Capítulo 112.- Contando, contando...
Como Andrea Canoli sabía
que aquél día Tomelloso estaría atiborrado de gente con motivo del récord
mundial de pizza, tomó un atajo para ir primero y de forma directa al melonar
de la Fermi. Cuando ésta comenzó a ver los primeros majanos sintió una emoción
especial y recordó cómo el propio Andrea le ayudó a quitar los pedruscos del
melonar y amontonarlos en un rincón. Curiosamente, hoy día, esos
amontonamientos de piedra o majanos son considerados monumentos de interés
cultural. La Fermi no era muy culta, precisamente, sin embargo cualquiera que
hubiese visto los supermajanos que montó con Andrea pensaría que era una gran
arquitecto. En esto último sí que tenía más cultura que la antigua ministra de
Igualdad y ella sabía que “arquitecto” define tanto al hombre como a la mujer
que ejerce esa profesión y no hace falta cambiar la “o” final por una “a”.
En esos pensamientos
andaba cuando de pronto Andrea dio un frenazo para no atropellar a Edelmiro que
se cruzó inopinadamente en su camino.
- ¡Ten cuidado, que casi te pillo! -el sujeto se dio la vuelta y entonces le vieron la cara- ¡Pero hombre, Edelmiro, qué haces por aquí tan despistado!
- Ej que voy pal pueblo pa decir toa la gente rara que sa juntao en tu melonar, Fermi.
- ¿Qué qué pasa en mi melonar? ¿No me lo habrán tocao?
- No sé, pero hay muchos autos y una orquesta de violinistas y no se cuanta gente más.
- ¡Ah, pues de eso nada, que en mi melonar no se organiza ningún botellón ni ninguna jarana, y menos sin mi permiso! Anda vete corriendo al pueblo y avisa a los municipales.
Y Edelmiro siguió corriendo a lo Forrest Gump –que era lo suyo- hacia el pueblo, mientras Andrea y la Fermi llegaban al melonar y con el corazón acelerado frenaban en seco en medio del tumulto.
Todas las miradas se volvieron hacia la camioneta de Andrea y cuando los vieron bajar se oyó un coro que gritaba al unísono:
- La Fe, ¡es la Fer...mi!
Pero la segunda sorpresa, en menos de un segundo, llegó cuando oyeron cómo arrancaba el Hummer de la Bestia que se alejaba de allí a toda pastilla, pero la Bestia no iba dentro, estaba allí tan asombrado como los demás. ¿Quién conducía entonces? Empezaron a mirarse unos a otros y a contar con los dedos. Como se había juntado allí tanta gente, alguno hasta se quitó los zapatos y los calcetines para poder seguir contando ya que con los dedos de las manos no tenía suficiente, aunque el creciente olor a queso atrajo nuevas nubes de moscas. Pero al fin, todos llegaron a la misma conclusión, el que se había largado aprovechando la confusión había sido Pedro Bareta.
- ¡Ten cuidado, que casi te pillo! -el sujeto se dio la vuelta y entonces le vieron la cara- ¡Pero hombre, Edelmiro, qué haces por aquí tan despistado!
- Ej que voy pal pueblo pa decir toa la gente rara que sa juntao en tu melonar, Fermi.
- ¿Qué qué pasa en mi melonar? ¿No me lo habrán tocao?
- No sé, pero hay muchos autos y una orquesta de violinistas y no se cuanta gente más.
- ¡Ah, pues de eso nada, que en mi melonar no se organiza ningún botellón ni ninguna jarana, y menos sin mi permiso! Anda vete corriendo al pueblo y avisa a los municipales.
Y Edelmiro siguió corriendo a lo Forrest Gump –que era lo suyo- hacia el pueblo, mientras Andrea y la Fermi llegaban al melonar y con el corazón acelerado frenaban en seco en medio del tumulto.
Todas las miradas se volvieron hacia la camioneta de Andrea y cuando los vieron bajar se oyó un coro que gritaba al unísono:
- La Fe, ¡es la Fer...mi!
Pero la segunda sorpresa, en menos de un segundo, llegó cuando oyeron cómo arrancaba el Hummer de la Bestia que se alejaba de allí a toda pastilla, pero la Bestia no iba dentro, estaba allí tan asombrado como los demás. ¿Quién conducía entonces? Empezaron a mirarse unos a otros y a contar con los dedos. Como se había juntado allí tanta gente, alguno hasta se quitó los zapatos y los calcetines para poder seguir contando ya que con los dedos de las manos no tenía suficiente, aunque el creciente olor a queso atrajo nuevas nubes de moscas. Pero al fin, todos llegaron a la misma conclusión, el que se había largado aprovechando la confusión había sido Pedro Bareta.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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