allí está toda esta increíble historia y también todos los poemas que dictó.


“Yo soy Alma & Algo así”: https://amzn.to/3qSirqM


La élite política y económica da “ejemplo”

Como ya han pasado varios días desde la “ejemplar” cena del diario digital “El Español” en donde se reunieron más de 60 ilustres ciudadanos de la élite política y económica apenas 24 horas después de decretar el estado de alarma, quiero aportar aquí la lista de esos invitados ilustres que nos han dado tan buen ejemplo.
 
Dicen que legalmente no se les puede reprochar nada ya que las mesas estaban separadas, eran de 6 comensales y la ocupación del local era del 33 por ciento; pero está claro que moralmente es nauseabundo.
 
Como puedes ver por la lista adjunta, allí se dieron cita el ministro de Sanidad, el de Justicia, el Fiscal General del Estado, presidente y destacados dirigentes del PP y Ciudadanos, presidentes de grandes compañías eléctricas, bancos, etc. En fin, como anécdota citar que del mundo del deporte no estuvo ni el presidente de la Federación ni el de la Liga, ni ningún presidente de club… salvo Florentino Pérez, al que se invitó no como empresario sino como “presidente del Real Madrid” (¿se extraña ahora alguien de que el 80% de lo que llaman “información deportiva” sea en realidad “información del Real Madrid”). Eso sí, para que no estuviese solo, le acompañó el presidente de la sección de baloncesto del Real Madrid.
 
Esta es la lista de la vergüenza:


viernes, 30 de octubre de 2020

Veinte millones de dólares a quien diseñe un váter

No es ninguna broma: se ofrecen 20 millones de dólares a quien diseñe un váter, y además se darán 10 millones y 5 millones de dólares a la segunda y tercera mejor idea. ¿Te sientes capacitado para hacerlo? Pues a continuación te doy los detalles para optar a este concurso, aunque ya te adelanto que no vale un váter cualquiera sino que este debe reunir unos requisitos muy especiales…
 
La oferta del original concurso la ha hecho la NASA a través de la plataforma HeroX y, en efecto, hay 20 millones de dólares para el proyecto ganador, 10 millones para el segundo clasificado y 5 millones para el tercero. ¡Ah, y la fecha tope para presentar el proyecto es el 17 de Agosto de 2021 y la fecha en que se darán a conocer los ganadores será el 30 de septiembre de 2021. ¡Estás a tiempo!
 
El objetivo es diseñar un váter que puedan utilizar los astronautas que lleguen a la Luna en el año 2024 porque los pobres astronautas que llegaron allí en 1969 y años siguientes, tuvieron que dejar sus cacas y pises en bolsas de plástico. Hasta ahora, en la Estación Espacial Internacional, se utiliza un váter con tuberías y sistemas de succión, pero esto no resulta muy práctico ni apropiado para utilizarlo en la Luna en donde sí hay gravedad aunque menos que en la Tierra.
 
Estos son las características que debe tener ese váter:
 
1.- Debe funcionar tanto en microgravedad como en gravedad lunar.
2.- Sus dimensiones máximas han de ser de 0,12 metros cúbicos.
3.- El ruido máximo que genere debe ser inferior a 60 decibelios.
4.- Debe tener capacidad para 1 litro de orina, 500 gr de caca y 114 gr de menstruación, por día.
5.- Su limpieza debe ser fácil y no llevar más de 5 minutos.
6.- Debe ser capaz de retener los olores y gotitas para que no se expandan.
7.- Sus restos se deberán almacenar fácilmente o bien evacuar con seguridad al exterior.
 
¿Eres capaz de diseñar un váter así? ¡Son 20 millones de dólares y la satisfacción de poder decir: ¡Nunca nadie cagó tan alto, gracias a mí!”

jueves, 29 de octubre de 2020

¿Seguro de hogar con Generalli? ¡Menuda estafa!

¿Has pensado en hacer algún seguro de hogar con la compañía de seguros Generali? Pues antes de hacerlo te recomiendo que te lo pienses y que compares precios con otras compañías. Y no es que el precio de Generali sea muy alto, todo lo contrario, es bastante bajo, pero la diferencia es que ese dinero lo quieren todo para ellos.
 
Veamos un ejemplo real: Hago un seguro de hogar. Durante el primer año no doy ningún parte. A mitad del segundo año hay una filtración de agua que humedece un pasillo, doy parte, viene el perito, mandan un fontanero y albañil, y al cabo de unos días, cuando ya está todo seco mandan un pintor. Todo perfecto, pero… unos pocos meses después, cuando falta poco para el vencimiento de la póliza me dicen que no la renuevan. ¡Por un solo parte de accidente que no era nada del otro mundo! ¿Para qué quiero entonces un seguro con Generali? ¿Sólo para pagarles a ellos y que cuando lo necesite me digan que cancelan el seguro?
 
Ahí lo tienes. Si te apetece pagar a una compañía que sólo piensa en su propio beneficio, ahí tienes a Generali; pero si quieres una compañía de seguros responsable, tienes muchas otras donde elegir.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Una santa desconocida

A lo largo de la historia ha habido muchos santos y de ellos tenemos constancia en los libros, en las iglesias, etc.; sin embargo ha habido y habrá muchos otros santos que han pasado desapercibidos y no queda de ellos más recuerdo que el que dejaron en las personas que los conocieron.
 
De uno de esos santos desconocidos viene a hablar el libro “Una santa desconocida”, de Vicente Fisac (editado por Amazon en ediciones digital e impresa). Nos referimos a Mercedes Fisac Clemente (Daimiel, Ciudad Real, 1889-1981), pero ¿quién era ella? Era un mujer de pueblo, cuya vida transcurrió de una forma humilde y sencilla. ¿Qué más se podría contar? Quizás sí, quizás sí hay algo más. No en términos de acción pero sí en términos de sentimiento, y es ese sentimiento el que ha quedado reflejado en sus poemas, en todos esos poemas que ahora han sido rescatados para este libro.
 
Los hay de todo tipo: algunos son descriptivos de las costumbres de un pueblo agrícola en la época en que fueron escritos, otros nos cuentan historias y, en muchos casos, dialogadas como si se tratase de una representación teatral.
 
Se puede estar o no de acuerdo con su forma de ver la vida, pero en este libro se invita al lector (sobre todo al que no sea muy devoto) a no quedarse en el trasfondo religioso de los poemas sino a disfrutar del ritmo, musicalidad y belleza de los poemas, porque ese es un generoso regalo para todos nosotros.
 
“Una santa desconocida”, Vicente Fisac. Disponible en Amazon (en ediciones digital e impresa).

martes, 27 de octubre de 2020

¿Cuál de estos eres tú?

¿Cuál de estos que ves en la foto eres tú? ¿Qué ha sido de aquellos españoles valientes y aguerridos que desafiaron a todos y conquistaron el mundo? ¿Por qué te humillas y agachas la cabeza obediente ante el Estado opresor? ¿Por qué aceptas el pensamiento único que te imponen?
 
