martes, 30 de abril de 2024

Marcha nórdica

Ya he comentado en el post relativo al esquí o a los demás deportes de invierno, que estas modalidades deportivas no son aquellas en las que más destaco a pesar de la gran atracción que siento hacia la nieve y hacia todo lo relativo a los países nórdicos. Parecía un contrasentido que un noruego de corazón como yo no practicase, como mínimo de forma correcta, ningún deporte nórdico... hasta que conocí la Marcha nórdica o Nordic walking. Se trata de una especialidad que consiste en caminar por el campo ayudado con unos bastones similares a los del esquí (ojo, pero no iguales). Tiene la ventaja que se puede practicar a cualquier edad y, en mi caso, esa edad ha sido la tercera, es decir, la tercera edad, o sea, ya pasados los 65 años.
 
Quizás sea por eso, que por los pocos años que llevo practicando Marcha nórdica, aún no tengo ninguna anécdota que contar, sólo reseñar que –según dicen- en este deporte se ejercitan más músculos incluso que en la Natación, lo que le convierte en el deporte más completo. Téngase en cuenta que la Marcha nórdica vuelve al hombre cuadrúpedo ya que el uso que se da a los bastones es el equivalente a ir a cuatro patas y por tanto se ejercitan por igual tanto las piernas como los brazos, además del resto del cuerpo con una ventaja añadida: la espalda permanece recta y erguida, lo cual resulta muy beneficioso para la salud de la espalda.
 
Para practicarlo sólo se necesita aprender bien la técnica de marcha, unos buenos bastones, un buen calzado deportivo y el horizonte de un amplio parque o del campo para insuflar energía a nuestro cuerpo y a nuestra alma.
 

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lunes, 29 de abril de 2024

Marcha atlética

Una de las disciplinas del Atletismo es la Marcha atlética, a la que también se la conoce simplemente como Marcha, un deporte en el que se intenta caminar lo más rápido posible pero sin llegar a correr, por eso siempre debe estar apoyado en el suelo uno de los dos pies y cuando en algún momento los jueces ven que el marchador no ha tocado el suelo con ninguno de los dos pies le dan una amonestación y a la tercera será expulsado de la prueba. España ha tenido grandes marchadores y uno de ellos he sido yo aunque no haya competido nunca.
 
Tanto en pistas de Atletismo como en algún parque o zona lisa donde no hubiera demasiada gente mirando (los movimientos que debe hacer el marchador oscilan entre lo ridículo y lo cómico) me dedicaba a este curioso deporte para el que se necesita poco peso corporal y mucho nervio. Para poder impulsar el cuerpo adecuadamente hay que ir moviendo mucho las caderas con cada paso al tiempo que los brazos, doblados por el codo, se mueven con brío conforme se avanza... por eso digo que el aspecto del marchador suele ser cómico o ridículo. Lo que resulta evidente es que con la marcha se pueden alcanzar importantes velocidades; he llegado a alcanzar los 8 kilómetros hora (velocidad a la que muchos suelen correr) en los aparatos de cinta móvil que hay en los gimnasios y que la gente utiliza precisamente para correr, no para hacer Marcha. Sin embargo esas cintas para correr (o eventualmente hacer Marcha como algunas veces he hecho en ellas) no ofrecen ningún aliciente salvo el conocer la velocidad a la que vas y la distancia recorrida. Lo bonito de la Marcha es avanzar por el campo y descubrir nuevos parajes, no estar como un tonto caminando sin moverse del sitio.
 
De mi estilo como marchador dio buen aprueba un vídeo que colgué hace años en YouTube y que titulé “Correcaminos hispanicus y Coyote”. En este brevísimo vídeo se me podía ver practicando la marcha un una pista de Atletismo de la Ciudad Universitaria de Madrid. Como lo de la Marcha ya he dicho que resulta cómico, por eso titulé ese video como “Correcaminos hispanicus” ya que así era como me sentía al practicar este deporte. Pero “¿Y lo de Coyote?”, te estarás preguntando. En aquella ocasión en que tomé el vídeo no iba solo sino que me acompañaba mi perro, un pequeño Westin, el cual nada más verme aparecer marchando a toda velocidad como el pájaro Correcaminos, salió corriendo detrás de mi tal como hacía su eterno enemigo el Coyote, por eso le adjudiqué a mi perro el papel secundario de Coyote en esta súper mini producción cinematográfica. ¿Y cuánto duraba el vídeo? Pues sólo nueve segundos, ya que la cámara estaba colocada sobre un trípode en modo automático y mi velocidad era tal que enseguida me salí del encuadre.
 
Actualmente practico muy poco la Marcha pero cuando voy andando por la calle he conseguido ir casi a la misma velocidad que un marchador aunque sin mover de esa forma tan exagerada la cadera y los brazos. Con esto consigo que mi recorrido por las calles no llame la atención, por más que la velocidad que alcanzo levante una corriente de aire que despeina a todos los que adelanto.
 

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domingo, 28 de abril de 2024

Luge

Quizás muchos de los que estáis leyendo este libro no sabéis lo que es el Luge, así que os lo aclararé. Se trata de un deporte olímpico de invierno que, junto al Bobsleigh y el Skeleton representan distintas modalidades de descenso en trineo (Luge es una palabra francesa que significa trineo ligero). Las características del trineo, según se explica en este deporte, os resultarán familiares: un pequeño armazón en donde el piloto va sentado o tumbado boca arriba y mirando hacia delante, basculando con su cuerpo para dirigirlo.
 
La realidad es que todo aquel que haya sido niño o tenga niños, habrá disfrutado de este deporte de invierno. Pero para sorprender al lector, como me gusta hacer, contaré una de mis primeras experiencias cuando no tenía trineo y, aunque ya era mayor de edad, tampoco tenía mucho conocimiento dentro de la sesera. Subí a Navacerrada un domingo con buena cantidad de nieve y numerosos esquiadores en las pistas. Como no tenía trineo, no se ocurrió otra cosa que coger una gran bolsa de plástico, de esas que da El Corte Inglés para proteger los trajes (eso demuestra que lo hice con premeditación y alevosía, puesto que la bolsa no estaba en el maletero del coche por casualidad). Y busqué una pendiente por donde pudiera deslizarme con ella a modo de trineo. Por fin encontré una pendiente preciosa y despejada, me senté sobre el plástico y me lancé por ella. Según bajaba a toda velocidad, me sorprendió que me adelantara un esquiador, y un poco más tarde otro, y al cabo de unos segundos un silbato y unos gritos me alertaban para que me apartase de allí. ¡Me había lanzado por una pista de esquí! Cuando me di cuenta, ya no había posibilidad de marcha atrás, así que giré como puede hacia un lado para salir por un costado de la pista, antes de llegar hasta el final. Recogí mi plástico y me alejé tan deprisa como pude, diciendo a lo Bart Simpson: “Yo no he sido, yo no estaba allí”. Seguramente me llamaron de todo, pero el gustazo que me di bajando por aquella inmaculada pendiente no me lo quita nadie.
 
