Capítulo 109.- Cuando Pili encontró a Mili
Kurkowsky
no podía creerse la mala pata que tenía. Justo en ese momento tan crucial tenía
que estar con la pata en alto en el hospital. Y con el tarado de Toribio a dos
habitaciones de la suya, profiriendo gritos y absurdeces, cada vez más
transtornado entre la medicación y los acontecimientos.
Sonó el móvil que tenía sobre la mesita. Número oculto. Kurkowsky contestó. Al otro lado, en ruso, una voz empezó a darle instrucciones. Empezó a sudar. Intentó explicarle a su interlocutor su situación, la imposibilidad de moverse de la cama. Sin embargo, el primero debió decirle algo convincente porque la conversación se saldó con un lacónico : "Будет, как вы говорите, товарищ.С уважением", o lo que es lo mismo, "Se hará como usted dice, camarada. Saludos".
Kurkowsky sabía lo que tenía que hacer. Lo más importante era contactar a Bareta. Le había llegado su turno. Luego se las ingeniaría para salir del hospital sin llamar demasiado la atención.
Bareta y Monteperales seguían insultándose dentro del Hummer. Si no llega a estar por medio la Bestia, se hubieran inflado a guantazos otra vez. A Bareta se le había pasado el efecto de los calmantes y solo quería echarle mano al causante de sus desdichas y sus cuernos. Si le dejaban, se comía vivo a ese malnacido de Jacinto.
Entonces sonó su móvil. Bareta respondió. "Pili, aquí Mili"- musitó una voz al otro lado del teléfono. Era el camarada Kurkowsky. “¡Atiza! ¡Justamente ahora, por Dios!”, se dijo para sus adentros.
"Sí, sí...-susurró bajito- aquí Pili. Ahora no puedo... llámeme en un rato. Me pilla en un mal momento, oiga"... Y le colgó.
Las caras de la Bestia y Monteperales, que lógicamente habían oído la conversación, eran un cuadro de Munch... Los ojos abiertos como platos y la mandíbula inferior colgándoles hasta la pechera...
"¿Pili?... ¿En que coño se ha metido este desgraciao? A ver si va a salir ahora un travelo...”, pensaba Monteperales, intentando imaginar en qué asuntos andaba Bareta...
Mientras
tanto Kurkowsky había habilitado una silla de ruedas para largarse de allí.
Tendría que ingeniárselas para no llamar la atención y para no tener problemas
a la hora de abandonar el hospital sin tener el alta. El pasillo estaba
despejado. “¡Bien!”, se dijo. Comenzó a rodar despacito, intentando pasar
desapercibido.
- ¿Dónde se cree que va? -dijo una voz a su espalda.
Era Desita, la auxiliar, que aquella tarde estaba de guardia y, como era muy cumplidora en sus labores, no dejaba pasar ni una..
- Ehhhh..., bueno... yo... -Kurkowsky estaba bloqueado, atrapado, no sabía por dónde salir.
Entonces apareció Toribio, huyendo de su hermana y en busca de un bocata de mortadela. No lo dudó un instante. Apuntando a Toribio con su arma reglamentaria le dijo a la enfermera:
- Se acabaron las preguntas. Me largo, y me llevo a este gilipollas como rehén... No se le ocurra avisar a seguridad o le pego un tiro. No se le ocurra pulsar un botón o me la cargo también a usted.".
Esperaba no tener que hacer nada de esto. A fin de cuentas era espía pero no asesino. No le molaba ir por ahí matando al personal. Si tenía que hacerlo, como parte del trabajo, lo hacía, pero hacerlo pa na, era tontería...
- Súbete -ordenó a Toribio.
Este se sentó de golpe sobre la pierna lesionada, lo que hizo que Kurkowsky profiriera un grito de dolor intenso:
- ¡Imbécil, retrasado mental! ¿No ves que estoy lesionado? ¡Ponte al otro lado, joder!...
Así que Toribio se acomodó en el lado izquierdo y de esta manera, en una silla de ruedas, a toda pastilla, salieron los dos del hospital.
Sonó el móvil que tenía sobre la mesita. Número oculto. Kurkowsky contestó. Al otro lado, en ruso, una voz empezó a darle instrucciones. Empezó a sudar. Intentó explicarle a su interlocutor su situación, la imposibilidad de moverse de la cama. Sin embargo, el primero debió decirle algo convincente porque la conversación se saldó con un lacónico : "Будет, как вы говорите, товарищ.С уважением", o lo que es lo mismo, "Se hará como usted dice, camarada. Saludos".
Kurkowsky sabía lo que tenía que hacer. Lo más importante era contactar a Bareta. Le había llegado su turno. Luego se las ingeniaría para salir del hospital sin llamar demasiado la atención.
Bareta y Monteperales seguían insultándose dentro del Hummer. Si no llega a estar por medio la Bestia, se hubieran inflado a guantazos otra vez. A Bareta se le había pasado el efecto de los calmantes y solo quería echarle mano al causante de sus desdichas y sus cuernos. Si le dejaban, se comía vivo a ese malnacido de Jacinto.
Entonces sonó su móvil. Bareta respondió. "Pili, aquí Mili"- musitó una voz al otro lado del teléfono. Era el camarada Kurkowsky. “¡Atiza! ¡Justamente ahora, por Dios!”, se dijo para sus adentros.
"Sí, sí...-susurró bajito- aquí Pili. Ahora no puedo... llámeme en un rato. Me pilla en un mal momento, oiga"... Y le colgó.
Las caras de la Bestia y Monteperales, que lógicamente habían oído la conversación, eran un cuadro de Munch... Los ojos abiertos como platos y la mandíbula inferior colgándoles hasta la pechera...
"¿Pili?... ¿En que coño se ha metido este desgraciao? A ver si va a salir ahora un travelo...”, pensaba Monteperales, intentando imaginar en qué asuntos andaba Bareta...
- ¿Dónde se cree que va? -dijo una voz a su espalda.
Era Desita, la auxiliar, que aquella tarde estaba de guardia y, como era muy cumplidora en sus labores, no dejaba pasar ni una..
- Ehhhh..., bueno... yo... -Kurkowsky estaba bloqueado, atrapado, no sabía por dónde salir.
Entonces apareció Toribio, huyendo de su hermana y en busca de un bocata de mortadela. No lo dudó un instante. Apuntando a Toribio con su arma reglamentaria le dijo a la enfermera:
- Se acabaron las preguntas. Me largo, y me llevo a este gilipollas como rehén... No se le ocurra avisar a seguridad o le pego un tiro. No se le ocurra pulsar un botón o me la cargo también a usted.".
Esperaba no tener que hacer nada de esto. A fin de cuentas era espía pero no asesino. No le molaba ir por ahí matando al personal. Si tenía que hacerlo, como parte del trabajo, lo hacía, pero hacerlo pa na, era tontería...
- Súbete -ordenó a Toribio.
Este se sentó de golpe sobre la pierna lesionada, lo que hizo que Kurkowsky profiriera un grito de dolor intenso:
- ¡Imbécil, retrasado mental! ¿No ves que estoy lesionado? ¡Ponte al otro lado, joder!...
Así que Toribio se acomodó en el lado izquierdo y de esta manera, en una silla de ruedas, a toda pastilla, salieron los dos del hospital.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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