Los virus (es decir, los seres humanos) se sintieron atraídos por sus colores vistosos y también por su bajo precio (mucho más baratas que los loros) así que pronto se convirtieron en objeto de deseo para quienes desean tener enjaulados animales silvestres. Pero ellas (las cotorras) tienen su idioma y no todos saben apreciar la variada gama de sonidos que emiten, considerándolos estridentes y, cuando son muy repetidos, irritantes. Por eso, aquellas personas que las habían comprado comenzaron a soltarlas y, cuando no, fueron ellas quienes supieron zafarse de los barrotes y alcanzar la libertad (porque son bastante inteligentes).
Hay muchas aves que una vez recuperada la libertad no son capaces de sobrevivir, pero ese no es el caso de las cotorras; ellas sí que saben buscarse la vida y sobrevivir en toda clase de climas y entornos. Por otra parte, como ya dijimos, son animales sociales, que gustan de vivir en grandes comunidades, y que se reproducen, tanto es así que cada dos o tres años se duplica el número de ejemplares.
Pasaron los años y las cotorras crecieron y se multiplicaron, y fueron llenando casi todos los rincones de nuestra geografía. Sus nidos, algunos de 200 kilos de peso y capacidad para albergar a un buen número de ejemplares, coronaron muchos árboles de las ciudades. Alguna vez, las ramas no eran capaces de soportar el peso y caían, con riesgo para los viandantes. Para las cotorras aquello no era el fin, sino simplemente tener que trabajar en construir un nuevo nido.
Al amanecer y al atardecer, sus gritos de algarabía se colaban en todas las casas y la gente (esa que antes las capturó, comerció con ellas y luego se hartó y las soltó) empezó a protestar. Los defensores de los animales impidieron que se tomaran medidas drásticas como matarlas a todas, pero no pudieron impedir los planes de muchos Ayuntamientos para reducir su número, en unos casos mediante la destrucción de nidos (que en realidad lo único que consigue es darles más trabajo para que hagan uno nuevo) y en otros casos mediante captura, esterilización y suelta).
Todo estaba previsto para iniciar estas campañas, pero he aquí que un nuevo virus (Covid-19) entró en escena y atacó a otro virus (seres humanos) y ambos tuvieron que quedarse sin salir de casa. Las calles, los parques, el campo… todo volvió a recobrar su esplendor de vida y sosiego. Sin contaminación de coches y algo de lluvia, el aire de las ciudades se volvió respirable. Creció la vegetación y poco a poco se fueron borrando del campo y de los parques las huellas del paso humano. Los virus (humanos y Covid-19) encerrados en casa, y las cotorras y demás animales salvajes libres y tranquilos, dispuestos a disfrutar este año de la mejor primavera de sus vidas.
Espero que sus trinos (unos agradables, otros desagradables, otros irritantes) nos hagan reflexionar y darnos cuenta que aquí el único virus que ha infectado el planeta hemos sido nosotros, los seres humanos.
1 comentario:
Muy buena información gracias
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