sábado, 12 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (42)

Capítulo 38.- Nunca digas... 

Violeta vio lo que vio... y ¡eta! pasó lo que tenía que pasar, eso sí, en un marco de completa esterilidad como era la sala de envasado de inyectables, tanta esterilidad que ni siquiera fue necesario usar preservativo. 

Pero volviendo al momento actual, David el pizzero, que siempre llevaba en la oreja un lapicero aunque no era carpintero, sentía un gran afecto hacia su jefe, Andrea Canoli, el dueño de “La pizza risueña” y notaba que ese buen rollo era recíproco a pesar de que él nunca se distinguió por ser un buen empleado (pizzas que se estrellaban contra el suelo, retrasos innumerables, bajas por enfermedad por cualquier grano que le saliera, etc.).

Sin embargo sabía llevar a su jefe a pesar de las manías que tenía, como poner los envases de ingredientes por orden alfabético y con las etiquetas perfectamente alineadas o rascarse la barbilla cuando pensaba en algo.  Pero más extraño le resultaba que cada vez que abría su billetero se quedaba mirando su interior durante un largo tiempo y después de eso permanecía pensativo y silencioso durante muchos minutos.

Tanta era la curiosidad que eso le despertaba, que aquél día decidió aprovechar un descuido para investigar. Andrea, como todos los hombres, tenía la costumbre de llevarse el periódico al váter cuando iba a cagar. Como era un gran aficionado a la Fórmula 1 y Alonso había hecho una gran carrera, estaba seguro que la cagada de ese día se prolongaría todo lo que durase la lectura de las páginas deportivas. Así que aprovechó el momento y tan pronto se metió en el váter fue sigilosamente a coger su billetero, procurando que nadie lo descubriese puesto que podrían pensar que iba a robarle y nada más lejos de su imaginación.

Lo abrió y lo único que le llamó la atención fue una foto en blanco y negro de una chica. Siguió mirando y allí sólo había unos pocos billetes, un papel en el que ponía “Milgo E, etirimol, C11H19N3O” (lo cual le sonaba a chino y no era de extrañar porque al reverso se veía algo escrito en chino), unos recibos de haber pagado algo con tarjeta, unas tarjetas de crédito... y entonces David no dio crédito a lo que se le vino encima. Sintió un tremendo escalofrío por todo el cuerpo y un sudor helado comenzó a chorrearle por el rostro mientras volvía a mirar la foto ¡No podía ser! ¡No tenía sentido! Pero, cuanto más miraba la foto más se convencía de que aquella chica era su madre de joven, Fermina “La Reina de los Melones” como la llamaban en el pueblo aunque a ella no le hacía ninguna gracia. ¿Qué diantre hacía una foto de su madre en la billetera del jefe?


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo


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