sábado, 13 de febrero de 2021

Un cadáver exquisito (104)

Capítulo 101.- No existen amores imposibles, sino amantes cobardes
 
Pero justo unos momentos antes de que se hubiese alcanzado el clímax en la segunda planta del Hospital Central, el Dr. Palominos se había visto sometido al tercer grado: Anacleta se le había declarado; el padre de ella, el sargento Miñambres, le había dicho que de eso nada, que tenía pensada otra boda para ella; y él –que estaba hecho un lío- había salido corriendo mientras Anacleta se desmayaba, se le soltaba la tripa, se despertaba, se iba a limpiar el trasero al váter, salía de allí sin cagar leches (que ya había cagado bastante) antes de que llegasen los GRECOS y cogía una bicicleta que algún incauto dejó aparcada sin cadena en el parking del hospital y se marchaba de allí sin rumbo fijo y sin saber si se le saldría la cadena (que en eso era especialista).
 
Palominos, en un rincón de la planta baja no sabía qué hacer. Entonces vio llegar a las fuerzas especiales  de  seguridad y pensó “ya está bien de tanto pensar, ¡hay que actuar!” y pasó a la acción, es decir, puso pies en polvorosa y salió disparado en busca de Anacleta. Le declararía su amor por encima de cualquier impedimento, como Romeo a Julieta, como Calixto a Melibea, como Juan Diego Martínez de Marcilla a Isabel de Segura (los de Teruel), como Felipe a Juana (la loca), como Marco Antonio a Cleopatra, como Akenatón a Nefertiti, como Orfeo a Eurídice, como Pigmalión a Galatea, como John F. Kennedy (y otros muchos más) a Marilyn Monroe, como Adolf Hitler a Eva Braun, como Salomón a la reina de Saba, como Bonnie a Clyde, como Santiago a Bernabéu, como Vicente a Calderón...
 
Y si ella había salido de allí en bicicleta, él que iba en coche la alcanzaría enseguida; estaba seguro que se dirigía al “Parque Tec, no lógico” por el que solían pasear, y además, también estaba seguro que a su Anacleta se le saldría la cadena y entonces allí estaría él... “No existen amores imposibles, sino amantes cobardes”, se dijo; y él no volvería a ser un cobarde.

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