Ya más en serio, acudí otras muchas veces a la sierra madrileña para practicar Luge, unas veces con trineos alquilados y –cuando tuve niños pequeños- con uno de plástico que les compre (bueno, que compré para todos porque yo lo utilizaba tanto o más que ellos).
 
Ahora bien, si creéis que con esto he acabado, estáis muy equivocados, porque ya más en serio también lo he practicado, pero para eso tendrás que irte a la letra “O” de “Olimpiadas de Invierno”: mi primera y única carrera seria y competitiva de trineos, o sea, de Luge.
 

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sábado, 27 de abril de 2024

Lanzamientos

Otra de las pruebas típicas del Atletismo es el Lanzamiento, del que existen muchas modalidades según qué objeto sea el que se lance. Los más comunes son el lanzamiento de peso, de disco, de martillo y de jabalina. Por lo que se refiere a mi experiencia en Lanzamientos, la verdad es que he “lanzado” muchas cosas a lo largo de mi vida. De jabalina, nada, si acaso algún palo cuando paso un día de campo. De disco, tampoco, porque siempre he apreciado mucho mis vinilos y si alguno se ha roto, sencillamente lo he depositado con gran dolor de mi corazón en el cubo de basura. De martillo tampoco, porque aunque me guste el bricolaje no se me ocurre lanzarle el martillo a nadie, so riesgo de escalabrarlo. Finalmente queda eso del lanzamiento de peso, y sí que es verdad que he lanzado objetos de las más diversas formas y pesos en todo tipo de circunstancias, tanto recreativas como de pura necesidad.
 
Si hay que atravesar un río, lanzo primero la mochila al otro lado y luego salto yo. Si hay que hacer caer un balón de la copa de un árbol, le lanzo piedras para recuperarlo. Y si se trata de competir con los amigos o simplemente divertirse, lanzamos piedras a ver quién llega más lejos. Me temo que en esta práctica deportiva he sido muy poco deportivo y ni siquiera he cuidado la técnica (esos movimientos circulares que hay que hacer para tomar impulso a la hora de lanzar) porque siempre he pensado que iba a ser peor el remedio que la enfermedad, es decir, que de tanta vuelta me iba a marear y el objeto acabaría impactando contra la persona que tuviese al lado.
En cambio sí que he hecho muchísimos lanzamientos en mi vida profesional, pero han sido lanzamientos de productos, de diarios digitales, de revistas de información, de campañas de publicidad y promociones, etc., y no sé por qué me parece que esto no cuenta como deporte, aunque casi todos esos lanzamientos hayan sido un éxito.
 

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viernes, 26 de abril de 2024

Karting (y 2)

Poco después viví una nueva experiencia en este mismo circuito. La Editorial Doyma (hoy Elsevier) me invitó a una mañana de Karting a la que podía  ir con un acompañante, para lo cual elegí a mi hija menor. Hicieron dos equipos, uno con los hijos (porque yo no fui el único padre que acudió acompañado de algún hijo) y otro con los adultos (otros Jefes de Comunicación y responsables de Marketing de distintos laboratorios farmacéuticos). La experiencia fue similar: disfruté conduciendo, supongo que también adelgacé algo a causa de la sesión involuntaria de sauna, me volvieron a adelantar y quedé el último, aunque mejorando carrera tras carrera mis tiempos, lo cual supuso todo un éxito. Pero es que además, para mí, el mayor éxito es que yo demostré ser un excelente piloto porque no me choqué ni una sola vez, e incluso esta vez estuve atento para apartarme cada vez que quería adelantarme otro piloto y así evitar el choque. Mientras los pilotos rivales iban a lo loco, chocando contra todo y contra todos, yo mantuve mi coche impoluto, sin un solo rasguño, demostrando unos reflejos y una habilidad extraordinarios. Estoy seguro que si una compañía de seguros de automóvil me hubiera visto conducir, me hubieran ofrecido una póliza a precio de ganga porque ningún otro piloto les iba a salir tan barato como yo: ni un solo parte de accidente en todas las carreras. Dicen que de tal palo tal astilla, y así debe ser, porque a mi hija le sucedió lo mismo: quedó la última de su grupo... pero tanto ella como su coche salieron ilesos.
 
Después de aquellas dos experiencias no he vuelto a practicar este deporte, aunque no descarto volver a hacerlo. De lo que estoy seguro es de mantener mi profesionalidad y evitar por todos los medios cualquier tipo de accidente. ¿No dice Jesús en el Evangelio que “los últimos serán los primeros”? Pues yo pienso seguir siendo el último, o sea, el primero.
 

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jueves, 25 de abril de 2024

Karting (1)

El Karting o Kart es una disciplina perteneciente al deporte del Automovilismo. Se practica con unos vehículos especiales de motor, llamados “karts” en un circuito cerrado. El Karting es la modalidad por excelencia para la formación de los pilotos y el kart suele ser el primer automóvil de competición con el que debutan los aspirantes a piloto profesional, algo que suele suceder en edades tan tempranas como a partir de los ocho años. Pues bien, en mi caso, aunque también he practicado el Karting debo decir que ha sido al revés: ha sido en la edad madura, y no en la infancia o juventud, cuando he pilotado alguna vez estos bólidos (también debería aclarar que cuando yo era niño o cuando yo era joven, esto no existía, y lo más parecido a un kart era una caja de madera a la que se ponían cuatro ruedas y se echaban a rodar cuesta abajo por una calle adoquinada del pueblo).
 
