Las Raquetas de nieve, esa especie de plantillas
agujereadas y de grandes dimensiones sobre las que se ata la bota para caminar
sin hundirse por la nieve, no son sólo un “utensilio” sino también una
actividad deportiva y, encima, tienen el honor de ser la más antigua o casi, ya
que está documentado que dichas raquetas ya existían 4000 años antes de Cristo.
De su consideración como deporte cabe añadir que cada año se celebran
competiciones e incluso en nuestro continente se celebra la Copa de Europa de
Raquetas de nieve, aparte claro está de los correspondientes campeonatos
nacionales, provinciales, etc.
Caminar por la nieve es una experiencia muy agradable,
pero también muy trabajosa. Si la nieve está blanda (nieve en polvo, que se
llama) porque te hundes a cada paso y cuesta mucho trabajo avanzar. Si la nieve
está dura e incluso convertida en hielo, porque te puedes resbalar y sufrir un
serio accidente. Por eso las Raquetas de nieve facilitan sobremanera esa tarea
de caminar sobre tan variable superficie y los hay que compiten en carreras de
velocidad con estos artilugios en los pies.
Sea en plan competición o de simple disfrute de la
naturaleza, las Raquetas de nieve son un deporte, un sano ejercicio para el
cuerpo y un infinito relax para la mente. A pesar de ello, y de todo lo que me
gusta la nieve, sólo he realizado marcha con Raquetas de nieve una vez en mi
vida y fue, precisamente, hace poco más de una década.
En el laboratorio AstraZéneca, dentro de lo que era la
edad de oro de la industria farmacéutica, hacíamos cada año una “Reunión de
Departamento”, en la cual nos íbamos todos los miembros de cada departamento a
un lugar con atractivo turístico durante tres o cuatro días. Allí celebrábamos
sesiones de trabajo para diseñar planes futuros y compartir con los demás lo
que hacía cada uno, y también había suficiente tiempo libre para el turismo, la
gastronomía y el ocio.
En la ocasión a que me voy a referir ahora, el lugar
escogido fue Granada y como allí cerca teníamos Sierra Nevada, que además
estaba nevada, para allá que nos fuimos una de aquellas mañanas con la
intención de practicar (por primera vez para todos nosotros) el deporte de las
Raquetas de nieve. Como principiantes que éramos, disponíamos de un guía que
nos dio las instrucciones pertinentes, y acto seguido comenzamos nuestro
recorrido subiendo y bajando lomas nevadas, disfrutando del paisaje, haciendo
equipo, y atacándonos de vez en cuando con bolas de nieve. El día era soleado y
la nieve abundante, la caminata larga y cansada, pero la felicidad de practicar
aquél deporte se ganó para siempre nuestros corazones.
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