Capítulo
29.- Rena sale rana
Ioseba Rena era un hombre muy
reservado. Quizás por eso, ni su propia hermana, con la que vivía desde hacía
muchos años, conocía sus verdaderos sentimientos. Ioseba aparentaba ser un
hombre decente y trabajador, pero en realidad toda su vida giraba en torno a la
forma de encontrar algún modo de fastidiar a Bartolomé Laza, el secretario del
museo. Su amor secreto por la Ambrosia pasaba a un segundo plano cuando se
trataba de esta cuestión.
Bartolomé Laza, eficiente pero
distante, no era precisamente una persona que cosechara simpatías. Su carácter
seco y su trato antipático no le hacían especialmente popular entre sus
compañeros de trabajo, pero eso era algo que a él se la traía al pairo, pues no
buscaba amistad sino respeto. Debido a su carácter, con Ioseba había tenido
unos cuantos agarrones que el empleado no le perdonaba.
Laza, lo había llamado inútil
porque no fue capaz de reparar a tiempo una avería en el cuadro eléctrico, sin
dejarle explicar que no tenía la herramienta necesaria para poder hacerlo, y,
lo peor de todo, lo hizo delante de la Ambrosia. En otra ocasión, también le
reprendió públicamente llamándole “lisiado” en presencia de sus compañeros.
Tuvo suerte de que desapareció rápidamente tras este incidente y de que Ioseba
se quedó tan ofuscado que no tuvo tiempo de reaccionar. Si no, le habría cogido
su cuello de rata y se lo habría apretado hasta dejarle sin respiración.
Por eso, desde hacía un tiempo,
Ioseba Rena seguía todos los movimientos de Laza, esperando que en algún
momento cometiera un error o hiciera algo inconveniente para actuar contra él.
Pero no, aquel hombre era tan desagradable como perfeccionista y supervisaba
varias veces cada uno de sus cometidos, de manera que resultaba difícil
pillarle en un renuncio.
Sin embargo, el día que vinieron
aquellos señores de la Xunta y el obispo, Rena se las arregló para escuchar
todo lo que decían, agazapado en un altillo de la sala capitular. Eso era
porque le había dado la impresión, a juzgar por las precauciones y molestias
que se había tomado el secretario durante la semana anterior, que iba a tener
lugar algo "gordo", y no se equivocaba. Estupefacto, oyó
perfectamente la propuesta de los señores de Patrimonio y cuando vio cómo
guardaban el códice auténtico, envuelto en un paño negro, en un maletín con
combinación, empezó a maquinar una jugarreta que pondría en evidencia la
seguridad del museo y a sus responsables, entre ellos, aquel mal bicho de
Bartolomé Laza, el secretario.
Cuando Ioseba decidió unirse a
Coro en sus investigaciones, no fue tanto por constatar la honestidad de
Ambrosia, algo de lo que no le cabía la menor duda, sino por conocer las
verdaderas intenciones de esta chiquilla, que podía dar al traste con su plan.
Quería estar a su lado para seguirle los pasos, pues pensaba que le podía
resultar beneficioso, en tanto que ella tenía los registros de las cámaras y
estaba tras la pista del códice robado.
Lo que Ioseba Rena pretendía era
destapar el engaño. Mostrar ante todos, que lo que se había estado exhibiendo
en el museo catedralicio era una réplica, y que el auténtico códice se hallaba
en manos de las autoridades de Patrimonio, en un lugar seguro. Para eso,
solamente tenía que hacerse con el libro que estaba en la exposición y llevarlo
a un laboratorio donde le hicieran unas pruebas para demostrar su falsedad. No
sabía muy bien en qué consistían dichas pruebas, pero tenía un sobrino que
trabajaba en un laboratorio de Bayer en Asturias y podría preguntarle a él
cuando el códice se encontrara en su poder. Una vez descubierto el engaño,
quedaría en evidencia la falta de ética de sus promotores y la carencia de
medidas de seguridad existentes. Los responsables de salvaguardar la integridad
de la antigüedad, entre ellos el director y su secretario, se verían claramente
comprometidos al volverse a perpetrar un robo de tamaña importancia con total
impunidad. Tras el escándalo, no les quedaría otra salida que la dimisión.
Pero alguien se le adelantó. Y
todo apuntaba a Ambrosia. No entendía muy bien cómo había podido hacerlo, pues
seguía convencido de que era una buena mujer, más, si las suposiciones de la
chica que instaló las cámaras eran correctas, ella podía ser la artífice de semejante
heroicidad.
En cierto modo, estaba encantado,
pues aún no había pensado en la manera en la que podría sustraer el ejemplar y
ahora alguien le había resuelto la parte más complicada de la operación. Sólo
tendría que hacerse con el libro, una vez tuviera claro que este se encontraba
en manos de la afable mujer, y eso, no le supondría el menor problema.
Así que, cuando Coro le trasmitió
sus inquietudes, aprovechó para comunicarle su intención de unirse a ella en
sus pesquisas. Había sido una fabulosa coincidencia que no contemplaba en sus
planes iniciales, pero cuando le explicó sus descubrimientos y vio su
determinación para continuar investigando, no tuvo la menor duda, era la manera
de lograr su objetivo.
Continuará...
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