En realidad, mi experiencia en este deporte ha sido más bien escasa, testimonial, diría, habiendo participado únicamente en dos carreras, ambas en el circuito Carlos Sainz, de Madrid. En la primera ocasión acudí con varios miembros de mi familia y de la familia de mi yerno. Lo primero que se siente al llegar allí es el profesionalismo, con un circuito perfectamente dotado de todos los adelantos. Además, y ya de entrada, cuando te apuntas para correr en una carrera, en la que participarán 10 ó 15 pilotos (evidentemente –en este caso- habría varios miembros de la familia pero también otros muchos pilotos ajenos a la misma), te dan el mono de piloto y el casco. Eso es bueno porque te sientes como un auténtico piloto profesional, pero lo malo es que ese mono y casco dan tanto calor que tan pronto como te los enfundas, aquello parece más una sauna que un circuito automovilístico.
 
En este debut en el mundo del Karting, donde corrí varias carreras, guardo recuerdos agradables y otros no tantos. En lo positivo, la sensación de velocidad y competitividad que se respira, el placer de conducir esos coches, y la hoja que te entregan al final en donde puedes ver todas las estadísticas: posición ocupada, velocidad media y velocidad máxima, número de vueltas, etc. En lo negativo, aparte del calor insoportable, lo resentida que acaba la espalda al final de las carreras y el tener que competir con otros pilotos que parece que se están jugando la vida, porque una cosa es correr lo más deprisa posible y otra muy distinta ir como un loco. Eso era, en efecto, lo que hicieron muchos de aquellos pilotos ajenos que competían con nosotros; no les bastaba con pisar el acelerador a tope (debían pensar que estaba prohibido pisar el pedal del freno) sino que te adelantaban sin ningún miramiento, te arrinconaban, te empujaban... se creían que estaban en los coches de choques de las Ferias y no paraban de golpearse con las paredes en todas las curvas y con los contrarios cada vez que los adelantaban. Total, que yo me sentí muy orgulloso de comprobar al final cómo había mejorado mis tiempos de una carrera a otra, aunque por detrás de mí sólo quedaron... las mujeres.
 

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miércoles, 24 de abril de 2024

Kárate (empresario) (y 2)

Para terminar, contaré una anécdota que no tiene que ver con el Kárate salvo que la misma se produjo en esa presentación. Había contratado un operador de cámara para que filmase todas las intervenciones y nos entregase después un video. Sé que los andaluces tienen fama de vagos, pero este les daba sopas con ondas a todos (aunque esto lo averigüé después). Eso sí, fue cumplidor y al día siguiente nos entregó la cinta que había grabado y la correspondiente factura (menos mal que se pagaba a 90 días). Al llegar a Madrid nos pusimos a visionar la cinta. Buen comienzo, primera presentación, el primer orador hablando desde su atril, perfecto, buena imagen, buen sonido, el orador sigue hablado y... ¡oh, sorpresa! el orador se mueve por el escenario con el micrófono en una mano y el puntero en otra para señalar algo en la pantalla donde se iban proyectando diapositivas y... la cámara seguía fija enfocando el atril que había quedado vacío. “¿Qué es esto? ¡No puede ser!” nos decíamos extrañados. Pero la presentación seguía avanzando y se escuchaba la voz del orador... pero no se le veía. Comenzamos a pasar la cinta deprisa y... ¡oh, incredulidad! todo seguía igual. De vez en cuando el orador se acercaba al atril y luego se retiraba, pero la cámara seguía enfocando el atril vacío. Y así fue toda la cinta. El tío que habíamos contratado (no me parece oportuno decir “el profesional que habíamos contratado”) había montado la cámara en su trípode, le había dado al “Rec” y se había ido a tomar cañas. ¡Y encima nos adjuntaba esa cinta junto con su factura!
 
Ni que decir tiene que además de echarle una bronca no se le pagó la factura... y era tan vago que ni siquiera se esforzó ni en reclamar ni en pedir disculpas. “Que no se hubiesen movido tanto”, creo recordar que llegó a decir para justificarse. Ahí sí que hubiera venido bien una exhibición de Kárate teniéndole a él como sparring.
 

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martes, 23 de abril de 2024

Kárate (empresario) (1)

Menos mal que al dar título a este capítulo he especificado que mi relación con el Kárate no fue como karateca sino como empresario, porque si no ya estaríais preguntando: “¿Pero es que también practicaste Kárate?”. En este caso, mi relación con este deporte ha sido muy esporádica aunque no por ello menos significativa. En primer lugar recuerdo que mi hija mayor (cuando era pequeña) se apuntó a clases de Kárate, por lo que no era raro ver en mi casa el clásico kimono, los cinturones que iban cambiando de color según progresaba adecuadamente, etc., así como escuchar los gritos que se dan (digo yo que será para asustar al contrario) cuando hacía algún ensayo en casa. Aparte de esto, y asistir como espectador a un campeonato en donde participaba (lo importante era participar, así que ya sabéis el resultado) no tuve más relación con este deporte... hasta el año 1987.
 
Trabajaba entonces en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (hoy Syngenta) como Jefe de Publicidad y un buen día llegó el momento de lanzar un nuevo insecticida cuyo nombre comercial sería “Kárate” (lambda-cihalotrin). Siendo yo el Jefe de Publicidad me correspondía el honor de crear la campaña de publicidad para su lanzamiento y, en este caso, estaba claro que debía girar sobre el Kárate para que la imagen del deporte y el nombre de marca del producto se asociasen de inmediato; es más, la idea era que esta asociación fuese tan evidente que cada vez que algún agricultor oyese, leyese o viese algo de Kárate, inmediatamente le viniese a la mente la imagen de marca de nuestro insecticida.
 
Lo primero que hice, no obstante, fue estudiar el producto, y pude comprobar cómo se trataba de un insecticida muy potente que necesitaba una dosis de sólo 15 gramos por hectárea y esta bajísima concentración no hacía daño a las abejas ni a otros insectos beneficiosos, ni dejaba residuos significativos en el suelo. Ya tenía la clave. Mi eslogan fue “Kárate, lucha limpio”. ¡El fair play llevado a la publicidad! Ese slogan, junto con el logotipo del producto figuró en todo tipo de materiales y artículos publicitarios (folletos, carteles, anuncios prensa, vallas, cabinas telefónicas (donde se veía a un karateca a tamaño real), camisetas, gorras, bolígrafos... y ya que se trataba de Kárate, también cinturones. En los folletos se comenzaba diciendo “Si las plagas pueden con Vd...” y se continuaba con la solución: “Deles un golpe de Kárate”. Después, tras exponer sus características, ventajas y aplicaciones, se concluía diciendo que Kárate era “El golpe definitivo contra las plagas”.
 
