sábado, 10 de abril de 2021

El códice y el robobo (16)

Capítulo 11.- Que será, será....
 
Ambrosia subió con el carrito por la Rua de Entrerrios hasta la Rua da Ponte da Asén con más fatiga que ligereza, porque la humedad se le metía en los huesos y acusaba los efectos del reuma. Tenía la intención de hablar con un “antigüario” que vivía cerca, porque le había resultado sospechoso que los hermanos Locojo estuvieran tan interesados en esos libros tan viejos. Pensó entonces que, la mejor manera de saber si esos “libracos” tenían valor era preguntándoselo a una persona de conocimiento, como Marcelino Linaza, propietario de una especie de almoneda en la que se apilaban muebles, cuadros, alfombras, libros y todo tipo de cachivaches de variado género y procedencia.
 
Mientras tanto Coro intentaba despachar a los guardias civiles que le interrogaban sobre la instalación de las cámaras sin perder la compostura e intentando que no se notara su desasosiego.
- Entonces dice que serían las siete de la tarde cuando Ud. abandonó la sala, ¿cierto?
- Si, aproximadamente era esa hora, no lo recuerdo con exactitud.
- Y cuando salió ¿notó algo sospechoso?
- No, no noté nada. Todo me pareció normal.
- ¿Y vio a alguien que pudiera estar rondando por las dependencias?
- No vi a nadie, me acompañó a la puerta uno de los ordenanzas que insistió en las medidas de seguridad que se habían tomado desde el robo del códice... curiosa coincidencia...
- ¿Cerraron con llave la puerta al salir?
- ¡Naturalmente! Ya le he dicho que han extremado las medidas de precaución.
- Ya, pero eso no ha valido de mucho -señaló el cabo mientras tomaba nota de su declaración.
 
Siguieron interesándose en conocer una serie de cuestiones técnicas respecto de la instalación de las cámaras, pero desistieron rápido pues aquellas preguntas no les llevaban a ningún lado. Según le dijeron, la cuestión se centraba en averiguar qué persona o personas se ocuparon de sabotear las cámaras con un sencillo pero efectivo método, ya que estas sin duda, procedieron de tal forma para poder llevarse el códice.
 
“Eso ya lo se yo, pringaos, que lo que sigue a continuación es intentar conocer quién se dedicó a fastidiar mi trabajo. Y a eso me voy a dedicar en cuanto tengáis la amabilidad de piraos de aquí”, pensó Coro para sus adentros.
 
Como si sus deseos se materializaran por arte de magia, la pareja de Guardias civiles dio por terminado el interrogatorio, no sin antes avisarle de la necesidad de que estuviera disponible por si debían hablar de nuevo con ella,
 
Coro vio el cielo abierto cuando se marcharon y corrió a sentarse delante del ordenador. Mientras visualizaba las grabaciones, sumidas todas ellas en una gran neblina, no dejaba de maravillarse de la precisión con que el ladrón, dotado sin duda de gran profesionalidad, había llevado a cabo su cometido. “Debe ser sin duda un primer espada”, se decía mientras pausaba la grabación en aquellas secuencias en las que se captaba algo con mediana nitidez.
 
Fuera de toda sospecha quedaba la humilde Ambrosia, que, debido a un exceso de celo profesional, había acabado con el sofisticado sistema de seguridad de la sala del códice y tenía en vilo a toda la policía de Santiago de Compostela. Porque si mal estaba que lo robasen en una ocasión, que lo robasen dos veces ya sonaba a chufla, y el solucionar el caso de una manera rápida y expeditiva, se había convertido en una cuestión de amor propio.

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