miércoles, 4 de enero de 2017

El día que aprendí chino

En realidad no puedo decir que sepa chino ni que nunca lo haya aprendido, pero sí que en una ocasión tuve que trabajar en este idioma. Sucedió cuando era Jefe de Publicidad en ICI-Zeltia (ahora Syngenta), una compañía de agroquímicos que mantenía muchas y buenas relaciones comerciales con empresas similares de China y Japón, las cuales le licenciaban productos para que los comercializásemos en España.
Acababa de realizar un audiovisual (a base de diapositivas –que era lo más moderno en aquella época- con muchos efectos especiales tales como fundidos, barridos, parpadeos, mosaicos, etc.) que serviría como carta de presentación de la empresa ante clientes, proveedores... y otras empresas con quienes se desease tener buenas relaciones comerciales. Aquello obligaba a hacer un doblaje del mismo al inglés, pero teniendo en cuenta que una buena parte de las relaciones comerciales se mantenían con empresas orientales, se pensó en hacer también otro doblaje... al chino.

El primer reto era buscar un locutor chino, tarea realmente difícil porque no bastaba con que fuese y hablase chino, sino que tuviese dotes de locutor. Sin embargo dio la casualidad que el director general de la compañía (que en aquella época era Alfredo Rubín) estaba aprendiendo ese idioma y su profesor era un cura español que había pasado muchos años en china, hablaba el idioma perfectamente y tenía buena voz y dicción. El texto en español se dio a traducir a través de la embajada y al cura locutor se le ofreció una remuneración económica que él destinó a los fines humanitarios.

Por fin llegó el día de la grabación. El cura ya estaba en la cabina de locución. Yo estaba con el técnico de sonido al otro lado, y frente a mí tenía varias hojas llenas de signos incomprensibles. No podía saber lo que el locutor estaba diciendo, ni siquiera si la entonación que le daba era la correcta, porque no tenía n idea de por qué parte de la locución iba. Aquello era sencillamente caótico.

Decidimos hacer una pausa y le pedimos al cura locutor que nos marcase en nuestra copia de texto en chino las palabras clave que daban paso a cada secuencia, para así saber por dónde iba y tener al menos una vaga idea de si él estaba dando la entonación adecuada a cada párrafo. Tuve que aprenderme, pues, el sonido que corresponde a algunos de aquellos dibujos que para los chinos son palabras. Sólo así pude, después, tener una idea de por qué parte del texto iba el locutor.

Nunca olvidaré el día de su estreno, cuando una delegación comercial china llegó a nuestras oficinas y se les dijo que, como presentación de nuestra compañía, les íbamos a proyectar un audiovisual. Mostraron su complacencia pero pensando que –tal como les habría sucedido en otras ocasiones- dicho audiovisual estaría en inglés, idioma con el que todos los europeos se entendían con ellos. ¡Cuál no sería su sorpresa y sus caras de asombro, cuando comenzaron a ver el audiovisual y, sobre todo, a oír aquella locución en su idioma natal! No os podéis hacer idea de la cantidad de reverencias, agradecimiento y elogios que hicieron por haber tenido aquél detalle de exquisita cortesía. La reunión fue un éxito y pude saber –por lo que ellos dijeron- que el cura locutor había hecho un buen trabajo. Por mi parte, recuerdo aquella insólita experiencia como uno de los retos más difíciles de mi carrera, y es que todo aquello... ¡me sonaba a chino!

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