Llegó la hora de preparar la gran reunión de presentación a los principales cliente, 240 distribuidores de toda España, a quienes reunimos en el Hotel Los Lebreros, de Sevilla, que tiene un espectacular auditorio. En aquél marco debía sorprender a la audiencia y a ciencia cierta que lo conseguí porque nadie de fuera y casi nadie de dentro de la empresa supo qué sorpresa tenía preparada: ni más ni menos que una exhibición muy especial de Kárate. De cómo cuidé todos los detalles sirva de ejemplo cómo inspeccioné minuciosamente el escenario y me preocupé al encontrar en el suelo del mismo unos cajetines bajo los cuales había enchufes. Esto sería muy útil en cualquier otra circunstancia, pero si iban a estar sobre ese suelo varios karatecas zurrándose la badana y dándose costalazos contra el suelo, los pequeños salientes de esos cajetines podían provocarles alguna herida. Pensado y hecho: salí a la calle a buscar unos fieltros autoadhesivos, los recorté y los pegué sobre dichas tapas. Ya no habría posibilidad de accidente involuntario.
 
La sesión de presentación se desarrolló como era habitual... hasta que llegó el momento en que dijeron: “Y ahora os tenemos que presentar una sorpresa” (es lo que yo les había dicho que dijesen para anunciar mi intervención). Salí al escenario y muy serio me dirigí a la audiencia, diciéndoles que habíamos traído a los mejores especialistas de kárate (ellos pensaban que me refería a expertos conocedores del producto) para que allí mismo nos demostrasen sus cualidades. Miré a la audiencia y pude comprobar satisfecho sus caras de expectación, así como las caras de muchos compañeros y directivos que no sabían de qué iba la cosa. Todos pensaban que sería o una de mis habituales bromas o bien que iba en serio y había invitado a expertos en la lucha contra las plagas. Entonces comencé a presentarlos y según los nombraba iban apareciendo en el escenario en medio de un run run de comentarios de sorpresa.
 
Estos fueron los “expertos” que llevé a aquella presentación como cierre de la misma: “Ana y Mayte San Narciso, María Luisa Esclarín y María Victoria Garcés”. Aparecieron ellas, chicas jóvenes y bien parecidas, con sus flamantes kimonos de Kárate. Pero no eran unas karatecas cualquiera y así se lo hice saber a la audiencia, añadiendo: “Ellas son las mejores karatecas de España y unas de las mejores del mundo. Ana y Mayte son las actuales Campeonas de España, individual y por equipos, y además han conseguido el cuarto puesto individual y por equipos en la última Copa del Mundo. Entre las cuatro han sumado en los últimos cinco años 33 Campeonatos, 12 Subcampeonatos y 17 terceros puestos”. Finalmente presenté a su entrenador y comenzaron su exhibición de Kárate que captó y mantuvo todo el tiempo el interés de la audiencia, mientras resonaban en medio del silencio más absoluto –interrumpido sólo por algún “¡Ooooh!” de exclamación- los clásicos gritos de las karatecas y los golpes de estas al caer al suelo.
 

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lunes, 22 de abril de 2024

Hípica (y 2)

No obstante la vida da muchas vueltas, nos prepara inusitadas sorpresas y, entre ellas, una experiencia insólita que paso a contaros. Se trata de mi postrero, de mi aislado y último contacto con la Hípica a lomos de un auténtico caballo. Pero ¿qué sucedió? Para compartir con vosotros esta historia os invito a cerrar los ojos, subir a un avión imaginario y viajar hasta Argentina.
 
Por aquél entonces llevaba varios años trabajando en la compañía de agroquímicos ICI-Zeltia (hoy Syngenta) como Jefe de Publicidad. Como me ocupaba, entre otras cosas, de colaborar en la organización de viajes y convenciones, el comercial de Meliá Viajes, con quien contratábamos muchas veces dichos eventos, me invitó a participar en un inolvidable viaje a Argentina junto con los responsables de Publicidad de otras compañías. Fue así como por primera y única vez crucé el charco y visité Buenos Aires y las cataratas de Iguazú, pero también hubo otra visita: a una auténtica hacienda argentina, de esas que vemos en las películas, con los gauchos, el ganado... y los caballos.
 
Tras la correspondiente visita nos ofrecieron una espectacular comida a base de asados –como la ocasión lo merecía- amenizada por un grupo de folklore local. Al terminar la comida nos dijeron que hiciésemos lo que quisiésemos hasta la hora de la partida, tomar copas con barra libre, pasear por allí o... montar a caballo.
 
Naturalmente yo elegí sin dudar esto último y me dirigí al lugar donde había algunos caballos atados a los árboles, paciendo tranquilamente. Elegí uno, me acerqué, lo acaricié... parecía manso. Me subí, cogí las riendas y... ¿Alguna vez habéis intentado arrancar el coche y se os ha calado? Pues eso mismo me pasó: el caballo no arrancaba. Le di palmaditas, tiré de las riendas, clavé los talones de mis deportivas como si llevase espuelas, le chisté para que se moviera... nada, ni un milímetro. Así que al cabo de unos interminables minutos intentándolo todo, sin conseguir del precioso caballo ni el más minúsculo movimiento, me bajé del mismo y regresé cabizbajo donde estaban todos los demás (que habían preferido el deporte de la “barra libre” tomándose una tras otra toda clase de bebidas alcohólicas). Esa fue mi gran suerte, que sólo yo había intentado lo de montar a caballo (los demás prefirieron seguir sentados tomando copas) y nadie vio mis esfuerzos por arrancarlo para finalmente, vencido y humillado, regresar con el grupo. Como el que no se consuela es porque no quiere, por lo menos me queda el consuelo de haber sido uno de los pocos jinetes a los que un día... se les caló el caballo.
 

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domingo, 21 de abril de 2024

Hípica (1)

El término “Hípica” se refiere a todo lo relacionado con los caballos, y en especial con los deportes ecuestres, aunque la asociación más normal que nos llega a la mente al oír esta palabra es la de carreras de caballos. Sin embargo la Hípica comprende muchas modalidades además de las carreras de caballos, están ahí, por ejemplo, las competiciones de doma, de campo a través, de saltos de obstáculos, etc.
 
Ya desde pequeño me gustaba aquello de montar a caballo, bien fuese cuando me llevaba a cuestas mi padre, o cuando cabalgaba montado en un palo, o cuando me subía “a caballo” del gran y bonachón perro que había en la finca de mi abuelo, e incluso cuando no había ni padre, ni palo, ni perro, galopaba sobre un caballo imaginario dándome azotes en el culo mientras decía “¡arre, arre!” para ir más deprisa.
 
