viernes, 4 de diciembre de 2020

Un cadáver exquisito (34)

Capítulo 30.- El informe, como el algodón, no engaña
 
El guardia primera Peláez, viendo que la presión ejercida por su sargento iba a tener frutos hasta llenar una cesta, y a él, los interrogatorios le salían largos, se sentó en su mesa de despacho a hacer lo que mejor se le daba: analizar. También le salía bien el arroz con conejo, pero eso era otro cantar.
El  informe  de  los  bomberos  venía a  decir que habían acudido a la llamada de una señora, Teófila Mirández, vecina de la misma avenida, histérica total, que daba aviso del incendio que se estaba produciendo en la llamada “Villa Tita” en el numero 13 y que se estaba extendiendo a “Illinois” en el numero 15. El nombre de esta casa se lo puso Jacinto en recuerdo de su estancia en los U.S.A. Le gustaba presumir de ello, cada vez que le preguntaban por el motivo del nombre.
Teófila, en la llamada, también les contó que su nieto se estaba preparando la oposición de notario y que la reuma la estaba matando, todo por culpa de su marido Federico que tenía la manía de tenerlo todo abierto hasta en los días más crudos del invierno. “El aire serrano te la pone como un marrano”, decía Federico día sí y día también. Pero a ella no la ponía un dedo encima desde que Marcelino le metió el histórico gol a Rusia.
Al llegar al incendio, los bomberos vieron que “Villa Tita” estaba perdida, pero que “Illinois” era controlable. Y así actuaron, a pesar de que fueron continuamente interrumpidos por D. Pedro Bareta, supuesto dueño de la casa totalmente chamuscada, que con un ridículo cubito de playa, estuvo intentando entretenerles para que la acción del fuego convirtiese también a cenizas la casa del vecino. Cosas de vecinos, supusieron. Pero al controlar éste, por su experiencia en estos menesteres, sospecharon que el incendio había sido intencionado, que se había comunicado de una casa a otra de una forma forzada. A esta conclusión llegaron al ver los restos no quemados de una extraña madeja de trapos y sacos de arpillera en el tendedero de “Villa Tita”, que se comunicaba con los aligustres vecinos.
Peláez tuvo una visión, y contrastó que las direcciones facilitadas por los arrestados, Dña. Violeta López de la Manteca y D. Jacinto Monteperales, coincidían con los chalets afectados.
- Mi mi mi mi sar sar sar gento. Voy a a a a al Cha cha cha parral a por por por el ma mama rido de la se se ño ñora. Me me llevo a Gi gi gi nés. Tam tam tam bién me me co cojo un ca ca capote, por los los cu cu cu cuernos.


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo

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