domingo, 19 de mayo de 2024

Póker

Casi todo el mundo se cree que el Póker (que también se puede decir en español “Póquer”) es un juego de cartas; sin embargo el 29 de abril de 2010 el Póker fue reconocido como “Deporte mental” y admitido en la Asociación Internacional de Deportes Mentales (International Mind Sports Association). Sus razones no les faltan, ya que se requiere ejercitar el cerebro, desarrollar la intuición, tomar riesgos, controlar las emociones... y controlar los músculos de la cara (y de eso sé mucho como explicaré más adelante).
 
Lo que no me cuadra es que se considere “Deporte” (que todos lo relacionamos con algo que requiere ejercicio físico y es sano y saludable) al Póker, teniendo en cuenta que se juega sentado, pero a diferencia del Ajedrez (donde los contrincantes están absortos y metidos de lleno en la partida sin más distracciones exteriores), aquí no puede faltar un whisky en la mano, los chistes y comentarios más variopintos, y –hasta hace bien poco- el humo constante de los cigarrillos.
 
Por mi experiencia como jugador de Póker puedo decir que las partidas que jugaba con mis amigos solían ser nocturnas (algunas veces acabábamos pasada la una de la madrugada), todos fumábamos y manteníamos el ambiente de la habitación completamente irrespirable, todos bebíamos alcohol durante la partida (whisky, cuba libre, gin tonic, etc.), y todos nos pasábamos la misma hablando, contando chistes, etc. Como podéis apreciar nada que tenga que ver con la vida sana que se asocia a la práctica de cualquier otro deporte.
 
Una de las actitudes más habituales del Póker es “ir de farol”, esto es, tener muy malas cartas pero hacer creer a los demás que son buenas, que les vas a ganar, y lograr así que estos se retiren y te den la mano por ganada; o al contrario, tener muy buenas cartas pero hacerles creer que solo son regulares y que estos podrán ganarte, incitándoles a que apuesten más para luego desplumarlos. Por eso decía antes que hay que ejercitar mucho los músculos de la cara y esto sólo se me daba bien a medias. Me explico. Si conseguía buenas cartas, una buena jugada con la que podía ganar a los demás, entonces sabía fingir muy bien, hacerles creer que llevaba malas cartas para que apostasen más y así llevarme una mejor tajada. Pero por el contrario, si tenía malas cartas, se me notaba tanto en la cara, era tan incapaz de fingir, que resultaba inútil ir de farol porque se darían cuenta y ganarían la partida, así que yo optaba por la rendición preventiva, esto es, el abandono.
 
No he sido buen jugador de Póker, lo reconozco, aunque sí divertido porque, cuando llevaba buenas cartas y quería hacer creer que las llevaba malas, me ponía a llorar desconsolada y exageradamente o hacía ademán de querer suicidarme. En cambio, cuando llevaba malas cartas y pretendía fingir que eran buenas para que abandonasen, mis intentos diciendo “¡vaya jugada que he ligado!” o incluso los saltos de alegría, se notaba que eran fingidos. Ya digo que si llevaba buenas cartas les podía hacer creer eso o lo contrario, pero como llevase malas cartas... no había nada que hacer, no sabía fingir.
 
En general los juegos de cartas me han gustado mucho y he sido experto en algunos de ellos como, por ejemplo, la Canasta. También me he defendido bien en la Pocha, y me he divertido con el Cinquillo, la Burra, etc. Pero lo curioso es que nunca he jugado ni he sabido jugar a dos de los juegos de cartas más populares que existen en España: el Mus y el Tute. Para mí esos dos siempre han sido y siguen siendo unos auténticos desconocidos.
 

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