viernes, 3 de mayo de 2024

Motonieve

Los deportes de invierno son aquellos que se practican sobre la nieve o el hielo y las disciplinas más comunes (cada una de ella con distintas variantes) son el Esquí, el Patinaje, el Descenso en Trineo, los Deportes de Equipo, el Snowboard y las Motos de nieve o Motonieves, que es de lo que hablaremos aquí.
 
Mi experiencia con este deporte se limita a dos grandes recorridos, pero... ¡qué recorridos! Para empezar, el lugar donde probé lo que es conducir una Motonieve fue Finlandia, concretamente Rovaniemi, un mes de enero del año 2000, con una temperatura media durante el día de –18ºC y de –20ºC por la noche. Yo pensaba que en pleno invierno no se vería la luz del sol, pero sí que se veía, aunque la salida del mismo era a las 10:00 h. y la puesta a las 13:00 h. Lo más llamativo era que entre la salida y la puesta del sol no había ninguna diferencia, porque lo que hacía el sol era salir, quedarse tumbado en el horizonte y, pasadas cuatro horas, volver a ponerse. Gracias a Dios aquellos días el cielo estaba despejado por lo que se aprovecharon al máximo las horas de luz solar y además, el entorno, todo nevado, reflejaba la luz y aumentaba la luminosidad.
 
El motivo de tal viaje era la Convención de lanzamiento del antihipetensivo Atacand (candesartán) y nos dimos cita allí toda la red de Visitadores Médicos que trabajarían ese producto (unos 100) más unos cuantos de Central (Marketing, Comunicación, etc.). De las dos veces que practiqué el deporte de la Motonieve una fue durante esas cuatro horas de luz diurna y la otra durante la noche (eran las cinco de la tarde pero era noche cerrada).
 
Provistos de nuestro mono térmico, botas, guantes y casco, nos dimos cita a la puerta del hotel y allí nos fueron adjudicando unas Motonieves al tiempo que nos explicaban su sencillo manejo. Realmente era muy fácil manejarlas; al llevar dos filas de cadenas en vez de ruedas su estabilidad era total y sólo había que tener cuidado para no dar acelerones bruscos cuando estuviésemos girando. Lo que más agradecí fue que el propio manillar (al que te agarrabas con guantes) llevaba incluso calefacción interior, es decir, estaba calentito, y eso a –18ªC venía de maravilla. Aquél recorrido fue por parajes de abetos cubiertos totalmente de nieve en medio de una luz blanca casi cegadora y eso que ya he dicho que el sol no se levantaba del horizonte.
 
El segundo recorrido fue por la tarde (es decir, en plena noche) y nos dirigimos desde Rovaniemi a la ciudad de Kemi, en donde montamos en el rompehielos “Sampo” para dar un paseo por el Báltico y bañarnos en sus heladas aguas (con traje de neopreno, claro). Si antes había agradecido que el manillar estuviese caliente, no te digo nada en plana oscuridad, con más frío aún y un ligero viento que se había levantado.
 
No pasó nada especial ni gracioso en estos dos grandes recorridos, pero fue tan bonita la experiencia que no podía dejar de contarla en estas páginas.
 

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