Con esto de la diversificación y ampliación de la oferta
que hacen las farmacias ¿llegará un día en que se conviertan en pastelerías y
vendan chocolatinas? Curiosamente, yo viví esa experiencia cuando de joven
ayudaba en la farmacia de mi padre y un buen día me sentí no como un
farmacéutico sino como un pastelero. Esta es la historia…
Tenía entonces diez años y me gustaba ir a la farmacia de
mi padre para ayudarle a despachar y de paso ganarme un dinerillo extra. Poco a
poco me fui familiarizando con los productos, aprendiendo a localizarlo e
incluso a cortar el cupón precinto de los envases cuando venían con recetas de
la Seguridad Social. Sin embargo un día quedé completamente descolocado cuando
entró un hombre de unos cuarenta años y me pidió “duros de chocolate”. A mí
también me gustaban los duros de chocolate (ahora son “euros de chocolate”), al
igual que esas cajetillas que simulaban ser de cigarrillos de tabaco pero eran
cigarrillos de chocolate, pero de ahí a que ese tipo de golosinas se vendiesen
en una farmacia había un abismo. Por eso le contesté a este cliente que no
teníamos, que “eso se vende en las pastelerías”. Entonces el hombre sonrió y me
dijo “dile a tu padre que venga”. Salió mi padre y le pidió, igual que a mí,
unos “duros de chocolate”. Mi padre, en vez de extrañarse, se dio la vuelta,
abrió un cajón y le dio unos cuantos preservativos.
Comprendí entonces el paralelismo, porque esos
preservativos se presentaban de forma individual envueltos en papel aluminio de
vistosos colores y parecían, efectivamente, duros de chocolate, sólo que estos
no eran para comer.
A partir de entonces, ya no me extrañó que cada cierto
tiempo me llegase un cliente pidiendo “duros de chocolate”, aunque sí me llamó
la atención que prácticamente todas las ventas se hacían los viernes y sábados,
mientras que el resto de la semana no se vendía ninguno.
Por finalizar con la semejanza entre farmacias y
pastelerías, contaré otra anécdota que también me dejó descolocado. Estaba de
vacaciones en Gandía y me fui a dar un paseo en bicicleta por los caminos de
tierra que se adentraban entre los campos de naranjos. Como el terreno era
llano no costaba ningún esfuerzo pedalear así que llegué sin darme cuenta hasta
el pueblo o grupo de casas más cercano y me quedé atónito cuando vi el letrero
de una tienda. El rótulo de la misma decía “Pastelería – Librería”. Curiosa
simbiosis ¿no? vender pasteles y libros en el mismo local. Pensé que quizás
alguien que entrase allí distraído podría salir comiéndose un libro y leyendo
un pastel.
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