“¿Llevas la mascarilla para no contagiarme a mí, por la gran estima que me tienes? ¿Te sientes orgulloso de colaborar en la salvación del mundo con tu patética mordaza, ufano de ser tan solidario y buenista? ¿Piensas acaso que tu bozal te va a proteger de un virus que muy posiblemente ni exista, cuando es archisabido que esa telita que te amordaza el alma no sirve para protegerte de nada? ¿No has visto los impresionantes trajes de astronauta o de buzo que lleva el personal que manipula virus?”.
 
Ese último párrafo lo he tomado de un magnífico artículo publicado por Laureano Benítez Grande-Caballero, publicado en periodistadigital.com
Aquí tienes el enlace:
https://www.periodistadigital.com/politica/opinion/columnistas/20200803/bienvenido-disidencia-librarse-llevar-mascarilla-noticia-689404349376/

lunes, 26 de octubre de 2020

Otra casualidad imposible

Para todos aquellos que de vez en cuando se sorprenden por alguna casualidad o coincidencia “imposible” que les sucede alguna que otra vez, relataré ahora la última de esas “casualidades” que me ha sucedido…

En el año 1933 se concedió el Oscar de Hollywood a la película de Walt Disney “Los tres cerditos”. Hace 30 años, cuando mis hijos eran pequeños, comencé a comprarles películas de Walt Disney en formato vídeo VHS. Compré muchas y entre ellas, una cinta que contenía una selección de cortometrajes premiados, entre ellos, “Los tres cerditos”.

Pasaron los años, mis hijos crecieron y se hicieron adultos. Pasaron los años, los vídeos VHS desaparecieron y todas aquellas cintas fueron a parar al trastero, junto con el reproductor de vídeo VHS. Pasaron los años, y tuve una nieta. Pasaron tres años y medio más, y me di cuenta que a mi nieta le gustaría ver aquellas películas. Rescaté el reproductor de vídeo y algunas de aquellas cintas (no todas, sólo las más infantiles), para verlas de nuevo junto a mi nieta. Estás en lo cierto si piensas que una de aquellas cintas que elegí para proyectar en primer lugar a mi nieta fue la de “Los tres cerditos”. Y así fue, esa película y no otra se convirtió en la primera película que le puse a mi nieta.

Pero ¿qué pasó al día siguiente de haber visto esa película? Algo inédito y realmente sorprendente. Estaba viendo la televisión y salió una persona contando cómo era su día a día en esta cuarentena por coronavirus que todos debemos padecer. El hombre se dirigía a la cámara y contaba su experiencia, pero mi vista se fijó en lo que había detrás de él: una pantalla de televisión en donde se estaba proyectando la película “Los tres cerditos”.

El hecho en sí de que se proyecte esa película en televisión no tiene nada de extraño, sobre todo en estos días en que hay que tener muy entretenidos a los niños; lo realmente sorprendente es que yo viese esa escena justo después de haber visto con mi nieta esa película treinta y tantos años después de haberla comprado y veintitantos años después de haberla tenido arrinconada en el trastero, y haber elegido esa, precisamente esa y no otra, para que fuese la primera película que veía junto a mi nieta.

En fin, si te pica la curiosidad y quieres saber más sobre eso que la gente llama “casualidades” o “coincidencias”, y que en realidad no son ni lo uno ni lo otro, sino algo muy distinto, te invito a leer el libro “No son coincidencias”. Hay disponible una edición digital (eBook) por sólo 5 euros y también una edición impresa, y los de Amazon siguen trabajando todos estos días.

“No son coincidencias”, Vicente Fisac, está disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa.

domingo, 25 de octubre de 2020

La mejor primavera de las cotorras

Esta última primavera ha sido la mejor, en muchos años, para… las cotorras argentinas. Ellas vivían felices en la selva, hasta que un buen día ese virus que ha infectado el planeta y que se llama “seres humanos” se dedicó a cazarlas y venderlas como mascotas. Pero ellas no estaban hechas para el cautiverio, ellas son seres sociales que viven en familia (la suya) y aman la libertad.

Los virus (es decir, los seres humanos) se sintieron atraídos por sus colores vistosos y también por su bajo precio (mucho más baratas que los loros) así que pronto se convirtieron en objeto de deseo para quienes desean tener enjaulados animales silvestres. Pero ellas (las cotorras) tienen su idioma y no todos saben apreciar la variada gama de sonidos que emiten, considerándolos estridentes y, cuando son muy repetidos, irritantes. Por eso, aquellas personas que las habían comprado comenzaron a soltarlas y, cuando no, fueron ellas quienes supieron zafarse de los barrotes y alcanzar la libertad (porque son bastante inteligentes).

Hay muchas aves que una vez recuperada la libertad no son capaces de sobrevivir, pero ese no es el caso de las cotorras; ellas sí que saben buscarse la vida y sobrevivir en toda clase de climas y entornos. Por otra parte, como ya dijimos, son animales sociales, que gustan de vivir en grandes comunidades, y que se reproducen, tanto es así que cada dos o tres años se duplica el número de ejemplares.

Pasaron los años y las cotorras crecieron y se multiplicaron, y fueron llenando casi todos los rincones de nuestra geografía. Sus nidos, algunos de 200 kilos de peso y capacidad para albergar a un buen número de ejemplares, coronaron muchos árboles de las ciudades. Alguna vez, las ramas no eran capaces de soportar el peso y caían, con riesgo para los viandantes. Para las cotorras aquello no era el fin, sino simplemente tener que trabajar en construir un nuevo nido.

Al amanecer y al atardecer, sus gritos de algarabía se colaban en todas las casas y la gente (esa que antes las capturó, comerció con ellas y luego se hartó y las soltó) empezó a protestar. Los defensores de los animales impidieron que se tomaran medidas drásticas como matarlas a todas, pero no pudieron impedir los planes de muchos Ayuntamientos para reducir su número, en unos casos mediante la destrucción de nidos (que en realidad lo único que consigue es darles más trabajo para que hagan uno nuevo) y en otros casos mediante captura, esterilización y suelta).

Todo estaba previsto para iniciar estas campañas, pero he aquí que un nuevo virus (Covid-19) entró en escena y atacó a otro virus (seres humanos) y ambos tuvieron que quedarse sin salir de casa. Las calles, los parques, el campo… todo volvió a recobrar su esplendor de vida y sosiego. Sin contaminación de coches y algo de lluvia, el aire de las ciudades se volvió respirable. Creció la vegetación y poco a poco se fueron borrando del campo y de los parques las huellas del paso humano. Los virus (humanos y Covid-19) encerrados en casa, y las cotorras y demás animales salvajes libres y tranquilos, dispuestos a disfrutar este año de la mejor primavera de sus vidas.

Espero que sus trinos (unos agradables, otros desagradables, otros irritantes) nos hagan reflexionar y darnos cuenta que aquí el único virus que ha infectado el planeta hemos sido nosotros, los seres humanos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Los privilegios del Papa Francisco para los homosexuales

Mucho revuelo han causado las palabras del Papa Francisco sobre los homosexuales, en el documental “Francesco”, del director de cine Evgeny Afineevsky, que ha sido presentado en el Festival de Cine de Roma.
 