Afortunadamente el hecho de pasar mi infancia en un pueblo facilitó que pronto subiera a lomos de los equinos y, en este sentido, mis primeras andanzas ecuestres fueron en burro. Pero que nadie piense que aquello era fácil, porque estos animales hacen honor a su nombre y son muy “burros” y si quieren ir por un camino no hay quien les haga cambiar de idea. De niño, pues, aprendí a  montar en burro, primero acompañado por algún mayor y después alguna que otra vez, yo solo. Nunca fueron grandes recorridos los que realicé pero eran, a fin de cuentas, mis primeros contactos con la Hípica.
 
Poco después, ya más crecidito, otro gran paso adelante me esperaba: montar en mula, que son esos hijos estériles de yegua y asno o de caballo y burra. El caso es que en la finca de mi abuelo, había muchos de estos animales, los cuales se utilizaban para tirar de los carros, bien fuesen de paseo (tartanas, tílburis, etc.) o destinados a las faenas del campo (carros, galeras, etc.). Al principio montaba sobre su grupa cuando estaban uncidos al carruaje y ya, más tarde, también alguna que otra vez, cuando estaban sueltos.
 
La Hípica proporciona una comunión entre el hombre y la bestia, aunque la mayor parte de las veces es más bestia el que monta que el montado. Esa cercanía y contacto con el animal es una sensación que no dan otros deportes, a lo que hay que añadir el entorno en que se practica tan noble y milenario deporte: el campo.
 
Pero sigamos con la historia, aunque en esta ocasión me temo que va a ser muy corta. Y la corto porque a los nueve años me vine a vivir a Madrid, en donde los únicos caballos son de potencia de motor, y ya sólo iba a Daimiel en los veranos e incluso a partir de los 16 años eran el sexo femenino y los amigos los que me atraían, más que unos bucólicos paseos por el campo. Esto quiere decir que me olvidé por completo de la Hípica, con la única excepción de alguna carrera que fui a ver al Hipódromo.
 

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sábado, 20 de abril de 2024

Halterofilia (y 2)

Damos así un salto hasta el año 1973 en que se celebró en Madrid, en el Palacio de los Deportes, el Campeonato de Europa de Halterofilia, y tuve la suerte y el acierto de poder ir a verlo. Igualmente fue un acierto que a la entrada del recinto entregaran un programa en el que se explicaba qué era eso de la Halterofilia, su historia, las modalidades existentes, su técnica, las categorías, etc. Gracias a esa guía disfruté mucho más de la competición, aprendiendo a valorar el estilo de cada atleta tanto si era en la modalidad de arrancada (elevar sin interrupción la barra desde el suelo hasta arriba con los brazos extendidos en alto) como de dos tiempos (subir dicha barra en dos tiempos, primero hasta los hombros y después hasta arriba con los brazos extendidos).
 
A raíz de aquella competición y la exhibición dada por los atletas, no era difícil verme alguna vez levantando el palo de la escoba en arrancada o en dos tiempos, marcando perfectamente los movimientos de los atletas. Pero como esto sólo lo hacía muy de vez en cuando y jamás entrenaba ni hacía ejercicios de musculación, estaba claro que Dios no me había llevado por el camino de la Halterofilia.

A pesar de esto sí que tuve ocasión de practicarla un poco más en serio cuando me compré un piso en Tres Cantos, ya que la urbanización contaba con un gimnasio en el que había diversos aparatos de musculación y un buen surtido de halteras. Recuerdo que el primer día hice como todo el mundo: darme un palizón de gimnasia con todos los aparatos habidos y por haber y quedarme hecho polvo, lleno de agujetas, los tres días siguientes. Por eso los españoles se apuntan todos los años a un gimnasio, van un par de días y lo dejan; y por eso los gimnasios exigen una matrícula o algo así de entrada porque saben que la mayoría de los que empiezan no aguantan más de un mes. Sucede igual que con los cursos de idiomas: todos los españoles empiezan a estudiar inglés todos los años, y todos los años desde el nivel cero; y todos los españoles comienzan a hacer colecciones de fascículos de lo que sea, y cuando han comprado los tres o cuatro primeros se cansan y lo dejan.
 
En esta ocasión, no obstante, el gimnasio estaba allí, en la propia urbanización y era de acceso libre y gratuito, así que resultaba muy fácil bajar a entrenar... aunque más apropiadamente debería decir bajar a jugar. A fin de cuentas, de eso se trataba, de divertirse jugando a ser un gran levantador de pesas. De esta forma pude ejercer la Halterofilia y disfrutar de ella, con el gusto que da eso de añadir un par de kilos a cada extremo de la haltera y levantarla al más puro estilo de arrancada o dos tiempos. Muchos kilos no ponía, eso es cierto... pero quedaba tan bonito... y me hacía sudar y me ponía fuerte. ¿Qué más podía pedir? Después, pasada la novedad, dejé de interesarme por la Halterofilia y me centré en otros deportes, pero puedo decir con orgullo que al menos en algún momento de mi vida he practicado la Halterofilia y que una vez en mi vida yo fui “El niño más fuerte del mundo”.
 

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viernes, 19 de abril de 2024

Halterofilia (1)

La Halterofilia, también llamada (aunque suena más vulgar) “Levantamiento de pesas”, es en definitiva eso, levantar unas pesas que en este caso es una barra en cuyos extremos se van colocando discos de diferente peso para ver cuánto eres capaz de levantar. Ese nombre tan bonito le viene de las “halteras” que es así como se llama esa barra con pesas en los extremos. Pero vayamos ya a la historia de mi experiencia en este deporte en el que –todo aquél que me conozca- pensará que estoy mintiendo, porque con una complexión tan delgaducha no es posible practicarlo. Demostraré, por consiguiente, que se equivocan, y les aclararé que esa imagen de tíos gigantones y rebosantes de músculos con que todos nos imaginamos a los levantadores de pesas no es cien por cien real; lo digo porque en Halterofilia hay 15 categorías (8 masculinas y 7 femeninas) y la más pequeña de las categorías masculinas es para atletas que no sobrepasen los 56 kilos y por lo tanto los de esos pesos no son gigantones musculosos sino tíos más bien pequeñitos aunque fortachones.
 
