Capítulo
24.- En busca del charco perdido
Cuatro horas después, Arias
apareció, todo sudoroso, ante Adolfo, el secretario de Don Jenaro.
- Nada, no hay manera. Repite una y otra vez la misma historia, así que debe ser verdad, aunque suene absurdo.
- ¿Y
qué historia es esa? –preguntó Adolfo.
- Un
joven, al que conoce de vista porque ha ido otras veces a venderle cosas, pero
que no sabe ni cómo se llama, le vendió unos códices antiguos creyendo que se
trataba de libros viejos. Uno de ellos era el códice Calixtino, el que acaban
de robar otra vez en el museo catedralicio.
- ¿Y
cuál era la otra mercancía especial que había anunciado?
- Un
importante alijo de cocaína.
- ¿De
dónde lo sacó?
- Se
lo encontró dentro de un viejo tocadiscos de los años cincuenta que le vendió
otra persona de la que tampoco conoce su nombre.
- ¿Es
que nunca pregunta el nombre a los que le venden cosas?
- Dice
que no, que para qué, que lo suyo es el contrabando de tabaco y lo otro, la compraventa
de cachivaches, sólo es una tapadera con la que no pretende ganar dinero sino
solo aparentar que sea ese su negocio.
- ¡Dios
mío! ¡Todo esto es absurdo! ¿Y dónde están ahora la cocaína y el códice?
- No
te lo vas a creer, pero dice que el mismo joven que le vendió el códice le
ayudó a cargar las cajas en el coche, pero ya has visto cómo llegaron las
cajas, todas desechas, así que debió caerse al suelo en medio de un charco o
vete tú a saber...
- ¡El
códice Calixtino en un charco! ¡No me lo puedo creer! –Adolfo alucinaba- ¿No
hay posibilidad de que te haya mentido?
Adolfo le enseñó un vial de
pentotal sódico y movió la cabeza en sentido negativo, reconociendo que ni por
esas había cambiado ni una coma su versión inicial. Arias abrió la puerta del
gimnasio y vio allí sentado, con la mirada extraviada, al tal Marcelino Linaza,
que se balanceaba de un sitio a otro y balbuceaba cosas ininteligibles como si
estuviese borracho.
- ¿Qué hago con él?
- Este
es un típico caso 14-52, así que invítalo a unos tragos de nuestro mejor
whisky, le metes una botella en el bolsillo y lo dejas tirado en el cruce de la
carretera. Después vete a inspeccionar el lugar donde, según él, debió caerse
la mercancía en un charco. A mí me toca la peor parte, que es contarle todo esto
a Don Jenaro.
Unas horas después la policía
detenía a un borracho que deambulaba por la carretera, con grave peligro para
los vehículos. Trasladado a la comisaría central de Santiago, resultó ser el
chamarilero Marcelino Linaza, el cual llevaba una tajada de órdago, así que
ordenaron mantenerlo allí encerrado hasta que se le pasase y pudiese prestar
declaración.
Mientras tanto en las afueras de
Santiago, Ambrosia salía de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.
- Remigio, prueba estas madalenas, que están... cómo están... tienen un no sé qué...
Remigio miró extrañado a su madre
y con curiosidad probó una de aquellas magdalenas.
- Tienen un saborcillo algo raro...
- Tú
prueba, come más, que ya verás... –le decía Ambrosia, mientras avanzaba
tambaleándose hacia el sofá del salón.
Al cabo de un poco tiempo, los
dos estaban en el salón tumbados, tronchándose de risa, hablando sin parar... y
en otro extremo de la ciudad, Arias buscaba infructuosamente el charco perdido.
- Nada, no hay manera. Repite una y otra vez la misma historia, así que debe ser verdad, aunque suene absurdo.
- ¿Qué hago con él?
- Remigio, prueba estas madalenas, que están... cómo están... tienen un no sé qué...
- Tienen un saborcillo algo raro...
Continuará...
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