Capítulo 100.- Poniendo los pies en
polvorosa
La
operación policial de los GRECO, al mando del inspector Armando Lama Rimorena,
no podría decirse que hubiera sido un éxito. Oscilaba entre “desastre” y
“patética”.
Se les fue tanto la mano con el lanzamiento de gases, que en el pasillo de la 216 no se veía más allá de una cuarta de un niño chico.
Pero eso no arredró a la fuerza policial. De hecho entraron en la nube tóxica como si fueran a engancharse a una melé en un partido de rugby.
El agente Mazas atizó un porrazo a lo primero que pilló. McKarran recibió en los costillares un mazazo que le dejó encogido como si fuesen a darle el verduguillo.
Risto, que tenía una boquita de buzón de correos con unos dientes de tiburón, al chocar con la Bestia le pegó un mordisco en la oreja igualito que el de Mike Thysson. Con el encontronazo, la Bestia se abrazó a él y rodaron por el pasillo atizándose cabezazos y quedando ambos inconscientes al lado de McKarran.
La segunda línea de ataque, compuesta por Casius, Rambo y Sadam, entraron al guirigay tropezando con los cuerpos caídos que aullaban de dolor y desde el suelo empezaron a atizarse unos a otros como si les fuera la vida en ello. Y de hecho casi consiguen quitársela.
El inspector Armando Lama Rimorena, a quien su experiencia le aconsejaba “mejor entrar al final” y oyendo los gritos de dolor de sus hombres, jaleó a sus dos únicos efectivos que le quedaban y que estaban junto a él, diciendo:
- ¡Daisy, Pollo Loco, por Dios por la Patria y el Rey, vamos a darles caña. La caña de España!
Y
entraron al bochinche pegando palos de ciego en medio de la nube tóxica. Como
el pasillo estaba plagado de cuerpos lacerados, les fueron pateando y lograron
atravesar esa muralla humana.
Pero se equivocaron de puerta y acabaron metidos en el cuarto de la limpieza, que también se había llenado de humo, y se liaron a mamporros contra los botes de amoniaco y desinfectante, haciendo el aire tan higiénicamente tóxico que empezaron a vomitarse entre ellos, cayendo desmayados del asco que les dio.
Mientras
tanto, increíblemente, la puerta de la 216 estaba abierta y despejada.
La peña de David, que llegaba en pleno, entró en ese momento por el lado libre del pasillo. El Lolo los reconoció enseguida y se unieron para salir de allí a toda pastilla.
Eva,
que se conocía el hospital de cabo a rabo, le dijo a Tati:
- ¡Cógete de mi mano. Hay que salir de aquí como sea!
El
ser humano en situaciones críticas puede hacer cosas increíbles y su instinto
de supervivencia le dota, a veces, de una clarividencia... incluso donde no se
ve.
Tati con una mano agarró a Eva y la otra se la dio a Edu. Edu a Pía. Pía a Fermina. Fermina a Jacinto. Jacinto a Pedro. Pedro a Violeta. Violeta a Andrea. Y salieron de la habitación, haciendo una fila como los niños de la guardería para cruzar un semáforo, con la suerte de que cogieron el lado del pasillo donde no se había generado la montonera policial.
En la habitación sólo quedaron, Kurkowsky, con un tiro en el pie, y Chuk y Vandam fuera de combate.
Cuando
el trenecito guiado por Eva llegó al vestíbulo, formaron una especie de círculo
en el momento en que, gracias a un celador que había logrado abrir las ventanas
para hacer una corriente de aire, la nube de gases desapareció de golpe y se
encontraron de frente viéndose las caras unos a otros.
El ser humano, en situaciones críticas, hace cosas inauditas. En esta ocasión chillaron todos de golpe, se soltaron las manos y salieron todos corriendo escaleras abajo como si se fuera a hundir el Titanic.
Se les fue tanto la mano con el lanzamiento de gases, que en el pasillo de la 216 no se veía más allá de una cuarta de un niño chico.
Pero eso no arredró a la fuerza policial. De hecho entraron en la nube tóxica como si fueran a engancharse a una melé en un partido de rugby.
El agente Mazas atizó un porrazo a lo primero que pilló. McKarran recibió en los costillares un mazazo que le dejó encogido como si fuesen a darle el verduguillo.
Risto, que tenía una boquita de buzón de correos con unos dientes de tiburón, al chocar con la Bestia le pegó un mordisco en la oreja igualito que el de Mike Thysson. Con el encontronazo, la Bestia se abrazó a él y rodaron por el pasillo atizándose cabezazos y quedando ambos inconscientes al lado de McKarran.
La segunda línea de ataque, compuesta por Casius, Rambo y Sadam, entraron al guirigay tropezando con los cuerpos caídos que aullaban de dolor y desde el suelo empezaron a atizarse unos a otros como si les fuera la vida en ello. Y de hecho casi consiguen quitársela.
El inspector Armando Lama Rimorena, a quien su experiencia le aconsejaba “mejor entrar al final” y oyendo los gritos de dolor de sus hombres, jaleó a sus dos únicos efectivos que le quedaban y que estaban junto a él, diciendo:
- ¡Daisy, Pollo Loco, por Dios por la Patria y el Rey, vamos a darles caña. La caña de España!
Pero se equivocaron de puerta y acabaron metidos en el cuarto de la limpieza, que también se había llenado de humo, y se liaron a mamporros contra los botes de amoniaco y desinfectante, haciendo el aire tan higiénicamente tóxico que empezaron a vomitarse entre ellos, cayendo desmayados del asco que les dio.
La peña de David, que llegaba en pleno, entró en ese momento por el lado libre del pasillo. El Lolo los reconoció enseguida y se unieron para salir de allí a toda pastilla.
- ¡Cógete de mi mano. Hay que salir de aquí como sea!
Tati con una mano agarró a Eva y la otra se la dio a Edu. Edu a Pía. Pía a Fermina. Fermina a Jacinto. Jacinto a Pedro. Pedro a Violeta. Violeta a Andrea. Y salieron de la habitación, haciendo una fila como los niños de la guardería para cruzar un semáforo, con la suerte de que cogieron el lado del pasillo donde no se había generado la montonera policial.
En la habitación sólo quedaron, Kurkowsky, con un tiro en el pie, y Chuk y Vandam fuera de combate.
El ser humano, en situaciones críticas, hace cosas inauditas. En esta ocasión chillaron todos de golpe, se soltaron las manos y salieron todos corriendo escaleras abajo como si se fuera a hundir el Titanic.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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