El Fútbol playa es una modalidad de fútbol que se juega
sobre la arena de la playa, pero resulta que todos hemos jugado de niños a la
pelota en la playa sin saber que eso sería considerado años más tarde como un
deporte, concretamente no fue hasta el año 1992 cuando se establecieron las
normas que lo rigen. Sin embargo, y por más que lo tilden de deporte, por más
que grandes estrellas del fútbol ya jubiladas se unan a estos partidos para
promocionarlo, la verdad es que cuesta trabajo considerarlo deporte.
En cualquier caso, yo he practicado el Fútbol playa con
mis amigos en muchas playas y lo único que he sacado en limpio ha sido el
cansancio, pero más que por el esfuerzo de jugar en esa superficie donde la
arena te va frenando los pies, es por las horas de trabajo posterior que tienes
que dedicar para quitarte de encima toda la arena que se te ha metido hasta en
partes de tu cuerpo que desconocías existiesen.
Como esta breve reseña al Fútbol playa es la que cierra
la amplísima referencia a mi experiencia en el mundo del fútbol (como jugador,
como entrenador y como empresario), añadiré para terminar una entrevista que
refleja bien a las claras lo loco que es este mundo. Se trata de la visita que
el balón de fútbol le hace al psiquiatra. Esta es su conversación:
“El balón acude a la consulta del psiquiatra. Una vez
tumbado en el diván, le dice:
- Doctor, a veces me desinflo.
El psiquiatra se queda pensativo, lo mira un momento y a continuación le coloca un ‘racor’ en su boquilla para insuflarle aire.
- Inspire –le dice el psiquiatra mientras acciona la bomba de inflado con enérgicos movimientos- ¿Se encuentra ya mejor?
- Sí, un poco mejor, gracias.
- Lo que le pasa es que tenía la presión un poco baja. Dígame ¿qué es lo que le pasa?
- No puedo estarme quieto, siempre voy rodando de un sitio a otro. ¿Es grave, doctor?
- Es... férico.
- ¿Y qué puedo hacer?
- Relájese, desconecte de todo y tómese unas vacaciones en la playa, allí se rueda menos.
- Pero es que no puedo, ya ni en la playa estoy tranquilo porque también allí se ha puesto de moda darme patadas (y le enseña una foto de Voley playa).
- ¿Cómo es posible que no se sienta querido si todo el mundo está deseando tener un balón?
- Claro que quieren tenerme, pero para darme patadas. La gente no me quiere, sólo disfrutan dándome puntapiés, y además sin sentido; tan pronto voy hacia una portería como hacia la contraria.
- ¿Y desde cuando se siente así?
- Desde siempre, en la infancia, cuando era una pelota, eran los niños lo que me daban patadas, y ahora que soy balón, son los mayores quienes me patean.
- Pero ¿no ha notado nunca ninguna muestra de afecto?
- Sí, pero todo es falso. A veces me cogen con mimo, me limpian el barro y me depositan con cuidado en el césped, pero cuando ya empiezo a esbozar una sonrisa y sentirme relajado, entonces el que yo creía mi amigo va y me pega un patadón.
- Le noto con baja autoestima y eso no es justo. ¿No se ha dado cuenta de lo importante que es? Todo el mundo está pendiente de Ud. y le dedican más minutos en los medios de comunicación que a cualquier político.
- Eso sí es verdad. Soy el centro de atracción...
- Además –prosiguió el psiquiatra- los mejores jugadores quieren llevárselo a su casa al acabar el partido y eso no está al alcance de cualquiera; es más, diría que Ud. es un privilegiado. ¡Cuántos querrían irse a casa de Messi o de Neymar, después de un gran partido!
- Es cierto, Dr., yo también podría acabar viviendo en casa de uno de ellos.
- Pues hala, no se hable más. Salga ahora mismo dispuesto a comerse el mundo y a ser el protagonista del próximo partido.
Y el balón, hinchado ya de autoestima, salió de la consulta del psiquiatra dando botes”.
Si escribes “Vicente Fisac” en Amazon, podrás ver todos los libros de este autor.
- Doctor, a veces me desinflo.
El psiquiatra se queda pensativo, lo mira un momento y a continuación le coloca un ‘racor’ en su boquilla para insuflarle aire.
- Inspire –le dice el psiquiatra mientras acciona la bomba de inflado con enérgicos movimientos- ¿Se encuentra ya mejor?
- Sí, un poco mejor, gracias.
- Lo que le pasa es que tenía la presión un poco baja. Dígame ¿qué es lo que le pasa?
- No puedo estarme quieto, siempre voy rodando de un sitio a otro. ¿Es grave, doctor?
- Es... férico.
- ¿Y qué puedo hacer?
- Relájese, desconecte de todo y tómese unas vacaciones en la playa, allí se rueda menos.
- Pero es que no puedo, ya ni en la playa estoy tranquilo porque también allí se ha puesto de moda darme patadas (y le enseña una foto de Voley playa).
- ¿Cómo es posible que no se sienta querido si todo el mundo está deseando tener un balón?
- Claro que quieren tenerme, pero para darme patadas. La gente no me quiere, sólo disfrutan dándome puntapiés, y además sin sentido; tan pronto voy hacia una portería como hacia la contraria.
- ¿Y desde cuando se siente así?
- Desde siempre, en la infancia, cuando era una pelota, eran los niños lo que me daban patadas, y ahora que soy balón, son los mayores quienes me patean.
- Pero ¿no ha notado nunca ninguna muestra de afecto?
- Sí, pero todo es falso. A veces me cogen con mimo, me limpian el barro y me depositan con cuidado en el césped, pero cuando ya empiezo a esbozar una sonrisa y sentirme relajado, entonces el que yo creía mi amigo va y me pega un patadón.
- Le noto con baja autoestima y eso no es justo. ¿No se ha dado cuenta de lo importante que es? Todo el mundo está pendiente de Ud. y le dedican más minutos en los medios de comunicación que a cualquier político.
- Eso sí es verdad. Soy el centro de atracción...
- Además –prosiguió el psiquiatra- los mejores jugadores quieren llevárselo a su casa al acabar el partido y eso no está al alcance de cualquiera; es más, diría que Ud. es un privilegiado. ¡Cuántos querrían irse a casa de Messi o de Neymar, después de un gran partido!
- Es cierto, Dr., yo también podría acabar viviendo en casa de uno de ellos.
- Pues hala, no se hable más. Salga ahora mismo dispuesto a comerse el mundo y a ser el protagonista del próximo partido.
Y el balón, hinchado ya de autoestima, salió de la consulta del psiquiatra dando botes”.
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