Capítulo 5.- Improvisando sobre la marcha
Volvió a sonar el móvil de Coro y
de inmediato contestó sin mirar el número, pues suponía que era de nuevo Unai,
al que había dejado con la palabra en la boca.
- Unai ahora mismo no
puedo...
De pronto se le hizo un nudo en
el estómago y no pudo proferir palabra cuando escuchó al otro lado de la línea
la voz de Mendía, el supervisor del turno de día. Obviamente se habían
percatado de que las cámaras que había colocado no funcionaban debidamente. De
hecho, a la central, según le dijo, sólo llegaban imágenes de una “gran
nebulosa” bajo la que se podría ocultar “hasta Ali Babá y los cuarenta
ladrones, por lo menos sin ser vistos”... Esto último lo dijo levantando la
voz, en un tono que era más de mosqueo que de sarcasmo.
- Elizalde –le dijo a Coro-, te
recomiendo que, aunque hoy no es tu turno, te pases inmediatamente por el museo
y revises de nuevo la instalación, y no sólo eso: Asegúrate de que las cámaras
funcionen una por una antes de salir y ante cualquier percance o si necesitas
que acuda alguien de circuitos, nos llamas. Es un consejo de amigo. En el
próximo fallo no te voy a cubrir las espaldas.
Esto último lo dijo remarcando el
favor que le hacía. Por supuesto que se encargaría de recordárselo en el
futuro, sobre todo siempre que ella se quejara de los horarios que le asignaban
o cuando protestara porque no le daban los días que quería de vacaciones. Así
era como funcionaba el supervisor. Era un pelota repugnante, que había
ascendido a base de pisotear a sus compañeros y de adular a sus superiores.
Nada más concluir la
conversación, Coro se encaminó decidida hacia el museo catedralicio, mientras
daba vueltas en su cabeza a los pasos que debía seguir. Puso en teléfono en
modo de manos libres por si la volvía a llamar Unai mientras ella conducía. Y
así sucedió a los pocos segundos.
- Escucha Unai, me ha llamado mi
supervisor. Estoy de camino al museo y, gracias a Dios que me han enviado a mí,
porque si no, no quiero imaginar lo que podría ocurrir. Tampoco tengo idea de
qué es lo que ha pasado con las cámaras pero esta vez no puedo fallar. Me juego
el puesto y que mi plan se vaya a la porra
- El troyano funciona
correctamente, eso ya lo hemos comprobado porque recibes señal en tu ordenador,
aunque las imágenes sean borrosas.
- Está claro, el problema es de
las cámaras, algo les ha pasado. Ya te contaré. Como tengo que dejar el móvil y
los objetos personales a la entrada, te llamo cuando salga.
- ¡Suerte! –se despidió Unai.
Llegó al museo pasadas las 12 del
mediodía y la atendió el mismo ordenanza del día anterior.
- Pero ¿que haces tu aquí otra
vez, carallo?
- Parece que tenemos problemas
con la retransmisión de imágenes de las cámaras del archivo.
- ¿Qué dices? ¡Pues si que habéis
hecho buen apaño!
- Bueno -me disculpé- a veces
estas cosas ocurren, la técnica no es perfecta.
- Ya, ya.... Pues espera que
tengo que ir a avisar al secretario de que tienes que volver a entrar y pedirle
la llave de la sala, porque como ya te dije....
Pero no hizo falta que buscara al
secretario. De pronto vieron aparecer a un hombre que llegaba corriendo hacia
donde estaban ellos. Llegaba completamente sofocado, con el pelo revuelto, el
rostro desencajado y la mirada ausente. Era el secretario, Bartolomé Laza.
- ¡No esta!.. ¡El códice no está!
¡Lo han robado de nuevo!... ¡No es posible!...Es, es.... ¡Cosa de Meigas!
–gritaba el secretario. Lo que no gritaba era que él mismo lo había estado
revisando ese día y lo había dejado provisionalmente guardado en una carpeta
archivadora, allí en la biblioteca del museo, al alcance de cualquiera.
- ¿Como dice?
- ¿Qué ocurre?
- ¿Ha pasado algo?
- ¿Pero que locura es ésta?
- ¿Que el códice no esta?
- ¡Llamen a la policía!
La gente empezó a arremolinarse a
su alrededor. Tanto los empleados como los visitantes del museo, acudieron a
aquél lugar al conocer la noticia. Coro no daba crédito a lo que estaba
viviendo. Estaba estupefacta; no se lo podía creer. Debía ser una pesadilla de
la que fuese a despertar en cualquier momento. No, no, no... Tenía que ser un
error...
Pero no, era cierto. La
información se confirmaba. Los vigilantes corrían de arriba abajo. Uno de los
empleados de sala sacó a los visitantes y los condujo a una estancia contigua,
para evitar mayores complicaciones. Cerraron puertas y ventanas. En pocos
minutos, quedó montado el dispositivo de seguridad... aunque, por lo que
parecía, ya era tarde.
A Coro le empezó a dar vueltas la
cabeza. El mundo se le venía encima. Perdería su trabajo, eso por descontado,
pero además, y sobre todo, no iba a poder llevar a cabo su plan. ¿Qué había
pasado desde que abandonó la sala hasta aquél momento? ¿Quién había entrado?
¿Se trataba de una broma o era, realmente, un nuevo robo?
Pálida y temblorosa se derrumbó
en una silla, algo apartada del tumulto, mientras observaba las carreras, los
gritos, las alarmas que sonaban, los teléfonos divulgando la noticia... Todo
aquél barullo estaba fuera de su cabeza porque ahora, en su interior, en
silencio, empezaba a elucubrar la manera de dar un giro a la situación y continuar
adelante con su propósito. Si lo habían robado de verdad, algo habría quedado
registrado, aunque nebuloso, en su ordenador. También era posible que, si se
habían producido conversaciones o ruidos, estos habrían quedado registrados,
los micros podrían darle alguna pista. Parecía evidente que un ladrón se le
había adelantado y había hecho el trabajo que ella tenía planeado hacer. Debía
encontrar a ese ladrón. Tenía que intentarlo.
(Continuará...)
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