Casi todo el mundo se cree que el Póker (que también se
puede decir en español “Póquer”) es un juego de cartas; sin embargo el 29 de
abril de 2010 el Póker fue reconocido como “Deporte mental” y admitido en la
Asociación Internacional de Deportes Mentales (International Mind Sports
Association). Sus razones no les faltan, ya que se requiere ejercitar el
cerebro, desarrollar la intuición, tomar riesgos, controlar las emociones... y
controlar los músculos de la cara (y de eso sé mucho como explicaré más adelante).
Lo que no me cuadra es que se considere “Deporte” (que
todos lo relacionamos con algo que requiere ejercicio físico y es sano y
saludable) al Póker, teniendo en cuenta que se juega sentado, pero a diferencia
del Ajedrez (donde los contrincantes están absortos y metidos de lleno en la
partida sin más distracciones exteriores), aquí no puede faltar un whisky en la
mano, los chistes y comentarios más variopintos, y –hasta hace bien poco- el
humo constante de los cigarrillos.
Por mi experiencia como jugador de Póker puedo decir que
las partidas que jugaba con mis amigos solían ser nocturnas (algunas veces
acabábamos pasada la una de la madrugada), todos fumábamos y manteníamos el
ambiente de la habitación completamente irrespirable, todos bebíamos alcohol
durante la partida (whisky, cuba libre, gin tonic, etc.), y todos nos pasábamos
la misma hablando, contando chistes, etc. Como podéis apreciar nada que tenga
que ver con la vida sana que se asocia a la práctica de cualquier otro deporte.
Una de las actitudes más habituales del Póker es “ir de
farol”, esto es, tener muy malas cartas pero hacer creer a los demás que son
buenas, que les vas a ganar, y lograr así que estos se retiren y te den la mano
por ganada; o al contrario, tener muy buenas cartas pero hacerles creer que
solo son regulares y que estos podrán ganarte, incitándoles a que apuesten más
para luego desplumarlos. Por eso decía antes que hay que ejercitar mucho los
músculos de la cara y esto sólo se me daba bien a medias. Me explico. Si conseguía
buenas cartas, una buena jugada con la que podía ganar a los demás, entonces
sabía fingir muy bien, hacerles creer que llevaba malas cartas para que
apostasen más y así llevarme una mejor tajada. Pero por el contrario, si tenía
malas cartas, se me notaba tanto en la cara, era tan incapaz de fingir, que
resultaba inútil ir de farol porque se darían cuenta y ganarían la partida, así
que yo optaba por la rendición preventiva, esto es, el abandono.
No he sido buen jugador de Póker, lo reconozco, aunque sí
divertido porque, cuando llevaba buenas cartas y quería hacer creer que las
llevaba malas, me ponía a llorar desconsolada y exageradamente o hacía ademán
de querer suicidarme. En cambio, cuando llevaba malas cartas y pretendía fingir
que eran buenas para que abandonasen, mis intentos diciendo “¡vaya jugada que
he ligado!” o incluso los saltos de alegría, se notaba que eran fingidos. Ya
digo que si llevaba buenas cartas les podía hacer creer eso o lo contrario,
pero como llevase malas cartas... no había nada que hacer, no sabía fingir.
En general los juegos de cartas me han gustado mucho y he
sido experto en algunos de ellos como, por ejemplo, la Canasta. También me he
defendido bien en la Pocha, y me he divertido con el Cinquillo, la Burra, etc.
Pero lo curioso es que nunca he jugado ni he sabido jugar a dos de los juegos
de cartas más populares que existen en España: el Mus y el Tute. Para mí esos
dos siempre han sido y siguen siendo unos auténticos desconocidos.
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