Ante la desastrosa situación financiera de nuestra Sanidad pública, y en vez de atajar los problemas que causan el déficit, los responsables de corregir la situación optan por lo más fácil y cortoplacista (que no resolutivo): bajar los precios de los medicamentos, obligar a recetar genéricos, no permitir la prescripción de medicamentos muy caros cuando haya otros parecidos pero más baratos, etc. Se llega incluso a la incongruencia de que –a igualdad de precio- se optará siempre por el genérico.
Es evidente que vamos a una Medicina para ricos (la privada), otra para clases medias (las aseguradoras sanitarias) y otra para pobres (la sanidad pública). A los pacientes que acudan a esta última sólo les darán genéricos (y no todos, sólo algunos), mientras que los que acudan a las otras podrán recibir tanto genéricos como medicamentos de marca, según lo estime conveniente el médico en función de las peculiaridades de cada paciente.
Como vemos, en unos casos decide la Administración qué es lo que hay que recetar y en otros casos, es el médico quien lo decide. Pero ¿y el paciente? ¿No tiene nada que decir? (Estamos hablando de pacientes bien informados que, afortunadamente, cada vez hay más).
Lo lógico y deseable, desde mi punto de vista (y en base a las telarañas que pueblan los bolsillos de la Administración) sería que la Sanidad pública fijase muy claramente qué servicios (operaciones quirúrgicas, pruebas diagnósticas, medicamentos, etc.) ofrecerá gratuitamente a los usuarios, y que éstos –cuando deseen un medicamento diferente al ofertado por la Administración y el médico estime acertada esta opción- puedan recibirlo pagando ellos la diferencia de precio.
De esta forma, la Administración no gastaría más; el médico tendría total libertad de prescripción (“puedo recetarle esto que paga la sanidad pública o esto otro por lo que tendría que pagar tanto; las diferencias entre uno y otros son estas y es usted quien decide”); el paciente se sentiría parte activa del acto médico y eso se traduciría no sólo en un mayor nivel de satisfacción sino en una mayor adherencia al tratamiento y por consiguiente en unos mejores resultados de salud; y finalmente, el laboratorio, podría promocionar sus productos sin que ninguna Administración le birlase su oportunidad de competir con otros productos por un justo nicho de mercado.
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