Capítulo
21.- Desmontando el tinglado
Empezaba a lloviznar cuando
Bartolomé Laza salía de su casa en dirección a la Jefatura de la Guardia Civil
de Santiago de Compostela. Cuando llegó allí, la lluvia había arreciado y, a
pesar de llevar paraguas, y botas de agua, estaba empapado.
- Buenas tardes, soy el secretario del museo catedralicio y quiero hablar con la persona que está a cargo de la investigación sobre el robo del códice Calixtino, reclamó con voz engolada.
- ¡Mi teniente, aquí el rapaz pregunta por Ud.! -gritó el cabo de servicio.
Laza, tremendamente molesto por
el tratamiento del suboficial, miró con aire de fastidio a la puerta a la que
el joven había dirigido su interlocución.
- Teniente Ramos. ¿Que se le ofrece, caballero?- dijo una potente voz.
En la habitación se personó un
hombre corpulento de mediana edad que destacaba por su estupendo y cuidado
mostacho. Laza le tendió la mano, pero al observar que el oficial permanecía
con ellas a la espalda, la bajó tímidamente.
- Verá, soy Bartolomé Laza, secretario del museo catedralicio y quería tratar con Ud. sobre el robo del Códice
- ¡Vaya!- exclamó- Esto si que es una casualidad. Teníamos previsto ir a hablar con Ud. esta misma tarde
- Pues ya ve, me he adelantado, dijo Laza levantando una ceja al más puro estilo Nadal.
- Pase, por favor, a mi despacho, ahí estaremos más cómodos.
Los dos hombres se dirigieron a
una habitación interior situada al fondo del pasillo. La estancia mostraba una
decoración espartana. Un mapa de la ciudad y un tablón de corcho ocupaban la
pared izquierda. Justo en la esquina, otro mapa, este de la geografía local. Un
cuadro de los Reyes de España presidía la pared trasera a la mesa y una
camiseta del Celta estaba sujeta con chinchetas justo al lado, tapando una
grieta bastante importante. La tapicería de las sillas iba necesitando un
repaso, pero en realidad, también la pintura, la iluminación y el resto del
mobiliario, necesitaban repaso.
Laza tomó asiento enfrente del
teniente Ramos y empezó su relato.
- Ante todo, quiero que sepa que vengo en nombre del director del museo, y cumpliendo órdenes del delegado de cultura de la Xunta, de Patrimonio Nacional y del obispo de Santiago. Aquí traigo las declaraciones y autorizaciones pertinentes para que no haya ningún género de dudas.
- ¿Me permite, por favor? Solicitó el teniente extendiendo la mano.
- Todo esto comenzó hace unos meses, en concreto, tras la recuperación del códice el pasado verano -comenzó Laza-. Una mañana, el director del museo, me informó que al día siguiente tendríamos una visita importante, que debería preparar la sala capitular y guardar la máxima discreción. La verdad es que no era para menos. Al día siguiente acudieron al museo catedralicio el deán de la catedral, el Sr. obispo de Santiago, el delegado de cultura del la Xunta, y un responsable de Patrimonio que venía desde Madrid.
- Prosiga, prosiga...- indicó Ramos, vivamente intere-sado en el relato.
- Esa reunión tenía una doble finalidad: encontrar la ubicación idónea para el códice Calixtino y diseñar un sistema para evitar sucesivos robos. El primero quedó resuelto en breve, puesto que todos coincidieron que nuestro museo, por sus características y situación, era el lugar más adecuado para albergar el códice, Respecto a lo segundo, la iniciativa partió del responsable de Patrimonio. Yo me quedé estupefacto cuando escuché aquello.
- ¿Qué proponía, pues?
- Algo impensable. Aquel hombre, sacó de su maleta un ejemplar del códice Calixtino, mejor dicho, una réplica exacta. No había manera de distinguirla aunque se tuviera una al lado de la otra. El cuero, la textura del papel, las letras, el color, el cosido...Todo era idéntico. Según explicó, tan sólo sometiéndolo a un examen con infrarrojos se podría descubrir la falsificación...
- No entiendo nada... ¿El responsable de Patrimonio traía una falsificación del códice? ¿A dónde quería llegar?
- A eso voy. Según nos dijo, aquél ejemplar sería el que guardaríamos en la sala y se le dispensaría el mismo trato que al auténtico. Para eso, nadie, absolutamente nadie salvo nosotros, debería estar al tanto de esta medida
- ¿Me está diciendo que en la cámara acorazada se guardaba una falsificación? -murmuró asombrado el teniente Ramos.
- Exactamente, desde el momento en que se abrió la exposición al público, los visitantes han estado contemplando un facsímil.