Según lo que dice el Papa, los homosexuales tienen derecho a una unión civil que les de la misma cobertura legal que a las personas de distinto sexo que deciden casarse (algo que ya existe, por ejemplo, en muchos países, entre ellos España). Sin embargo, la Iglesia católica exige a sus fieles de distinto sexo que quieran casarse, el matrimonio católico. Es decir: a los heterosexuales se les exige boda por la iglesia; a los homosexuales sólo por lo civil.
 
También se muestra partidario de que los homosexuales formen una familia. Sin embargo la Iglesia católica pide a los heterosexuales que tengan todos los hijos que Dios quiera y que no utilicen métodos anticonceptivos. Es decir, a los heterosexuales se les da a elegir entre abstinencia sexual o procreación, mientras que a los homosexuales se les anima a formar una familia para lo cual tendrán que acudir por fuerza a los vientres de alquiler (prohibidos por la Iglesia y por muchos Gobiernos), a la inseminación artificial (si son mujeres) o a la adopción (que casi ningún país concede a parejas homosexuales).
 
Y, en definitiva, se muestra partidario de la unión civil (aunque no lo llame matrimonio) entre homosexuales, pero sigue negando ese derecho a los curas y a las monjas.
 
PD.- Que nadie piense, tras leer esto, que estoy en contra de los homosexuales; sólo tienen que echar un vistazo a cualquiera de los preciosos libros que he escrito sobre este tema (la novela “Castidad & Rock and roll” y el libro de poesía “Yo soy Alma & Algo así”) disponibles en Amazon tanto en edición digital como en edición impresa).

viernes, 23 de octubre de 2020

El último superviviente

¿Te imaginas que en un abrir y cerrar de ojos y descubras que todo está vacío y en silencio, que todas las personas y bullicio que antes había a tu alrededor ha desaparecido? ¿Qué ha pasado? ¿Estás soñando o un agujero espacio-temporal se ha tragado toda la vida humana y te ha dejado a ti solo en este mundo? ¿Qué sensación se tiene al descubrir que eres el único superviviente de la civilización tras una catástrofe que ha aniquilado todo signo de vida? ¡Menuda papeleta! ¡Vaya susto! Pues eso es lo que le pasó un día a la responsable de Investigación de Mercados de ICI-Zeltia. Esta es la historia…

Era un día laborable normal, como tantos otros; no había nada especial ni en el ambiente interior del edificio que albergaba a muchas decenas de trabajadores ni en el exterior, en donde lucía un sol espléndido. Mercedes –que así se llamaba la responsable de Investigación de Mercados- sintió la llamada inexcusable de la necesidad… de la necesidad de ir al servicio para asuntos mayores.

Cierto es que las mujeres –a diferencia de los hombres- no se llevan lectura (sea impresa o digital) al váter, pero el caso es que le llevó un tiempo un poco más largo de los normal hacer sus necesidades fisiológicas. Cuando salió quedó sorprendida de no ver a nadie a su alrededor: los puestos de trabajo estaban en plena faena (ordenadores encendidos, chaquetas colgadas en los respaldos de las sillas, papeles sobre las mesas…) pero no había nadie; todos habían desaparecido.

Tras la primera reacción de sorpresa pensó que aquello era obra de mi colega Javier y de mí mismo, ya que con frecuencia gastábamos bromas a los compañeros. “Esto es que se han escondido todos para darme un susto”, pensó no sin cierta lógica. Pero recorrió toda la planta y no vio absolutamente a nadie. Ya estaba más escamada, así que subió a la planta superior, en donde estaban los directores y tampoco vio allí a nadie. ¿Cómo era posible que en cuestión de segundos hubiera desparecido de la empresa todo el mundo? Ya no podía tratarse de una broma, porque no se hubieran prestado a la misma todos los directores y todos los empleados de la oficina.

El corazón le latía más deprisa, tratando de encontrar una explicación lógica a todo aquello. No era normal que en cuestión de segundos se volatilizase todo rastro de vida humana y que sólo ella hubiera sobrevivido a una catástrofe cósmica convirtiéndose en la única superviviente del planeta.

Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos escuchó el ruido de los ascensores, se abrieron las puertas y salieron de allí un montón de compañeros del trabajo. Ahora, la cara de asombro de ellos era mayor que la cara de asombro de ella. “¿Pero qué haces aquí?”, le preguntaron. “¿De dónde venís?”, preguntó ella.

Y por fin le explicaron lo que había pasado: Ese día y a esa hora (ella no se había enterado) había un simulacro de evacuación del edificio, por lo que todos salieron ordenadamente de sus despachos hasta la calle justo en el momento en que ella estaba en el váter haciendo caca. Con cierta vergüenza tuvo que reconocer que no sabía nada y que no se había enterado de nada porque estaba en el váter muy entretenida y posiblemente estreñida (no fueron estas sus palabras exactas, pero todos lo comprendimos perfectamente).

jueves, 22 de octubre de 2020

Los controles que no controlan

El actual desGobierno de España es especialista en imponer medidas de control que no controlan nada. Veamos, por ejemplo, la ilusión de pretender que nadie salga de Madrid para que no se extienda la pandemia (eso dicen).
 
Si de verdad quisiesen hacer eso, pondrían controles de policía 24 horas al día en todas las carreteras, aeropuertos, estaciones de tren y de autobuses. Allí se controlaría que sólo salen de Madrid quienes tengan causa justificada (de trabajo, de educación o sanitaria). Y al mismo tiempo no dejarían entrar a nadie (ni por carretera, ni por avión ni por tren) a menos que demostrasen la justificación de dicho desplazamiento y el modo de estar localizables en todo momento.
 
Pero en vez de eso ¿qué hacen? Dejan entrar a todos los que quieran y ponen controles un par de horas al día para entorpecer el tráfico y sin controlar ni siquiera a todos los que salen sino sólo a unos cuanto al azar. El resto del día nada. Eso sí, los fines de semana aumentan esos controles para fastidiar más, ya que a las familias les apetecería pasar el día en el campo (en donde no hay virus ni aglomeraciones) y prefieren que se distraigan en centros comerciales y supermercados, y utilicen transportes públicos atestados de gente (como todos los días, porque parece ser que si vas apretujado en un autobús o en el metro no te puedes contagiar, pero sin paseas por el campo sin nadie en 50 metros a tu alrededor sí que te puedes contagiar).
 
El periodista Julián Águila ponía un ejemplo muy significativo de lo absurdo de esas medidas de cerrar perímetros de ciudades o Comunidades: “De Guadarrama (Madrid) no se puede ir a San Rafael (Segovia) que son 6 kilómetros, pero sí se puede ir a Aranjuez, que son 100. De Venta de Cárdenas a Santa Elena hay 10 kilómetros, pero se cambia de Castilla La Mancha a Andalucía y no está permitido; pero sí podría uno ir de Vera (Almería) a Lepe (Huelva) que son casi 600 kilómetros pero es la misma Comunidad”.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Cómo escapar de Madrid (y 2)

Para demostrar lo absurdo de las medidas de control que impiden a los madrileños salir de su ciudad, vamos a repasar algunas formas “legales” de hacerlo.
 
