Capítulo 41.- Nápoli, la terra promessa
Poco
a poco la Fermi y Andrea fueron intimando, primero poco, luego más. A Andrea le
gustaban sus melones -los de comer y los otros- y su campechanería. Le
recordaba a las mozas de su tierra, Nápoles, hermosas, ordinarias y laboriosas.
A la Melones no le volvía loca el Italiano -como le llamaban en el pueblo, a él
y a otros cinco que habían llegado a trabajar- pero tenía su punto exótico y
sobre todo, estaba dispuesta a olvidar a toda costa a Jacinto.
Desde
aquella tarde en la era y su posterior partida a USA, Jacinto no había vuelto a
mirarla. Estaba claro que no le interesaba lo más mínimo. Una vez regresó de
Estados Unidos, solía acudir al pueblo en ocasiones, acompañado de señoritas de
caros bolsos y caros zapatos que venían a pasar fines de semana al pueblo, cama
y desayuno incluidos. Sus constantes faltas de atención y desprecio se le
clavaban a la Fermi en el corazón, pero callaba y aguantaba. Había sido una
estúpida pensando que aquel ”señorito” se podía enamorar de una chica como
ella.
Por
eso, cuando Andrea comenzó a invitarla a salir, se resistió al principio, pero
luego se dejó querer. La única vez que Jacintillo le
dirigió la palabra fue en una
feria del pueblo de al lado para decirle con voz borracha. "Fermi, ¿que
tal está tu muchacho? Mira que quedarte preñada mujer... ¡Con la de inventos
que hay ahora!". Ella notó como la rabia se le acumulaba de golpe y se le
ponía colorada hasta la raíz del pelo. Pero se mordió la lengua hasta hacerse
sangre y lo único que logró balbucir fue algo así como "si dos no quieren
uno no puede"... Y se alejó antes de echarse a llorar.
Andrea
la trataba como una dama. Ella sabía que no lo era, pero le daba igual. Él le
propuso matrimonio a los pocos meses de salir juntos, pero ella estaba
reticente. No se decidía. "Vente conmigo a Nápoli", le dijo una
tarde. Ella no supo qué decir... Andrea estaba hartándose de ese calor tan
seco, del vino de Valdepeñas -un matarratas, solía decir- y de comidas como el
pisto, el asadillo o el tumbalobos. Echaba de menos la pasta y la brisa del
mar. Echaba de menos el lambrusco y las fiestas en el pueblo que terminaban con
una Tarantella.
-
¿Y el niño? –preguntó ella.
-
David puede quedar interno en un colegio de monjas muy bueno que hay en Ciudad
Real, lo vendrías a ver en Navidad y en verano. Podría pasar las vacaciones con
nosotros.
Andrea
le había hablado mucho de Nápoles, de sus gentes, de su comida, de sus
fiestas... A la Fermi le sonaba a tierra prometida. De repente lo vio claro.
Ese hombre le estaba ofreciendo una oportunidad para cambiar su vida. Atrás
quedarían los Monteperales, el melonar y su pasado.... David iba a cumplir ocho
años, ya iba siendo mayor y seguro que lo entendería... A fin de cuentas iba a
buscar un futuro mejor para los dos, se decía. Lo del internado sería algo
temporal. Vendría a por él muy pronto, no quería que se separaran por mucho
tiempo.
En
un par se semanas, la pareja partió desde Valencia rumbo a Nápoles y un niño de
ocho años se quedó desolado en el colegio de las Hermanas de la Caridad,
agarrado a los barrotes de la verja toda la tarde, esperando que en cualquier
momento regresaran a por él... Pero nadie volvió, y David se quedó dormido de
tanto llorar. Cuando la Hermana Irene vino a
recogerle,
David se le agarró al cuello llorando de nuevo... hasta que le convencieron de
que al día siguiente su madre le llamaría. Solo así consiguieron acostarle.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
No hay comentarios:
Publicar un comentario