Capítulo 34.- Las cartas boca arriba
Violeta
estaba acorralada, lo sabía, pero también sabía que si moría, moriría matando y
eso quería decir, llevándose a Jacinto por delante. Cuando estuvo en la
ambulancia con Jacinto, y le dio a Toribio el vaso con lo que se suponía era
gaseosa -que luego resultó no serlo- se encargó de aderezarlo a su gusto. Como
ella no sabía que el mejunje llevaba una mezcla de éxtasis y anís, le incluyó
una dosis de estricnina que llevaba en el bolso para Mourinha, la gata de la
vecina que estaba en celo y les estaba dando unas noches toledanas con tantos
gatos como atraía y tantos maullidos.
Aquello fue lo que le provocó el fallo multiorgánico a Toribio dejándolo en estado vegetativo. Cierto que ella no era culpable del todo, puesto que presumiblemente, el infeliz la habría diñado igualmente con el lingotazo que se metió de aquel bebedizo, pero esto no lo sabía. Toribio estaba pidiendo justicia a gritos desde el más allá -o el más acá- y a ella le estaban reventando los oídos. Eso sí, si la detenían, Jacinto pagaría con ella, no en vano había sido el "autor intelectual" de la operación. Toribio llevaba tiempo chantajeándoles y amenazaba con contar su romance en la intranet de la empresa con la ayuda de su sobrino, un hacker de primera fila, en un gesto claro de mala leche, encaminado únicamente a destrozar sus vidas. Y eso no lo podían consentir. Ninguno de ellos iba a aguantar las exigencias de una cucaracha como Toribio, así que como tal, la mataron.
Aquello fue lo que le provocó el fallo multiorgánico a Toribio dejándolo en estado vegetativo. Cierto que ella no era culpable del todo, puesto que presumiblemente, el infeliz la habría diñado igualmente con el lingotazo que se metió de aquel bebedizo, pero esto no lo sabía. Toribio estaba pidiendo justicia a gritos desde el más allá -o el más acá- y a ella le estaban reventando los oídos. Eso sí, si la detenían, Jacinto pagaría con ella, no en vano había sido el "autor intelectual" de la operación. Toribio llevaba tiempo chantajeándoles y amenazaba con contar su romance en la intranet de la empresa con la ayuda de su sobrino, un hacker de primera fila, en un gesto claro de mala leche, encaminado únicamente a destrozar sus vidas. Y eso no lo podían consentir. Ninguno de ellos iba a aguantar las exigencias de una cucaracha como Toribio, así que como tal, la mataron.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
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