Como sí puedes salir en avión, puedes sacar un billete a Berlín y de ahí otro a Valencia, y así ya puedes pasar el fin de semana en la playa.
También puedes coger el tren y desplazarte a cualquier otra ciudad, aunque conviene que sólo lleves equipaje de mano para que parezca que vas a hacer gestiones de trabajo y no piensen que “te vas de vacaciones”.
Lo mismo puedes hacer en autobús y desplazarte a cualquier otra ciudad.
 
Pero como muchos prefieren el coche, si decides conducir tú mismo, puedes hacerlo saliendo en día laborable a media mañana, cuando ya no hay controles. Y si no te queda más remedio que hacerlo en fin de semana –cuando sí hay muchos más controles- puedes coger un autobús hasta una ciudad cercana –por ejemplo Colmenar- y allí alquilas un coche y te vas a donde quieras.
 
En general, la policía (siguiendo instrucciones del desGobierno de España) está más pendiente de entorpecer el tráfico y hacer la vida imposible a las pacíficas gentes que sólo quieren salir de la ciudad a respirar aire sano y sentarse a la brisa del mar durante el fin de semana, que de vigilar las fiestas ilegales, los botellones, etc. que se siguen celebrando por todas partes y que sí que son no sólo fuente de molestias para los ciudadanos honrados sino también fuente auténtica de transmisión de virus.

martes, 20 de octubre de 2020

Cómo escapar de Madrid

Con objeto de arruinar Madrid y a los madrileños, con la esperanza de derrocar al gobierno autonómico, el desGobierno nacional sigue su plan de acoso y derribo, haciendo la vida imposible a los madrileños. Una de las medidas ha sido: “Impedir que se salga de Madrid”. ¿Y cómo pretenden conseguirlo?
 
Ayer, por ejemplo, había un control en la carretera de salida a Colmenar. ¿Cómo era ese control? Varios coches de policía aparcados a ambos lados de la carretera. Tres policías a cada lado con las ametralladoras en la mano. Otros policías dedicados a vigilar los coches que pretendían salir. Y otro policía, al final, escondido detrás de un coche, con una cadena de pinchos en la mano, dispuesto a lanzarla para pinchar las cuatro ruedas del coche que intentase saltarse el control. Ni en la peor época de atentados de ETA se había visto tal despliegue policial en las carreteras.
 
Pero ¿cómo era ese control? Dejaban pasar los coches, despacito, de uno en uno, y de vez en cuando mandaban parar a uno para tratar de averiguar si intentaba escaparse de Madrid.
 
¿Cuándo se puso ese control? Se instaló a la hora en que la gente va al trabajo, para de esta forma colapsar la carretera. ¿Y cuándo se quitó? Una vez que pasó la hora punta de ir al trabajo lo quitaron. Es decir, lo pusieron cuando más podía molestar.
 
Conclusión: Si quieres escaparte de Madrid no madrugues, sal a media mañana que ya no hay controles.
 
Pero aún hay más. Si quieres escaparte de Madrid, vete en tren, que sí te dejan salir en tren. O vete en avión, que sí te dejan salir en avión. O escapa en autobús de línea, que nadie te dirá nada. Y si quieres volver, no hay problema. No hay controles de entrada, ni en carreteras, ni aeropuertos ni estaciones de tren o autobuses; todo el que quiera puede entrar en Madrid.
 
Eso sí, mi consejo es este: No huyas de Madrid ¡Huye de España!

lunes, 19 de octubre de 2020

Demostración práctica de la Ley de Murphy

Hoy os voy a mostrar un método muy sencillo para que comprobéis por vosotros mismos cómo la Ley de Murphy existe; sí, esa ley que dice “Si algo malo puede pasar, pasará” y que siempre se ejemplifica con el caso de la tostada con mermelada que siempre cae al suelo por el lado de la mermelada. Pero no quiero que desperdiciéis mermelada ni que ensuciéis el suelo; el ejemplo que os propongo es mucho más sencillo, limpio y demostrativo.
 
Coged una taza de desayuno y llenadla con agua. Introducid la taza en el microondas, con el asa mirando hacia vosotros. Girad el temporizador a ojo, calculando más o menos un minuto. Cuando el microondas se pare, el asa aparecerá en el lado más alejado posible de vosotros. Repetid el ejercicio varias veces y veréis como casi siempre sucede así.
 
Por lógica, el asa tendría que aparecer cada vez en un sitio diferente (puesto que giramos el temporizador a ojo) y sin embargo, la mayor parte de las veces aparecerá al fondo, obligándoos a meter la mano hasta el fondo del microondas para agarrarla y poder sacar la taza.
 
La Ley de Probabilidades dice que si tiramos un dado cien veces, el número de veces que caerá de cada lado será más o menos similar; sin embargo la Ley de Murphy contradice la Ley de Probabilidades. Si tiráis el dado cien veces sólo por probar, la Ley de Probabilidades mostrará su realidad; pero si hacéis esto mismo en un Casino, la Ley de Murphy os demostrará que lleváis las de perder.

domingo, 18 de octubre de 2020

Mensaje para todos los angustiados por el coronavirus

Son muchos los mensajes (la mayoría de ánimo y algunos apocalípticos) que se están enviando estos días a la población para que mantengan la serenidad y la cordura en el encierro que sufren en sus propias casas. De entre todos ellos he querido rescatar este “Mensaje a los angustiados por el coronavirus” que escribí hace ya unos cuantos días:

Si estás angustiado por el coronavirus deberías considerar estos puntos:

A.- Si no eres un anciano y gozas de una salud aceptable, no tienes que temer nada; de resultar infectado lo normal es que pases unos días malos como cuando coges una gripe, aunque en la mayoría de los casos esos síntomas sólo serán como los de un catarro leve. ¿Queda claro? No te vas a morir ni vas a padecer una larga enfermedad, sólo algo parecido a esa gripe a la que nunca das importancia.

B.- Si eres un anciano o una persona más joven pero con una salud delicada, en este caso sí debes preocuparte y seguir al pie de la letra todas las recomendaciones que te den las Autoridades Sanitarias. Si te contagias te pueden empezar a salir complicaciones no deseadas e incluso con fatal desenlace, aunque esto depende del estado de gravedad de la enfermedad que tuvieses antes de contagiarte de este virus y de tu estado de salud general.

Como muchos, después de leer esto, siguen angustiados porque creen que pueden contagiarse y morir, no me queda más remedio que ser más tajante y plantearles las cosas muy claramente:

1.- Si eres ateo, como no crees que haya nada después de la muerte. ¿Qué es lo que te preocupa entonces? Si luego no hay nada, pues no hay nada de qué preocuparse. Y además, en caso de morirte de esta enfermedad lo harás de forma más rápida y menos dolorosa que si mueres de otras muchas enfermedades que te dan largas agonías. En definitiva: Es absurdo tener miedo de nada (porque eso es lo que piensas tú, que después de la muerte no hay nada).

