Al Rugby (que ahora resulta que se le puede llamar
“Rugbi” aunque yo me resisto a hacerlo y le seguiré llamando “Rugby”), se le
considera un deporte de equipo y de contacto, que se juega con un balón en
forma de melón, en un campo que puede ser de tierra o de hierba, pero que
siempre acaba siendo de barro, y en donde los jugadores se quieren muchísimo,
porque siempre se están abrazando. Hace poco vi un partido de Rugby en el campo
central de Tres Cantos, con un césped inmaculado... al comienzo del partido;
porque al final no quedaba ni rastro del césped, todo era un amasijo de barro.
Si no hubiese sido por las retransmisiones televisivas
del famoso Torneo Cinco Naciones, donde se daban cita las mejores selecciones
de Europa, y en las cuales nos iban explicando sus reglas y su jerga técnica
(“melé” que significa: mogollón de tíos todos apelotonados; “hooker” que es el
encargado de sacar el balón de esos líos dándole con el talón; “ensayo” que
supone el premio a una jugada y permite tirar para colar el melón entre los
palos superiores de la “H” -que así es la forma de la portería- y te hace ganar
muchos puntos; etc.).
Teniendo en cuenta pues estos detalles, no es de extrañar
que durante la juventud, en la pandilla de amigos, donde todos nos queríamos
mucho, jugásemos alguna vez a este deporte, aunque no siempre teníamos a
nuestra disposición un balón de Rugby sino que utilizábamos uno de fútbol.
Tampoco teníamos porterías de Rugby... quiero decir que tampoco teníamos
porterías, porque jugábamos en un descampado de la Casa de Campo. Lo que sí
hacíamos era correr, pasarnos el balón unos a otros, lanzarnos en plancha y
abrazar al que llevaba el balón, e intentar, cuando tenías la posesión del
balón, llegar hasta la línea de fondo (marcada con un palo sobre la tierra) y
colocarlo sobre el suelo, lo cual valía varios puntos (de contabilización, no
de sutura). Porque como éramos amigos, no llegábamos a la sutura, todo se quedaba
en raspones, magulladuras o pequeñas heridas propias de las lindezas del
terreno de juego.
Pero como ya digo, también en una ocasión jugamos con
balón oficial de Rugby y pudimos comprobar cómo pegar una patada al mismo es lo
más impredecible que puedas imaginar; nunca aciertas hacia dónde saldrá
disparado el balón. De lo que me quedé con las ganas fue de jugar con un melón
de verdad para después, al finalizar, comerlo entre todos.
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