lunes, 26 de abril de 2021

El códice y el robobo (32)

Capítulo 27.- Marcelino, el ladino
 
Cuando Coro estaba llegando al barrio de San Lázaro vio cómo una ambulancia salía de allí a toda pastilla. Aparcó a un lado y preguntó a un vecino
- Oiga, el chico este que vende los papeles al peso ¿dónde vive?
- ¿Se rifiere usté al Remigio, el chico de la Ambrosia?
- Sí, creo que si....
 
No estaba segura de si era el tal Remigio, pero llegados a este punto, tampoco perdía nada por ir a ver a esa persona y comprobar si era el mismo que había llevado en el coche el día anterior.
- Se los ha llevao la ambulancia. A él, a su madre, a una vecina y al cura.
- ¿Qué ha ocurrido?
- ¡Ah! Pues que se han indigiestao y se los han llevao al Xeral...
- ¿Se los han llevado por una indigestión?..
- Indigiestaos de madalenas, eso es...
- ¡Caramba!, que cosas tan raras...
- Y ¿cuál es su casa?
- ¿Y pa qué, si pué saberse, lo quiere usté?
 
Como el vecino la había empezado a mirar con un aire suspicaz, Coro pensó que era mejor no levantar sospechas y decidió optar por el plan “B”, que consistía en ir a buscar al tal Linaza.
 
No le costó mucho trabajo encontrar el local de antigüedades donde almacenaba sus cachivaches el chamarilero. Preguntó a un par de personas y ellas le indicaron dónde estaba la tienda. Ese tal Linaza –pensó Coro- debía ser un personaje muy popular ya que todo el mundo lo conocía y se refería a él con simpatía. A pesar de estar en pleno horario comercial, la tienda tenía la puerta cerrada y las persianas del escaparate bajadas. Aún así llamó a la puerta. Como no contestaban, se quedé esperando un rato y al poco volvió a insistir... 
 
Pasados unos cuantos minutos en los que no cejó de insistir una y otra vez, vio cómo se descorría una cortinilla de una ventana anexa al local. Un sujeto con muy mala cara y grandes ojeras, enfundado en un batín de seda amarillo, asomó la cabeza.
- Está cerrado, ¿no sabe leer? Lo pone bien claro el cartel.
- Perdone que le moleste, pero necesito urgentemente hablar con Ud.
- Pues tendrá que esperar a otro momento -repuso- hoy no es el mejor día. 
- Es sobre el códice Calixtino –concretó Coro bajando el tono de su voz.
 
Fue entonces cuando Marcelino Linaza abrió la puerta de su negocio, invitándola a pasar. La tienda era una estancia grande, fría y desangelada. Allí se acumulaban toda suerte de trastos y tesoros, sin distinción alguna. Lo mismo se podía encontrar una cómoda de caoba estilo Imperio que un par de sillas de ratán desvencijadas, o un óleo que podría haber firmado el mismísimo Romero de Torres. Todo ello amontonado, sin orden y sin cuidado.
 
- ¿Qué sabes tu del códice? -le preguntó a bocajarro.
- ¿Que sabe Ud.? –replicó Coro sin dejarse intimidar.
- ¡Jajajajajjajaja! ¡Muy gallego, rapaza!
- Pues no soy gallega, sino navarra...
- ¡Ah! Pues bien navarra. ¿Tienes nombre? ¿Qué sabes del códice y por qué vienes a verme a mi?
- Se que Ud. asegura que un chaval medio atontado vino a vendérselo. Y sí, tengo nombre, me llamo Coro.
- ¿Sabes algo más de lo que se publicó en los papeles? ¿Por qué tienes interés en encontrarlo? 
- Conozco el tema desde el principio porque mi empresa, bueno, la empresa en la que trabajaba se encargaba de instalar cámaras de seguridad, y...
- Entonces, si está todo grabado... ¿por qué no detienen al ladrón? 
- No está todo grabado, hubo un problema con las imágenes- explicó intentando ser lo más concisa posible. La cuestión era sacarle la información al anticuario, y no al revés y este hombre, quería saber demasiado
- Pero tú crees que mis sospechas pueden ser ciertas... que el “libraco” que me trajo aquel “atontao” puede ser en verdad el códice Calixtino, porque si no, no estarías aquí...
- Estoy intentando entender todo este embrollo ¿Cómo fue a parar a manos de ese chico, el Remigio...?
- ¡Ah! Eso es un misterio... Este rapaz vende papel al peso... Normalmente no trabajo con él, pero por lo que se ve, el chico debió detectar algo de valor en esos libros y vino a ofrecérmelos
- ¿Libros, dice?
- Si, eran un par de ellos, el otro también muy antiguo.
- Es decir, ahora resulta que el ladrón no sólo robó el códice sino otro libro más... ¿De qué conoce al chico?
- De poco. Su madre es limpiadora en el museo catedralicio, una mujer muy decente y hacendosa. A mi me lo contó un amigo que tengo en el museo, que parece que la conoce de hace tiempo, mi amigo Ioseba.
- ¿Ioseba Rena?
- ¿Tú conoces a Ioseba Rena? -preguntó asombrado.
 
Ahora empezaba a relacionar las piezas del puzzle. Remigio era hijo de la Ambrosia, la mujer que aparecía limpiando en la grabación y entonando coplas con tono desafinado. Ella se había tenido que llevar el códice. De alguna manera había burlado los sistemas de seguridad y, a propósito o accidentalmente, había enturbiado el objetivo de las cámaras. Pero... ¿qué pintaba Ioseba en todo esto? ¿Sabía sólo lo que decía o sabía más?
 
- ¿Sabe qué, Don Marcelino? Le agradezco su tiempo, pero yo ahora me voy a ver a Ioseba Rena.
- Y yo me voy contigo -dijo espontáneamente Marcelino.
- Disculpe, pero esta cuestión es cosa mía y....
- Disculpa tú -la cortó tajante- pero, en esta cuestión, yo estoy hasta el cuello. Me ha detenido la policía, me han emborrachado, me han dejado tirado en medio del campo, y mi reputación se ha ido al garete... Tengo que saber qué ha pasado porque mi testimonio está en entredicho y ando en boca de todos. Me tengo que sacar esa espina. Además, conozco tratantes de arte de muchos lugares, quién sabe si los pudieras necesitar en un momento dado ¿no? Porque tu interés por el códice no es meramente altruista, ¿me equivoco?

Continuará...

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