2.- Si eres creyente y tienes la conciencia tranquila, sabes que sólo estás aquí de paso (bueno, en realidad eso lo saben hasta los ateos) y que al otro lado te espera una vida mucho mejor. Es como cuando estás esperando el avión que te lleva de vacaciones y te dicen que en vez de salir con retraso va a salir con adelanto. Pues mucho mejor ¿no? Vamos, si lo que te espera allí es mejor, tendríamos que estar deseando ir allí, sobre todo si durante el tiempo que has permanecido en este mundo te has portado bien.

3.- Si eres creyente pero no tienes la conciencia tranquila… entonces sí que estás jodido. ¡Lo siento, tío (y tía también)! Pero aún tienes la posibilidad de empezar a hacer el bien a partir de este mismo instante en que acabas de leer esto. Por eso no sigo más, para dejarte tiempo.

Nota.- Esto lo escribí el 26 de marzo de 2020 y, como por desgracia todo sigue igual, incluyo aquí este mensaje por si puede aliviar a alguien.

sábado, 17 de octubre de 2020

Cortina de humo

El virus Covid-19 sí existe, sí es muy contagioso, sí mueren algunas personas por su causa… pero también es la “Cortina de humo” perfecta que alguien ha echado encima de la humanidad para cambiar el mundo. Nada será igual después de esto. La palabra “libertad” ni siquiera podrá pronunciarse. Todos seremos más pobres. Y el control del mundo quedará en otras manos.

Por eso, mientras lo preparan, les interesa que todos estemos quitecitos en casa, sin salir, muy preocupados con este virus, y hablando sólo de esto (¿o acaso crees que hay otros temas de conversación?).

Sólo el humor (para quitar el miedo) y la creencia en una vida mejor después de la muerte, pueden aliviarnos.

Nota.- Esto lo escribí el 30 de marzo de 2020. Por desgracia no estaba equivocado.

viernes, 16 de octubre de 2020

Pedro Sánchez ¡ha cumplido una promesa!

Lo que más odian todos los políticos son las hemerotecas (y videotecas) porque en ellas queda registrado todo lo que dijeron, todo lo que prometieron, y que pasado un tiempo, no sólo no han cumplido sino que en la mayoría de las veces han hecho lo contrario de lo que prometieron. 

Pero el actual presidente del desgobierno español, sí que ha cumplido al menos una promesa electoral: Ha sacado un féretro de su tumba y lo ha llevado a otro cementerio. 

Está claro que el cumplimiento de esta promesa electoral le exime de cumplir cualquier otra promesa, porque cambiar de sitio un ataúd es algo de primera necesidad, muy por encima de cualquier medida de carácter social, educativo, económico o sanitario. 

Así que los españoles deben estar contentos de tener un presidente que al menos cumple una promesa, y además una promesa que tanto afecta a la salud y el bolsillo de los ciudadanos como es cambiar un ataúd de sitio. Por lo demás, han proclamado a los cuatro vientos medidas que todos esperaban (aumento de las pensiones, ingreso mínimo vital, subida del salario mínimo…) y que tendrán que seguir esperando porque a la hora de la verdad siguen sin llevarlas a cabo a pesar de todo lo que han presumido con ellas. 

En fin, hay que disculparlos, porque tienen mucho trabajo tratando de doblegar al Poder Judicial para que los jueces que tienen  que juzgar sus tropelías estén nombrados por ellos mismos.

jueves, 15 de octubre de 2020

El timo de los exoplanetas

La definición de “timar” es “engañar a alguien haciéndole albergar falsas esperanzas”, por lo cual podemos afirmar que la noticia hecha pública por la NASA esta semana relativa al descubrimiento de siete planetas “habitables” en una estrella “cercana” es un engaño en toda regla, y no porque eso no sea cierto, sino porque se presenta como “un gran logro de la ciencia” y pretende despertar el entusiasmo de la gente para que vea con buenos ojos a la NASA y así el Gobierno de Estados Unidos los siga mimando con sustanciosos presupuestos.

¿Gran logro de la ciencia? No hace falta dedicar tantos esfuerzos y dinero para demostrar algo que la lógica más elemental nos evidencia: entre los miles de millones de estrellas que hay en el universo, tienen que ser muchos los millones de ellas que tengan planetas orbitando alrededor, y tienen que ser muchos millones los planetas que sean similares al nuestro y por tanto albergar vida.

¿Entusiasmo? Como noticia sí es interesante conocer que hay otros planetas parecidos al nuestro, pero ¿de qué nos sirve conocer ese dato si jamás (al menos en muchísimas generaciones vendieras) seremos capaces de llegar o siquiera de enviar una sonda no tripulada a esos exoplanetas?

A día de hoy no somos capaces de instalar una pequeña base en la Luna. A día de hoy no somos capaces de enviar una nave tripulada a Marte. A día de hoy no somos capaces de enviar una sonda que aterrice en alguno de los satélites de nuestro propio sistema solar (como Ganímedes, Europa, Titán, etc. con grandes probabilidades de albergar algún tipo de vida), y regresar a la Tierra con muestras.

Nos dicen que esos planetas ahora descubiertos están a “sólo” 40 años luz, como si eso fuera a la vuelta de la esquina. No nos dicen cuánto tardaríamos de verdad si quisiésemos enviar una nave (aunque fuese sin tripulación) a esos exoplanetas. Pues aquí lo vamos a decir: ese viaje (sólo el de ida) duraría 750.000 años.

La velocidad máxima a la que se puede viajar (teóricamente) es la de la luz (300.000 Km. por segundo). Nadie nos recuerda que la velocidad máxima a la que hemos conseguido viajar es 58.000 Km... por hora (esa es la velocidad de la sonda New Horizons que llegó a Plutón y ahora sigue su camino hacia el espacio profundo. Pero... no se pueden comparar segundos y horas. Esos 58.000 Km. por hora, representan una velocidad de 16 Km. por segundo; como se ve, muy lejos de esos 300.000 Km. por segundo que permitirían llegar en 40 años; así que el hipotético viaje duraría 750.000 años, o sea, una quimera.

Y sin embargo hace poco nos hablaban del descubrimiento de un planeta habitable en la estrella más cercana (Próxima b) que sólo está a 4,2 años luz (sólo tardaríamos 75.000 años en llegar allí), y tienen abiertos varios proyectos para descubrir y estudiar más exoplanetas... En conclusión, este anuncio no es sino un paso más de la NASA para conseguir apoyo popular que anime al Gobierno a dotarla de buenos presupuestos. En vista que no son capaces ni de volver a la Luna ni de viajar a Marte, ahora nos ponen el señuelo de muchos exoplanetas parecidos a la Tierra para hacernos creer que algún día podremos viajar allí... si se les sigue dando dinero.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Fundido a negro

“¡Un poco más! ¡Ya falta poco!”, gritó Magnus mirando hacia atrás cómo fatigada y rendida por el esfuerzo, Marianne gateaba por los últimos peñascos hasta la cima. Haakon ya estaba descansando de la prolongada ascensión hasta esa cima que le permitía ver un paisaje inigualable: Todo el valle y las pequeñas casas de Davik refulgiendo de verdor cada vez que el sol se abría un camino entre el cielo tejido de nubes. Haakon era el mejor amigo de Magnus desde que coincidieron en el primer curso de la Universidad de Oslo. Ahora, como dos flamantes ingenieros recién licenciados se abría ante ellos el reto de encontrar un trabajo que colmase sus aspiraciones y eso tal vez les haría distanciarse –al menos geográficamente- el uno del otro.