Para comenzar nada mejor que remontarnos a mi infancia, cuando debía tener unos seis o siete años. Sucedió entonces que acudió a Daimiel “El hombre más fuerte del mundo” (así lo anunciaron en todos los carteles), el cual iba a hacer una demostración de su fuerza en el campo de fútbol. Mi padre me llevó a verlo y pude comprobar la extraordinaria fortaleza de tal sujeto. Cogía unas barras de hierro del grosor de dos dedos y se las enrollaba en los brazos convirtiéndolas en muelles. Era capaz de volcar un coche con la simple fuerza de sus brazos o de arrastrar un camión lleno de gente del pueblo tirando del mismo con una cuerda sujeta por sus dientes, o un autobús lleno de gente tirando de él con una cuerda atada a su pelo, o romper no sé cuántos ladrillos de un cabezazo.
 
Unas horas después de finalizado el espectáculo, recuerdo que iba de paseo con mi padre por el pueblo y me llevó a una casa en donde estaba cenando “El hombre más fuerte del mundo” y se acercó a saludarlo y felicitarlo por sus proezas; entonces me lo presentó y él, en vez de darme un beso (a fin de cuentas yo sólo tendría unos seis años) me ofreció su mano como si fuese mayor, lo cual me hizo mucha más ilusión. Yo estreché su mano y, para mi asombro, él comenzó a chillar fingiendo dolor y diciéndome que no le apretara tanto, que le estaba haciendo daño. Supongo que comprendí que aquello era una broma, pero realzó mi autoestima y me sentí “El niño más fuerte del mundo”.
Durante todos los años que siguieron no levanté nunca unas pesas, sólo algún sofá si se me había caído algo debajo, o unas cuantas cajas, o bien arrastraba una carretilla llena de tierra; es decir, nada del otro mundo, ni mis músculos sobresalían en mis brazos por mucho que intentase “sacar molla”.
 

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jueves, 18 de abril de 2024

Golf

El Golf es un deporte que siempre se ha considerado elitista ya que poder practicarlo exige el desembolso de una importante cantidad de dinero (hacerse miembro de un club deportivo, comprar los carísimos juegos de palos y pagar el coste de cada sesión), aparte de otros inconvenientes tales como ir vestido en plan pijo, de punta en blanco de la cabeza (gorrita) a los pies (zapatitos de golf). Tiene la ventaja de lo agradable que resulta pasear por esas verdes praderas tan primorosamente cuidadas, y la desventaja de las lesiones de brazo y espalda que suelen acontecer ya que sólo se ejercitan (al dar los golpes) unos pocos músculos del cuerpo, no como en Natación o en Marcha nórdica (Nordic Walking) en donde se ejercitan de manera armónica todos los músculos del cuerpo y por consiguiente resultan deportes más saludables. Los golfistas (que así se hacen llamar quienes practican este deporte) dicen que no hay tanta diferencia, que bien practicado el Golf te permite ejercitar 124 músculos de un total de 424. Sea como fuere, doy fe que cualquier principiante, tras una maratoniana mañana practicando el Golf, amanecerá al día siguiente con agujetas pero no en 124 sitios diferentes, sino sólo en tres o cuatro sitios (principalmente un hombro, media espalda y un brazo).
 
Pero vayamos a lo que íbamos y repasemos mi experiencia en este deporte. No sé si puede considerarse como tal mi afición al Mini-Golf, en donde fui un prometedor Mini-Golfista, con gran habilidad para sortear obstáculos e introducir la bola en los agujeros correspondientes. Durante muchos años, no podían faltar en las vacaciones en la playa una o varias sesiones de Mini-Golf con la familia. Pero, claro, visto así, aquello sólo era un juego en donde se ejercitaba el buen humor pero no los músculos ni cabía considerarlo deporte. Así que fueron pasando los años hasta que ya sobrepasada la edad madura (más allá de los 50 años) practiqué el Golf, el auténtico... una sola vez.
 
Con motivo de una Convención celebrada por mi empresa en Valencia, en donde siempre se alternaba el trabajo y la diversión, nos brindaron en esta ocasión la oportunidad de practicar el Golf en el campo de Golf de El Saler (Valencia). Pusieron a nuestra disposición varios palos y pelotas y nos dijeron: “Ahí lo tenéis, es todo vuestro”. Y nos lanzamos, cada uno a su más anárquica manera, a practicar el Golf con la ventaja añadida de no tener que ir vestidos de figurines, sino que todos íbamos en plan deportivo simplemente (zapatillas deportivas, vaqueros o pantalón de sport, camisa normal y algunos también cubiertos con una gorra de publicidad del antiasmático Symbicort).
 
Lo mejor del golf es que no hay aglomeraciones, ni tampoco hay que pelearse por la posesión de la pelota; cada uno tiene un montón de ellas a su disposición. Y así nos pusimos unos cuantos en el lugar de salida que, como en Golf son tan pijos lo dicen todo en inglés y le llaman “tee” (la primera vez que me dijeron “vete al tee” yo le contesté “ya he tomado café, gracias”). Cada uno a su aire fue dando golpes a las pelotas... de vez en cuando; la mayor parte de las veces –sobre todo al principio- los golpes se los llevaba el aire. Las risas sonaban, señal de que estábamos divirtiéndonos, interrumpidas de vez en cuando por un “¡ay!”, señal evidente de que alguno había golpeado al suelo para gran dolor y desconsuelo de su hombro. Aprendí una palabra nueva, “chuleta”, que eran esos trozos de césped que levantaban algunos al rebañar el suelo con el palo a la hora de intentar golpear la pelota. Pero así, poco a poco, entre risas, ays y chuletas volando, también comenzaron a volar por el aire las pelotas (las de Golf).
 
Si bien es cierto que las bolas que lancé no alcanzaron gran distancia, sí que demostré un notable estilo y un más que meritorio acierto a la hora de conectar el palo con las mismas. Era importante lanzarlas lo más lejos posible (alcanzar el hoyo era tarea imposible a un solo golpe) y en este sentido debo destacar que con muchas de las bolas que lancé superé... ¡los diez metros de distancia! Además, como no competía contra nadie sino que sólo se trataba de una exhibición, pude presumir de mi gran habilidad que me hizo terminar sin ninguna lesión, a diferencia de otros compañeros que se empeñaron en atacar al suelo con saña dándole toda clase de golpes con el palo y acabando con su brazo y hombro doloridos.
 
Ya que estábamos en tan agradable entorno también practicamos otro tipo de golpes que, sin tener un diccionario de inglés a mano, sería imposible recordar cómo se llamaban, pero que eran golpes más cortos para introducir finalmente la bola en el hoyo.
 
