jueves, 18 de febrero de 2021

Un cadáver exquisito (109)

Capítulo 106.- Todos los caminos llevan a La Mancha
 
No se hablaban, no se miraban. Ni siquiera se insultaban. Bajaban a trompicones las escaleras del hospital lo más rápido que podían según su estado físico, porque algunos estaban en un estado lamentable.
Eva y Tati que fueron las primeras en alcanzar la salida, se metieron en un taxi quitándoselo por la mano a una señora, aprovechando que estaba dándole una colleja a su nieto hiperactivo. Salieron pitando a la casa de Tati para entregarse a un maratón de pasión carnal. No saldrían de allí en una semana. Es lo que tiene el amor a primera vista.
Edu y Pía llegaron después pero, sin saber dónde ir, se quedaron en el vestíbulo esperando a que llegase su madre, Violeta. En ese momento apareció enmomiao David, que era llevado en camilla por el Lolo, derrapando a saco (se había venido arriba por su hazaña delante de la Yoli), seguidos por toda su panda. David, como pudo, gritó algo parecido a “¡Pía!” cuando la vio. Esta se volvió al oír su nombre, pero no pudo reconocer a David con ese amasijo de vendas. Yoli estuvo muy rápida: viendo que todo su esfuerzo se podía ir al garete por el reencuentro de los tortolitos, metió la cabeza de la momia en una bolsa de Ahorramás que sacó de su bolsillo y que siempre llevaba para recoger cívicamente las caquitas de su perro Eisi-Disi, un chucho que le profesaba un amor infinito.
Los gritos de David llamando a Pía se convirtieron en “arff, uaffhh” y otros similares que, por hiperventilación cerrada, le condujeron a desmayarse.
“Mejor así -pensó Yoli-, dormidito estás más mono”.
- Lolo tira pal parque que aquí se están coscando que pasa algo chungo con el Tutankamon. Mete la quinta Lolo. Y salieron como Carlos Sainz. A ras.
Los siguientes en llegar a la salida fueron Andrea y Fermina.  Andrea cogió por los hombros a Fermina y mirándola a los ojos le dijo:
- Fermina, ¿no me vas a explicar lo de David?
- Mira Andrea, a ti no te debo nada, lo de mi hijo es cosa mía. Se me ha escapao.
- Pero Fermi, con Jacinto Monteperales… ¿en que estabas pensando?
- Y tu que sabrás de mi vida. Yo era muy joven y él un canalla. No le quiero ni ver.
- Fermi, me tengo que ir a Tomelloso ahora mismo para disculparme con mi compadre el Marquinetti. Vente conmigo al pueblo. Así no verás al Monteperales. Te vendrá bien ir al campo. A ver tus melones. Hazme caso mujer. Tu hijo seguro que estará bien. Ya está hecho todo un hombre.
- No sé, no sé. Bueno… lo mismo tiés razón. Pero mañana volvemos que tengo faena. Llamaré a mi David desde allí. No le voy a decir que me he ido contigo. Pensará que soy una cualquiera. Además tengo que pensarme un poco cómo le voy a contar lo de su padre. Necesito la contemplación de los melones en la era. Le contaré que la tía Eufrasia se ha puesto a morir de repente. Y no te hagas ilusiones, que te conozco. No me vas a tocar ni un pelo.
- Venga, vamos a la furgo. A mi también me vendrá bien ver melones. Tutto avanti.
Los tres últimos del pelotón de la 216 en llegar al vestíbulo fueron Jacinto, medio atontao; Pedro asfixiado del esfuerzo por su principio de infarto; y Violeta, desmadejada, que viendo a sus hijos sanos y a salvo, se lanzó a abrazarlos como la mamá gallina que en el fondo era.  Mamá  y... más puta que las gallinas, también.
- Vamos a casa hijos. Que aquí todavía va a pasar algo. Les dijo Tita, suponiendo el enfrentamiento entre su marido y su amante. Y estar cerca no era lo más adecuado. De esta guisa salieron cogiendo un taxi que levantaron en sus mismos morros a la misma señora del nieto hiperactivo (y van...).
Pedro se encaró con Jacinto:
- Tu y yo tenemos que aclarar algunas cosas. Hijoputa. Que eso no se hace.
- Pedro. Pedrito, cálmate por Dios. No es lo que parece. Estás trastornado.
- Qué coño trastornao. Y esto qué ¡eh! -le dijo enseñando la libreta.
Jacinto estaba lelo pero fue ver la libreta y rápido se la quitó de un zarpazo a Pedro.
- Esto es mío. No se cogen las cosas de los demás. Tarado de mierda.
- Eso es lo que tendrías que haber hecho tú. No coger lo que es tuyo.
Pedro le cogió de la pechera con la mano izquierda y se disponía a atizarle con la derecha cuando un brazo que parecía una pierna se lo impidió.
Era la Bestia, recuperada de su enfrentamiento policial, que traía a McKarran sobre un hombro como si llevara un saco. Este le dijo, en esa posición tan poco noble:
- Jacinto, tú tener que venir with me a Tomiellosio. ¿OK? and you también, Pedro. Don Peridone estar allí. Nosotros tener problemas. Silvester (así se llamaba realmente la Bestia), go to de coche. Blowing (pitando… más o menos).
Silvester salió corriendo con McKarran en un hombro y arrastrando a Jacinto con el otro brazo. Pedro le siguió como un corderito. No tenía fuerzas para enfrentarse a la Bestia. Se subieron a su Hummer negro. ¡Fuasssshhh!
 
En ese momento Charly, en su Audi A4, estaba entrando en Tomelloso. Por un motivo que desconocía, aquél pueblo estaba lleno de gente y no  podía  avanzar.  Abrió la ventanilla y le preguntó a un paisano que estaba sentado en un silla a la puerta de su casa viendo pasar al personal mientras se apretaba un farias:
- Por favor. ¿El casino?
- ¿Cualo casino?
- El de Tomelloso.
- Hay dos.
- Pues el que esté en el centro.
- Están los dos en el centro. Quiá.
- Pues el que esté más en el centro. Le dijo Charly que ya se estaba poniendo de los nervios y acariciaba la funda del violín.
- El de San Fernando, será. Está al lado de la iglesia. En la plaza de España.
- Ese debe de ser, ¿por dónde se llega?
- ¿Cómo se piden las cosas?
- Por favor, ¿cómo puedo llegar a la plaza de España?
- Eso está mejor. Tó seguío. Y andando. Hoy no llegará con el coche. Está cortado todo por no se qué de una picha de un kilómetro para que se la coma el guisnes que debe ser un bicho que tié mucha hambre.

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