- ¿Y el códice auténtico?
- ¡Ah! Eso es un misterio. Yo no lo sé ni lo quiero saber. Aquél hombre, el que vino de Madrid, lo envolvió con cuidado en el paño negro en el que había traído el otro y lo guardó en una maleta que cerró con combinación.
- Entonces... el robo... ¿También es falso?
- ¡No, no! El robo es auténtico... Nosotros fuimos los primeros que quedamos sorprendidos cuando ocurrió y también nos desconcertó. Obviamente no se había planeado nada semejante, pero en cierto modo, todos suspiramos aliviados cuando supimos la noticia, en el sentido de que pensamos que nos habíamos librado de una buena... ¿Se imagina que nos hubieran robado por dos veces, tras burlar sofisticadas medidas de seguridad, el mismo ejemplar?
- Bueno... técnicamente... eso es lo que ha ocurrido...
- Técnicamente si, pero no realmente- puntualizó Laza-. Por eso estoy yo aquí, para ponerle al corriente de la situación.
- Ya... Pues mire Ud., llevamos más de una semana de cabeza con el dichoso robo... Tengo movilizada a varias unidades especializadas y hemos coordinado este operativo con Madrid.... ¿Ud. sabe todo el trabajo y coste que supone eso?- preguntó molesto el teniente.
- Me lo figuro, pero tenía que ser así...
- ¿Qué está diciendo?
- ¡Pues que debía ser creíble para que el ladrón no sospechara que se había llevado una copia y para que el destino del auténtico códice no peligrara!
- Si, ya voy comprendiéndolo... –musitó el teniente Laza sin comprenderlo del todo.
- Ante las dimensiones que estaba tomando la noticia y, justamente por la cantidad de agentes que hay involucrados, el consejero de la Xunta, a través del delegado, nos llamó para autorizarnos a contarles a Uds. toda la verdad, de manera que, si bien no deben desmontar todo el operativo, lógicamente, al saber esto, no es necesario que empleen todos sus esfuerzos. Asimismo deben tener cuidado para que nada de esto trascienda a los medios y no se venga abajo el montaje. Ya sabe... ¡menudos son esos! En definitiva, lo único que hay que hacer es mantener las apariencias, y si se encuentra a los ladrones, mucho mejor, pero sin dedicar a eso todos los recursos policiales.
- En fin, visto lo visto, tengo que informar a mis superiores. Comprenderá que, debido al nuevo rumbo que ha tomado la investigación, no tengo más remedio que poner al corriente de ello a mis jefes...
- Lo que si tengo que pedirle es que se trate con la mayor confidencialidad, que no trascienda más de lo necesario y por supuesto, nada de esto a los medios de comunicación. Creo que no tengo que explicarle la importancia de todo esto ni recordarle que toda prudencia es poca...
Ramos le miró de soslayo y algo
así como una sonrisa de autosuficiencia se le dibujó en su rostro hierático
mientras se inclinaba en plan dominador sobre el secretario.
- Sr. Laza. No hay necesidad de que me hable de discreción ni de prudencia... Cuando sus padres le estaban haciendo, yo ya sabía lo que era la prudencia....
- Buenas tardes, soy el secretario del museo catedralicio y quiero hablar con la persona que está a cargo de la investigación sobre el robo del códice Calixtino, reclamó con voz engolada.
- ¡Mi teniente, aquí el rapaz pregunta por Ud.! -gritó el cabo de servicio.
- Teniente Ramos. ¿Que se le ofrece, caballero?- dijo una potente voz.
- Verá, soy Bartolomé Laza, secretario del museo catedralicio y quería tratar con Ud. sobre el robo del Códice
- ¡Vaya!- exclamó- Esto si que es una casualidad. Teníamos previsto ir a hablar con Ud. esta misma tarde
- Pues ya ve, me he adelantado, dijo Laza levantando una ceja al más puro estilo Nadal.
- Pase, por favor, a mi despacho, ahí estaremos más cómodos.
- Ante todo, quiero que sepa que vengo en nombre del director del museo, y cumpliendo órdenes del delegado de cultura de la Xunta, de Patrimonio Nacional y del obispo de Santiago. Aquí traigo las declaraciones y autorizaciones pertinentes para que no haya ningún género de dudas.
- ¿Me permite, por favor? Solicitó el teniente extendiendo la mano.
- Todo esto comenzó hace unos meses, en concreto, tras la recuperación del códice el pasado verano -comenzó Laza-. Una mañana, el director del museo, me informó que al día siguiente tendríamos una visita importante, que debería preparar la sala capitular y guardar la máxima discreción. La verdad es que no era para menos. Al día siguiente acudieron al museo catedralicio el deán de la catedral, el Sr. obispo de Santiago, el delegado de cultura del la Xunta, y un responsable de Patrimonio que venía desde Madrid.
