jueves, 11 de febrero de 2021

Un cadáver exquisito (102)

Capítulo 99.- De vuelta al redil
 
Toribio se sentía fatal, hambriento y ultrajado. Aquel hospital se estaba convirtiendo en una pesadilla, era como un punto de retorno, pensaba. Hiciera lo que hiciera siempre volvía allí. Estaba desesperado.
 
- ¡Eh oiga! ¿Dónde piensa que se lleva a este hombre? –la enfermera de planta, en jarras, le increpó al policía que llevaba esposado a Toribio.
- Señora, este hombre está drogado y estaba a punto de agredir a unos jóvenes, así que se viene conmigo a jefatura -dijo el agente.
- A este hombre, lo único que le pasa es que le han dado diazepam como para una fiesta y haloperidol en dosis de caballo, y se encuentra sufriendo los efectos secundarios propios de ello... Así que haga el favor de soltarlo que me lo tengo que llevar a su habitación, que llevamos un rato buscándolo y nos está volviendo tarumba...
El policía lo soltó sin rechistar y Toribio fue conducido apesadumbrado y manso a su habitación mientras musitaba no se qué de la mortadela del Carrefour...
 
Desita, era una auxiliar de enfermera que empezaba aquel día sus prácticas tuteladas y estaba tan nerviosa como un flan. Cuando fue a realizar la ronda diaria de visitas por las habitaciones, se quedó mirando embelesada a Quico, un celador chuleta y vivaz, que mostraba sin  decoro  el  último tatuaje  que se había hecho cerca del ombligo, descubriendo intencionadamente todo su torso musculoso.
Quizá por eso Desita mezcló la medicación, o la confundió, o vaya usted a saber qué paso, pero el caso es que a Toribio aquel día le atizaron una dosis extra de cloruro mórfico, destinado al paciente de la cama 32, recién operado de una hernia de disco, que profería alaridos de dolor al esfumarse el efecto de la anestesia.
 
Eufemia, la hermana de Toribio, que había venido de visita, fue la primera que se dio cuenta de que su hermano no "rulaba" bien.
 
- ¿Y cómo te dan de comer aquí? -preguntó sin mucho interés.
- Tú, so guarra, que haces las cocretas con jamón rancio... Lo mismo piensas que me voy a comer tu bazofia, como el pobre Adolfo, que en paz descanse... Se murió por comer la mierda que tú preparas -dijo delirando Toribio.
- ¿Mi Adolfo ?... Está más fresco que una lechuga... ¿qué mosca te ha picado?
- No, no -insistía- Adolfo estuvo muy malo...
- Pero eso fue cuando agarró un dengue, que se iba de bareta, hace ya dos años, de vuelta del viaje de Santo Domingo.
- Pero luego se murió -sentenció Toribio.
- ¡Y dale!
- Igual que el abuelo... -empezó a relatar- ¿O es que me vas a decir no se ha muerto el abuelo?
- Andaaaaaaaaa.... -replicó Eufemia- hace cuarenta años.
- ¿Y la abuela?
- Pues otro tanto, hermoso...
- Entonces... ¿solamente quedo yo? -dijo Toribio al borde del pánico- Por eso has venido a liquidarme, mal bicho, so pécora.
- Pero... ¿se puede saber que gilipolleces estás diciendo, anormal - contestó su hermana empezando a molestarse.
Toribio comenzó a revolverse nervioso en la cama y a querer levantarse, arrancándose las sondas y el pijama, preso de un ataque de pánico....
- ¡Ayudaaaaaaaaa! ¡Esta bruja me quiere liquidar! -comenzó a chillar- ¡Que no se me acerqueeeeeeeeeeeeeeee!
- ¡Ay mi madre!... Se ha trastornao este hombre, se ha vuelto chalao del todo –decía Eufemia, llevándose las manos a la cabeza e intentando impedir que Toribio se quedara en pelotas.
Entonces apareció el sargento Miñambres en la puerta. Venía jadeante y sofocado al oír los gritos de socorro...
- ¡A ver! ¿Quién quiere matar a quién? -voceó con malas pulgas.

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