miércoles, 28 de abril de 2021

El códice y el robobo (34)

Capítulo 29.- Rena sale rana
 
Ioseba Rena era un hombre muy reservado. Quizás por eso, ni su propia hermana, con la que vivía desde hacía muchos años, conocía sus verdaderos sentimientos. Ioseba aparentaba ser un hombre decente y trabajador, pero en realidad toda su vida giraba en torno a la forma de encontrar algún modo de fastidiar a Bartolomé Laza, el secretario del museo. Su amor secreto por la Ambrosia pasaba a un segundo plano cuando se trataba de esta cuestión.
 
Bartolomé Laza, eficiente pero distante, no era precisamente una persona que cosechara simpatías. Su carácter seco y su trato antipático no le hacían especialmente popular entre sus compañeros de trabajo, pero eso era algo que a él se la traía al pairo, pues no buscaba amistad sino respeto. Debido a su carácter, con Ioseba había tenido unos cuantos agarrones que el empleado no le perdonaba.
 
Laza, lo había llamado inútil porque no fue capaz de reparar a tiempo una avería en el cuadro eléctrico, sin dejarle explicar que no tenía la herramienta necesaria para poder hacerlo, y, lo peor de todo, lo hizo delante de la Ambrosia. En otra ocasión, también le reprendió públicamente llamándole “lisiado” en presencia de sus compañeros. Tuvo suerte de que desapareció rápidamente tras este incidente y de que Ioseba se quedó tan ofuscado que no tuvo tiempo de reaccionar. Si no, le habría cogido su cuello de rata y se lo habría apretado hasta dejarle sin respiración.
 
Por eso, desde hacía un tiempo, Ioseba Rena seguía todos los movimientos de Laza, esperando que en algún momento cometiera un error o hiciera algo inconveniente para actuar contra él. Pero no, aquel hombre era tan desagradable como perfeccionista y supervisaba varias veces cada uno de sus cometidos, de manera que resultaba difícil pillarle en un renuncio.
 
Sin embargo, el día que vinieron aquellos señores de la Xunta y el obispo, Rena se las arregló para escuchar todo lo que decían, agazapado en un altillo de la sala capitular. Eso era porque le había dado la impresión, a juzgar por las precauciones y molestias que se había tomado el secretario durante la semana anterior, que iba a tener lugar algo "gordo",  y no se equivocaba. Estupefacto, oyó perfectamente la propuesta de los señores de Patrimonio y cuando vio cómo guardaban el códice auténtico, envuelto en un paño negro, en un maletín con combinación, empezó a maquinar una jugarreta que pondría en evidencia la seguridad del museo y a sus responsables, entre ellos, aquel mal bicho de Bartolomé Laza, el secretario.
 
Cuando Ioseba decidió unirse a Coro en sus investigaciones, no fue tanto por constatar la honestidad de Ambrosia, algo de lo que no le cabía la menor duda, sino por conocer las verdaderas intenciones de esta chiquilla, que podía dar al traste con su plan. Quería estar a su lado para seguirle los pasos, pues pensaba que le podía resultar beneficioso, en tanto que ella tenía los registros de las cámaras y estaba tras la pista del códice robado.
 
Lo que Ioseba Rena pretendía era destapar el engaño. Mostrar ante todos, que lo que se había estado exhibiendo en el museo catedralicio era una réplica, y que el auténtico códice se hallaba en manos de las autoridades de Patrimonio, en un lugar seguro. Para eso, solamente tenía que hacerse con el libro que estaba en la exposición y llevarlo a un laboratorio donde le hicieran unas pruebas para demostrar su falsedad. No sabía muy bien en qué consistían dichas pruebas, pero tenía un sobrino que trabajaba en un laboratorio de Bayer en Asturias y podría preguntarle a él cuando el códice se encontrara en su poder. Una vez descubierto el engaño, quedaría en evidencia la falta de ética de sus promotores y la carencia de medidas de seguridad existentes. Los responsables de salvaguardar la integridad de la antigüedad, entre ellos el director y su secretario, se verían claramente comprometidos al volverse a perpetrar un robo de tamaña importancia con total impunidad. Tras el escándalo, no les quedaría otra salida que la dimisión.
 
Pero alguien se le adelantó. Y todo apuntaba a Ambrosia. No entendía muy bien cómo había podido hacerlo, pues seguía convencido de que era una buena mujer, más, si las suposiciones de la chica que instaló las cámaras eran correctas, ella podía ser la artífice de semejante heroicidad.
 
En cierto modo, estaba encantado, pues aún no había pensado en la manera en la que podría sustraer el ejemplar y ahora alguien le había resuelto la parte más complicada de la operación. Sólo tendría que hacerse con el libro, una vez tuviera claro que este se encontraba en manos de la afable mujer, y eso, no le supondría el menor problema.
 
Así que, cuando Coro le trasmitió sus inquietudes, aprovechó para comunicarle su intención de unirse a ella en sus pesquisas. Había sido una fabulosa coincidencia que no contemplaba en sus planes iniciales, pero cuando le explicó sus descubrimientos y vio su determinación para continuar investigando, no tuvo la menor duda, era la manera de lograr su objetivo. 

Continuará...

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