- Prosiga, prosiga...- indicó Ramos, vivamente intere-sado en el relato.
- Esa reunión tenía una doble finalidad: encontrar la ubicación idónea para el códice Calixtino y diseñar un sistema para evitar sucesivos robos. El primero quedó resuelto en breve, puesto que todos coincidieron que nuestro museo, por sus características y situación, era el lugar más adecuado para albergar el códice, Respecto a lo segundo, la iniciativa partió del responsable de Patrimonio. Yo me quedé estupefacto cuando escuché aquello.
- ¿Qué proponía, pues?
- Algo impensable. Aquel hombre, sacó de su maleta un ejemplar del códice Calixtino, mejor dicho, una réplica exacta. No había manera de distinguirla aunque se tuviera una al lado de la otra. El cuero, la textura del papel, las letras, el color, el cosido...Todo era idéntico. Según explicó, tan sólo sometiéndolo a un examen con infrarrojos se podría descubrir la falsificación...
- No entiendo nada... ¿El responsable de Patrimonio traía una falsificación del códice? ¿A dónde quería llegar?
- A eso voy. Según nos dijo, aquél ejemplar sería el que guardaríamos en la sala y se le dispensaría el mismo trato que al auténtico. Para eso, nadie, absolutamente nadie salvo nosotros, debería estar al tanto de esta medida
- ¿Me está diciendo que en la cámara acorazada se guardaba una falsificación? -murmuró asombrado el teniente Ramos.
- Exactamente, desde el momento en que se abrió la exposición al público, los visitantes han estado contemplando un facsímil.
- ¿Y el códice auténtico?
- ¡Ah! Eso es un misterio. Yo no lo sé ni lo quiero saber. Aquél hombre, el que vino de Madrid, lo envolvió con cuidado en el paño negro en el que había traído el otro y lo guardó en una maleta que cerró con combinación.
- Entonces... el robo... ¿También es falso?
- ¡No, no! El robo es auténtico... Nosotros fuimos los primeros que quedamos sorprendidos cuando ocurrió y también nos desconcertó. Obviamente no se había planeado nada semejante, pero en cierto modo, todos suspiramos aliviados cuando supimos la noticia, en el sentido de que pensamos que nos habíamos librado de una buena... ¿Se imagina que nos hubieran robado por dos veces, tras burlar sofisticadas medidas de seguridad, el mismo ejemplar?
- Bueno... técnicamente... eso es lo que ha ocurrido...
- Técnicamente si, pero no realmente- puntualizó Laza-. Por eso estoy yo aquí, para ponerle al corriente de la situación.
- Ya... Pues mire Ud., llevamos más de una semana de cabeza con el dichoso robo... Tengo movilizada a varias unidades especializadas y hemos coordinado este operativo con Madrid.... ¿Ud. sabe todo el trabajo y coste que supone eso?- preguntó molesto el teniente.
- Me lo figuro, pero tenía que ser así...
- ¿Qué está diciendo?
- ¡Pues que debía ser creíble para que el ladrón no sospechara que se había llevado una copia y para que el destino del auténtico códice no peligrara!
- Si, ya voy comprendiéndolo... –musitó el teniente Laza sin comprenderlo del todo.
- Ante las dimensiones que estaba tomando la noticia y, justamente por la cantidad de agentes que hay involucrados, el consejero de la Xunta, a través del delegado, nos llamó para autorizarnos a contarles a Uds. toda la verdad, de manera que, si bien no deben desmontar todo el operativo, lógicamente, al saber esto, no es necesario que empleen todos sus esfuerzos. Asimismo deben tener cuidado para que nada de esto trascienda a los medios y no se venga abajo el montaje. Ya sabe... ¡menudos son esos! En definitiva, lo único que hay que hacer es mantener las apariencias, y si se encuentra a los ladrones, mucho mejor, pero sin dedicar a eso todos los recursos policiales.
- En fin, visto lo visto, tengo que informar a mis superiores. Comprenderá que, debido al nuevo rumbo que ha tomado la investigación, no tengo más remedio que poner al corriente de ello a mis jefes...
- Lo que si tengo que pedirle es que se trate con la mayor confidencialidad, que no trascienda más de lo necesario y por supuesto, nada de esto a los medios de comunicación. Creo que no tengo que explicarle la importancia de todo esto ni recordarle que toda prudencia es poca...
- Sr. Laza. No hay necesidad de que me hable de discreción ni de prudencia... Cuando sus padres le estaban haciendo, yo ya sabía lo que era la prudencia....
Continuará...
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