sábado, 24 de abril de 2021

El códice y el robobo (30)

Capítulo 25.- Cuando menos te lo esperas
 
A la mañana siguiente, nada más levantarse Coro, notó cómo su cuerpo le reclamaba urgentemente un “chute” de cafeína, pero cuando destapó el bote del café descubrió con horror que estaba vacío. Empezó a buscar por los cajones y los armarios de la cocina de su amiga a ver si, por casualidad, le quedaba algo de café, pero lo que encontró fueron infusiones de todo tipo: con teína, sin ella, orientales, indias, frutales, exóticas, etc... pero ni rastro de café... Por lo visto, en aquella casa eran más aficionados a las infusiones que al café, así que optó por darse una ducha rápida para despejarse un poco y bajar al bar de enfrente para desayunar como Dios manda.
 
Buenos días –la saludó el camarero del “Bar Quillo”, un lugar que distaba mucho de ser un local refinado.
- Muy buenos. ¿Me pone un café con leche con churros, por favor? –le respondió Coro al camarero.
 
Mientras esperaba el café, se puso a ojear “La Voz de Galicia”, sin demasiado interés, sólo por matar el rato, ya que las noticias locales solían ser de lo más tedioso e insípido. Quizás por eso, prestó más atención a la conversación que mantenían los dos paisanos que se encontraban a su lado en la barra. 
 
Puede que fuera por el orujo que se estaban metiendo en el cuerpo a las nueve de la mañana o porque tenían ese temperamento, el caso es que los dos hombres estaban divirtiéndose de lo lindo a colación de una historia que había acontecido a uno de sus conocidos
- ¿Y dices que está detenido?
- Eso es, por embiaguez... ¡Con lo circuspeto que es el Marcelino!.. Pues como una cuba... Dando tumbos dice el Cirilo que se lo encontraron.
- ¡Quién lo iba a decir! A mi me lo cuentan de cualquier otro y mira, pues te digo que así es la debilidá humana, pero el Marcelino... Tan trajeao siempre, tan dandy...
- Pero lo peor no es eso... Lo peor es que cuando se lo llevaban, el Cirilo  aseguró que gritaba que le habían querido vender el códice Calixtino, el que han robado del museo de la catedral...
- ¡Qué dices hombre!
- Lo que oyes... El Linaza insistía que se lo había llevado un tonto que vendía papeles al peso y que él lo había visto con sus propios ojos...
- Es muy fantasioso este Marcelino, siempre adorna las ventas con unas historias que podrían servir para escribir una novela...
- Si... Según me han contado, estaba empeñado en acudir al camino de los pajarazos, porque ahí es donde cargó una caja de mercancía en el coche y donde perdió la pista del libro.....
- ¡Menudo papelón!
- Ahí se lo llevaron... Supongo que mañana ya volverá a la tienda... Si quieres nos acercamos para ver que nos cuenta y nos reímos un rato.
- Ah, pero le dejarás que hable de él, porque cuando se le pase la cogorza va a estar de un mal rasque... ¡Con lo circuspeto que es él y tener que pasar la noche en el cuartelillo!
- Jajajajajajjajaja!
- Jojojojojojojojojo!...
 
- ¿Cuantos churros le pongo, rapaza?
La voz del camarero la sacó del shock en el que estaba sumida... No podía dar crédito a lo que decían aquellos hombres. Un tal Marcelino Linaza aseguraba que había tenido el códice en sus manos, que se lo había llevado un chaval medio atontado que vendía papel al peso... 
 
De pronto le vino a la mente el chaval medio atontado al que acercó el día anterior al barrio de San Lázaro, aquél que insistía en que llevaba unos “libracos viejos, con dibujos coloreaos mu llamativos”... ¿Sería posible esta jugarreta del destino? ¿Podría tener acaso aquel chico el códice Calixtino? ¿Sería el mismo chico que se lo llevó a vender al anticuario? ¿Cómo había ido a parar el libro hasta él?....
 
- ¡Oiga! ¡Que cuantos churros quiere! -volvió a preguntar el camarero.
- Si....si.... Póngame tres churros, gracias... –respondió Coro completamente desubicada.
Aunque el café estaba ardiendo, se lo tomó a toda prisa, y a igual velocidad se zampó los churros. Mientras tanto, iba pensando en cómo localizar al tal Linaza para poder confirmar aquella increíble e inesperada información... Otra opción era volver al barrio de San Lázaro, donde había dejado al chaval cuyo nombre no recordaba aunque creía habérselo oído pronunciar a la señora aquella. Si realmente tenía el códice en su poder, ya se las arreglaría para conseguirlo... Le parecía todo tan simple y a la vez rocambolesco, que no se lo podía creer.
 
Una llamada de Unai la sacó de golpe de sus cavilaciones. La verdad es que tenía que haber contactado antes con él pero, por unas cosas y otras, se la había pasado.
- ¡Vaya! Me alegra comprobar que aún estas viva y que pasas diez pueblos de tus amigos –le dijo Unai a modo de saludo.
- Tienes toda la razón Unai, tenía que haberte llamado, pero es que no te vas a creer lo que ha pasado. Lo he descubierto esta mañana por casualidad. Puede que haya averiguado el paradero del códice y....
- A ver, a ver, a ver.... para el carro... Yo me quedé cuando empezaste a visionar las cintas y a recuperar el audio... ¿Es que has visto algo que te ha servido de pista?
- Uffff... Unai... Eso parece que ocurrió hace mil años... Ahora han pasado tantas cosas que, si no fuera porque me estoy quedando sin batería, te las contaría mientras voy de camino a Santiago...
- ¿Vuelves a Santiago? Pensé que vendrías al pueblo...
- Yo también lo pensaba, pero ha habido cambio de planes...
 
Y mientras la pantalla del teléfono parpadeaba indicando que necesitaba ser cargado, se despidió de su amigo rápidamente, no sin antes prometerle que, tan pronto tuviera batería, le contaría con pormenores todo lo que estaba ocurriendo.

Continuará...

No hay comentarios: