Capítulo 116.- Agostino, Rodolfo Agostino.
Agostino salió del casino
con ese aire de italiano sobrao inconfundible. Charly le seguía con el
“violín”. No se fiaba de él ni de nadie, pero tenía que hacer “el trabajo”. Sí
o sí.
Iban sorteando los ríos de gente variopinta que a esas horas ya habían disfrutado de su trozo de récord mundial, consiguiendo los más, unos manchurrones en su vestimenta que como medallas honoríficas cerdúpetas así lo corroboraran.
Entraron en el Hotel Ramomar, un hotel de tres estrellas, la máxima calificación hotelera del pueblo, algo así como el Palace de La Mancha.
Subieron directamente a la primera planta saludando escuetamente al recepcionista que se quedó con las ganas de mantener una breve conversación en italiano para practicar el curso a distancia del idioma “Viva la pasta al dente” del Instituto Amaretto di Milán (el inventor de la goma de borrar). Pero tenía esperanzas de conseguir esta práctica “in vivo” con los extraños italianos que habían reservado toda la segunda planta pero que todavía no habían llegado.
Agostino abrió la habitación 112. Estaba pegada al ascensor y desde el interior por la mirilla veía perfectamente la escalera. Esto le permitía poder controlar los movimientos dentro del hotel.
- Ponte cómodo, Charly.
Charly, en esas
situaciones, no estaba nunca relajado. Intentaba mantener un aspecto tranquilo
pero en su interior estaba más tenso que la cara de Meryl Streep después de una
sesión de botox. Pero se sentó en la silla del pequeño despacho con que contaba
la habitación.
- Don Peridone -dijo Agostino sentado en la cama- tiene reservada toda la segunda planta para él y su séquito. Él utilizará la 222, que es la que este hotel tiene preparada para los ilustres visitantes que tienen ocasión de hacer noche aquí. Además he conseguido saber que tiene intención de cenar en la trattoria “Marquinetti”. Me he enterado por una ragazza de la cocina de ese restaurante, que naturalmente no ha podido resistir a mis evidentes encantos latinos y a la que he sonsacado toda la información mientras se fumaba un cigarrito en la puerta de entrada, después de la locura del Guinness. Han cerrado el reservado de VIP’s y les esperan a las 10 de la noche. Pensaba que esta locura de la pizza gigante nos podía fastidiar la operación, pero creo que este desbarajuste nos va a permitir actuar sin levantar sospechas.
- Magnífica información Agostino -le contesto Charly, haciéndole la pelota azzurra que se notaba le encantaba- pero tu trabajo se acaba aquí. Yo actúo solo. Bueno, yo y el buitre -dijo mientras palmeaba la funda de la ametralladora.
- Y ahora, ¿dónde está Don
Peridone?
- No lo sé, vino uno de sus
hombres al hotel para asegurarse que estaba todo correcto y oí decirle al
recepcionista que llegarían tarde pero que llegarían.
- Me pregunto… ¿que estarán
haciendo en este pueblo? ¿Qué se le habrá perdido a Don Peridone por estos
lares? -dijo Charly tan floreado como le habían enseñado de chico en su escuela
colombiana- Muy importante tiene que ser para que salga de su castillo en
Palermo (Sicilia, Italia). Mejor que esté preocupado por algo. Así bajará la
guardia en su seguridad.
- Y ¿cómo lo vas a hacer?
-le preguntó Agostino- ¿Y cuando? para poder largarme cuando antes.
- Eso no te lo voy a decir,
por mí como si te vas ahora mismo. No te necesito.
- Ya, ya, Charly, pero a mi
me han mandado que me asegure de que cumples tu encargo y luego dar aviso a
Cosenza. Tanto si tienes éxito como si no… se va a montar una buena. Va a
correr más sangre que en una película gore.
- Bueno… está bien…
cumples órdenes de mis clientes…
pero no hagas nada sin antes contármelo. Vamos a dar una vuelta. Quiero ver la
trattoria. Y además ya me está entrando hambre.
Iban sorteando los ríos de gente variopinta que a esas horas ya habían disfrutado de su trozo de récord mundial, consiguiendo los más, unos manchurrones en su vestimenta que como medallas honoríficas cerdúpetas así lo corroboraran.
Entraron en el Hotel Ramomar, un hotel de tres estrellas, la máxima calificación hotelera del pueblo, algo así como el Palace de La Mancha.
Subieron directamente a la primera planta saludando escuetamente al recepcionista que se quedó con las ganas de mantener una breve conversación en italiano para practicar el curso a distancia del idioma “Viva la pasta al dente” del Instituto Amaretto di Milán (el inventor de la goma de borrar). Pero tenía esperanzas de conseguir esta práctica “in vivo” con los extraños italianos que habían reservado toda la segunda planta pero que todavía no habían llegado.
Agostino abrió la habitación 112. Estaba pegada al ascensor y desde el interior por la mirilla veía perfectamente la escalera. Esto le permitía poder controlar los movimientos dentro del hotel.
- Ponte cómodo, Charly.
- Don Peridone -dijo Agostino sentado en la cama- tiene reservada toda la segunda planta para él y su séquito. Él utilizará la 222, que es la que este hotel tiene preparada para los ilustres visitantes que tienen ocasión de hacer noche aquí. Además he conseguido saber que tiene intención de cenar en la trattoria “Marquinetti”. Me he enterado por una ragazza de la cocina de ese restaurante, que naturalmente no ha podido resistir a mis evidentes encantos latinos y a la que he sonsacado toda la información mientras se fumaba un cigarrito en la puerta de entrada, después de la locura del Guinness. Han cerrado el reservado de VIP’s y les esperan a las 10 de la noche. Pensaba que esta locura de la pizza gigante nos podía fastidiar la operación, pero creo que este desbarajuste nos va a permitir actuar sin levantar sospechas.
- Magnífica información Agostino -le contesto Charly, haciéndole la pelota azzurra que se notaba le encantaba- pero tu trabajo se acaba aquí. Yo actúo solo. Bueno, yo y el buitre -dijo mientras palmeaba la funda de la ametralladora.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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