Capítulo
26.- Sobredosis de magdalenas
Cuando Ambrosia abrió los ojos
aquella mañana se sobresaltó al ver que no estaba en la cama sino que había
pasado la noche tumbada en el sofá del salón junto a su hijo Remigio. Tan
pronto se incorporó, sin saber qué había sucedido, zarandeó de un hombro a su
hijo para despertarlo. Este abrió un ojo y, medio dormido medio despierto, le
dijo a su madre:
- Hummmm, qué bien me vendrían unas madalenas de esas para desayunar.
La Ambrosia era previsora y había
dejado preparado un buen cargamento de magdalenas con esa harina tan especial
que le había traído su hijo. Preparó dos cafés con leche mientras notaba cómo
también a ella le apetecía mucho volver a comer esas magdalenas. Cuando estaban
sentados a la mesa, desayunando, alguien llamó a la puerta. Ninguno de los dos
quería ir a abrir porque eso significaría dejar de comer, pero ante la
insistencia (a boca llena) de su madre, Remigio se metió otra magdalena entera
en la boca y se levantó para abrir la puerta.
Al abrir la puerta se encontró al
padre Dimas, de la catedral.
- Buunos das, paddd Damas –dijo Remigio, acom-pañando cada una de sus sílabas con una salva de perdigones de migas de magdalena.
- Hola,
Remigio –respondió el padre Dimas sin inmutarse, pues ya conocía bien las
“cosas” de Remigio-. Venía a ver a tu madre. Quería saber si os pasaba algo
porque en el museo catedralicio estamos todos muy preocupados ya que lleva
varios días faltando al trabajo...
Remigio le iba a contestar, pero
prefirió seguir masticando y tragando la magdalena, así que le indicó por
gestos que pasase para hablar con su madre, con la esperanza además de que esta
hablase, lo que supondría parar de comer unos instantes y así dejarle más
magdalenas a él.
- Buunoss, parre Dimmm, cómo queuste porrr íii? –le saludó Ambrosia mientras se tapaba la boca con la mano para que los perdigones de magdalena no se le escapasen y así, al recogerlos con la mano, pudiese comérselos otra vez.
- Ay,
Ambrosia, estábamos preocupados por ti; ya sabes que te apreciamos mucho y al
ver que faltabas varios días al trabajo pensamos que te había pasado algo...
- ¿Pero
no m’abían despedío? –preguntó Ambrosia tragando los trozos de magdalena que
aún tenía dentro de la boca.
- ¿Claro
que no! ¿Quién te ha dicho eso?
- Pos
hace unos días cuando fui a limpiar y había un alboroto mu grande con muchos policías,
y uno dellos no me dejó entrar y me dijo que no hacía falta, que ya lo habían
limpiao...
- ¡Válgame
Dios! ¡Qué despropósito! –exclamó el padre Dimas- Lo que habían limpiado no era
el museo catedralicio, que ese es y sigue siendo tu trabajo, sino que habían
robado un valiosísimo códice.
- ¿Cualo?
- Un
libro muy valioso.
- ¡Aaaahhh!
¿Y entonces puedo seguir trabajando allí?
- Pues
claro, mujer. Mañana mismo puedes volver. Es más: tienes que volver.
- Pos
entonces hay que celebralo, tome y coma una de estas madalenas tan ricas que
preparao...
- Bueno,
solo una... mmmm, tienen un sabor un poco... especial...
- Pruebe,
pruebe, que cuanto más las come más ganas tié una de seguir comiendo.
Remigio comprobó con terror que
ya eran tres las personas dispuestas a dar buena cuenta de esas magdalenas, así
que redobló sus esfuerzos mandibulares.
- Sí que tienes razón, Ambrosia, tienen un no se qué que te hace seguir comiendo –dijo entre risas el padre Dimas mientras se comía su tercera magdalena- y aún estarían mejor si tuvieras algo de vinillo.
- Pos
no s’hable más. ¡Remigio, alcanza el vino de reserva!
- ¿Tienes
un buen vino de reserva? –preguntó sorprendido el padre Dimas.
- Sí,
padre, tengo un cartón de Don Simón reservao pa ocasiones especiales, y esta es
una desas.
Mariana, la vecina de Ambrosia,
se sobresaltó al escuchar el jaleo que salía de casa de Ambrosia, era algo así
como “Asturias patria querida” seguido de algo así como “El vino que tiene
Asunción” y rematado con algo así de “Clavelitos”. Se acercó a su puerta y más
se sobresaltó al verla abierta. Se asomó un poco más y se sobresaltó más
todavía al ver al padre Dimas tumbado en el sofá con la Ambrosia y el Remigio,
todos ellos con la boca llena de migas de magdalena y un vaso de vino en la
mano.
Cuando vieron a Mariana le gritaron:
- ¡Mariana, únete a la fiesta!
Y Mariana se unió. Y dos horas
más tarde se hizo un silencio total en la habitación, bueno, silencio total no,
se oía algo así como “zzzzz, grrrrr, mmmmm, zzzz”.
El marido de Mariana, Manolo, fue
quien descubrió aquella orgía. Lo primero que pensó fue cargarse al padre Dimas
que tenía una pierna encina de su Mariana, así que salió dando gritos dispuesto
a coger un hacha y hacer justicia, pero sus gritos alertaron a otros vecinos
que, al ver sus intenciones y el estado de histeria en que se encontraba, lo
retuvieron. No sin grandes esfuerzos consiguieron quitarle el hacha de las
manos y, finalmente, llamaron a la policía; pero tan pronto llegó la policía e
inspeccionó el lugar, la orden que dieron fue bien distinta a la que todos
hubiesen esperado:
- Avisen de inmediato a una ambulancia... o mejor a dos. Hay cuatro individuos con sobredosis.
- Hummmm, qué bien me vendrían unas madalenas de esas para desayunar.
- Buunos das, paddd Damas –dijo Remigio, acom-pañando cada una de sus sílabas con una salva de perdigones de migas de magdalena.
- Buunoss, parre Dimmm, cómo queuste porrr íii? –le saludó Ambrosia mientras se tapaba la boca con la mano para que los perdigones de magdalena no se le escapasen y así, al recogerlos con la mano, pudiese comérselos otra vez.
- Sí que tienes razón, Ambrosia, tienen un no se qué que te hace seguir comiendo –dijo entre risas el padre Dimas mientras se comía su tercera magdalena- y aún estarían mejor si tuvieras algo de vinillo.
Cuando vieron a Mariana le gritaron:
- ¡Mariana, únete a la fiesta!
- Avisen de inmediato a una ambulancia... o mejor a dos. Hay cuatro individuos con sobredosis.
Continuará...
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