El término “Hípica” se refiere a todo lo relacionado con
los caballos, y en especial con los deportes ecuestres, aunque la asociación
más normal que nos llega a la mente al oír esta palabra es la de carreras de
caballos. Sin embargo la Hípica comprende muchas modalidades además de las
carreras de caballos, están ahí, por ejemplo, las competiciones de doma, de
campo a través, de saltos de obstáculos, etc.
Ya desde pequeño me gustaba aquello de montar a caballo,
bien fuese cuando me llevaba a cuestas mi padre, o cuando cabalgaba montado en
un palo, o cuando me subía “a caballo” del gran y bonachón perro que había en
la finca de mi abuelo, e incluso cuando no había ni padre, ni palo, ni perro,
galopaba sobre un caballo imaginario dándome azotes en el culo mientras decía
“¡arre, arre!” para ir más deprisa.
Afortunadamente el hecho de pasar mi infancia en un
pueblo facilitó que pronto subiera a lomos de los equinos y, en este sentido,
mis primeras andanzas ecuestres fueron en burro. Pero que nadie piense que
aquello era fácil, porque estos animales hacen honor a su nombre y son muy
“burros” y si quieren ir por un camino no hay quien les haga cambiar de idea.
De niño, pues, aprendí a montar en
burro, primero acompañado por algún mayor y después alguna que otra vez, yo
solo. Nunca fueron grandes recorridos los que realicé pero eran, a fin de
cuentas, mis primeros contactos con la Hípica.
Poco después, ya más crecidito, otro gran paso adelante
me esperaba: montar en mula, que son esos hijos estériles de yegua y asno o de
caballo y burra. El caso es que en la finca de mi abuelo, había muchos de estos
animales, los cuales se utilizaban para tirar de los carros, bien fuesen de
paseo (tartanas, tílburis, etc.) o destinados a las faenas del campo (carros,
galeras, etc.). Al principio montaba sobre su grupa cuando estaban uncidos al
carruaje y ya, más tarde, también alguna que otra vez, cuando estaban sueltos.
La Hípica proporciona una comunión entre el hombre y la
bestia, aunque la mayor parte de las veces es más bestia el que monta que el
montado. Esa cercanía y contacto con el animal es una sensación que no dan
otros deportes, a lo que hay que añadir el entorno en que se practica tan noble
y milenario deporte: el campo.
Pero sigamos con la historia, aunque en esta ocasión me
temo que va a ser muy corta. Y la corto porque a los nueve años me vine a vivir
a Madrid, en donde los únicos caballos son de potencia de motor, y ya sólo iba
a Daimiel en los veranos e incluso a partir de los 16 años eran el sexo
femenino y los amigos los que me atraían, más que unos bucólicos paseos por el
campo. Esto quiere decir que me olvidé por completo de la Hípica, con la única
excepción de alguna carrera que fui a ver al Hipódromo.
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