Capítulo
8.- ¡Uy! Casi Locojo
Ya iba a cerrar Tomás su almacén
de chatarra cuando vio llegar a su hermano Casio. Aunque se llamaba Casio todos
le conocían como Casi, lo cual provocaba numerosas risas cada vez que decía
juntos su nombre y apellido: Casi Locojo. Pero Casi era el más listo de todos
sus hermanos (él y Tomás) y había hecho una carrera, la de fontanero, tras
superar con éxito el FP que para él fue tan duro y a la vez tan apasionante
como si hubiese estudiado en Cambridge.
- Hola
Casi, ya casi cerraba el almacén –le saludó Tomás.
- Hola
Tomás, solo venía a saludarte y a curiosear por si te había llegado algo
interesante que leer.
Casi era un gran aficionado a la
lectura, sobre todo de libros que tuviesen poco texto y muchas imágenes.
- Pos hoy to lo que m’han traío
han sío revistas y piriódicos... y bueno, tamién m’han traído estos dos libros
viejos que llevaba ahora a vender al Marcelino Linaza por si me sacaba algo más
que vendiéndolos al peso como el resto del papel
Casi los revisó con curiosidad.
- Pues
sí que son viejos, no creo que nadie quiera esto.
- Qué
va. Quel Marcelino ya ma comprao otras veces cachivaches y libracos viejos
destos que no sirven pa ná.
A Casi le llamaron la atención
las ilustraciones que llevaba.
- Bueno,
pues déjamelos que les eche un vistazo y luego te los devuelvo y los vendes.
Tomás le dio los dos códices y se
despidió de su hermano, por el que sentía una gran admiración porque aunque él
era un empresario innovador de la chatarra, el Casi era todo un diplomado en
fontanería al que nunca faltaba trabajo, y sobre todo lo que más le llamaba la
atención era lo bien que debía hacer sus arreglos porque casa a la que iba,
casa de la que nunca volvían a llamarlo, aunque desconocía el verdadero motivo:
se buscaban otro fontanero para la próxima vez.
Volvía Casi para su casa cuando
escuchó unos gritos.
- ¡Socorro!
¡Que alguien me ayude! –se oyó gritar una fuerte voz cavernosa que sonaba como
de ultratumba.
Casi se sobresaltó, es decir, se
sobresaltó del todo pero se llama Casi. Miró alrededor y no vio a nadie, pero
la voz seguía pidiendo auxilio. Entonces Casi gritó, es decir, gritó Casi:
- ¿Quién
es? ¿Quién necesita ayuda?
- Soy
yo, estoy aquí dentro –respondió la voz.
- ¿Dentro
de dónde? –Casi no veía a nadie, o sea, no veía a nadie Casi.
- Dentro
del contenedor de papel.
Entonces Casi se giró, bueno, se
giró del todo, y vio junto a la acera unos contenedores de papel y de vidrio.
- ¿Estás
dentro de un contenedor? –preguntó Casi asombrado, que estaba asombrado del
todo.
- Sí,
estoy dentro del contendor de papel.
- ¿Y
cómo has ido a parar ahí?
- Es
que iba a coger papel pero como estaba casi vacío el contenedor me asomé y
estiré para coger lo poco que había en el fondo y me caí adentro.
- Vaya,
vaya, qué cosas –se dijo Casi-, voy a ver si puedo sacarte.
Casi fue a dejar los dos libros
viejos que le había dejado su hermano en el suelo para tener las dos manos
libres y poder ayudar a ese individuo, que parecía ser un hombre joven, pero se
dio cuenta que el suelo estaba lleno de pis de perros, porque a los perros les
encanta hacer pis en la base de los contenedores, y él era muy mirado para
estas cosas, así que buscó otro sitio para poder dejarlos y que no se
estropeasen más. Echó un vistazo pero la calle tampoco estaba demasiado limpia
puesto que llevaba tres días sin llover y eso allí era una eternidad. No
sabiendo qué hacer, hizo lo que en él era habitual, es decir, tomar la decisión
más equivocada posible: metió los dos libros por la ranura y le dijo al joven
que se los sujetase para que él pudiera tener las dos manos libres y así poder
sacarlo. Ya con las manos libres, Casi las metió por la ranura, es decir, las
metió del todo, y le pidió al joven que se agarrase bien a él. De esta forma
empezó a tirar y por fin asomó la cabeza.
- Gracias,
tío, pero con la cabeza no hay problema, lo malo va a ser sacar el cuerpo –le
dijo el joven.
- ¡Venga,
empuja, respira hondo, empuja más, concéntrate, vamos, empuja, ya falta poco,
lo estás consiguiendo, ya está medio cuerpo fuera, empuja, solo quedan las
piernas, ahora, ya, un último esfuerzo... bieeen! –fue gritando Casi durante
toda la intervención.
El resultado fue un varón, de
unos 30 años de edad, un metro setenta y cinco centímetros de estatura, 72
kilos de peso, pelo negro y abundante aunque bien cortado, y figura esbelta con
ligera tripita cervecera.
- Gracias,
tío –repitió el joven- me has salvado de este apuro. Me llamo Remigio.
- Y
yo Casi.
- ¿Qué
casi te llamas Remigio?
- No,
que me llamo Casi, de Casio.
- ¡Ah,
bueno! Pues gracias Casi.
- De
nada, hombre, a mandar. Bueno, ¿me das los dos libracos viejos que te dejé?
- ¿Cuálos?
- ¿Cómo
que cuálos? ¡Los que te di para que sujetaras mientras yo metía las manos para
sacarte!
- ¡Ahí
va! Es que como no podía darte las manos porque tenía esos libros, los dejé en
el suelo.
- ¿Qué
los has dejado dentro?
- Pues,
claro, no tenía otro sitio para dejarlos.
- Pues
la hemos liao, bueno se va a poner mi hermano. Anda a ver si puedes cogerlos.
Remigio asomó otra vez la cabeza
y hasta medio pecho, estirando los brazos, pero no llegaba.
- Sujétame
las piernas para que no me caiga dentro otra vez y ver si así los puedo
alcanzar –dijo Remigio.
Tomás le agarró por los tobillos
mientras Remigio, con todo el cuerpo metido, tanteaba el suelo tratando de
encontrar los libros, pero como no veía nada allí dentro, no era capaz de
encontrarlos. En esto sonó el móvil de Casi.
- Diga –dijo Casi al coger el
móvil, y antes de poder continuar se quedó petrificado al escuchar un golpe:
era Remigio que había caído dentro otra vez en cuanto él le soltó los tobillos
para poder contestar al móvil.
(Continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario