Capítulo
30.- Severo ataque de risa
Cuando Severo (el policía que
hacía guardia frente a la habitación del Hospital Xeral en donde se recuperaban
Ambrosia, Mariana, Remigio y el padre Dimas de un lavado de estómago por algo
que les había sentado mal) vio llegar al inspector jefe acompañado de otros dos
agentes, pegó un respingo y se puso a sus órdenes.
- ¿Alguna novedad? –preguntó el inspector.
- Ninguna.
En esta habitación están las dos mujeres y en la otra los dos hombres.
- Bien,
entonces procedamos –sentenció el inspector al tiempo que abría la puerta de la
habitación 112.
El interrogatorio de las dos
mujeres duró dos horas, aunque en realidad sus respuestas se resumían en diez
minutos, ya que ellas no hacían sino repetir lo mismo una y otra vez, y por más
que el inspector les hacía repetirlo no encontraba ninguna contradicción.
Pasado ese tiempo se dirigieron a la habitación en la que estaban los dos
hombres y el interrogatorio fue igual de inútil. Aquellas cuatro personas no
sabían nada de nada, simplemente se habían encontrado unos paquetes de droga
que pensaron eran de harina y con ella hicieron las magdalenas que los
intoxicaron.
Durante todo este tiempo la cara
de Severo, allí sentado junto a la puerta de las dos habitaciones, era todo un
poema. Con los ojos abiertos como platos, estiraba las orejas al máximo para
tratar de enterarse qué era lo que se cocía allí dentro, pero solo atisbaba a
escuchar gritos y exclamaciones de desesperación en el inspector; estaba claro
que nada de lo que escuchaba su jefe le aportaba ninguna solución a lo que
fuese que estuviera buscando.
Cuando por fin les vio salir, se
cuadró para recibir órdenes y quizás alguna explicación con la que satisfacer
su curiosidad, pero sólo recibió la orden de marcharse, aquello había terminado
y esas personas podrían irse de allí en cuando les dieran el alta.
Severo se despidió de ellos y con
semblante severo se iba a marchar cuando su semblante tornó en sonrisa al ver
cómo se acercaba por allí Ioseba Rena. Pero no era su llegada lo que le hizo
esbozar una sonrisa, sino el porte que llevaba, portando un ramo de flores y
vistiendo él todo trajeado; una imagen muy distinta a la del rudo, seco y poco
afable Ioseba que conocía y con el que había compartido no obstante algunos
momentos de distendida conversación en el bar.
- ¿Cómo
tú por aquí y con esa pinta? –le saludó Severo con cierta sorna.
- Hola,
Seve, pues venía a ver a la Ambrosia, que me han dicho que estaba ingresada
aquí.
- Bueno,
bueno, pues ahí la tienes en esa habitación, tortolito… -dijo Seve sin poder
disimular el cachondeo.
- Menos
risas, Seve, y métete en tus cosas que esto no es asunto tuyo.
- Vale,
vale, no te pongas así.
Y se ve que Seve se alejó de allí
conteniéndose la risa porque nada más salir del pasillo comenzó a reír a
carcajadas y a retorcerse de risa mientras las enfermeras y pacientes que había
alrededor miraban asombradas a ese siempre serio policía que ahora no paraba de
reír.
Con sigilo, y empujando levemente
la puerta, Ioseba se asomó tímidamente al interior de la habitación. Ambrosia
lo miró y exclamó asombrada:
- Ioseba, ¿eres tú?
- Sí,
Ambrosia, he venido a ver qué tal estabas.
Ioseba se acercó a su cama, se
sentó junto a ella y le entregó las flores. En la otra cama, Mariana tenía los
cinco sentidos pendientes de esta escena, no quería perderse ni un solo detalle
y pensaba si sería capaz de retener todo lo que estaba sucediendo y
presenciando en tan poco tiempo porque era materia más que suficiente para
andar de cotilleo durante todo un año con sus vecinas. Pero Ioseba se dio
cuenta del incómodo huésped que tenían junto a ellos y se comportó de una
manera lo más discreta posible; tras una convencional conversación quedó en
volver a visitarla en cuanto le diesen el alta, algo que sucedería ese mismo día
seguramente.
Cuando salió del hospital, Ioseba
ya se había forjado un plan con un doble objetivo: conquistar a Ambrosia, a la
que de verdad amaba desde hacía mucho tiempo, y tratar de sonsacarle todo lo
que supiese sobre el dichoso manuscrito. Sin duda ella era la pieza clave.
- ¿Alguna novedad? –preguntó el inspector.
- Ioseba, ¿eres tú?
Continuará...
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