Capítulo
18.- Alegría para todos
Remigio ya le había contado a su
madre, Ambrosia, todas sus andanzas. Ella respiró aliviada al ver que su hijo
volvía a trabajar y además se había sacado 50 euros; no sabía que el importe de
la venta había ascendido a 150 pero Remigio sólo le dio 50 a su madre y a ella
esto le parecía mucho dinero. De esta forma Remigio contribuía también a los
gastos de la casa y esto llenaba de satisfacción a su madre.
Siguiendo el encargo de Ambrosia,
Remigio volvió a coger los dos libracos viejos para ver si le daban algo en la
chamarilería, y después se iría a ver al Tomás para venderle el último
cargamento de chatarra.
Mientras tanto, Leandro Rodeo no
cabía en sí de gozo y eso que había tenido que soltar 150 euros por su antiguo
tocadiscos, ese que él pensaba no valía ni 20 euros; pero por lo que parecía,
debía ser un objeto de culto para los coleccionistas o algo así, si no, no se
entendería que pagasen tanto por él. Se dirigió de nuevo a la chamarilería de
Marcelino Linaza y esta vez iba dispuesto a regatear a tope para ver si le
sacaba 500 euros.
Entró en la tienda y Marcelino
estaba ocupado subiendo y bajando unas cajas del sótano.
- ¿Traes algo para vender? –le preguntó Marcelino que no prestó atención al recién llegado.
- Sí,
aquí traigo esto –dijo mostrando el mismo tocadiscos que ahora se disponía a vender
por segunda vez.
- Ahora
mismo no puedo atenderte, si quieres déjamelo ahí que le eche un vistazo en
cuanto acabe y vuelves en media hora, que estoy muy ocupado ahora.
- Vale,
aquí lo dejo en el mostrador y me voy a tomar una caña mientras tanto.
Al cabo de un rato, cuando
Marcelino terminó el trasiego (estaba ocultando en el sótano las últimas cajas
que le habían llegado con tabaco de contrabando) vio sobre el mostrador aquella
caja que le resultaba familiar. La abrió y comprobó que era un tocadiscos igual
al que había comprado hacía muy poco a ese mismo individuo. “¿Pero cuántos
tocadiscos viejos iguales tiene este hombre?”, se preguntó. Era consciente de
que no le servía para nada, salvo como tapadera de su negocio (el del tabaco de
contrabando que era su verdadero negocio) pero, simplemente por curiosidad, o
por azar, tocó el plato y vio que este estaba suelto, parecía que estaba roto,
lo que efectivamente le justificaría dar un menor precio. Sin embargo al
levantar el plato vio unos extraños bloques rectangulares debajo. Sacó uno de
esos bloques y se sobresaltó: “Si es lo que yo pienso, esto es cocaína”. Cogió
un destornillador, soltó toda la base y apareció la caja completamente llena de
paquetitos de esos. Rápidamente lo cerró y lo bajó al sótano; ya pensaría
después qué hacer con eso, porque lo de la cocaína eran palabras mayores y no
eran, desde luego, su negocio, aunque sí podría utilizarlo como moneda para
pagar nuevas partidas de tabaco.
Poco después regresó Leandro.
- ¿Qué, ha visto que maravilla de tocadiscos le he traído?
- Sí,
sí. ¿De dónde lo has sacado?
- Pues
nada, de mi casa, que estaba haciendo limpieza y quería deshacerme de trastos
viejos –dijo disimulando.
- ¿Pero
no es igual al otro que me trajiste?
- Pues
sí, parece ser que había dos en el trastero. Bueno ¿cuánto me das? Que ya sabes
que eso es muy valioso.
Cuando Marcelino oyó la palabra
“eso” que le pareció entrecomillada, pensó que el tal Leandro conocía su
contenido y estaba dispuesto a devolvérselo, pero antes preguntó:
- Sólo por curiosidad: ¿Cuánto pides?
- Pues
hombre, por lo menos 500 euros.
Marcelino comprendió de inmediato
que esa partida de cocaína valía mucho más, así que le respondió:
- Es mucho, pero bueno, en fin, te los daré.
Remigio había aparcado su
vehículo, el carrito del supermercado, junto a la puerta de la chamarilería. Al
entrar casi se topa de bruces con Leandro, el individuo que le había pagado una
fortuna por aquél tocadiscos viejo, el cual salía dando saltos de alegría de
allí. “Hoy debe estar de buen humor el Marcelino”, se dijo Remigio al ver la
cara de satisfacción de aquél individuo que salía de su tienda.
Después de saludar a Marcelino,
Remigio sacó los dos libros viejos que le había traído su madre.
- ¿Cuánto me das por estos libros viejos? Son muy bonitos, tienen estampitas.
Marcelino observó los dos
manuscritos y sospechó –aunque él no era un entendido- que podía tratarse de
alguno de los que hablaban en ese robo en la catedral. “Hoy debe ser mi día de
suerte –pensó Marcelino- primero compro a precio de saldo un cargamento de
cocaína y ahora estos dos manuscritos que podría venderlos a algún
coleccionista de arte”.
- ¿Y cuánto quieres? –preguntó como siempre Marcelino.
- Hombre,
esto vale más que el papel. Tú verás... por lo menos 20 euros –dijo Remigio,
pensando en que luego el regateo los dejaría en cuatro o cinco euros.
- Mmmmm,
está bien –dijo Marcelino- te doy 20 euros por cada uno, pero ni un euro más.
A Remigio se le aceleró el
corazón; ni por un momento había sospechado obtener tamaña suma. Aceptó y
salió, al igual que Leandro, dando saltos de alegría.
- ¿Traes algo para vender? –le preguntó Marcelino que no prestó atención al recién llegado.
- ¿Qué, ha visto que maravilla de tocadiscos le he traído?
- Sólo por curiosidad: ¿Cuánto pides?
- Es mucho, pero bueno, en fin, te los daré.
- ¿Cuánto me das por estos libros viejos? Son muy bonitos, tienen estampitas.
- ¿Y cuánto quieres? –preguntó como siempre Marcelino.
Continuará...
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