domingo, 4 de abril de 2021

El códice y el robobo (10)

Capítulo 5.- Improvisando sobre la marcha
 
Volvió a sonar el móvil de Coro y de inmediato contestó sin mirar el número, pues suponía que era de nuevo Unai, al que había dejado con la palabra en la boca.
 - Unai ahora mismo no puedo...
 
De pronto se le hizo un nudo en el estómago y no pudo proferir palabra cuando escuchó al otro lado de la línea la voz de Mendía, el supervisor del turno de día. Obviamente se habían percatado de que las cámaras que había colocado no funcionaban debidamente. De hecho, a la central, según le dijo, sólo llegaban imágenes de una “gran nebulosa” bajo la que se podría ocultar “hasta Ali Babá y los cuarenta ladrones, por lo menos sin ser vistos”... Esto último lo dijo levantando la voz, en un tono que era más de mosqueo que de sarcasmo.
 
- Elizalde –le dijo a Coro-, te recomiendo que, aunque hoy no es tu turno, te pases inmediatamente por el museo y revises de nuevo la instalación, y no sólo eso: Asegúrate de que las cámaras funcionen una por una antes de salir y ante cualquier percance o si necesitas que acuda alguien de circuitos, nos llamas. Es un consejo de amigo. En el próximo fallo no te voy a cubrir las espaldas.
 
Esto último lo dijo remarcando el favor que le hacía. Por supuesto que se encargaría de recordárselo en el futuro, sobre todo siempre que ella se quejara de los horarios que le asignaban o cuando protestara porque no le daban los días que quería de vacaciones. Así era como funcionaba el supervisor. Era un pelota repugnante, que había ascendido a base de pisotear a sus compañeros y de adular a sus superiores.
 
Nada más concluir la conversación, Coro se encaminó decidida hacia el museo catedralicio, mientras daba vueltas en su cabeza a los pasos que debía seguir. Puso en teléfono en modo de manos libres por si la volvía a llamar Unai mientras ella conducía. Y así sucedió a los pocos segundos.
- Escucha Unai, me ha llamado mi supervisor. Estoy de camino al museo y, gracias a Dios que me han enviado a mí, porque si no, no quiero imaginar lo que podría ocurrir. Tampoco tengo idea de qué es lo que ha pasado con las cámaras pero esta vez no puedo fallar. Me juego el puesto y que mi plan se vaya a la porra
- El troyano funciona correctamente, eso ya lo hemos comprobado porque recibes señal en tu ordenador, aunque las imágenes sean borrosas.
- Está claro, el problema es de las cámaras, algo les ha pasado. Ya te contaré. Como tengo que dejar el móvil y los objetos personales a la entrada, te llamo cuando salga.
- ¡Suerte! –se despidió Unai.
 
Llegó al museo pasadas las 12 del mediodía y la atendió el mismo ordenanza del día anterior.
- Pero ¿que haces tu aquí otra vez, carallo?
- Parece que tenemos problemas con la retransmisión de imágenes de las cámaras del archivo.
- ¿Qué dices? ¡Pues si que habéis hecho buen apaño!
- Bueno -me disculpé- a veces estas cosas ocurren, la técnica no es perfecta.
- Ya, ya.... Pues espera que tengo que ir a avisar al secretario de que tienes que volver a entrar y pedirle la llave de la sala, porque como ya te dije....
 
Pero no hizo falta que buscara al secretario. De pronto vieron aparecer a un hombre que llegaba corriendo hacia donde estaban ellos. Llegaba completamente sofocado, con el pelo revuelto, el rostro desencajado y la mirada ausente. Era el secretario, Bartolomé Laza.
- ¡No esta!.. ¡El códice no está! ¡Lo han robado de nuevo!... ¡No es posible!...Es, es.... ¡Cosa de Meigas! –gritaba el secretario. Lo que no gritaba era que él mismo lo había estado revisando ese día y lo había dejado provisionalmente guardado en una carpeta archivadora, allí en la biblioteca del museo, al alcance de cualquiera.
- ¿Como dice?
- ¿Qué ocurre?
- ¿Ha pasado algo?
- ¿Pero que locura es ésta?
- ¿Que el códice no esta?
- ¡Llamen a la policía!
 
La gente empezó a arremolinarse a su alrededor. Tanto los empleados como los visitantes del museo, acudieron a aquél lugar al conocer la noticia. Coro no daba crédito a lo que estaba viviendo. Estaba estupefacta; no se lo podía creer. Debía ser una pesadilla de la que fuese a despertar en cualquier momento. No, no, no... Tenía que ser un error...
 
Pero no, era cierto. La información se confirmaba. Los vigilantes corrían de arriba abajo. Uno de los empleados de sala sacó a los visitantes y los condujo a una estancia contigua, para evitar mayores complicaciones. Cerraron puertas y ventanas. En pocos minutos, quedó montado el dispositivo de seguridad... aunque, por lo que parecía, ya era tarde.
 
A Coro le empezó a dar vueltas la cabeza. El mundo se le venía encima. Perdería su trabajo, eso por descontado, pero además, y sobre todo, no iba a poder llevar a cabo su plan. ¿Qué había pasado desde que abandonó la sala hasta aquél momento? ¿Quién había entrado? ¿Se trataba de una broma o era, realmente, un nuevo robo?
 
Pálida y temblorosa se derrumbó en una silla, algo apartada del tumulto, mientras observaba las carreras, los gritos, las alarmas que sonaban, los teléfonos divulgando la noticia... Todo aquél barullo estaba fuera de su cabeza porque ahora, en su interior, en silencio, empezaba a elucubrar la manera de dar un giro a la situación y continuar adelante con su propósito. Si lo habían robado de verdad, algo habría quedado registrado, aunque nebuloso, en su ordenador. También era posible que, si se habían producido conversaciones o ruidos, estos habrían quedado registrados, los micros podrían darle alguna pista. Parecía evidente que un ladrón se le había adelantado y había hecho el trabajo que ella tenía planeado hacer. Debía encontrar a ese ladrón. Tenía que intentarlo.

(Continuará...)

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