Capítulo 107.- Máxima tensión
Cuando
Don Peridone llegó al melonar de la Fermi, contempló con una leve mueca de
satisfacción el espléndido aspecto que presentaba el melonar. Alzó una mano.
Chasqueó los dedos. Señaló a los cuatro puntos cardinales. Cuatro de sus
esbirros salieron en las cuatro direcciones y comenzaron a anotar el número de
melones por metro cuadrado y a tomar mediciones exactas del melonar. Otro de
sus acompañantes, portando mascarilla y guantes, tomaba muestras del suelo y de
algunas hojas de las plantas e incluso en algunos melones clavaban un fino
estilete con el que extraía unas gotas de su jugo. Esto último fue lo que hizo
arrancarse a Pifa, que –gracias a
su pasado olímpico y a la buena
forma física que aún poseía- les había alcanzado atravesando atronchacarrizo (o
sea, campo a través) y había llegado a ese lugar casi al mismo tiempo que la
comitiva italiana en sus coches. Pifa dio un grito:
- ¡Los melones ni tocarlos!
Y al oír semejante alarido y ver la figura atlética de Pifa que se dirigía hacia ellos, todos quedaron inmóviles, mirándolo con un ojo y con el otro mirando a Don Peridone para recibir instrucciones sobre lo que debían hacer a continuación. A nadie se le ocurriría hacer nada por iniciativa propia; no, desde luego, si Don Peridone estaba allí a su lado.
- Chi ho il piacere di parlare? Come osi interrompere?
- Soy Pifa, el dueño de aquél viñedo y el encargado de vigilar este melonar.
- ¡Ah! ¡Perfetto! Voglio informazioni su questi melonares. Ho sentito che Monteperales voleva comprare questo melone. È vero?
- Que yo sepa nadie lo ha comprado. Sigue perteneciendo a la Fermi –entonces Pifa se dio cuenta que se había convertido en un corderito, obedeciendo todas las órdenes de aquél individuo, cuando en realidad él iba a echarles una regañina por tocar los melones de la Fermi- ¡Pero bueno! ¡Aquí el que hace las preguntas y da las órdenes soy yo! ¡Diga a sus hombres que no me toquen los melones!
Al oír estas palabras se hizo un silencio sepulcral y a todos los esbirros de Don Peridone se les pusieron los ojos como platos y la boca abierta de par en par, momento que aprovecharon las moscas para meterse dentro, sin palmeta a mano que las espantara. Esto provocó un ataque simultáneo de tos en todos sus esbirros.
- Che cosa? –gritó asombrado Don Peridone- Come etirimol ha gettato questi meloni?
- ¡Lárguense de aquí! ¡Esto es propiedad privada!
Un leve parpadeo de Don Peridone fue suficiente para que todos sus esbirros se tragasen las moscas y sacasen con rapidez sus pistolas, apuntando a Pifa por todas partes (bueno, por arriba no, porque no habían traído helicópteros, y por debajo tampoco, porque estaba el suelo).
Pifa, que ya había visto muchos chorizos deambulando por el aeropuerto de Ciudad Real durante su construcción y primeros meses de su entrada en funcionamiento, no se arrendó, y dando un salto mortal con doble pirueta (era la misma maniobra que le valió la máxima puntuación en sus no tan lejanas participaciones olímpicas), se colocó detrás de Don Peridone y le aplicó una doble Nelson inmovilizándolo.
La
tensión había subido hasta límites insospechados: 130 de mínima y 180 de
máxima.
- ¡Los melones ni tocarlos!
Y al oír semejante alarido y ver la figura atlética de Pifa que se dirigía hacia ellos, todos quedaron inmóviles, mirándolo con un ojo y con el otro mirando a Don Peridone para recibir instrucciones sobre lo que debían hacer a continuación. A nadie se le ocurriría hacer nada por iniciativa propia; no, desde luego, si Don Peridone estaba allí a su lado.
- Chi ho il piacere di parlare? Come osi interrompere?
- Soy Pifa, el dueño de aquél viñedo y el encargado de vigilar este melonar.
- ¡Ah! ¡Perfetto! Voglio informazioni su questi melonares. Ho sentito che Monteperales voleva comprare questo melone. È vero?
- Que yo sepa nadie lo ha comprado. Sigue perteneciendo a la Fermi –entonces Pifa se dio cuenta que se había convertido en un corderito, obedeciendo todas las órdenes de aquél individuo, cuando en realidad él iba a echarles una regañina por tocar los melones de la Fermi- ¡Pero bueno! ¡Aquí el que hace las preguntas y da las órdenes soy yo! ¡Diga a sus hombres que no me toquen los melones!
Al oír estas palabras se hizo un silencio sepulcral y a todos los esbirros de Don Peridone se les pusieron los ojos como platos y la boca abierta de par en par, momento que aprovecharon las moscas para meterse dentro, sin palmeta a mano que las espantara. Esto provocó un ataque simultáneo de tos en todos sus esbirros.
- Che cosa? –gritó asombrado Don Peridone- Come etirimol ha gettato questi meloni?
- ¡Lárguense de aquí! ¡Esto es propiedad privada!
Un leve parpadeo de Don Peridone fue suficiente para que todos sus esbirros se tragasen las moscas y sacasen con rapidez sus pistolas, apuntando a Pifa por todas partes (bueno, por arriba no, porque no habían traído helicópteros, y por debajo tampoco, porque estaba el suelo).
Pifa, que ya había visto muchos chorizos deambulando por el aeropuerto de Ciudad Real durante su construcción y primeros meses de su entrada en funcionamiento, no se arrendó, y dando un salto mortal con doble pirueta (era la misma maniobra que le valió la máxima puntuación en sus no tan lejanas participaciones olímpicas), se colocó detrás de Don Peridone y le aplicó una doble Nelson inmovilizándolo.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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