El de hoy era un día especial, el último día de vacaciones en que Marianne estaría con ellos, por eso habían querido ofrecerle una excursión que les daría la mejor imagen para el recuerdo. Desde la cima de la montaña que dominaba el valle, se despedirían juntos de aquél lugar que ocupaba un lugar destacado en el mejor cajón de sus recuerdos.

Durante una semana había estado alojado en la casa de su amigo y allí había sido testigo de esa complicidad invisible entre Magnus y Marianne; más que primos parecían hermanos. A fin de cuentas ambos eran hijos únicos y habían compartido su infancia en la misma ciudad. Y en una ciudad de 5.000 habitantes como Maaloey, en la costa este de Noruega, la convivencia puede ser muy intensa si así lo deseas.

Pero ahora estaban en Davik, degustando los últimos días de vacaciones. No quería pensar en volver, sólo en vivir el momento presente, y ese presente no acababa de llegar porque Marianne no podía seguir su paso y la ascensión por la montaña la dejaba sin fuerzas. Por eso estaba allí sentado, esperando que llegasen al fin hasta su lado.

Al cabo de un rato que no se hizo eterno (él también estaba cansado y agradecía ese descanso) los vio llegar hasta su lado. Ella se apoyaba en el brazo de su primo y reía sólo de pensar en la penosa imagen de agotada que les estaba ofreciendo. Se tiró sobre la mullida capa vegetal que cubría el suelo y miró hacia las nubes. ¡Lo había conseguido! ¡Llegó a la cumbre!

Se incorporó después y miró el paisaje. Pronto divisó, allí abajo, a lo lejos, la casa de sus padres y el bote junto al lago.
- Algún día todo esto será mío - dijo solemne Marianne.
- Bueno, todo no, solo aquél trocito, desde el embarcadero hasta la casa y el jardín con frutales que hay detrás – le corrigió Magnus.
- De acuerdo, tú también heredarás otro trozo de tierra y seguiremos siendo vecinos –añadió sonriendo Marianne.

Para reponer fuerzas sacaron las provisiones de la mochila: Sandwiches de reno, un bol de ensalada y café. Aquellas habían sido unas vacaciones estupendas y el preludio, al menos así lo parecía, de una nueva vida para Marianne. Pronto cumpliría 25 años y había llegado ya el momento de volar e independizarse de sus padres. Quería vivir por su cuenta, ser independiente (aunque en realidad siempre lo había sido) y que nadie se entrometiese en su vida. Eso era lo que peor llevaba; los consejos que todo el mundo le daba constantemente, los chismorreos a sus espaldas, la incomprensión –e incluso a veces el rechazo- por el simple hecho de sentir diferente.

Ella se consideraba como los demás, y buena prueba de ello era la excelente relación que mantenía con su primo y con el mejor amigo de este. Juntos habían extraído lo mejor de la vida en estos días de vacaciones: Los paseos en bote por el lago, las acampadas y el placer de cocinar su propia pesca, las partidas de cartas, el descanso en la casa escuchando música o los gritos y emoción con el fútbol televisado.

Cualquier deporte les gustaba, aunque el fútbol era su favorito. Como la mayor parte de los noruegos, seguían muy de cerca la liga inglesa y cada uno tenía sus preferencias (Manchester United para Marianne, Liverpool para Magnus, y Chelsea para Haakon). Cada vez que podían, veían sus partidos en la tele, bien provistos de palomitas y coca cola. En realidad en Davik, apenas unas casas que sólo tenían vida en verano, poco más se podía hacer. Su ciudad natal, Maaloey, parecía una gran ciudad a su lado.

Marianne tenía la vista perdida en el horizonte, donde los picos nevados reflejaban la luz del sol que apenas si se escondía tímidamente tras ellos por la noche. Aún no se daba cuenta de los cambios tan drásticos que se iban a precipitar en su vida. Cierto es que había pasado largas temporadas fuera de su casa, interna en diversos colegios, pero una cosa era aquello –donde siempre estaba el apoyo y... la “opresión” de su familia- y otra cosa era el emprender una nueva vida independiente.

Ella quería a sus padres y se sentía querida, pero ya estaba harta de tantos consejos y de la severidad de su padre, siempre dando órdenes y diciendo qué es lo que tenía que hacer. Su madre seguía la corriente y procuraba suavizar la situación, mientras que Marianne en la única persona en que de verdad encontraba comprensión era en su abuela; siempre amable, siempre cerca.

- Venga Marianne, habrá que ir pensando en bajar, que todavía queda un largo camino, aunque esta vez te será más fácil –sonrió Haakon sacándola de sus pensamientos.

Recogieron las cosas e iniciaron el descenso zigzagueando por el apenas marcado sendero que llevaba de regreso hasta el camino del lago. La temperatura era agradable, unos 18 grados, y continuaba nublado. El sol ya no encontraba huecos por donde alumbrarles, pero la luz de aquellos días era casi permanente.

No encontraron a nadie durante todo el camino. Apenas una perdiz que simuló estar herida y llamó su atención precisamente para alejarlos del lugar en el que sus polluelos encogidos esperaban a que pasase el peligro, a que pasasen ellos. Fue Haakon quien se dio cuenta de esta estrategia y lo comentó entusiasmado, por lo que decidieron salir un momento del camino para no entrometerse en la vida de aquella familia. ¡Había que predicar con el ejemplo! “Si quieres que respeten tu vida, respeta la de los demás”, pensaron.

El descenso fue mucho más rápido, aunque los gemelos se resentían. Si al subir, todo el esfuerzo se apoyaba en los muslos, ahora en la bajada era en los gemelos. De cualquier forma, no había prisa, aún quedaban unas horas para hacer el equipaje y coger el coche de regreso.

Magnus le preguntó a Marianne si se sentía bien para conducir hasta Maaloey. Aunque sólo era una hora de viaje, la carretera era estrecha y plagada de curvas, y ella no tenía costumbre de conducir.
- Tranquilo –le dijo Marianne- iré con cuidado, y ten en cuenta que aún tengo reciente las clases; hace apenas un mes que me dieron el carnet de conducir. Iré despacio.
- Está bien, pero también podrías volver el próximo fin de semana con todos nosotros, o quedarte dos semanas más y volver con tus padres.
- Quita, quita, que para una vez que me dejan el coche sin protestar y voy a poder conducir sola, quiero disfrutarlo –sentenció Marianne.