Por consiguiente mi experiencia deportiva en esta disciplina se saldó con una única exhibición de mi estilo en el marco incomparable del campo de Golf de El Saler; y si alguien duda de ello no tiene mas que pedirme que le enseñe una fotografía de aquél memorable día en donde se puede apreciar mi depurado estilo con un perfecto “swing” golpeando la bola o “wound” con mi palo o “iron” lanzándola en parábola al “green”, o sea, a la enorme pradera de césped que teníamos frente a nosotros. ¡Y es que es tan bonito eso de pasar una soleada mañana de verano caminando y haciendo ejercicio en medio de las praderas y pequeñas lomas que forman los campos de Golf...!
 

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miércoles, 17 de abril de 2024

Gimnasia artística

La Gimnasia artística combina la velocidad con la flexibilidad, agilidad y destreza. Bien sea de forma coordinada o actuando de uno en uno, los gimnastas exhiben sus habilidades en el suelo, sobre una serie de aparatos o realizando saltos acrobáticos. Para mí la Gimnasia artística era una obligación, una asignatura en la que tenía que obedecer para poder aprobar, y resultaba bastante fácil aprobar.
 
Si hacía buen tiempo, las clases de Gimnasia artística se daban al aire libre, y si hacía mal tiempo en el gimnasio del colegio. Por lo menos, la variedad siempre estaba presente. Veamos cómo eran algunos de aquellos ejercicios en donde demostré mis habilidades o torpezas.
 
Aunque parezca mentira, lo que peor se me daba y menos me gustaba era hacer el pino. No le veía yo la razón de ser a eso de ponerse boca abajo, porque mientras desarrollar la habilidad para saltar puede tener utilidad práctica en el futuro, lo de ponerse haciendo el pino no va a servir nunca para nada (¿o acaso tú ves a mucha gente cabeza abajo?). Pero como había que hacer todos los ejercicios, también acababa haciendo el pino. Digamos que aquí, un aprobado raspado. Otra de las pruebas que peor se me daba (y eso que esta sí que me gustaba) era la de trepar por una cuerda, que podía ser de nudos (eso era más fácil) o lisa. Si haciendo estas pruebas nos hubieran visto nuestras madres, les hubiera dado un vuelco el corazón, porque había que llegar hasta el final de la cuerda y estas colgaban de unas vigas que se levantaban hasta la altura de un primer piso (menos mal que nunca se cayó ningún niño, porque además abajo ni siquiera ponían colchonetas).
 
Pasemos ahora, pues, a las pruebas donde más disfruté y destaqué, las de saltos de aparatos. En primer lugar estaba el potro, el cual lo saltábamos tanto con piernas abiertas a ambos lados como con las piernas por el centro, encogidas, para que los brazos formasen el arco de sustentación suficiente. Después estaba el caballo, que era como el potro pero más largo. Delante de él había un pequeño trampolín de madera (más que trampolín era una simple cuña de madera) que nos permitía coger impulso para saltar aquél aparato, haciendo uno o dos puntos de apoyo con las manos. El tercer aparato habitual era el plinto, un rectángulo con la parte superior acolchada, que se levantaba sobre varios cajones apilables. Esto era así porque conforme íbamos mejorando nos añadían un cajón más para que estuviese más alto. Este aparato podías saltarlo haciendo uno o dos puntos de apoyo con las manos o saltando sobre él y girando el cuerpo para dar una voltereta completa sobre el mismo. En todos estos casos, tan importante como el salto era la salida, es decir, caer de pie y con la figura compuesta sobre la colchoneta que (aquí sí) había al otro lado.
 
Creo que no es necesario decir que, tan pronto dejé el colegio, dejé de hacer Gimnasia artística. Pero, aunque me cueste reconocerlo, quizás deba ser humilde y decir que aquellas clases de Gimnasia en donde nos hacían saltar esos aparatos me fueron después útiles y prácticas para mi vida normal, porque nadie se ha librado nunca de un tropezón, de una caída, de un apuro que te hace correr y tener que saltar algún obstáculo, y una buena técnica de salto y de caída es imprescindible para salir ileso en tales circunstancias.
 

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martes, 16 de abril de 2024

Gimnasia general

La Gimnasia es un deporte en el que se realizan ejercicios físicos muy variados, los cuales exigen algo de fuerza pero sobre todo mucha agilidad, elegancia y flexibilidad. Se distinguen varias clases, como la Gimnasia artística, la rítmica, en trampolín, aeróbica, acrobática y general. En esta última, que es a la que nos referimos en el presente capítulo, su principal característica es que se realiza en grupos, generalmente muy numerosos formando coreografías y puede ser además la más completa de todas ya que tiene la capacidad de incluir y combinar ejercicios propios de las otras disciplinas de Gimnasia. Otra característica es que los gimnastas van uniformados de una forma acorde a la coreografía que vayan a desarrollar.
 
Este tipo de Gimnasia, aunque no sea competitiva, sí que es un deporte, aunque para mí fue algo más que eso, fue: una asignatura. En efecto, Dibujo, Religión y Gimnasia, eran las “Tres Marías”, las tres asignaturas que siempre aprobábamos todos y que yo, que tenía por objetivo “aprobar” (eso de sacar buena nota se lo dejaba a los empollones) valoraba sobremanera porque el Dibujo me gustaba y se me daba bien, la Religión era fácil y la Gimnasia se aprobaba sin problemas. Igual que los Tres Mosqueteros no eran tres sino cuatro (porque se unió a ellos D’artagnan), las Tres Marías no eran tres sino cuatro, ya que a ellas se sumaba la asignatura “FEN”. ¿Y qué es eso de FEN se preguntarán los más jóvenes? Pues esas eran las siglas de una asignatura llamada “Formación del Espíritu Nacional” en donde nos inculcaban los valores de la Falange y nos hacían admirar al Caudillo, Francisco Franco Bahamonde, salvador de la patria y Generalísimo de todos los Ejércitos.
 
Esto viene a cuento porque en alguna ocasión Gimnasia y FEN se juntaban y entonces hacíamos una demostración de ese “espíritu nacional” que promovía una juventud sana y obediente. El amplio patio del colegio de los Escolapios de San Fernando, en la calle Donoso Cortés de Madrid, era el escenario elegido y cada vez que hacíamos una demostración de este tipo teníamos ante nosotros una entregada audiencia compuesta por todos los padres, hermanos y demás familiares de los gimnastas que íbamos a intervenir.
 
