Capítulo
28.- Tila y metadona
Tan pronto salieron Marcelino y
Coro de la chama-rilería, unas sombras que asomaban tímidamente por una esquina
cercana se hicieron más visibles y se acercaron sigilosas a la puerta.
Eran dos hombres vestidos de oscuro que procuraban pasar desapercibidos. A
pesar de que no había nadie en los alrededores, uno de ellos no hacía más que mirar
a un lado y a otro, mientras que su compañero manipulaba la cerradura. En
apenas unos segundos la puerta quedó abierta y entraron. Una vez dentro,
empezaron a buscar por todos los rincones, pero su búsqueda era infructuosa,
allí no estaban los códices. Desde la misma tienda, uno de aquellos hombres
llamó por su móvil a Adolfo, el secretario de Don Jenaro.
A Adolfo se le hizo un nudo en la
garganta cuando escuchó estas noticias. “Seguid buscando y no volváis hasta que
los encontréis”, les dijo; y acto seguido cortó la llamada y corrió a
prepararse una tila.
El que ya se había tomado dos
tilas y seguía igual de nervioso era Manolo, el marido de Mariana a la que
había pillado tumbada en el sofá con el cura Dimas y con su vecina y el hijo de
esta. Manolo no estaba dispuesto a perdonar esa infidelidad y por más que
intentaban calmarlo no lo conseguían. Al cabo de un rato, cuando todos sus
familiares y vecinos creían que por fin se había tranquilizado, salieron de la
habitación para relajarse ellos también un poco. Cuando se asomaron de nuevo a
la habitación para ver cómo seguía Manolo, este había desaparecido y según
supieron después había encontrado una nueva compañera: la botella de vino.
Mientras tanto, en el Hospital
Xeral, un policía severo, que por más señas se llamaba igual que su cara, es
decir, Severo, estaba de guardia junto a las puertas 112 y 113. En la primera
de ellas estaban la tal Ambrosia y su vecina Mariana; en la segunda, un joven
llamado Remigio y el padre Dimas, de la catedral. No le habían explicado qué
significaba aquella extraña mezcla de personajes, sólo que vigilase y no dejase
entrar ni salir a nadie, salvo al personal médico por supuesto. Severo
simplemente pudo saber por una enfermera, que acababan de hacerles un lavado de
estómago y les habían dado un chute de metadona...
Continuará...
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