domingo, 13 de febrero de 2011

Desmontando a Ussía

Alfonso Ussía tiene un verbo fácil, agudo, ingenioso, erudito y con gran sentido del humor (lo cual siempre es de agradecer). Sin embargo algunas veces se empeña en defender lo indefendible, y entonces sus argumentos resultan de lo más peregrino. Una prueba de esto último pude leerla ayer cuando defendía (como si estuviese a sueldo de las tabaqueras) a los fumadores tratando de justificar que sus derechos están por encima de los demás. Veamos alguna “perlas” que soltó:

“Se trata de ser libre sin herir la libertad de los demás. De poder fumar sin molestar a los que o lo hacen”, decía. Pues si de eso se trata, como él argumenta, esta Ley garantiza que no se moleste a los que no fuman. Un bar o restaurante donde puede fumar todo el que quiera es un local donde se molesta a quienes no desean fumar y no sólo eso, sino que se atenta contra su salud, sobre todo la de los más débiles (niños, embarazadas, personas con alguna enfermedad respiratoria...) y de los trabajadores no fumadores que tienen que vivir en un ambiente insano para poder ganarse un sueldo.

“Poco a poco iré abandonando mi asiduidad a mis restaurantes preferidos”, decía. Pues estos restaurantes verán como poco a poco van ganando una nueva clientela, la de todos aquellos que no íbamos casi nunca a restaurantes porque nos resultaba desagradable el pestazo a tabaco. Y pasado muy poco tiempo, también él y los que son como él volverán y adaptarán sus costumbres a los nuevos tiempos. Por ejemplo, cuando yo era niño había en los descansillos de las escaleras “escupideras” ya que era una costumbre escupir al suelo. Afortunadamente esta desagradable y antihigiénica costumbre ya ha desparecido (excepto en los partidos de fútbol donde nuestras “estrellas” pasan más tiempo escupiendo que jugando al fútbol.

“Las leyes hay que cumplirlas siempre que no conculquen la libertad y ataquen la normalidad de la costumbre”, decía. Pues eso, las leyes hay que cumplirlas, sobre todo esta que lo que hace es garantizar la libertad de aquellas personas que no quieren que les obliguen a respirar humo de tabaco. Y en cuanto a la “normalidad de la costumbre” hay que adaptarse a los nuevos tiempos, y si no ¿por qué no se mantiene, por ejemplo, la costumbre de las luchas a muerte entre gladiadores? ¡Si tenía mucho éxito, una gran cantidad de público adicto y generaba negocio y riqueza para el país!

“Fumar en la calle no se disfruta”, decía. Pues que fume en su casa o en clubs de fumadores que a partir de ahora van a proliferar como setas. O en el estadio, o sentado tranquilamente en la terraza abierta de un bar ¿es que ahí no se “disfruta”?

Y para terminar decía que los que fuman “lo hacemos sin molestar a los que no fuman”. ¿Habrán leído estas líneas las viudas y huérfanos de las 6.000 (sí, seis mil) personas que cada año (sí, cada año) mueren en España por culpa de haber tenido que respirar el humo de otros?

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