miércoles, 7 de abril de 2021

El códice y el robobo (13)

Capítulo 8.- ¡Uy! Casi Locojo
 
Ya iba a cerrar Tomás su almacén de chatarra cuando vio llegar a su hermano Casio. Aunque se llamaba Casio todos le conocían como Casi, lo cual provocaba numerosas risas cada vez que decía juntos su nombre y apellido: Casi Locojo. Pero Casi era el más listo de todos sus hermanos (él y Tomás) y había hecho una carrera, la de fontanero, tras superar con éxito el FP que para él fue tan duro y a la vez tan apasionante como si hubiese estudiado en Cambridge.
- Hola Casi, ya casi cerraba el almacén –le saludó Tomás.
- Hola Tomás, solo venía a saludarte y a curiosear por si te había llegado algo interesante que leer.
 
Casi era un gran aficionado a la lectura, sobre todo de libros que tuviesen poco texto y muchas imágenes.
- Pos hoy to lo que m’han traío han sío revistas y piriódicos... y bueno, tamién m’han traído estos dos libros viejos que llevaba ahora a vender al Marcelino Linaza por si me sacaba algo más que vendiéndolos al peso como el resto del papel
Casi los revisó con curiosidad.
- Pues sí que son viejos, no creo que nadie quiera esto.
- Qué va. Quel Marcelino ya ma comprao otras veces cachivaches y libracos viejos destos que no sirven pa ná.
A Casi le llamaron la atención las ilustraciones que llevaba.
- Bueno, pues déjamelos que les eche un vistazo y luego te los devuelvo y los vendes.
 
Tomás le dio los dos códices y se despidió de su hermano, por el que sentía una gran admiración porque aunque él era un empresario innovador de la chatarra, el Casi era todo un diplomado en fontanería al que nunca faltaba trabajo, y sobre todo lo que más le llamaba la atención era lo bien que debía hacer sus arreglos porque casa a la que iba, casa de la que nunca volvían a llamarlo, aunque desconocía el verdadero motivo: se buscaban otro fontanero para la próxima vez.
 
Volvía Casi para su casa cuando escuchó unos gritos.
- ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! –se oyó gritar una fuerte voz cavernosa que sonaba como de  ultratumba.
Casi se sobresaltó, es decir, se sobresaltó del todo pero se llama Casi. Miró alrededor y no vio a nadie, pero la voz seguía pidiendo auxilio. Entonces Casi gritó, es decir, gritó Casi:
- ¿Quién es? ¿Quién necesita ayuda?
- Soy yo, estoy aquí dentro –respondió la voz.
- ¿Dentro de dónde? –Casi no veía a nadie, o sea, no veía a nadie Casi.
- Dentro del contenedor de papel.
Entonces Casi se giró, bueno, se giró del todo, y vio junto a la acera unos contenedores de papel y de vidrio.
- ¿Estás dentro de un contenedor? –preguntó Casi asombrado, que estaba asombrado del todo.
- Sí, estoy dentro del contendor de papel.
- ¿Y cómo has ido a parar ahí?
- Es que iba a coger papel pero como estaba casi vacío el contenedor me asomé y estiré para coger lo poco que había en el fondo y me caí adentro.
- Vaya, vaya, qué cosas –se dijo Casi-, voy a ver si puedo sacarte.
 
Casi fue a dejar los dos libros viejos que le había dejado su hermano en el suelo para tener las dos manos libres y poder ayudar a ese individuo, que parecía ser un hombre joven, pero se dio cuenta que el suelo estaba lleno de pis de perros, porque a los perros les encanta hacer pis en la base de los contenedores, y él era muy mirado para estas cosas, así que buscó otro sitio para poder dejarlos y que no se estropeasen más. Echó un vistazo pero la calle tampoco estaba demasiado limpia puesto que llevaba tres días sin llover y eso allí era una eternidad. No sabiendo qué hacer, hizo lo que en él era habitual, es decir, tomar la decisión más equivocada posible: metió los dos libros por la ranura y le dijo al joven que se los sujetase para que él pudiera tener las dos manos libres y así poder sacarlo. Ya con las manos libres, Casi las metió por la ranura, es decir, las metió del todo, y le pidió al joven que se agarrase bien a él. De esta forma empezó a tirar y por fin asomó la cabeza.
- Gracias, tío, pero con la cabeza no hay problema, lo malo va a ser sacar el cuerpo –le dijo el joven.
- ¡Venga, empuja, respira hondo, empuja más, concéntrate, vamos, empuja, ya falta poco, lo estás consiguiendo, ya está medio cuerpo fuera, empuja, solo quedan las piernas, ahora, ya, un último esfuerzo... bieeen! –fue gritando Casi durante toda la intervención.
 
El resultado fue un varón, de unos 30 años de edad, un metro setenta y cinco centímetros de estatura, 72 kilos de peso, pelo negro y abundante aunque bien cortado, y figura esbelta con ligera tripita cervecera.
- Gracias, tío –repitió el joven- me has salvado de este apuro. Me llamo Remigio.
- Y yo Casi.
- ¿Qué casi te llamas Remigio?
- No, que me llamo Casi, de Casio.
- ¡Ah, bueno! Pues gracias Casi.
- De nada, hombre, a mandar. Bueno, ¿me das los dos libracos viejos que te dejé?
- ¿Cuálos?
- ¿Cómo que cuálos? ¡Los que te di para que sujetaras mientras yo metía las manos para sacarte!
- ¡Ahí va! Es que como no podía darte las manos porque tenía esos libros, los dejé en el suelo.
- ¿Qué los has dejado dentro?
- Pues, claro, no tenía otro sitio para dejarlos.
- Pues la hemos liao, bueno se va a poner mi hermano. Anda a ver si puedes cogerlos.
 
Remigio asomó otra vez la cabeza y hasta medio pecho, estirando los brazos, pero no llegaba.
- Sujétame las piernas para que no me caiga dentro otra vez y ver si así los puedo alcanzar –dijo Remigio.
Tomás le agarró por los tobillos mientras Remigio, con todo el cuerpo metido, tanteaba el suelo tratando de encontrar los libros, pero como no veía nada allí dentro, no era capaz de encontrarlos. En esto sonó el móvil de Casi.
- Diga –dijo Casi al coger el móvil, y antes de poder continuar se quedó petrificado al escuchar un golpe: era Remigio que había caído dentro otra vez en cuanto él le soltó los tobillos para poder contestar al móvil.

(Continuará...)

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