Le apasionaban los coches. Cada vez que podía, Marianne cogía el coche de su madre, un pequeño Toyota Yaris, color rojo, y hacía pequeñas escapadas por la isla. Con el coche de su padre, un Saab que a ella le parecía enorme, no se atrevía. Con su 1,62 de estatura, el pequeño Yaris le venía como anillo al dedo y se sentía más segura en él. Por otra parte, nunca se le hubiera ocurrido pedirle a su padre el Saab... ni éste se lo habría dejado.

Aunque no entendía de motor, solía comprar algunas veces revistas de coches y estaba muy al día de todos los modelos que iban saliendo. ¡Seguro que cuando tuviese un empleo fijo se compraría un coche! De hecho, cada vez que se lanzaba un nuevo utilitario, analizaba todas sus características como si fuese a comprarlo en ese instante. Pero de momento, se sentía como una reina con su flamante carnet de conducir y los pequeños paseos que su madre le dejaba hacer con esa pequeña “bolita roja” que era su coche.

“Y además hace juego con mi pelo”, decía Marianne, que por aquella época seguía teniendo el pelo de color rojo aunque su color natural era rubio intenso. Con frecuencia, Magnus hacía bromas con los constantes cambios de color y de peinado que hacía Marianne. “Ya no te quedan colores libres en el catálogo”, decía. Y en efecto, toda la gama de rubio, rojo, castaño e incluso negro, habían pasado por su cabeza y ¡sin previo aviso! causando más de una conmoción en su familia. Porque además esos cambios de color se acompañaban de un nuevo peinado o de un nuevo corte: Cuando se habían acostumbrado al pelo largo, los sorprendía con un atrevido corte a lo chico. Ahora, no obstante, llevaba varios meses con el pelo rojo oscuro y una tímida melena que apenas llegaba a rozar sus hombros.

Haakon avisó del giro que debían tomar para atravesar un pequeño riachuelo antes de llegar al camino que les llevaría hasta sus casas. El embarcadero y los botes amarrados se veían cada vez más cerca. El color verde del agua era igual que los ojos de Marianne; un verde profundo, infinito, capaz de expresar más sentimientos que un aluvión de palabras. Con la luz cercana ya al horizonte, los reflejos de las casas y las barcas en el lago se hacían más intensos. Y también era intenso su deseo de llegar y descansar un poco antes de emprender su camino de regreso.

Magnus la miró desde sus casi dos metros de estatura y Marianne alzó la cabeza. El hubiera deseado que se quedase unos días más, al igual que el fortachón de Haakon. Los tres lo pasaban bien y se reían del permanente acoso que Marianne les hacía con su nueva cámara digital de fotos. Todo el día estaba haciendo fotos y buscando los más insospechados ángulos para guardar cualquier pequeño detalle de cuanto sucedía en sus tranquilas vidas. El vuelco de un vaso de coca cola encima de la mesa de comida, era un acontecimiento que no quedaba sin registrar con su cámara, el remo apoyado junto a la barca se convertía con su pericia en una obra de arte, y la foto de su bota en la más incomprensible de las instantáneas.

Pero los tres sabían que cualquier decisión de Marianne era inamovible, así que no insistieron demasiado. El tiempo se acababa y la casa de los padres de Marianne ya estaba a unas decenas de metros. Su madre, Elin, estaba recogiendo las sábanas en el jardín cuando los vio llegar y los saludó sonriendo. Cuando llegaron a su altura les preguntó qué tal les había ido todo y por sus caras sonrientes pudo ver que habían pasado un día feliz y agotador.

Allí, junto al porche de la casa se despidieron. Magnus y Haakon siguieron camino hasta la otra casa que estaba a unos cientos de metros, también en la misma orilla del lago. Quedaron en verse tan pronto como todos estuviesen de nuevo en Maaloey y sin más, sus figuras se fueron reduciendo en la distancia, mientras Marianne pasaba a su habitación a recoger las últimas cosas que le quedaban por guardar en su maleta.

El orden y la limpieza no eran su fuerte, y por supuesto, tampoco lo era el hacer las maletas. Amontonándose y empujándose unas cosas a otras, todo fue entrando en la maleta y al fin, con un resoplido de esfuerzo, Marianne dio por concluida la tarea. Repasó con la mirada su habitación, las paredes de madera clara con algunas de sus fotos clavadas en la misma. La ventana sobre el jardín en donde aún se veía el trajinar de su madre cuyo pelo rubio y fuerte figura dominaba el escenario y transmitía un aire de seguridad que a ella le faltaba en demasiadas ocasiones.

Salió al jardín y le preguntó a su madre si quería que le ayudase a recoger la ropa. Esta asintió y entre las dos llevaron todas las sábanas, toallas y ropa ya seca al interior de la casa. Por el aspecto del cielo y el viento que se estaba levantando era probable que no tardase mucho en llover.

Junto a la mesa de la cocina se sentaron y Elin sirvió dos tazas de café.
- Será mejor que tomes esto, así estarás más despejada para el viaje – le dijo acercándole la taza de café.
- Gracias –susurró Marianne.
- ¿Estás segura de que quieres hacerlo? – preguntó Elin.
- Sí, mamá, ya tengo 25 años y en cuanto termine este mismo año mi curso de informática podré encontrar un trabajo. A fin de cuentas, sólo se trata de irme de casa unos meses antes – señaló Marianne.
- Y ¿cuándo vas a empezar a buscar piso?
- Mañana mismo. Pero no te preocupes que te mantendré informada de todo. Además ya sabes que necesitaré un poco vuestra ayuda económica, puesto que los ahorros no me llegan para tanto.

Durante el último año, Marianne, que ya tenía en la cabeza estos planes, había trabajado durante tres meses en el servicio de ferrys que unían Maaloey con Bergen y esto le había permitido conseguir unos ahorros que a ella le parecían inmensos, aunque era consciente de que solo con eso era imposible independizarse. Así que se había tomado muy en serio sus clases de informática para poder obtener cuanto antes la licencia y buscar con ella un trabajo; quizás en una editorial.

Marianne siempre había sentido afición por la escritura y disfrutaba escribiendo. Lo que no muchos sabían era que también escribía poesías y además lo hacía con igual soltura tanto en noruego como en inglés. Pero de esta faceta íntima pocas personas tenían noticia. Ella siempre había sido bastante reservada y le costaba encontrar nuevas amigas, eso sí, una vez que las había encontrado las mantenía para siempre. La vida había sido dura con ella y la desconfianza asomaba a sus ojos cada vez que se veía con alguien que no formase parte de su círculo más cercano. Tantos sin sabores, tantos desengaños... ¿Por qué no la dejaban ser como era? ¿Por qué ese afán por cambiarla? “Una puede hacer y seguir las instrucciones que le den, si lo desea, pero lo que de ninguna forma puede hacer es pensar o sentir de una manera diferente. Lo que se piensa o se siente no se puede cambiar, está más allá de nuestra voluntad”, pensaba Marianne mientras apuraba los últimos sorbos de café y su vista se perdía por el paisaje ahora gris que se veía por la ventana.

Se levantó de la mesa y se dirigió a su cuarto a recoger la maleta.  En ese instante llegó corriendo Stuff, su pequeño perro “bolita de pelo” como ella lo llamaba, y ambos se abrazaron. Ahora que estaban en la casa de campo, era más difícil verlo ya que se pasaba todo el día corriendo de un lado a otro. No era como en invierno, cuando estaba todo el día en la casa.

Cruzó el salón y se paró junto a la puerta. Su madre la abrazó.
- Ve con cuidado y llámame cuando llegues. Yo se lo diré luego a tu padre.
- ¿Cuándo vuelve? – preguntó Marianne.
- Pasado mañana estará de regreso. Y ya sabes que no le gustará ver la casa desordenada cuando llegues, así que cuídala estos días que vas a estar allí sola.

Marianne asintió y arrastró la maleta por el césped del jardín. Colocó sus cosas en el coche, se ajustó el cinturón de seguridad, graduó los retrovisores y arrancó. Ahora al volante, ella sola, sintió cómo recuperaba de nuevo la seguridad en sí misma. No obstante avanzó con cuidado por el estrecho camino que llevaba a la carretera. Vio cómo el pequeño conjunto de casas se iba perdiendo en el horizonte y enfiló la carretera rumbo a Maaloey, mientras del cielo comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia.

Conforme avanzaba más y más kilómetros el cielo se ennegrecía más y más y la lluvia comenzaba a hacerse más intensa. Lo que comenzó como un leve chispeo, ahora era una lluvia casi torrencial. El limpiaparabrisas apenas daba abasto para desplazar todo el agua que estaba cayendo, pero lo peor no era eso, sino el viento que cada vez soplaba más fuerte y empujaba su pequeño coche hacia la cuneta.

Consciente de la situación aminoró la velocidad, pero tenía que seguir. No había ningún sitio donde parar y, si como parecía, el tiempo iba a ir de mal en peor, cuanto antes llegase a su casa mejor sería. No era la primera vez que conducía con lluvia ya que la lluvia era un elemento cotidiano en su ciudad, sin embargo notaba que le faltaba experiencia y que una situación tan mala como la que se estaba formando no la había vivido nunca.

Una señal indicando que tan sólo se encontraba a 5 kilómetros de su destino le hizo dar un suspiro de alivio. Muy pronto llegaría su casa en la calle 16 (las calles de Maaloey no tenían nombre, sino números) y descansaría para poder empezar con fuerzas al día siguiente la búsqueda de un apartamento de alquiler donde poder mudarse. Ya se había informado de un par de sitios, pero no había llegado a contactar con los dueños. Ahora sí lo haría y deseaba ardientemente conocer esas viviendas por dentro, los detalle, el precio... Al ser un pueblo pequeño, daba igual la situación, céntrica o en las afueras, ya que en pocos minutos se llegaba de un lugar a otro. Pero Maaloey era una ciudad cada vez más importante y seguía creciendo. Ya estaba considerada como uno de los puertos pesqueros más importantes de la costa este de Noruega, y lo que antes sólo era una iglesia de madera rodeada de cuatro casas, ahora contaba con una de las estaciones portuarias más avanzadas.

Maaloey era una isla que había dejado de serlo desde que construyeron un puente que la unía con el territorio continental. Un puente, por cierto, que a veces se cerraba al tráfico rodado a causa del viento. Se cuenta, aunque ella nunca lo había visto, que algunas veces el viento desplazaba a los coches que cruzaban el puente y más de un accidente se había producido en esas circunstancias.

Sintió las manos agarrotadas, quizás por la tensión de mantener el control del coche frente a las ráfagas del viento, pero por fin, apareció su ciudad al fondo y el enorme puente frente a ella. La alegría por llegar golpeaba su corazón y estaba deseando soltar el volante y descansar en su casa. Ni a Gunvor, su mejor amiga, le contaría lo mal que lo había pasado en este viaje, en el que se daba cuenta de la falta de experiencia conduciendo en semejantes condiciones meteorológicas.

No lo vio. No supo cómo, pero un enorme camión que venía de frente estaba dando bandazos en el puente y ella no podía frenar ni con esa velocidad, ni con esa lluvia. Intentó pasar entre el pretil del puente y el hueco que en ese momento dejaba el camión, pero algo salió mal, porque oyó un ruido seco, como de hierros retorciéndose, y se sintió volando. Todo se quedó negro y en silencio...

Marie, la abuela de Marianne, abrió un poco la ventana para que entrase algo de luz. Pudo ver así, tenuemente iluminado, el rostro de Marianne, aún hinchado y con los puntos recientes en la mitad superior del labio. El goteo marcaba los segundos y el tiempo y los recuerdos se agolpaban en su mente. Era su niña, a la que había querido tanto o más que a su propia hija.

En el silencio de aquella sala de hospital allí estaba ella, siempre dispuesta a ayudar. Tan pronto como le dieron la noticia acudió al hospital y llamó a continuación a Elin, quien se trasladó de inmediato junto con la familia de Magnus. Avisado también su padre, que se encontraba en Oslo en viaje de negocios, adelantó en un día su regreso y en pocas horas también estaría allí con ellas.

El accidente había sido brutal y era un milagro que aún estuviese con vida y más aún, que no tuviese –aparentemente- lesiones graves. Sin embargo no había recobrado desde entonces la consciencia y eso preocupaba a los doctores. Por otra parte, tenía importantes contusiones por todo el cuerpo y muy dañada la cadera.

Marie acarició el pelo rojo de Marianne y se sentó junto a ella. Así pasó mucho tiempo hasta que en un momento dado se dio cuenta que su nieta estaba despierta, estaba consciente e incluso sonreía al verla a ella. Entonces Marie abrió su bolso y sacó un libro. Se lo mostró a Marianne.
-         ¿Sabes qué es esto? –le preguntó.
-         Un libro. ¿Qué libro es? –respondió Marianne.
-         Es un libro muy especial. Lo compré hace una semana y una vez que empecé a leerlo no pude parar hasta terminarlo, y me dije: tengo que dejárselo a Marianne porque hay una chica que se llama igual que tú en este libro. Es una chica como tú... en realidad –titubeó- cuesta trabajo creer que no seas tú. Pero lo más sorprendente de todo es que este libro habla de tu accidente.
-         ¿De mi accidente? –respondió Marianne alterada.
-         Parece –continuó su abuela- como si el escritor del libro ya supiese no sólo lo que había pasado sino también lo que habría de suceder.
-         ¡Déjamelo, quiero leerlo!

Marie le entregó el libro, se titulaba “Castidad y rock and roll”, del autor Vicente Fisac. Todo lo que sucedió después, había quedado reflejado en ese libro que se puede comprar por Internet, tanto en edición digital como en edición impresa, a través de Amazon (www.amazon.es). 
Estas líneas que anteceden y ahora terminan sólo son si acaso una especie de precuela. La gran historia está aún por comenzar aguardándote en “Castidad & Rock and Roll": https://amzn.to/3PyfLOH