viernes, 10 de mayo de 2024

Patinaje

El patinaje sobre ruedas (en patines clásicos de cuatro ruedas, conocidos también como “Quad”) ha sido otro de mis deportes favoritos. Fue un deporte practicado en mi juventud, cuando no existían en España pistas públicas de patinaje y por consiguiente no había más remedio que practicarlo en la calle, bien fuera en las aceras (lo cual no era muy recomendable por las ranuras de las baldosas y el continuo trasiego de peatones) o sobre el asfalto de la calzada de las calles (lo cual tampoco era muy recomendable por el peligro de que te atropellara un coche o un autobús, aunque el tráfico de entonces no era como el de hoy en día).
 
Cuando uno se “subía” a los patines, no sólo crecía en estatura (lo que suponía una sensación muy agradable de fortaleza y superioridad) sino que se sabía más veloz que cualquier transeúnte. De tal guisa patinaba por la plaza del Conde del Valle de Suchil (que es donde vivía) pero también por las aceras y calzadas de todo el barrio de Argüelles. Sin saberlo, fui pionero de una modalidad deportiva que actualmente está causando furor entre los jóvenes: el Patinaje callejero, llamado también “Night Skating” porque lo suelen practicar de noche para disponer de más espacios libres de coches en las calzadas, aunque yo lo practicaba de día.
 
No es que fuese un consumado patinador, pero me defendía bastante bien; sabía balancear el cuerpo para dar el impulso adecuado, sabía dar giros, sabía patinar hacia atrás... Otros amigos también tenían patines y a veces nos juntábamos y echábamos carreras; pero patinase solo o acompañado, la diversión y satisfacción estaba siempre garantizada.
 
“Eso es como montar en bicicleta, no se olvida nunca” me dijeron un día varias décadas después, cuando ya era padre de familia y les había comprado unos patines a mis hijos. Pero estaban equivocados. Yo también volví a comprarme unos patines para acompañar a mis hijos en sus sesiones de patinaje (ellos ya disponían de pistas públicas de patinaje y de campos de fútbol sala en los parques en donde se podía patinar libremente)... pero mi agilidad había desparecido, y eso de intentar ir marcha atrás... sólo con la imaginación. Así que poco uso le di a esos patines, los cuales acabaron durmiendo un largo sueño en el trastero.
 
Muchos años después (cumplidos ya los 60), haciendo limpieza en el trastero, aparecieron de nuevo ante mis ojos aquellos patines. Me vino a la memoria aquella frase tantas veces repetida: “Eso es como montar en bicicleta, no se olvida nunca”. Y como mi espíritu se mantenía igual de joven e inmaduro que antes, me calcé los patines, dispuesto a recorrer los dos kilómetros de distancia que había entre mi casa de Tres Cantos y la de mi hija. Salí a la calle y comencé a patinar, más bien diría a tambalearme sobre los patines. Sin embargo me sostenía en pie, e incluso avanzaba (todo un logro). Llegué a la calle principal una vez había ganado ya algo de confianza y me solté a patinar un poco más alegremente para rememorar viejos laureles, como cuando callejeaba con soltura por el barrio de Argüelles... Pero –como ya he dicho antes- esa frase está equivocada, sí que se olvida y se pierde todo lo que se había aprendido cuando no practicas durante años. ¡Que se lo pregunten a mi culo! Él fue quien me hizo ver la triste realidad al besar el suelo (afortunadamente de culo) al cruzar la gran avenida. Comprendí entonces que mi carrera como patinador había terminado, así que me los quité, los metí en una bolsa y los llevé a Cash Converter, en donde me dieron una miseria por ellos. En realidad los patines no tenían gran valor, el único valor grande era el que yo había demostrado poniéndomelos para salir a la calle tantos años (qué digo años, ¡décadas!) después.
 

“El robobo del cocódice”: 

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