Capítulo
96.- “Bienvenido Don Peridone”
Aquél
era un día muy especial en el aeropuerto de Ciudad Real, en vez de tres vuelos,
como los días de mayor ajetreo, ese día habría cuatro, y uno de ellos
completamente nuevo. Se trataba de un jet privado, de nacionalidad italiana,
aunque llegaba aquí procedente de Marsella. La ocasión no había pasado
desapercibida y las autoridades locales se habían personado en las instalaciones
para brindar su recibimiento a tan ilustre visitante, un magnate de las
finanzas llamado Don Peridone.
Quizás quisiese invertir en La Mancha, o incluso comprar el aeropuerto. Como en una rememoración de “Bienvenido Mr. Marshall”, numerosos políticos, empresarios, ONGs, círculos recreativos, cofradías de Semana Santa, comparsas de los carnavales, etc. habían hecho una lista de peticiones que iban desde las más ambiciosas, como pedir subvención para un puerto marítimo en las Lagunas de Ruidera (“si ya tenemos AVE y aeropuerto, ¿por qué no vamos a tener puerto?” se decían) hasta las más modestas, como una ayuda económica para comprar vejigas de cerdo y reparar las zambombas que usaban los monaguillos de la iglesia de San Pedro, en Daimiel, para poder cantar villancicos en Navidad. Las que tenían estaban tan gastadas que cada vez que bajaban la mano por el palo se les quedaba atascada dentro del bote de leche condensada La Lechera que hacía las veces de recipiente de percusión y a causa de los bordes de sierra dejados por el abrelatas en la parte superior de la lata, se les atascaban las manos y las sacaban ensangrentadas. También estaban allí ese día los reporteros gráficos, empujándose unos a otros por situarse en el mismo lugar de la barandilla del mirador... la cual sólo medía algo más de cien metros de longitud.
Cuando por fin aterrizó el avión, se escuchó por los altavoces el himno italiano y a continuación el español, mientras una limusina acercaba a Don Peridone hasta la terminal. Las fuerzas vivas del orden, en vez de inspeccionar su equipaje, lo reverenciaron, e incluso uno de ellos tuvo el descaro de pedir que le hiciesen una foto junto a él. Don Peridone no buscaba problemas, es más, venía a solucionarlos por las malas o por las no buenas, así que accedió. Todo el tropel de aduladores lo levó a la sala VIP que ¡por fin se estrenaba! y allí lo agasajaron y lo marearon con mil y una propuestas.
Don Peridone tuvo mano izquierda (también tenía derecha, pero estaba ocupada sujetando el vaso de tinto “Ojos del Guadiana” que le habían ofrecido y que degustó con placer “es mejor que los vinos de mi tierra” comentó tras el primer sorbo) y les dijo que pasasen las peticiones a su asistente, que ya las estudiaría. Al preguntarle si estaría mucho tiempo por esas tierras, sólo dijo que estaría lo suficiente para “rematar” unos asuntos (poniendo un especial énfasis en la segunda y tercera sílaba de la palabra “rematar”) y que lo primero que quería hacer era descansar (en realidad lo primero que quería, una vez hubiese descansado un poco en el hotel, era ir a Tomelloso).
Quizás quisiese invertir en La Mancha, o incluso comprar el aeropuerto. Como en una rememoración de “Bienvenido Mr. Marshall”, numerosos políticos, empresarios, ONGs, círculos recreativos, cofradías de Semana Santa, comparsas de los carnavales, etc. habían hecho una lista de peticiones que iban desde las más ambiciosas, como pedir subvención para un puerto marítimo en las Lagunas de Ruidera (“si ya tenemos AVE y aeropuerto, ¿por qué no vamos a tener puerto?” se decían) hasta las más modestas, como una ayuda económica para comprar vejigas de cerdo y reparar las zambombas que usaban los monaguillos de la iglesia de San Pedro, en Daimiel, para poder cantar villancicos en Navidad. Las que tenían estaban tan gastadas que cada vez que bajaban la mano por el palo se les quedaba atascada dentro del bote de leche condensada La Lechera que hacía las veces de recipiente de percusión y a causa de los bordes de sierra dejados por el abrelatas en la parte superior de la lata, se les atascaban las manos y las sacaban ensangrentadas. También estaban allí ese día los reporteros gráficos, empujándose unos a otros por situarse en el mismo lugar de la barandilla del mirador... la cual sólo medía algo más de cien metros de longitud.
Cuando por fin aterrizó el avión, se escuchó por los altavoces el himno italiano y a continuación el español, mientras una limusina acercaba a Don Peridone hasta la terminal. Las fuerzas vivas del orden, en vez de inspeccionar su equipaje, lo reverenciaron, e incluso uno de ellos tuvo el descaro de pedir que le hiciesen una foto junto a él. Don Peridone no buscaba problemas, es más, venía a solucionarlos por las malas o por las no buenas, así que accedió. Todo el tropel de aduladores lo levó a la sala VIP que ¡por fin se estrenaba! y allí lo agasajaron y lo marearon con mil y una propuestas.
Don Peridone tuvo mano izquierda (también tenía derecha, pero estaba ocupada sujetando el vaso de tinto “Ojos del Guadiana” que le habían ofrecido y que degustó con placer “es mejor que los vinos de mi tierra” comentó tras el primer sorbo) y les dijo que pasasen las peticiones a su asistente, que ya las estudiaría. Al preguntarle si estaría mucho tiempo por esas tierras, sólo dijo que estaría lo suficiente para “rematar” unos asuntos (poniendo un especial énfasis en la segunda y tercera sílaba de la palabra “rematar”) y que lo primero que quería hacer era descansar (en realidad lo primero que quería, una vez hubiese descansado un poco en el hotel, era ir a Tomelloso).
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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