Poco después viví una nueva experiencia en este mismo
circuito. La Editorial Doyma (hoy Elsevier) me invitó a una mañana de Karting a
la que podía ir con un acompañante, para
lo cual elegí a mi hija menor. Hicieron dos equipos, uno con los hijos (porque
yo no fui el único padre que acudió acompañado de algún hijo) y otro con los
adultos (otros Jefes de Comunicación y responsables de Marketing de distintos
laboratorios farmacéuticos). La experiencia fue similar: disfruté conduciendo,
supongo que también adelgacé algo a causa de la sesión involuntaria de sauna,
me volvieron a adelantar y quedé el último, aunque mejorando carrera tras
carrera mis tiempos, lo cual supuso todo un éxito. Pero es que además, para mí,
el mayor éxito es que yo demostré ser un excelente piloto porque no me choqué
ni una sola vez, e incluso esta vez estuve atento para apartarme cada vez que
quería adelantarme otro piloto y así evitar el choque. Mientras los pilotos
rivales iban a lo loco, chocando contra todo y contra todos, yo mantuve mi
coche impoluto, sin un solo rasguño, demostrando unos reflejos y una habilidad
extraordinarios. Estoy seguro que si una compañía de seguros de automóvil me
hubiera visto conducir, me hubieran ofrecido una póliza a precio de ganga
porque ningún otro piloto les iba a salir tan barato como yo: ni un solo parte
de accidente en todas las carreras. Dicen que de tal palo tal astilla, y así
debe ser, porque a mi hija le sucedió lo mismo: quedó la última de su grupo...
pero tanto ella como su coche salieron ilesos.
Después de aquellas dos experiencias no he vuelto a
practicar este deporte, aunque no descarto volver a hacerlo. De lo que estoy
seguro es de mantener mi profesionalidad y evitar por todos los medios
cualquier tipo de accidente. ¿No dice Jesús en el Evangelio que “los últimos
serán los primeros”? Pues yo pienso seguir siendo el último, o sea, el primero.
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