La equipación no podía ser más cutre. Empezaré de abajo a arriba: zapatillas de deporte (más parecían de albañil que de deporte) blancas, calcetines blancos, pantalón corto blanco, y –ahora viene lo mejor- camiseta blanca de esas de tirantes que usamos los hombres para vestir y nos ponemos debajo de la camisa. ¡No eran camisetas de deporte, eran camisetas de vestir! Y para dar más realce a tal demostración deportivo sindical, nuestras madres habían tenido que coser a la camiseta un gran escudo conmemorativo del acontecimiento.
 
Uniformados de aquella manera, salíamos todos desfilando, ante la emoción de las madres asistentes. Nos situábamos, equidistantes unos de otros, cubriendo toda la superficie del patio de tierra. Y entonces, el profesor de Gimnasia en un éxtasis de ordeno y mando, empezaba a tocar el pito y a dar instrucciones, y todos nosotros le seguíamos en esos ejercicios tipo: hombros arriba, hombros abajo; extensión de brazos y giro a la derecha, luego giro a la izquierda; brazos en jarra y flexión de piernas, arriba y abaaajo; salto y palmas, salto y palmas; etc. etc. y no doy más detalles para no herir sensibilidades. Hay fotografías que demuestran bien a las claras cómo era aquello, fotografías en donde se ve lo difícil que resultaba encontrar a dos gimnasta que tuviesen brazos y piernas en la misma posición, siempre había diferencias de ritmo entre unos y otros, no como las exhibiciones que se hacen ahora en Corea del Norte, donde la multitud de gimnastas actúan al unísono como autómatas (claro que ellos entrenan más y al que lo haga mal seguro que lo mandan a un campo de concentración). Aquí la cosa era un poco más anárquica e incluso se ve en esas fotografías cómo alguno está más pendiente de lo que hace el de al lado para imitar después sus movimientos, que de hacerlos él de forma espontánea, seguramente porque no se acordaba de qué clase de movimiento gimnástico le tocaba hacer en ese momento.
 
Esas tablas de Gimnasia general eran un auténtico rollazo para nosotros y nunca entendía cómo le podían gustar tanto a los curas y a nuestros padres y familiares. Cuando yo he sido padre y he ido a ver algún espectáculo de este tipo en donde participaban mis hijos, he tenido la suficiente autocrítica e imparcialidad como para comprender que –como todo aquello que se hace a la fuerza- resulta entre patético y ridículo.
 

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lunes, 15 de abril de 2024

Fútbol playa

El Fútbol playa es una modalidad de fútbol que se juega sobre la arena de la playa, pero resulta que todos hemos jugado de niños a la pelota en la playa sin saber que eso sería considerado años más tarde como un deporte, concretamente no fue hasta el año 1992 cuando se establecieron las normas que lo rigen. Sin embargo, y por más que lo tilden de deporte, por más que grandes estrellas del fútbol ya jubiladas se unan a estos partidos para promocionarlo, la verdad es que cuesta trabajo considerarlo deporte.
 
En cualquier caso, yo he practicado el Fútbol playa con mis amigos en muchas playas y lo único que he sacado en limpio ha sido el cansancio, pero más que por el esfuerzo de jugar en esa superficie donde la arena te va frenando los pies, es por las horas de trabajo posterior que tienes que dedicar para quitarte de encima toda la arena que se te ha metido hasta en partes de tu cuerpo que desconocías existiesen.
 
Como esta breve reseña al Fútbol playa es la que cierra la amplísima referencia a mi experiencia en el mundo del fútbol (como jugador, como entrenador y como empresario), añadiré para terminar una entrevista que refleja bien a las claras lo loco que es este mundo. Se trata de la visita que el balón de fútbol le hace al psiquiatra. Esta es su conversación:
 
“El balón acude a la consulta del psiquiatra. Una vez tumbado en el diván, le dice:
- Doctor, a veces me desinflo.
El psiquiatra se queda pensativo, lo mira un momento y a continuación le coloca un ‘racor’ en su boquilla para insuflarle aire.
- Inspire –le dice el psiquiatra mientras acciona la bomba de inflado con enérgicos movimientos- ¿Se encuentra ya mejor?
- Sí, un poco mejor, gracias.
- Lo que le pasa es que tenía la presión un poco baja. Dígame ¿qué es lo que le pasa?
- No puedo estarme quieto, siempre voy rodando de un sitio a otro. ¿Es grave, doctor?
- Es... férico.
- ¿Y qué puedo hacer?
- Relájese, desconecte de todo y tómese unas vacaciones en la playa, allí se rueda menos.
- Pero es que no puedo, ya ni en la playa estoy tranquilo porque también allí se ha puesto de moda darme patadas (y le enseña una foto de Voley playa).
- ¿Cómo es posible que no se sienta querido si todo el mundo está deseando tener un balón?
- Claro que quieren tenerme, pero para darme patadas. La gente no me quiere, sólo disfrutan dándome puntapiés, y además sin sentido; tan pronto voy hacia una portería como hacia la contraria.
- ¿Y desde cuando se siente así?
- Desde siempre, en la infancia, cuando era una pelota, eran los niños lo que me daban patadas, y ahora que soy balón, son los mayores quienes me patean.
- Pero ¿no ha notado nunca ninguna muestra de afecto?
- Sí, pero todo es falso. A veces me cogen con mimo, me limpian el barro y me depositan con cuidado en el césped, pero cuando ya empiezo a esbozar una sonrisa y sentirme relajado, entonces el que yo creía mi amigo va y me pega un patadón.
- Le noto con baja autoestima y eso no es justo. ¿No se ha dado cuenta de lo importante que es? Todo el mundo está pendiente de Ud. y le dedican más minutos en los medios de comunicación que a cualquier político.
- Eso sí es verdad. Soy el centro de atracción...
- Además –prosiguió el psiquiatra- los mejores jugadores quieren llevárselo a su casa al acabar el partido y eso no está al alcance de cualquiera; es más, diría que Ud. es un privilegiado. ¡Cuántos querrían irse a casa de Messi o de Neymar, después de un gran partido!
- Es cierto, Dr., yo también podría acabar viviendo en casa de uno de ellos.
- Pues hala, no se hable más. Salga ahora mismo dispuesto a comerse el mundo y a ser el protagonista del próximo partido.
Y el balón, hinchado ya de autoestima, salió de la consulta del psiquiatra dando botes”.
 

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