Todos los miembros de cada equipo participábamos en todas
las pruebas, así que de allí no saldrían ganadores individuales, sino equipos
ganadores. No recuerdo el orden exacto que siguieron las pruebas, así que daré
cuenta de ellas de forma aleatoria. Una de ellas, puede que la más típica, fue
una carrera con trineo tirado por perros. Había que seguir un circuito e
intentar recorrerlo en el menor tiempo posible. Igualmente típica fue la
carrera en trineos tirados por un reno, algo que nos valió al final un “Carnet
de conducir trineos tirados por renos”. En dicho carnet puede leerse en varios
idiomas el siguiente texto: “El titular de este permiso de conducir un reno ha
aprobado la prueba de conducción y está justificado a manejar un trineo/un par
de esquís tirado por reno, en las tierras salvajes de Laponia, observando las
reglas vigentes de la conducción de reno”. Lo malo es que dicho permiso de
conducción tenía una validez de cinco años y ya me ha caducado.
Saber cazar a lazo a estos animales es de vital
importancia para los samis, así que otra de las pruebas consistía en lanzar una
cuerda y, de igual forma que los vaqueros del oeste americano hacen con las
reses, nosotros lo hicimos con un reno, aunque para esta prueba el reno se
estaba muy quietecito porque era de madera; pero para el caso era lo mismo,
porque la cosa estaba en acertar con el lazo en su cornamenta y dejarla
firmemente sujeta. Para el trineo tradicional también hubo otra pequeña
carrera, bajando una ligera pendiente. Y el motor de gasolina jugó igualmente
su papel, a través de una carrera, por un circuito señalizado, conduciendo a la
mayor velocidad posible un Quad que derrapaba en la nieve a curva.
También había otras pruebas que nos hicieron reír, tanto
en el momento de participar en ellas como viendo a los demás participar. Una de
ellas era el esquí-tándem. Se competía por parejas y cada pareja utilizaba los
mismos esquíes. Uno se ponía delante y otro inmediatamente detrás, y cada uno
llevaba su pie derecho encajado en un único esquí derecho para los dos, y lo
mismo para el izquierdo. Avanzar era toda una proeza ya que había que estar muy
bien sincronizados para que los dos miembros del equipo avanzasen al mismo
tiempo y a la misma velocidad cada una de sus piernas, de lo contrario lo único
que conseguían era hacer reír a los espectadores por lo cómico de la situación
y los continuos trompicones.
Otra de las pruebas que combinaba un poco de todo, era un
carrera de obstáculos. Había que correr por la nieve, trepar por unas cuerdas y
subir a unas plataformas, bajar de ellas deslizándose con un mini trineo, y
alguna otra dificultad más que no recuerdo. Lo que no se olvida son las caídas
y culetazos que se llevó más de uno (y más de una, porque los equipos eran
mixtos) porque lo que contaba al final en esta prueba no era la perfección en
la ejecución sino la rapidez.
Para el final –de esto sí me acuerdo que fue lo último-
dejaron una de las pruebas más difíciles: montar una tienda sami en el menor
tiempo posible. Allí abajo, tumbados en el suelo estaban los palos y la lona, y
con eso teníamos que coordinarnos todos los miembros del equipo para levantar
la tienda y dejarla completamente estable. Para sorpresa de todos, incluidos
los propios samis, mi equipo lo hizo en un tiempo récord, tanto es así que los
samis decían que nunca habían visto a unos extranjeros montar una tienda tan
deprisa.
Después de tanto esfuerzo y de tantos sudores (y eso que
estábamos a –18ºC) nos ofrecieron una reparadora comida al aire libre. La carne
de reno nos ayudó a reponernos y nos dio la energía suficiente para coger otra
vez las Motonieves y volver al hotel. Aquella noche se celebró una cena
especial, en un precioso restaurante, y al llegar el postre, el presidente se
levantó con los papeles que le habían pasado para dar a conocer el equipo
ganador según la puntuación obtenida en el conjunto de todas las pruebas: “Y el
ganador es... el equipo de... ¡los Urogallos!”. Todo fueron aplausos y
felicitaciones, y los integrantes del equipo ganador salimos para recibir las
correspondientes medallas olímpicas y hacernos la foto para la posteridad.
Así terminó, felizmente, aquella Olimpiada de invierno en
la que tuve la fortuna de intervenir y quedar campeón, con mi equipo de los
Urogallos... ¡vascos! ¡Para que luego digan que los de Bilbao son unos
fanfarrones y exageran!
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